Ivette Mora es una madre de dos hijos que prefiere pasar su vida sola, el maltrato y desamor que sufrió con el padre de sus hijos dejó huellas en lo más profundo de su ser, en una jugada del destino se cruza con Gustavo Martínez y viven una historia de amor plena. Pero un error hará perder la confianza, allí empezará la difícil tarea de reconquistar a su amor o dejar que todo se pierda.
Una historia de amores y desencuentros.
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Buscando excusas para ver a Ivette
—Te invito a caminar un ratito — le dijo Gustavo que no quería despedirse tan rápido de ella.
— ¿Ahora?
—Si, por aquí cerca, en calles de alrededores.
—Es un poco tarde.
—No tanto— respondió mirando su reloj que marcaba las veintiuna cuarenta y cinco minutos.
—Son casi las veintidós —dijo ella.
—Yo me duermo tarde ¿y tú?
—También.
—Entonces caminemos.
—Dale, pero cerca.
Extendió su brazo para que ella se tome de él. Ella lo miró como diciendo (no hace falta) pero antes de que ella dijese algo Gustavo dijo —Para no perder la costumbre — Dando a entender que ella tomaba su brazo cuando salía de la clínica — claro que ahora es una situación mucho más agradable — Agregó.
Ella tomó su brazo con una sonrisa, poco a poco él iba metiéndose en su corazón y ella no se había dado cuenta.
Caminaron alrededor y se sentaron un ratito en una plaza, el clima estaba un poco frío así que ella comenzó a frotar sus manos para darse un poco de calor, Gustavo se quitó su chaleco, no era muy abrigado pero cubrió la espalda de ella. Hablaron de las cosas sucedídas en esos días que no se habían visto, de como ella se sentía animicamente, él la miraba con cariño, ya casi no podía disimular que ella le gustaba y que estaba interesado en ella.
Se hacía tarde pero no quería despedirse de ella y ella inconsciente tampoco quería despedirse de él, de pronto el teléfono timbro fuerte.
—Mamá ¿Dónde estás?
—salí un momento ¿por qué?
—¿Ya vienes?
—Si, ya voy.
La llamada finalizó, y le dijo —Me voy, mis hijos ya están preguntando por mi.
—OK ¿te parece que mañana caminemos?
—Mañana te confirmo.
—Vamos, te acompaño hasta la entrada del edificio.
Fueron caminando, ella tomada de su brazo, llegaron a la entrada del edificio, era el momento de despedirse, Gustavo quería robarle un beso, pero contuvo sus ganas, debía esperar un mejor momento.
—Hasta mañana —Dijo Gustavo
—Hasta mañana — se acercó para despedirse con un beso en la mejilla, ella entró al edificio y no le devolvió el chaleco, no se había dado cuenta, cuando vio en el espejo de lobby del edificio y su chaleco era el de Gustavo, se volvió para entregárselo y él estaba arriba del auto a punto de partir. — toma tu chaleco — le dijo.
—Me lo entregas mañana — respondió él. Ahora tenía una excusa para regresar al día siguiente. Toma marcha su vehículo y se marchó.
Ivette quedó mirando el auto mientras desaparecía en la calle al tomar distancia. Sonrió sin saber el porqué de aquella sonrisa.
Al entrar a su casa su hijo le preguntó —Mamá ¿donde estabas? Su mirada estaba fija en el biscocho tamaño familiar que traía en mano.
— Fui a buscar este biscocho.
— ¿A esta hora?
— No es tan tarde
—Mamita van a ser las veintitrés.
— Lo sé, pero yo siempre me duermo tarde — recordó la respuesta que le dio Gustavo a ella y volvió a sonreír — ¿quieren un poco?
Su hija nunca dejaba pasar una oportunidad para comer, por suerte sus genes hacían su labor de mantenerla con una figura muy linda y de buena salud — Yo quiero mamá — respondió su hija.
—OK, Cortare un trozo así comes hijita. ¿Y tú hijo?
— No mamita, gracias iré a dormir que mañana tengo clases.
Sé despidieron para descansar cada cual a su habitación.
Desde ese día, cada día por las tardes noches Gustavo e Ivette salían a caminar y a sentarse en la plaza.