Laebe siempre supo que el mundo no estaba hecho para alguien como ella. Pequeña, frágil y silenciada, aprendió a soportar el dolor en la oscuridad, entre susurros de burlas y manos que la empujaban al abismo. En un prestigioso Instituto Académico, su existencia solo servía como entretenimiento cruel para aquellos que se creían intocables.
Pero el silencio no dura para siempre. Cuando la verdad sale a la luz, el equilibrio de poder se rompe y los monstruos que antes gobernaban con impunidad se enfrentan a sus propios demonios. Entre el caos y la redención, Laebe encuentra en una promesa inquebrantable, un faro de protección y en su propia alma una fuerza que nunca supo que tenía para enfrentar los obstáculos que le impuso la vida.
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Esta historia contiene temáticas sensibles como abuso sexual, violencia, acoso, drogas y trauma psicológico. No es apta para todos los lectores, ya que aborda situaciones crudas y perturbadoras. Se recomienda discreción.
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Capítulo 1
"En este mundo, solo los fuertes gobiernan. Solo ellos pueden alzar la voz, decidir quién vale y quién no. Y los débiles… los débiles solo existen para ser pisoteados, para servir de entretenimiento, para ser tratados como basura."
Laebe lo sabía mejor que nadie. Había vivido esa realidad en carne propia desde que tenía memoria. Pero nada la había preparado para esto.
El salón en el que estaba era uno de los más alejados del instituto, un lugar casi olvidado en un edificio que pocos usaban. La luz tenue de la tarde se filtraba por las ventanas polvorientas, iluminando con frialdad la escena que se desarrollaba dentro.
Sus mejillas estaban húmedas, el temblor en su cuerpo la hacía sentir como si fuera a romperse en cualquier momento. Sus labios abiertos en un intento de respirar, pero sin lograr emitir un solo sonido. Estaba en el suelo, con las piernas dobladas de forma incómoda y los brazos temblorosos tratando de cubrirse, tratando de encontrar algo de dignidad en medio de todo.
Frente a ella, Ángel terminaba de abrochar su camisa, mientras otros dos chicos se arreglaban la ropa, riéndose en voz baja, intercambiando comentarios que Laebe no podía escuchar. No quería escucharlos.
El silencio en la habitación era sofocante. Solo el sonido de su respiración entrecortada y los movimientos de ellos rompiendo la quietud.
Ángel se acercó con una sonrisa que a cualquiera le parecería encantadora, pero que en ella solo causó escalofríos. Se arrodilló frente a ella y tomó su rostro con una suavidad cruel. Laebe intentó apartarse, pero no tenía fuerzas. No después de todo.
— Te quiero atenta del teléfono, perrita. Cuando te llame, sabrás que hacer. — Susurró antes de besar sus labios con burla, sin importarle que su rostro estuviera manchado de lágrimas. — Nos divertiremos más después.— Dio una suave bofetada a su mejilla y después se levantó para ir hacia la puerta.
Los otros rieron, saliendo del salón como si nada hubiera pasado, como si la escena a sus espaldas no significara nada. Como si ella no significara nada.
Cuando la puerta se cerró, Laebe quedó en completa oscuridad. Su cuerpo dolía, su mente se negaba a procesarlo todo. Quería vomitar, quería gritar… pero solo se quedó ahí, con la mirada perdida en el suelo, esperando que el tiempo la tragara.
Finalmente, con movimientos torpes, comenzó a vestirse. Cada prenda le pesaba como si fueran cadenas, recordándole lo que acababa de pasar. No lloró más. No le quedaban lágrimas. Solo quedó el vacío, la certeza de que en este mundo, los débiles solo existen para ser destruidos...
Caminó con dificultad por los pasillos, sintiendo la ropa pegajosa sobre su piel y un temblor involuntario en sus piernas. Cada paso era un recordatorio de lo que acababa de ocurrir, una sensación que la hacía querer desaparecer. Pero no tenía a dónde ir, así que se obligó a entrar a su salón, esperando que las pocas clases que restaban transcurrieran sin incidentes.
Al sentarse, agachó la cabeza, evitando las miradas curiosas. Sus compañeros la observaban, algunos con desinterés, otros con un brillo cruel en los ojos. Sin embargo, nadie dijo nada. Nadie se acercó.
Las horas avanzaron lentamente, con cada minuto sintiéndose más largo que el anterior. Finalmente, el sonido de la campana anunció la salida. Como siempre, los estudiantes recogieron sus cosas y abandonaron el aula entre risas y conversaciones animadas, sin prestar atención a la pequeña figura que permanecía en su asiento.
