En una ciudad donde las apariencias son engañosas, Helena era la mujer perfecta: empresaria y una fiscal exitosa, amiga leal y esposa ejemplar. Pero su trágica muerte despierta un torbellino de secretos ocultos y traiciones. Cuando la policía inicia la investigación, se revela que Helena no era quien decía ser. Bajo su sonrisa impecable, ocultaba amores prohibidos, enemistades en cada esquina y un oscuro plan para desmantelar la empresa familiar de su esposo,o eso parecía.
A medida que el círculo de sospechosos y los investigadores comienzan a armar piezas clave en un juego de intrigas donde las lealtades son puestas a prueba
En un mundo donde nadie dice toda la verdad y todos tienen algo que ocultar, todo lo que parecía una investigación de un asesinato termina desatando una ola de secretos bien guardado que va descubriendo poco a poco.Descubrir quién mató a Helena podría ser más difícil de lo que pensaban.
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Capítulo 12: Entre las Sombras
El alba encontró a Montero exhausto, refugiado en una pequeña pensión a las afueras del Valle de los Cipreses. Había conducido durante horas por caminos secundarios, asegurándose de despistar a cualquier posible perseguidor. El disco duro con el Protocolo Alejandría permanecía seguro en el bolsillo interior de su chaqueta, una presencia constante contra su pecho, recordándole lo que estaba en juego.
La habitación era modesta pero limpia, el tipo de lugar donde nadie hacía preguntas. Montero conectó su computadora portátil y, tras comprobar que no había señales de vigilancia, insertó el disco duro. Necesitaba saber qué información había costado la vida de Helena antes de decidir su próximo movimiento.
Una ventana emergente solicitó una contraseña. Montero maldijo en voz baja. Por supuesto, Helena habría protegido la información. Intentó varias combinaciones obvias sin éxito: fechas importantes, nombres de casos emblemáticos, incluso "Alejandría" y variaciones.
Frustrado, se recostó en la cama, repasando mentalmente todo lo que sabía sobre Helena Valverde. Su mente volvió al diario, a las palabras que revelaban un lado de ella que nunca había conocido. Quizás allí estaba la clave.
"A veces me pregunto cómo sería una vida normal, lejos de conspiraciones y amenazas..."
La frase resonaba en su cabeza. Helena, la empresaria la fiscal incorruptible, la mujer de hierro, había anhelado una vida diferente. Una vida que, quizás, había experimentado brevemente.
Su teléfono vibró con un mensaje de Velasco: "Perímetro establecido alrededor del hospital.
Clara está segura. ¿Dónde estás?"
Montero respondió vagamente, mencionando que investigaba una pista relacionada con el caso. No podía arriesgarse a que la línea estuviera comprometida. Necesitaba tiempo para descifrar el contenido del disco antes de dar su próximo paso.
Cuando intentaba nuevamente acceder al disco, su teléfono sonó. Era Roberto.
—¿Encontraste la casa? —preguntó directamente, su voz aún débil pero decidida.
—Sí, y el Protocolo también. Pero está encriptado.
—Helena siempre fue cauta —respondió Roberto tras una breve pausa—. ¿Recuerdas a Miguel Ángel Durán?
El nombre provocó un destello de reconocimiento en Montero. Durán, un brillante profesor de historia del arte en la Universidad Central, había sido brevemente vinculado a un caso de tráfico de antigüedades años atrás. Helena había sido la fiscal asignada, pero sorprendentemente el caso se había cerrado sin cargos.
—El del caso de las antigüedades falsificadas —confirmó Montero—. ¿Qué tiene que ver con esto?
—Era más que un caso para Helena —explicó Roberto, bajando la voz—. Mucho más. Fueron... cercanos durante casi un año. Si existe alguien que pueda conocer sus contraseñas personales, es él.
La revelación sorprendió a Montero. Helena siempre había parecido completamente dedicada a su trabajo, sin espacio para relaciones personales. Pero recordó las entradas del diario y comprendió que había muchas capas de Helena Valverde que nunca había llegado a conocer.
—¿Dónde puedo encontrarlo?
—Sigue dando clases en la universidad, pero desde lo de Helena, se ha vuelto... hermético. Ten cuidado al aproximarte, Montero. Miguel Ángel quedó profundamente afectado por su muerte, aunque pocos conocían su relación.
Tras colgar, Montero consultó la hora. Las clases de la mañana ya habrían comenzado en la universidad. No podía esperar. Con el disco duro seguro en su bolsillo, abandonó la pensión rumbo al campus universitario.
El Departamento de Historia del Arte ocupaba un edificio histórico en el ala este del campus. Montero localizó el despacho de Durán en la tercera planta, pero estaba vacío. Un horario en la puerta indicaba que impartía clase hasta las 11:30 en el Aula Magna.
Montero se deslizó discretamente en el anfiteatro, tomando asiento en la última fila. Miguel Ángel Durán resultó ser un hombre de unos cincuenta años, pelo entrecano y barba cuidada, que se movía con energía juvenil por el estrado mientras disertaba sobre el barroco italiano. Su pasión por el tema era evidente, capturando la atención de los estudiantes con anécdotas y análisis que iban mucho más allá del temario oficial.
