alexia rencarna en la última novela que leyó después de haber muerto traicionada por su propia hermana...
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capítulo 12
Por la mañana, un grupo de soldados imperiales, al mando del Primer Príncipe Sian, llegó al pueblo en la frontera sur que limitaba con el Reino de Cristal. Al ver la bandera del Imperio, los lugareños se apresuraron a saludar. Querían hablar con ellos urgentemente. Cristal los estaba coaccionando para iniciar una rebelión, pero se habían negado rotundamente. Como represalia, los de Cristal comenzaron a amenazarlos y a enviar bandidos a robar y matar. Por esta grave situación, el alcalde del pueblo había enviado ya un aviso a la capital.
El Primer Príncipe, un hombre de hombros anchos, cabello blanco y de ojos rojos que daban gran presión al mirarlo, desmontó de su caballo. Su armadura de viaje, pulida y funcional, contrastaba con la ropa más simple de los aldeanos que se agolpaban a su alrededor.
—Soy Sian, Primer Príncipe del Imperio. ¿Dónde está el alcalde? —preguntó con una voz que, aunque calmada, impuso un silencio inmediato en la multitud.
Un hombre delgado y encorvado, con el rostro marcado por la preocupación, se adelantó.
—Soy Elara, alcalde de este pueblo, Alteza. Gracias a los cielos que ha llegado. Temíamos que nuestro aviso nunca cruzara las montañas.
Sian asintió hacia su capitán, Marcus, que inmediatamente ordenó a una docena de hombres asegurar el perímetro.
—Saludos, alcalde Elara. Necesito que me hable de los nobles de Cristal que llegaron al pueblo, qué fue lo que le ofrecieron y cuántos días después de ellos irse llegaron los bandidos. Además, cuénteme de todos los destrozos y daños a las personas que han ocasionado. También deme las cuentas de los daños para la reconstrucción del pueblo, y dígame en qué momento del día llegan y cómo se dieron cuenta de que pertenecen al Reino de Cristal.
—Por supuesto, Alteza. Por aquí, por favor.
El alcalde los guio a un pequeño almacén en las afueras. Dentro, en el suelo de tierra, yacían tres cuerpos cubiertos con lonas. Marcus levantó una de ellas con la punta de su bota.
—Son los últimos que cayeron, Alteza —susurró Elara—. Ataques en la noche. Roban comida, queman lo que no pueden llevarse y matan a cualquiera que se resista. Pero mire esto.
Señaló un broche de metal oxidado clavado en el pecho de uno de los bandidos. Tenía una pequeña figura tallada en forma de cristal con una grieta central.
—Es el símbolo de Cristal. Con esto se confirma que Cristal se está declarando enemigo del Imperio.
—Sí. Lo encontramos en varios de ellos. Nunca antes habíamos visto esas marcas. Son los hombres que el Reino de Cristal usa como 'presión'. Nos dicen que, si no alzamos la bandera de la rebelión, enviarán a más como estos para que no quede nada de nosotros.
Sian examinó el broche. La evidencia era clara: Cristal estaba utilizando la violencia para forzar una revuelta.
—Y ustedes se negaron —afirmó Sian, mirando al alcalde a los ojos.
—Nos negamos, Alteza. Este pueblo ha vivido bajo la bandera imperial Mondragón durante generaciones. Preferimos morir de pie que servir a esos malvados —afirmó Elara con dignidad.
La boca de Sian se tensó. Había encontrado la lealtad que necesitaba defender.
—¡Capitán Marcus! —ordenó con brusquedad—. Ordene a toda nuestra fuerza. ¡Establezcan un perímetro de defensa total inmediatamente!
Sian no esperó a la luz de la mañana. Sus soldados, disciplinados y rápidos, se movieron con una eficiencia brutal para asegurar el pueblo.
—Quiero patrullas dobles cada hora —gritó Marcus a los sargentos—. Y quiero barricadas levantadas en las tres entradas principales. ¡Usen la madera, lo que sea que encuentren! ¡Caven trincheras! ¡Muestren a Cristal que no nos quedaremos sentados!
Mientras el caos de la construcción se apoderaba del pueblo, Sian se acercó a su secretario.
—Dictado para la Capital —anunció Sian, su voz ahora más formal—. Mensaje urgente para el Emperador. El Reino de Cristal ha traspasado la línea de la incitación y ha pasado a la agresión directa en la frontera sur. Solicito el envío inmediato de tres legiones adicionales y la autorización para dirigirme a Cristal para dar a conocer al Rey lo que están haciendo sus súbditos y solicitar el castigo que se merecen por atreverse a traspasar la frontera sin permiso y amenazar a los habitantes del Imperio. Envíalo inmediatamente con un ave mensajera.
—Enseguida, su Alteza.
El mensaje lo envió inmediatamente hacia la capital. Sian subió a la pequeña torre de vigilancia. Desde allí, podía ver la vasta y oscura línea de la frontera que se extendía hacia el territorio enemigo.
—Capitán —llamó Sian a Marcus, que había subido a su lado.
—Alteza. El pueblo está asegurado. Las patrullas están en su sitio.
—Bien —dijo Sian, sin apartar los ojos del horizonte—. Esto es más que un ataque al Imperio, están atacando a nuestra gente, Marcus. Es el primer golpe de una guerra. Que los hombres cenen rápido y se preparen. Algo me dice que nos pondrán a prueba esta misma noche.
Pasaron las horas. La luna estaba alta, bañando el pueblo en una luz pálida. El aire estaba cargado de tensión. Sian se encontraba en la torre de vigilancia, incapaz de descansar. Estaba analizando mapas cuando un sonido agudo e inesperado rompió el silencio. No fue un grito, sino el sonido seco y metálico de una trampa de alambre tensándose, seguido del grito ahogado de un hombre.
—¡Alarma en el flanco oeste! —resonó una voz en la oscuridad.
Sian lanzó el mapa al suelo. Sus ojos brillaron. Desenvainó su espada larga, cuyo brillo plateado cortó la negrura de la noche.
—¡A sus puestos, soldados! ¡Se ha acabado la espera!
El ataque había comenzado.
En la capital imperial, entrada la tarde, llegó la paloma mensajera. El secretario del Emperador recibió la carta y se la llevó inmediatamente.
—Majestad, llegó una carta urgente de su Alteza el Primer Príncipe.
—Entrégamela —El Emperador leyó la carta e inmediatamente dio la orden—: Llama al Capitán Kan que venga inmediatamente a mi oficina y manda a llamar a los ministros de guerra
—Enseguida, Majestad —El secretario salió inmediatamente a cumplir la orden del Emperador.
Después de un tiempo, regresó Sir Alistair junto al Capitán Kan.
—Majestad, vuelvo junto al Capitán y ya mande a llamara a los ministros
—Saludos, Majestad. Capitán Kan le saluda.
—Capitán, le he mandado a llamar porque Cristal atacó a la gente de la frontera y ha matado a varios de mis súbditos. Te daré el mando de dos legiones completas y diríjanse inmediatamente a la frontera sur.
—Obedezco a Su Majestad —dijo el Capitán, inclinándose.
—Cuando llegues a la frontera debes seguir las órdenes del Primer Príncipe.
—Sí, Majestad.
—Alistair, ve y dale mis órdenes a las legiones 3 y 4.
—Enseguida, Majestad —dijo mientras se inclinaba y procedía a retirarse junto al Capitán.
"Esto no se quedará así. Si el rey quiere seguir en su puesto tendrá que pagar un alto precio por atreverse a atacar a mi gente", pensó el Emperador.