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JUEGO DE BRUJAS

JUEGO DE BRUJAS

Status: En proceso
Genre:Completas / Mujer poderosa / Magia / Dominación / Brujas
Popularitas:515
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Cathanna creció creyendo que su destino era convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar. Pero todo cambió cuando ellas llegaron… Brujas que la reclamaban como suya. Porque Cathanna no era solo la hija de un importante miembro del consejo real, sino la clave para un regreso que el reino nunca creyó posible.
Arrancada de su hogar, fue llevada al castillo de los Cazadores, donde entrenaban a los guerreros más letales de todo el reino, para mantenerla lejos de aquellas mujeres. Pero la verdad no tardó en alcanzarla.
Cuando comprendió la razón por la que las brujas querían incendiar el reino hasta sus cimientos, dejó de verlas como monstruos. No eran crueles por capricho. Había un motivo detrás de su furia. Y ahora, ella también quería hacer temblar la tierra bajo sus pies, desafiando todo lo que crecía.

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CAPÍTULO DIECISÉIS: MIEDO

—Recuerden que su fortaleza es su única familia aquí —declaró Thalassa —. Actúen como tal… o mátense entre ustedes, si así lo prefieren. A nadie le importa realmente. —Se encogió de hombros —. A los costados encontrarán bolsas de equipo. Cada una está marcada con un género: hombre o mujer, al frente. Levántense, tomen la suya y regresen a sus lugares. Tienen cinco minutos para revisarlas.

Las miradas se dirigieron hacia los laterales de la sala, donde descansaban grandes bolsos negros, resistentes, diseñados para soportar el peso de la carga dentro. Uno a uno, los reclutas se pusieron de pie. Cathanna tomó el suyo con dificultad debido a las heridas de sus manos.

Pesaba más de lo que había anticipado, y tuvo que esforzarse para llevarlo de vuelta a su lugar. Al abrirlo, encontró raciones de comida empaquetadas en cajas verdes, uniformes doblados junto a botas resistentes, varias dagas bien afiladas, un kit de cuidado para heridas con vendas, algodón y demás, pijamas grises, toallas, y otros suministros esenciales como gel para el cabello, cepillo de dientes, compresas sanitarias.

—¿Comida empacada? —preguntó Cathanna.

—Es lo que comeremos aquí, al parecer —respondió Janessa—. Debe saber a vómito de caballo.

—Apuesto que el vómito de caballo sabe mejor que esta mierda. — Riven hizo un gesto de asco mientras dejaba la comida en su lugar.

Cathanna sacó uno de los paquetes de comida y lo examinó. No parecía nada apetitoso, pero al menos aseguraba que no moriría de hambre. A su alrededor, los demás también revisaban su equipo, algunos con curiosidad, otros con resignación.

Un chico de cabello violeta sacó su daga y probó su filo con el pulgar, sonriendo levemente al ver un hilo de sangre brotar de su piel.

—Los cinco minutos se acaban —anunció Thalassa con voz autoritaria—. Muévanse.

Cathanna guardó todo de vuelta en el bolso y cerró la cremallera con un movimiento brusco. Sus manos palpitaban de dolor, provocando que soltara un gemido ahogado. La sangre seguía bajando, pero en cortas cantidades. Y la herida en su costado palpitaba como su corazón, doliendo.

—Espero que hayan encontrado todo en su lugar —continuó Thalassa—. Lo que llevan en esas bolsas es lo único que tendrán para sobrevivir en los próximos meses. Aprendan a valorar cada objeto, porque nadie les dará reemplazos si lo pierden. La comida y cosas de aseo personal se les provisionará cada semana. No se preocupen por eso… a menos de que a los Silios se les olvide dejarlas en sus casas.

Los Silios eran criaturas de misterio y temor. No poseían carne ni huesos, solo una forma envuelta en túnicas negras que flotaban a centímetros del suelo. Donde debería estar su rostro, solo había un vacío negro y profundo, como si la nada misma habitara en su interior. Nunca interactuaban con las personas, no porque no quisieran, sino porque su voz era una maldición; el sonido de su habla era tan poderoso como para destrozar los tímpanos y causar una muerte instantánea. Podían comunicarse entre ellos de formas que nadie podía comprender.

