En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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Prisión del alma.
Ahora Leif duerme profundamente por unas hiervas que le suministraron. Yo permanezco a su lado aunque no me necesite. Mi mente vaga hasta ese día fatídico donde pensamos que huir sería una solución.
Ese día desde mi celda, el tiempo se estiraba y se desmoronaba como el polvo en el viento. No era que me sintiera particularmente triste o abatido, porque mi amor por Leif había sido siempre una lucha interna, un deseo que ni las reglas ni la tradición podían apagar. No se trataba de un amor convencional, de aquellos que se celebran con promesas y sonrisas ante la gente. Era algo más profundo, algo que nacía de la conexión de nuestras almas, algo que ningún matrimonio arreglado o celda de prisión podría borrar.
Las paredes frías y húmedas de la celda palpitaban con el sonido de mi respiración, y, sin embargo, mis pensamientos se mantenían firmes, aferrándose a los momentos que había compartido con Leif. En mi mente, lo veía como si estuviera a mi lado, como si nunca nos hubieran separado. Era un recuerdo hermoso, pero también cruel, porque sabía que era solo eso: un recuerdo.
Leif se había casado con Astrid, la princesa Alfa. Lo había sabido tan pronto como escuché los rumores, esas voces que se escurren por las rendijas de las puertas de la prisión. Había sido inevitable, lo sabía. Había escuchado las explicaciones de los nobles, los susurros sobre las alianzas que se formaban, y cómo el matrimonio entre Leif y Astrid era el siguiente paso en ese juego de poder.
Pero, a pesar de todo eso, el amor que habíamos compartido seguía vivo en mi pecho. Nadie, ni siquiera las paredes de este calabozo, podría apagar ese fuego que había nacido entre nosotros.
Recuerdo el primer momento en que vi a Leif, tan joven y tan lleno de vida. Luego lo encontré un día caminar entre los pasillos del castillo, como si fuera solo una sombra en el fondo de un sueño, pero cuando sus ojos se cruzaron con los míos, supe que mi vida jamás volvería a ser la misma.
La atracción fue inmediata en ese entonces, y no solo porque él fuera un Omega y yo un Alfa, sino porque había algo en él, algo más allá de su posición, que me llamaba con una fuerza que no podía ignorar. Y cuando nos acercamos, cuando nuestros cuerpos se tocaron por primera vez, algo dentro de mí se encendió con una intensidad que no había experimentado jamás. No solo era la química entre nuestros cuerpos; era la conexión, esa que solo se puede sentir cuando el destino te alcanza, cuando las estrellas se alinean, nuestros lobos auyan, todo en tu contra y te muestran un camino que jamás pediste recorrer, pero que de alguna forma, sabías que debías seguir.
Sin embargo, cuando nos atraparon y me mandaron aquí, sentí que me faltaba la mitad de mi alma, escuché que finalmente se casó con Astrid, algo dentro de mí se rompió, aunque no era una sorpresa. Sabía que debía suceder. Las reglas eran claras, las expectativas estaban marcadas, y el deber siempre pesaría más que nuestros sentimientos. Aun así, mi amor por él no menguó. No podía, no lo haría.
Leif estaba hecho para algo más grande que lo que la sociedad podía ofrecerle. Y sabía que Astrid, aunque la princesa, nunca podría ser lo que él necesitaba. Yo había sido esa persona para él, aunque en silencio, aunque en las sombras.
En la prisión, escuchaba los murmullos de los guardias y los sirvientes, sus voces flotando en el aire. Había algo en sus tonos que me indicaba que había cambiado algo en Leif, que la boda había sido solo una fachada, un juego de poder, un intento de encerrar lo inevitable. Los rumores decían que, después de la boda, Leif había caído en una enfermedad inexplicable, que su salud se había deteriorado. Nadie sabía qué era, pero yo sabía. Era el dolor de su corazón, el peso de lo que había tenido que sacrificar.
Había impregnado a Leif, algo que no pude evitar, algo que el destino había dictado para nosotros. Cuando compartimos ese vínculo, su alma y la mía se entrelazaron de una forma que ni el tiempo ni la distancia podían borrar. Había algo en ese acto, algo que nos unió de forma tan profunda, que no importaba lo que pasara después. Nos habíamos marcado el uno al otro de una manera que nunca podría ser olvidada.
Recuerdo la última vez que lo vi, antes de que nos separaran. Su mirada era triste, pero llena de amor. Estaba dispuesto a sacrificarse por el bien de su reino, por el bien de los demás, aunque su corazón no estuviera realmente allí, no en el lugar donde yo estaba. Sabía que su alma estaba dividida, que no podía ser feliz con lo que le habían impuesto, y me dolía que no pudiera estar a su lado para sostenerlo.
Cada día que pasaba en esta celda, la sensación de que todo lo que había sucedido entre nosotros era un sueño, un sueño que se desvanecía lentamente, me desgarraba. Cada noche, mientras el silencio me envolvía, me sumergía en recuerdos. Recordaba el calor de su cuerpo, su aroma, cómo se reía en mi oído, cómo todo parecía detenerse cuando estábamos juntos. Y luego, con un suspiro resignado, me dejaba caer sobre la piedra fría, tratando de liberar mi mente, tratando de olvidar que, a pesar de todo, el amor que compartimos siempre sería una herida abierta.
En aquel momento, en la prisión, con la boda de Leif ya consumada, solo quedaba esperar. Escuchaba los murmullos del palacio, pero no podía hacer nada para cambiar el curso de los acontecimientos. No podía ir hacia él, no podía detener la máquina que lo había atrapado en su destino. Todo lo que podía hacer era esperar, esperar el momento en que nuestras almas volvieran a encontrarse, aunque fuera en el más allá.
Tal vez, en algún rincón del futuro, nuestras vidas se cruzarían de nuevo. Tal vez, si el destino lo permitía, podría encontrar a Leif, y a pesar de todo lo que había sucedido, finalmente tendríamos la oportunidad de ser libres. Pero hasta entonces, todo lo que podía hacer era soñar con él, con los momentos que compartimos, con lo que podría haber sido.
Ese día, solo quedaba esperar.