Eros y Lyra descubren que están unidos por el lazo más poderoso: son compañeros destinados. Sin embargo, las heridas del pasado convierten ese vínculo en una lucha constante para Lyra, quien intenta resistirse a lo inevitable. Pero el llamado del destino es más fuerte, y poco a poco, la atracción entre ambos comienza a derribar las barreras que los separan.
La cercanía se intensifica cuando Eros y Lyra emprenden un viaje en busca de respuestas sobre los inquietantes cambios que ella experimenta. En el camino, descubrirán que el mundo está tejido de secretos oscuros: brujas que juegan con el destino, vampiros que ocultan verdades prohibidas y Doppelgängers que amenazan con cambiarlo todo.
Te invito a caminar bajo la misma luna con Eros y Lyra en busca de respuestas.
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Capítulo 24
Lyra
Mis padres no estaban muy contentos con la noticia de nuestro viaje a la manada Luna Roja. Temían por mi seguridad y la de todos los que me acompañaban.
Los padres de Jules y Lizzie, en cambio, accedieron a dejarlas venir. El beta Joey se encargó de organizar cada detalle de nuestra partida, mientras que Eros dejó a su padre a cargo de la manada durante su ausencia. Por otro lado, estaba Ayla… quien prácticamente había acaparado todo el maletero de la camioneta.
—¿No crees que es exagerado? —le preguntó Jules con diversión.
—No sabemos cuánto tiempo estaremos fuera, así que debo ir preparada —respondió Ayla encogiéndose de hombros.
Aún me costaba aceptar su presencia. Aunque ya había encontrado a su compañero, no dejaba de sentir celos cuando la veía demasiado cerca de Eros. Y, para empeorar las cosas, su amabilidad me incomodaba más de lo que debería.
—Cuídense mucho —me dijo mamá con voz temblorosa.
Mis padres me abrazaron con fuerza antes de apartarse para dejarme subir a la camioneta. Jules y Lizzie ocuparon los asientos traseros, mientras Ayla y Joey iban adelante; ella en el copiloto, él al volante. Mi compañero y yo quedamos en los asientos del medio, más cerca de lo que esperaba.
El motor rugió, y poco a poco dejamos atrás la manada. A través de la ventana, observé cómo mis padres se hacían más pequeños hasta perderse en la distancia.
El silencio reinó durante los primeros minutos del trayecto. Yo me mantenía rígida, demasiado consciente de la cercanía de Eros. Sentía su calor a mi lado, y la fuerza invisible del vínculo pulsaba entre nosotros, como una corriente imposible de ignorar.
—Estás nerviosa —murmuró él, apenas audible para los demás.
Me giré hacia él, sorprendida por su certeza.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté en voz baja.
Una media sonrisa apareció en sus labios.
—Porque puedo sentirlo.
Sus palabras hicieron que mi corazón latiera con fuerza. Aparté la mirada rápidamente, sin atreverme a sostenerle los ojos por más tiempo.
Eros
La noche había caído sobre nosotros. Lyra dormía recostada a mi lado, al igual que Ayla y sus amigas. Joey y yo éramos los únicos despiertos. Hace unas horas habíamos cambiado de lugar para que él pudiera descansar un poco antes de conducir toda la noche; se suponía que yo debía dormir para relevarlo después, pero la ansiedad me carcomía por dentro.
Mi mirada permanecía fija en la carretera cuando, de pronto, algo cruzó frente a nosotros con una velocidad inhumana.
—¡Mierda! —exclamó Joey, frenando de golpe.
El chirrido de las llantas rompió el silencio de la madrugada. Las chicas se incorporaron de inmediato, exaltadas. Lyra parpadeó confundida, sujetándose del asiento.
—¿Qué pasa? —preguntó Lizzie con voz temblorosa.
Joey respiraba agitadamente, sus manos firmes sobre el volante.
—Quédense aquí —ordeno con firmeza.
Joey asiente y se prepara para salir conmigo, pero antes de abrir la puerta siento una mano sujetando mi muñeca. El contacto me sacude como una descarga, recorriendo cada fibra de mi cuerpo.
Lyra me mira con los ojos brillantes por la preocupación.
—Eros, no… —susurra, su voz cargada de miedo.
Tomo su mano suavemente y me inclino hacia ella.
—Tranquila, nena. Solo veremos qué pasa —le aseguro, aunque mi pecho se aprieta al ver que no quiere soltarme. Con la mirada me suplica que me quede, pero debo comprobar qué hay afuera.
Finalmente, bajo de la camioneta junto a Joey. El aire nocturno es frío y húmedo, impregnado con el aroma del bosque. La luna apenas se filtra entre las ramas, proyectando sombras inquietantes a nuestro alrededor.
Avanzamos despacio, atentos a cualquier movimiento. Las hojas crujen bajo nuestros pasos, y el silencio es tan profundo que incluso mi respiración me parece demasiado ruidosa.
—¿Lo hueles? —murmura Joey.
Aspiro el aire con fuerza, pero no percibo nada… y eso me preocupa más que cualquier rastro de peligro.
—No —respondo, tenso. Eso significa que lo que haya estado aquí no quiere ser encontrado.
Damos otra vuelta alrededor del vehículo, pero no encontramos nada. Todo parece normal, demasiado normal.
—Regresemos —ordeno con voz baja.
Subimos de nuevo a la camioneta. Lyra es la primera en hablar, con el corazón latiéndole tan fuerte que casi puedo escucharlo.
—¿Qué encontraron?
—Nada… —respondo, tratando de sonar convincente—. Creo que solo fue un animal.
Lyra suspira y asiente, como si mis palabras pudieran darle calma.
Joey arranca de nuevo y retomamos el camino. La tensión en el ambiente parece disminuir, pero yo no me dejo engañar. Mis sentidos siguen en alerta.
Miro por el espejo retrovisor y, por un instante, creo distinguir una silueta oscura entre los árboles, inmóvil, como si nos observara. Parpadeo… y ya no está.
El viaje continúa, pero la certeza me golpea con fuerza:
lo que sea que esté allá afuera, aún no ha terminado con nosotros.