Brendam Thompson era el tipo de hombre que nadie se atrevía a mirar directo a los ojos. No solo por el brillo verde olivo de su mirada, que parecía atravesar voluntades, sino porque detrás de su elegancia de CEO y su cuerpo tallado como una estatua griega, se escondía el jefe más temido del bajo mundo europeo: el líder de la mafia alemana. Dueño de una cadena internacional de hoteles de lujo, movía millones con una frialdad quirúrgica. Amaba el control, el poder... y la sumisión femenina. Para él, las emociones eran debilidades, los sentimientos, obstáculos. Nunca creyó que nada ni nadie pudiera quebrar su imperio de hielo.
Hasta que la vio a ella.
Dakota Adams no era como las otras. De curvas pronunciadas y tatuajes que hablaban de rebeldía, ojos celestes como el invierno y una sonrisa que desafiaba al mundo
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Capítulo 24: Sin escapatoria
Brendan estaba en su estudio, de pie frente a una mesa llena de mapas, fotos y rutas de cargamentos. Cada detalle del plan estaba trazado con precisión militar. Dakota lo observaba desde la puerta, cruzada de brazos, con esa mezcla de curiosidad y desafío que la hacía imposible de ignorar.
—No vas a dejarme afuera de esto, ¿verdad? —preguntó, con una media sonrisa que no dejaba espacio para excusas.
Brendan ni siquiera levantó la vista de los papeles.
—No es una opción, Adams. Esto no es un juego de bar ni una reunión de negocios. Es peligroso de verdad.
—¿Ah, sí? ¿Y lo del Red Velvet fue una tarde de picnic? —replicó, acercándose—. Tengo información que vos no, Brendan. Si querés atrapar al traidor, me vas a necesitar.
Brendan levantó la cabeza, sus ojos verdes ardiendo con una mezcla de ira y admiración.
—No sabés lo que estás diciendo. Esto va a terminar en sangre.
—¿Y? —Dakota se encogió de hombros—. No soy de las que corren cuando las cosas se ponen feas.
Él dio un paso hacia ella, su altura imponiéndose como una muralla.
—Si algo te pasa… —comenzó, pero se detuvo.
—¿Qué, Thompson? —lo interrumpió ella, clavando sus ojos celestes en los suyos—. ¿Te daría miedo perder el control?
Brendan la miró durante un largo segundo, como si luchara consigo mismo. Finalmente, suspiró y se apartó.
—Está bien. Pero vas a seguir mis órdenes al pie de la letra.
—Eso está por verse —respondió con una sonrisa peligrosa.
El plan era simple pero arriesgado: usar la información de Dakota para tenderle una trampa al traidor. Había rumores de una reunión clandestina en un almacén del puerto, donde el enemigo planeaba el siguiente golpe contra las operaciones de Brendan.
La noche era fría cuando llegaron al puerto. El Maserati se detuvo a una distancia prudente, y Brendan sacó un maletín con armas y auriculares de comunicación.
—No te alejes de mí —ordenó, entregándole un chaleco antibalas.
Dakota lo miró con burla.
—¿Siempre sos así de encantador antes de un tiroteo?
Brendan rodó los ojos, pero no pudo evitar una sonrisa.
—No sabés cuándo cerrar la boca, ¿no?
Se movieron entre las sombras, con el mar golpeando suavemente contra el muelle. Brendan iba adelante, su figura imponente como un depredador en su territorio, mientras Dakota lo seguía con pasos firmes, armada y atenta.
Apenas entraron al almacén, la emboscada fue evidente. Disparos comenzaron a retumbar desde las alturas y las cajas. Brendan la empujó contra una columna, protegiéndola con su cuerpo mientras respondía al fuego.
—¡Te dije que esto era peligroso! —gritó, disparando hacia los atacantes.
—¡Y te dije que no soy una princesa! —replicó ella, sacando su Glock y disparando a un hombre que intentaba rodearlos.
En medio del caos, un disparo silbó tan cerca de Brendan que apenas tuvo tiempo de reaccionar. Un hombre lo tenía en la mira desde una pasarela superior. Pero antes de que apretara el gatillo, Dakota lo vio. Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia adelante, empujando a Brendan fuera de la línea de fuego y disparando con ambas manos. El hombre cayó con un golpe seco.
Brendan se giró, con los ojos abiertos por la sorpresa.
—¿Me acabás de salvar la vida?
—Y no será la última vez si seguís distrayéndote —respondió ella, jadeando, mientras recargaba el arma.
Él la miró por unos segundos, en medio del humo y el sonido de los disparos. Nunca nadie lo había impresionado tanto. Nunca nadie lo había salvado así.
Tras una batalla corta pero intensa, los hombres del traidor cayeron. Brendan y Dakota salieron del almacén, respirando con dificultad, sus cuerpos llenos de adrenalina.
Él la tomó de los hombros, con fuerza, casi con desesperación.
—No vuelvas a hacer algo así nunca más.
—¿Qué? ¿Salvarte la vida? —replicó con una sonrisa desafiante.
Brendan apretó la mandíbula, sus ojos verdes clavados en los de ella.
—No sé qué haría si te pasara algo.
—Brendan… —empezó ella, pero él la interrumpió.
—No puedo estar lejos de vos, Adams. Me volvés loco, y eso me asusta más que cualquier bala.
Dakota lo miró en silencio, sintiendo que su corazón latía con la misma fuerza que el de él.
—Entonces no te alejes.
Brendan la besó con una pasión desbordada, sus manos enredadas en su cabello, como si la guerra que acababan de pelear hubiera encendido algo imposible de apagar.
Minutos más tarde, en el auto de regreso, el silencio era distinto. No era incómodo, sino cargado de algo nuevo. Brendan le tomó la mano, algo que jamás hacía, y ella no lo soltó.
—Ahora vamos por el traidor —dijo él, con una determinación feroz—. Pero esta vez, lo vamos a cazar juntos.
Dakota sonrió.
—Así me gusta, jefe.