—¡Chicas, recojan su cabello en una moña! ¡Rápido! —ordenó Thalassa—. Así deberá mantenerse siempre. Quien no lo tenga como indiqué, sufrirá un castigo muy severo.

Las reclutas intercambiaron miradas antes de apresurarse a obedecer. Algunas se ataban el cabello con destreza, como si se hubieran preparado para eso desde siempre, mientras que otras luchaban con mechones rebeldes, maldiciendo en voz baja.

Cathanna sujetó su cabello con la rapidez que sus manos heridas le permitían. Los palillos que sujetaban su trenza antes, cuya forma estaba arruinada por los recientes acontecimientos, eran los únicos que podían mantener su cabello en forma durante los próximos minutos. No sabía cómo ponerlos, pero hizo su mayor esfuerzo.

Thalassa se detuvo frente a una de las chicas que aún batallaba con su peinado y la miró con severidad. La chica tragó duro, sintiendo sus manos temblar por la ansiedad del momento.

—Te quedan cinco segundos —anunció con frialdad—. Cuatro… tres…

La chica, con el rostro pálido, apresuró sus movimientos. El ambiente se volvió aún más tenso hasta que finalmente pudo. Su respiración se calmó y Thalassa sonrió un poco.

—Bien hecho. Es bueno trabajar bajo presión, a veces —dijo alejándose—.   Ahora, levántense. A sus dormitorios. Ya. El entrenamiento comienza en tres días. Curen sus heridas, y por favor, no dejen que se infecten. No es bien visto terminar en la enfermería con solo unos días de ingreso.

Ella no tuvo que hablar dos veces. Todos comenzaron a salir. Afuera el sol ya se estaba escondiendo, pero aún había luz natural. Cathanna camino lento, con la mano en el costado, junto a sus compañeros de casa. Las miradas no se hicieron esperar hacia los nuevos por parte de los antiguos. No había burla en ninguna de ellas, porque al final, todos pasaron por el Finit.

Su respiración falló por unos segundos y el suelo la recibió de golpe. Soltó un gemido de dolor al sentir sus manos impactar con las piedras. La ayuda no tardó en llegar. Riven y un chico que había llegado de la nada, la ayudó a levantarse. Janessa no podía agacharse, no cuando tenía el abdomen con una gran herida.

Ella no dijo nada, el mareo que sentía era fuerte. Solo tenía presente que la estaba ayudando a caminar. Minutos y minutos hasta que llegaron a la casa cinco. La puerta fue abierta por Janessa y Cathanna fue puesta en el sofá. Levantó la mirada, respirando con dificultad.

Era un hombre de cabello largo y negro que caía en ondas más abajo de sus hombros. Sus ojos, de un negro profundo, eran intensos y llamativos. En su rostro no había preocupación, ni algo que se le relacionará. Solo era una persona que le gustaba a ayudar a los demás.

—Gracias por… Ayudarme.

Cathanna solo miro la puerta por donde él había salido. Sin decir una palabra, subió a su habitación con dificultad. Tosió con fuerza, como si eso pudiera quitar el dolor que hacía sufrir a su cuerpo. Abrió la puerta y cayó al piso nuevamente, pero se obligó a levantarse.  Se arrastró hasta llegar al baño. Se despojó de la ropa con movimientos torpes y se hundió en la tina, abriendo la llave para dejar que el agua fría la envolviera.

Su cuerpo tembló ante el contraste. Amaba el agua caliente, siempre la había preferido, no obstante, en ese momento, con el agua fría, el ardor en sus músculos y los moretones en su piel hacían que la frescura resultara un alivio. Permaneció así durante varios minutos, dejando que el agua limpiará la sangre y el cansancio, hasta que finalmente salió, goteando sobre el suelo de piedra.

