El Horizonte de Nosotros es una cautivadora historia que explora las complejidades del amor y la identidad. Chris, un joven profesor de cosmología, vive atrapado en un conflicto interno: su homosexualidad reprimida choca con los rígidos prejuicios impuestos por sus creencias religiosas. Su vida dará un giro inesperado cuando conozca a Adrián, un hombre carismático y extrovertido que, a pesar de ser padre de un niño pequeño, descubre en Chris algo que lo atrae profundamente.
En este encuentro de mundos opuestos, ambos se verán enfrentados a sus propios miedos y deseos. ¿Podrá Chris superar sus barreras internas y abrirse al amor que le ofrece Adrián, o será consumido por la culpa y la autonegación, conduciendo a su autodestrucción?
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Un encuentro entre contradicciones
Chris se sintió atrapado en una encrucijada. Su atracción por Adrián se había vuelto ineludible, y la culpa, alimentada por su rígida formación religiosa, lo estaba consumiendo. Decidió que era hora de buscar orientación espiritual. Una tarde, pidió una reunión con el pastor de su iglesia, un hombre sabio y conocido por su carácter paciente y amable.
Cuando llegó a la casa pastoral, el hombre lo recibió con una cálida sonrisa y lo condujo al jardín trasero, donde había un pequeño banco bajo un árbol frondoso.
—Chris, me alegra verte por aquí. ¿Qué te preocupa? —preguntó el pastor mientras se sentaban.
Chris, nervioso, jugaba con sus manos, incapaz de sostener la mirada del hombre. Finalmente, reunió el valor para hablar.
—Pastor, he tratado de ser un buen cristiano, pero hay cosas... cosas con las que no puedo lidiar —comenzó, sintiendo cómo el calor subía a su rostro.
El pastor asintió comprensivo.
—Todos tenemos luchas, hijo. Recuerda, nuestros pensamientos no nos definen, sino nuestras acciones. Piensa en los pensamientos intrusivos como pájaros: no puedes evitar que vuelen sobre tu cabeza, pero puedes evitar que hagan nido.
Chris tragó saliva. Su corazón latía con fuerza mientras tomaba aire profundamente.
—Pastor, a mí... me gustan los hombres —confesó finalmente, su voz temblando y su rostro encendido.
Esperaba ver desaprobación, incluso rechazo, pero en lugar de eso, el pastor pareció tranquilo, casi despreocupado.
—Tonterías, muchacho —respondió el pastor con tono firme pero amable—. Eres joven, estás confundido. No dejes que estos pensamientos te dominen. Ve al gimnasio, estudia, lee la Palabra, y cuando menos lo esperes, Dios pondrá a la mujer correcta en tu camino.
Chris no sabía cómo reaccionar. La respuesta era inesperada, no de rechazo, pero tampoco era la guía que buscaba.
El pastor continuó:
—Mira, mi hijo, Samuel, tiene una personalidad como la tuya, tranquila, introvertida. Sus novias no le duran nada porque se enfoca demasiado en sus estudios y en lo que quiere para el futuro. No te preocupes demasiado, las cosas se alinean en su momento.
La conversación tomó un giro cuando el pastor llamó a su esposa, Raquel.
—Raquel, tráenos algo para comer, por favor.
Raquel apareció con platos llenos de comida que Chris nunca había visto antes: guisos de colores vibrantes, panes planos con especias y una sopa espesa con un aroma exótico.
—Es comida típica de mi país —explicó el pastor con orgullo—. Espero que te guste.
Chris, aunque inicialmente dudoso, disfrutó la comida. Era un mundo de sabores completamente nuevo, y eso lo distrajo momentáneamente de sus pensamientos.
Mientras comían, el pastor retomó la conversación, desviándola de la confesión de Chris:
—La familia es importante, pero ten cuidado, hijo. Tu madre parece una mujer dominante, y debes aprender a forjar tu propio camino.
Chris asintió, masticando lentamente. Aunque las palabras del pastor eran sabias, también eran una evasión. Había esperado algo más directo, pero no sabía si debía insistir.
Las visitas de Chris al pastor se hicieron frecuentes, pero cada vez que intentaba regresar al tema de su confesión, el pastor hábilmente cambiaba de rumbo. Aun así, el pastor disfrutaba la compañía de Chris. Era diferente a otros jóvenes; parecía genuinamente interesado en mejorar y aprender.
A medida que Chris se familiarizaba con la familia pastoral, conoció a Samuel, el hijo del pastor. Samuel era un joven amable, algo reservado, con un sentido del humor peculiar. Aunque parecía siempre ocupado con sus estudios, dedicaba tiempo a conversar con Chris, compartiendo historias de su vida y sus viajes. Su perspectiva, aunque igualmente religiosa, era más abierta y moderna.