Cuando la clase terminó, Montero esperó a que los estudiantes abandonaran el aula antes de aproximarse.
—Profesor Durán —lo saludó formalmente—. Me gustaría hablar con usted sobre Helena Valverde.
El cambio fue instantáneo. La animada expresión del profesor se transformó en una máscara rígida, sus ojos súbitamente alertas y cautos.
—Mi despacho —respondió secamente, recogiendo sus materiales.
Una vez en la privacidad de su oficina, Durán cerró cuidadosamente la puerta y las persianas antes de enfrentarse a Montero.
—¿Quién es usted exactamente?
—Javier Montero, fiscal especial. Estoy investigando el asesinato de Helena y creo que estoy cerca de encontrar a los responsables.
Durán lo evaluó en silencio, como si intentara leer la verdad en su rostro.
—Helena hablaba de usted —dijo finalmente—. Con respeto profesional... y algo más, quizás.
Montero sintió un nudo en la garganta que prefirió ignorar.
—Necesito acceder a un archivo que ella protegió. Roberto Valverde sugirió que usted podría conocer sus contraseñas personales.
Al mencionar a Roberto, la expresión de Durán se suavizó ligeramente.
—Roberto... Ese muchacho es de los buenos. Si él confía en usted, supongo que yo también puedo hacerlo.
Durán se acercó a una estantería y extrajo un volumen de "El Nombre de la Rosa". De entre sus páginas sacó una fotografía.
—Helena y yo en Florencia, hace tres años —explicó, entregándosela a Montero—. Fue nuestro único viaje juntos.
La imagen mostraba a una Helena Valverde diferente a la que Montero conocía: relajada, sonriente, con el brazo enlazado al de Durán frente al Ponte Vecchio. Se veía genuinamente feliz.
—Nos conocimos durante aquel caso de falsificaciones —continuó Durán, perdiéndose momentáneamente en el recuerdo—. Ella vino a consultarme como experto. La investigación nos acercó y... sucedió lo inesperado. Un año de mi vida que atesoro como el más auténtico.
—¿Por qué terminó? —preguntó Montero, genuinamente interesado en este aspecto desconocido de Helena.
—Ella lo terminó —respondió Durán con una sonrisa triste—. Cuando sus investigaciones sobre La Hidra se volvieron más peligrosas, me alejó para protegerme. "No puedo permitir que te alcancen a ti también", fueron sus palabras. La última noche que pasamos juntos, me habló de un seguro que había creado, información que destruiría a esa organización si algo le ocurría.
—El Protocolo Alejandría —murmuró Montero.
Durán asintió.
—Helena tenía una fascinación por la antigua biblioteca. Consideraba que el conocimiento era la verdadera fuente de poder, y que La Hidra operaba precisamente ocultando información crucial. Su protocolo era una biblioteca digital que exponía cada conexión, cada crimen.
—Necesito acceder a ese archivo —insistió Montero, mostrándole el disco duro—. Hay vidas en juego.
Durán observó el dispositivo con reverencia, como si fuera una reliquia.
—La contraseña... —cerró los ojos un momento, como reviviendo un recuerdo—. La noche de Florencia, en nuestro hotel, Helena me mostró un pequeño cuaderno donde anotaba sus claves.
Utilizaba un sistema basado en obras de arte.
Para sus archivos más personales, usaba "VenusBotticelli1485".
Montero anotó la contraseña, agradeciendo con un gesto.
—Hay algo más que debería saber —añadió Durán, su voz repentinamente tensa—. Una semana antes de su muerte, Helena me visitó. Estaba nerviosa, algo extremadamente raro en ella. Me dijo que había descubierto algo que cambiaba todo, que la conspiración era más amplia de lo que había imaginado.
—¿Mencionó nombres?
—No directamente, pero... —Durán dudó—. Habló de "alguien en lo más alto", alguien intocable por medios convencionales. Y mencionó un nombre en clave: "Minerva".
El nombre no significaba nada para Montero, pero lo registró mentalmente para investigarlo más tarde.
—Gracias, profesor. Esta información puede ser crucial.
Durán asintió gravemente.
—debes Encontrar a quienes que la mataron, fiscal Montero. Helena merecía mucho más que un final así.
Al salir de la universidad, Montero recibió una llamada de Velasco.
—Han atacado a Clara en el hospital —informó la comisaria, su voz tensa—. Mis hombres neutralizaron al agresor, pero ella está asustada.
Insiste en hablar contigo inmediatamente.
—Voy para allá —respondió Montero, acelerando el paso hacia su vehículo.
Mientras conducía hacia el hospital, su mente procesaba la nueva información. Helena y Durán, un romance secreto en medio de investigaciones peligrosas. "Minerva", un nombre en clave para alguien poderoso. Y ahora un ataque contra Clara, demostrando que La Hidra seguía activa pese a la caída de Solano.
El disco duro en su bolsillo contenía todas las respuestas. Con la contraseña de Durán, por fin podría descubrir el verdadero alcance del Protocolo Alejandría.
La batalla contra las sombras apenas comenzaba, pero Montero sentía que, por primera vez, tenía las armas necesarias para enfrentarlas.
Lo que no sabía era que el verdadero enemigo estaba mucho más cerca de lo que imaginaba