Se acercó a su bolso y lo abrió, revisando su contenido con manos temblorosas. Sacó los uniformes, cinco en total. El primero era de cuero, no tenía logo, ni capa, era el más sencillo de todos. El segundo era como el primero que había tenido, el tercero para ocasiones especiales, y los demás, como el que tenía en ese momento. Saco uno de los pijamas y se la puso con torpeza.

Se dejó caer sobre la cama, esperando que el descanso aliviara su dolor. Sin embargo, la tensión en sus músculos y la presión en su pecho eran insoportables. No tenía fuerzas para curarse, tampoco sabía cómo hacerlo. Tenía a personas en el castillo que se encargaban de eso, por lo que nunca hizo el intento de aprender siquiera a limpiar una herida.

 Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas sin que pudiera detenerlas. No sollozaba, no emitía un solo sonido, solo dejaba que el agotamiento se manifestara en la única forma en la que aún podía permitirse: en el silencio de su llanto.

Mientras ella mantenía los ojos cerrados, Zareth apareció. No hizo ningún ruido. Solo la observo en silencio, notando su expresión de dolor y las heridas que tenía en su rostro, que, a pesar de estar lastimado, no perdía su belleza.

—¿Qué tal ha resultado la prueba? —preguntó con un tono bajo, provocando que ella abriera los ojos con pesadez—. Por lo que veo, estás muy lastimada, ¿o me equivoco?

Ella negó.

—Me duele todo el cuerpo —soltó un sollozo, sentándose en la cama—. Tengo heridas por todas partes. Siento que mis huesos no están donde deberían estar. Mis manos están arruinadas. Y mi mente me grita que, todo lo que hice para defenderme está mal. Me siento culpable por haber matado a alguien, pero ellos querían… Querían hacerme daño.

Él no respondió. Su mirada recorrió la habitación hasta que encontró el bolso. Se acercó, lo abrió sin prisa y sacó el kit de cuidado de heridas. Luego se acercó a ella y comenzó a preparar lo necesario para atenderla.

—¿Qué haces? —musito sin apartar la mirada de sus movimientos.

—Te curaré.

Ella frunció el ceño, confundida por su repentina iniciativa, pero no se movió ni lo detuvo. Observó en silencio cómo él empapaba un paño con desinfectante y lo pasaba con cuidado sobre las heridas de sus manos, las cuales después vendo. Levantó la mirada hacia ella.

—Quítate la ropa —ordenó con firmeza.

—¿Qué? —balbuceó ella, con los ojos muy abiertos y la respiración agitada—. ¿Por qué tengo que hacer eso?

—Tienes heridas en el cuerpo —respondió sin titubear mientras preparaba los vendajes—. Necesito verte para curarlas.

Ella retrocedió instintivamente, cruzando los brazos sobre su pecho. Su piel ardía de vergüenza y desconfianza. No quería dejar que alguien viera su cuerpo desnudo, menos un hombre, que, aunque era de confianza, no quitaba su vergüenza.

—Estás loco. No puedo permitirlo… —dudó un instante antes de bajar la voz—. No llevo ropa interior.

Él suspiró, pasándose una mano por el cabello, como si esperara aquella respuesta. No era alguien que buscara una oportunidad para ver mujeres desnudas. De hecho, no le importaba, nunca le tomó relevancia a la carne de una mujer sin nada que la cubriera.

—No voy a mirarte de forma inapropiada —aseguró con calma, sin apartar la vista del botiquín.

—No quiero hacerlo… —susurró, abrazándose a sí misma.

—Lo entiendo —dijo él, su tono ahora más sereno—. Mátame si intento sobrepasarme contigo. No me interesa nada más que curarte.

Ella dudó unos segundos antes de quitarse la camisa del pijama, dejando ver la gran herida que tenía su cuerpo, la cual, si no era curada pronto, podría infectarse. Tenía marcas en los hombros, en su pecho, abdomen. Después bajó el pantalón de su pijama. Sus piernas estaban malogradas tanto por la herida profunda que tenía en una de ellas y varias más pequeñas, pero no menos importantes.