El salón quedó vacío… o al menos eso creyó Laebe hasta que escuchó el sonido de pasos acercándose.
—Mírala, todavía sigue aquí — La voz de Nicolle sonó con burla.
Laebe sintió un escalofrío recorrer su espalda. Levantó la vista y vio a Nicolle, acompañada por dos de sus amigas. Sus sonrisas maliciosas le dejaron claro que no tenían intenciones de dejarla ir tranquila.
—Te ves asquerosa, ratoncita — Murmuró una de ellas, cruzándose de brazos. — Aunque supongo que ya estás acostumbrada, ¿no?— Se burló.
Laebe bajó la cabeza, sintiendo su garganta cerrarse. No podía hablar, no podía moverse.
—¿Qué pasa? ¿No tienes nada que decir? — Insistió Nicolle, acercándose peligrosamente.— Vamos, después de lo que te pasó hoy, pensé que estarías un poquito más… receptiva.— .
El comentario hizo que las otras chicas rieran, y Laebe sintió que su pecho se comprimía.
—Deberíamos ayudarla a entender su lugar, ¿no creen? — Sugirió una de las amigas de Nicolle.
Antes de que pudiera reaccionar, sintió un jalón brusco en su cabello, obligándola a levantar la cabeza. Un golpe seco le cruzó el rostro, haciendo que un ardor punzante se extendiera por su mejilla.
—Deberías agradecer que aún te dirigimos la palabra — Susurró Nicolle cerca de su oído, con una sonrisa cruel. Laebe se estremeció.
—Qué desperdicio de espacio — Murmuró otra de las chicas antes de tomar la mochila de Laebe y vaciarla en el suelo, pisoteando sus libros y cuadernos.
—Oh, y esto también se ve inútil —agregó Nicolle, arrancando algunas hojas y lanzándolas al aire como si fueran confeti.
Laebe sintió un nudo en la garganta. Todo su esfuerzo, sus apuntes, su única manera de mantenerse a flote en la escuela… Todo estaba siendo destruido frente a sus ojos, y ella no podía hacer nada para detenerlo.
Un empujón la hizo caer de rodillas junto a sus cosas. Las chicas rieron, disfrutando de su humillación.
—Nos vemos mañana, ratoncita — Dijo Nicolle antes de girarse y salir del salón con su grupo.
Laebe permaneció en el suelo, temblando. Las lágrimas caían silenciosas, sin que pudiera detenerlas.
...
Algunas horas pasaron, la noche ya había caído y Laebe se encontraba en su casa: un pequeño departamento de estudiante que sus padres le habían dado, haciendo tareas. Se mantenía acostada sobre el suelo, rodeada de apuntes que le servían para terminar los nuevos. La televisión estaba encendida, y podía escuchar las noticias nuevas de la noche, aunque apenas y les prestó mucha atencion: "Un choque entre pandillas dejo dos heridos y un muertos cerca del sector norte".
Se había puesto a repetir algunos de los apuntes sucios, aunque, pensó que seguro Nicolle volvería a destruirlos. Fue en ese momento que tuvo una idea. Rápidamente se puso de pie y comenzó a recoger sus apuntes limpios, se vistió con algo rápido para salir: una habitual falda larga, y un suéter largo, unas zapatillas y después su cartera.
No tardó en salir de casa, con sus apuntes en manos. Aunque dolía todo su cuerpo, esperaba que esto de alguna manera pudiera aliviar un poco su tensión...
Había llegado a un ciber-café que estaba a apenas unas cuadras de su departamento, saco algunas impresiones a todos sus apuntes y después se dispuso a volver a casa. Ya estaba todo bastante oscuro, y solamente habían algunas personas en las calles.
Para llegar más rápido, tomo una serie de callejones que evitaban que tuviera que rodear toda la zona. Al doblar por una esquina mal iluminada, su cuerpo se tenso notando a varios hombres allí.
Sus vestimentas desalinedas y despreocupadas, tatuajes por todos lados, y sonrisas llenas de perversión y maldad.
— Mira que tenemos aquí... Parece que la noche nos trajo un lindo ratoncito.— Dijo uno de ellos acercándose.
Laebe de inmediato se giro para irse, pero su camino fue bloqueado por otro de ellos.
— ¿A dónde vas preciosa? Acabas de llegar.— Dijo él. Laebe tembló toda, temiendo por su vida. Sintió una mano recorrer su cabello, mientras otra se posaba en su hombro, claramente... Eso no iba para bien.
Estaba congelada del miedo, y se sentía incapaz de poder hablar o moverse. Solo cerró los ojos, como si buscará que todo pase más rápido...