A medida que la relación entre Chris y el pastor se fortalecía, las conversaciones comenzaron a profundizarse, alejándose de los temas convencionales de la fe y entrando en reflexiones más personales y académicas. Un día, mientras paseaban por el jardín de la casa pastoral, el pastor rompió un silencio con un comentario inesperado.
—Sabes, Chris, hay cosas sobre la Biblia que no siempre se enseñan en la iglesia —dijo el pastor, acariciando una rama baja de un árbol cercano.
Chris levantó la mirada, intrigado.
—¿Qué tipo de cosas?
El pastor hizo una pausa, como si eligiera cuidadosamente sus palabras.
—Bueno, hay un versículo en uno de los evangelios que fue añadido mucho después de que el texto original fuera escrito. Si lo lees con atención, notarás que no guarda relación con el contexto del resto del capítulo. Los estudiosos creen que fue insertado por razones teológicas, pero eso significa que no necesariamente refleja las palabras de los primeros escritores.
Chris parpadeó, sorprendido.
—¿Añadido? ¿Cómo es posible? Siempre pensé que la Biblia era perfecta, una unidad que no se podía cuestionar.
El pastor sonrió, percibiendo la mezcla de asombro y desconcierto en el rostro del joven.
—Es perfecta en su mensaje, pero no en su forma humana. Hay que recordar que fue escrita, copiada y traducida por hombres a lo largo de los siglos, y los hombres son falibles. Por eso es fundamental leerla en su contexto histórico y cultural. Entender por qué y para quién fue escrita cada parte.
Chris asintió lentamente, procesando la información. Era un concepto nuevo para él, y aunque inicialmente le causaba incomodidad, también encendía una chispa de curiosidad.
En otra ocasión, durante una conversación en el pequeño comedor de la casa pastoral, el pastor dejó de lado su habitual tono jovial y compartió algo más personal.
—Sabes, cuando mi primera esposa me dejó, nadie estuvo conmigo —dijo con un suspiro profundo, mirando fijamente su taza de café—. Ni siquiera los otros pastores.
Chris se inclinó hacia adelante, sorprendido por la revelación.
—¿Qué pasó? —preguntó con cautela.
—Hice todo lo posible para restaurar mi matrimonio. Oré, busqué consejo, intenté cambiar las cosas que ella decía que estaban mal en mí. Pero al final, estaba fuera de mi control. Ella simplemente ya no quería seguir conmigo.
El rostro del pastor, usualmente sereno, se oscureció con una tristeza contenida.
—Lo peor no fue perderla, aunque dolió profundamente. Fue darme cuenta de lo crueles que pueden ser las personas, incluso los que se llaman a sí mismos tus hermanos en la fe. La mayoría de los pastores me juzgaron duramente, como si mi matrimonio hubiera fracasado por mi culpa. Nadie se detuvo a pensar en lo que estaba pasando o en lo que yo sentía.
Chris no sabía qué decir. Sentía una mezcla de empatía y admiración por la sinceridad del pastor.
—No confíes demasiado en los hombres, Chris —continuó el pastor, con un tono más firme—. Porque tienden a juzgar duramente algo que ellos mismos no han vivido. Sólo Dios conoce verdaderamente el corazón de cada uno.
Con el tiempo, las conversaciones no solo giraron en torno a la fe y las luchas personales, sino también a las tradiciones y culturas que los diferenciaban y conectaban. Chris disfrutaba aprendiendo sobre la vida del pastor como misionero en un país lejano.
—Cuando estábamos en Asia —relató el pastor una tarde—, aprendí a cocinar este plato que probaste el otro día. Allí, la gente tiene una manera completamente diferente de ver la vida. No tienen prisa, ni siquiera cuando están en la pobreza. Cada día es un regalo, y eso se refleja en cómo preparan su comida.
Chris sonrió, recordando el sabor exótico de los platillos.
—Eso me hace pensar en mi madre —dijo Chris—. Siempre cocina como si el mundo dependiera de ello, pero a veces creo que se olvida de disfrutar lo que está haciendo.
El pastor rió suavemente.
—Es una forma de amar, aunque a veces ese amor puede ser controlante. Tú necesitas aprender a marcar límites con ella, Chris. Tienes que construir tu propio camino, incluso si eso significa enfrentarte a sus expectativas.
Chris se quedó en silencio, reflexionando sobre las palabras del pastor. Había encontrado en él no solo un guía espiritual, sino también un hombre que entendía las complejidades de la vida y las imperfecciones humanas.
Estas conversaciones comenzaron a cambiar la forma en que Chris veía su fe y a sí mismo. Empezaba a entender que la espiritualidad era un camino personal, lleno de dudas, errores y crecimiento.
El pastor, con sus imperfecciones y su humanidad, se convirtió en un modelo para Chris: alguien que no pretendía tener todas las respuestas
Ame.