Cerró los ojos cuando él puso alcohol en su costado. Solo podía soltar gemidos ahogados mientras apretaba sus dientes con fuerza. Ella no apartó la mirada de él en ningún momento. Había algo en la forma en que la cuidaba, en su silencio impenetrable, que la desconcertaba más que cualquier palabra que pudiera haber dicho. Envolvió su cuerpo con vendas, finalizando así, la curación.

—Puedes vestirte.

Ella asintió al tiempo que él se alejaba para dejar las cosas en su lugar. Se puso la ropa con rapidez, y se acomodó en la cama cuando él llegó y se sentó a su lado nuevamente. Su mirada la inspeccionaba con detenimiento, como si estuviera cada señal de agotamiento en su rostro.

—¿Todo en este lugar es peligroso? —se atrevió a preguntar, matando el silencio.

—Te acostumbras con el tiempo.

—No quiero acostumbrarme. —Sus ojos se pusieron vidriosos —. Quiero irme de aquí. Estar con mi familia. Y si debo matar para sobrevivir, ese lugar no es para mí. Nunca me sentiré parte de esto.

Él soltó un suspiro pesado. Entendía ese sentimiento, aunque no lo compartía. Rivernum podría ser un verdadero calvario para quienes no se enlistaran por voluntad propia. Sabía que ella no estaba bien en ese momento, por la forma que sus labios temblaban, como sus manos abrazaban sus piernas, por cómo intentaba ahogar el llanto que quería escapar de sus labios

—Cathanna, entiendo cómo te sientes, pero sabes que no es posible que te vayas. —Puso su mano en el hombro de la menor y le dio un ligero apretón —. Recuerda que no estás aquí por gusto. Debes mantenerte a salvo.

—¡Lo sé! Pero no me hace sentir mejor —sus pupilas estaban dilatadas —. Puede que esté aquí para estar a salvo, pero odio el hecho de que todo esto haya sido tomado sin mi permiso. Nunca me dijeron nada sobre mi linaje, y ahora estoy aquí, pretendiendo ser algo que nunca seré.

—No siempre podemos elegir —murmuró él, acercándose más—. A veces nos toca obedecer. Nos toca maldecir por dentro porque nada de lo que digamos cambiará la situación. Estás enojada, lo entiendo. No es mi responsabilidad que tus padres te hayan ocultado tantas cosas. Solo hago mi trabajo que es protegerte. No puedes irte de aquí.

Él se inclinó un poco más hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros de los de ella, a quien, su instinto, le gritaba que se apartara. Y, sin embargo, su cuerpo se inclinó apenas hacia él, como si algo la atrajera sin su consentimiento. Entonces, como un avión estrellándose, los recuerdos irrumpieron en su mente con brutalidad. La imagen de aquel hombre asqueroso, el miedo paralizante, la sensación de indefensión absoluta.

—¡No! —jadeó, apartándose de un empujón brusco.

—Cathanna…

—Lo siento… —murmuró ella, bajando la mirada—. De verdad lo siento. No fue mi intención empujarte de esa manera. Perdóname.

—Tranquila —soltó una risa baja —. No tienes que pedir perdón. Será mejor que descanses hoy. Lo necesitas mucho.

—No te vayas —susurró, su voz apenas un hilo de aire—. Quédate conmigo.

—Tengo trabajo que hacer —respondió él, con un tono que intentaba ser firme, pero en el fondo dudaba.

—Por favor… —insistió ella, desviando la vista—. No quiero estar sola.

El peso de esas palabras lo dejó inmóvil por un instante. Luego, suspiró suavemente y, sin decir nada más, se acostó a su lado. Ella se aferró a su pecho, aunque el miedo seguía latente en su interior. No significaba que confiara por completo, ni que la incertidumbre desapareciera.

—Intenta dormir —murmuró él—. Te hará bien.

Ella asintió contra su pecho, pero el sueño no llegaba. Pasaron los minutos en un silencio pesado, interrumpido solo por el latido firme bajo su oído. Se concentró en él, en la sensación rítmica y constante, como si pudiera aferrarse a esa estabilidad para no perderse en sus propios pensamientos.

—No puedo hacerlo… —susurró ella, moviéndose inquieta—. ¿Me contarías un cuento?

—¿Un cuento? —Él la miró con sorpresa—. ¿En serio?

—Mis nanas siempre me contaban sueños cuando no podía dormir.

—No soy bueno relatando historias.

—Inténtalo por hoy.

Él suspiró profundamente.

—Había una vez dos elfos que se amaban… —hizo una pausa, buscando las palabras—. Uno murió… y el otro encontró otro amor. Y ya.

—¿Ese es tu mejor intento?

—Te dije que no soy bueno relatando historias. —Se defendió con una media sonrisa.

—Sé que puedes hacerlo mejor.

—Había una vez… —comenzó, su voz más serena—, en un bosque oculto entre las montañas, dos enamorados que compartían un lazo más fuerte que cualquier otra cosa en el mundo. Vivían con su pueblo. Eran felices… hasta que la guerra llegó a su hogar. Uno de ellos cayó en batalla, dejando al otro con el peso de la pérdida. Durante años, vagó solo, creyendo que jamás volvería a sentir alegría ni amor por nadie.

—¿Qué pasó después?

—Un día, mientras exploraba las ruinas de su antiguo hogar, escuchó una risa. No era la de su amado, pero tenía la misma calidez. Se giró y vio a alguien más… alguien que curiosamente tenía su mismo rostro. Pero sabía que no era él. Porque su enamorado era único en el mundo. —Su voz se volvió más suave, casi un susurro—. Y entonces entendió que el amor no desaparece… Solo cambia. Y que seguir adelante no significa olvidar, sino aprender a llevar los recuerdos sin que se conviertan en cadenas.

—Es tan trágico, pero a la vez… tan hermoso.

—Duerme ya.

Ella cerró los ojos, ignorando los recuerdos. Poco a poco, comenzó a quedarse dormida. Él sintió que su respiración se volvió más tranquila. Bajó la mirada hacia ella y, con sumo cuidado, deslizó una mano por su espalda en un gesto protector.

Pero minutos después, ella abrió los ojos de golpe al recordar algo. Debía acompañar a Katrione a ese lugar. Se recompuso de inmediato, levantando a Zareth, quien comenzaba a quedarse dormido. Él le devolvió una mirada de incredulidad.

—¿Qué pasó? —preguntó él.

—Necesito que me ayudes con algo.

—¿Y algo es…?

—Necesito ir a Aureum.

—Estás loca. No pienso llevarte ahí.

—Es urgente. Necesito acompañar a mi amiga a un lugar. Se lo prometí.

—Es peligroso que salgas de este lugar.

—No puedo dejarla sola.

El paso sus manos por su cabello. No sabía por qué estaba dudando cuando nunca lo hacía. La mirada que ella le daba era suficiente para hacer que tragara sus palabras de rechazo.

—Pero no te alejarás mucho.

—No puedes seguirme.

—Entonces no pienses que te llevaré a ese lugar.

—¡No lo entiendes!

—No lo hago porque no me lo explicas. —Se levantó de la cama —. No puedo simplemente llevarte a Aureum y dejarte ahí sola. ¿No ves el peligro en el que estás?

—No soy estúpida —dijo, poniéndose de pie con dificultad —. Entiendo más que nadie el caos de mi vida. Pero, solo que mi amiga no se sienta sola con lo que hará. Te prometo que estaré bien. Solo será una hora por máximo. Por favor, Zareth.

Zareth pasó sus manos por su rostro, con frustración.

—Bien —soltó con resignación —-. No puedes ir en pijama, mucho menos con el uniforme. No sé qué clase de locura vayan a hacer, que ponga en duda el honor del castillo. Buscaré algo para ti. No te muevas.

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Sandra Ocampo
quiero el final
Sandra Ocampo
q paso sé supone q está completa ,tan buena q está
Erika García
Es interesante /Proud/
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