En un mundo donde la lealtad y el deseo se entrelazan, una joven se encuentra atrapada entre la pasión y el peligro. Tras un encuentro inesperado con un enigmático mafioso, su vida da un giro inesperado hacia lo prohibido. Mientras la atracción entre ellos crece, también lo hace el riesgo de entrar en un juego mortal de poder y traición.
Sumérgete en una historia cargada de erotismo y tensión, donde cada decisión puede costar caro. ¿Podrá su amor desafiar las sombras del crimen, o caerá presa de un destino que la dejará marcada para siempre? Una novela que explora los límites del deseo y la redención, perfecta para quienes buscan emociones intensas y giros inesperados.
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Cap 9: La Danza de las Sombras
La victoria de Ana había sido un alivio temporal, pero el sabor de su triunfo se mezclaba con la incertidumbre. La sala seguía vibrando con la energía del juego, pero las miradas de los jugadores eran ahora más intensas, casi predadoras. Enzo, Alessandro y los hombres de la facción se movían como sombras, cada uno con sus propias intenciones ocultas.
Ana sintió la presión aumentar. Las cartas eran solo una parte de la historia; el verdadero juego era el poder que se debatía entre ellos. Mientras se repartían las cartas de la siguiente mano, se dio cuenta de que cada movimiento tenía consecuencias, y que había cruzado una línea de la que no podía volver.
“¿Te sientes más segura ahora?” preguntó Enzo, rompiendo el silencio, su tono ligero pero cargado de significado.
“Me siento como en casa”, respondió Ana, con una sonrisa desafiante. Aunque sus palabras eran firmes, dentro de ella había un torbellino de emociones. La adrenalina seguía fluyendo, y la tensión era palpable.
Las cartas fueron distribuidas, y Ana se concentró. Su mano era prometedora, y el deseo de jugar se mezclaba con una sensación de riesgo. Pero la atmósfera se tornó aún más cargada cuando Alessandro se acercó a ella, su presencia dominante iluminando la sala.
“Parece que has causado una buena impresión”, dijo, su voz suave, casi seductora. Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en su mirada que la intrigaba y, al mismo tiempo, la aterraba.
“Gracias, pero no estoy aquí para impresionar a nadie”, respondió Ana, manteniendo su compostura. “Solo juego para ganar”.
“Esa es la actitud correcta”, dijo Alessandro, acercándose un poco más. El roce de su cuerpo contra el de Ana hizo que su corazón latiera más rápido. La tensión entre ellos era casi eléctrica. “Pero recuerda, el juego es peligroso. A veces, hay que saber cuándo arriesgarse”.
Ana lo miró a los ojos, sintiendo que sus palabras llevaban un doble sentido. “Y a veces hay que saber cuándo no dejarse intimidar”, replicó, desafiándolo a seguir la conversación.
Mientras las cartas se revelaban, Ana podía sentir la mirada de Enzo sobre ella, un constante recordatorio de que no solo jugaba por diversión. Estaba en juego su libertad, y la posibilidad de perder era tan real como el aire que respiraba.
La mano avanzó y, a medida que las apuestas aumentaban, Ana se dio cuenta de que su deseo de ganar era igualado por un deseo más profundo, más primitivo. La manera en que Alessandro la miraba, la forma en que Enzo la desafiaba, todo contribuía a un ambiente cargado de seducción y peligro.
Al final de la mano, Ana volvió a ganar, y el murmullo en la sala se intensificó. Pero no había tiempo para celebrar. La atención de Alessandro la mantenía en vilo, y sus ojos la seguían mientras se movía.
“Te has convertido en una jugadora formidable, Ana”, dijo Alessandro, acercándose aún más. Ana podía sentir su aliento cálido en su piel, y eso la desconcertaba. “Tal vez deberías considerar las lecciones más allá de la mesa de juego”.
Ana se detuvo. “¿A qué te refieres?” Su voz era un susurro, casi ahogada por la tensión entre ellos.
“Hay más en juego aquí de lo que crees”, dijo Alessandro, inclinándose un poco más cerca. “En este mundo, el poder también se encuentra en la conexión que creas con los demás”.
Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero también una oleada de curiosidad. “¿Estás insinuando que debería aliarme contigo?”
“Estoy sugiriendo que a veces, la seducción puede ser tan poderosa como una buena mano”, respondió él, su mirada fija en la de ella.
El momento era electrizante. La atracción entre ellos era palpable, y Ana se dio cuenta de que su pulso se aceleraba no solo por el juego, sino por la intensidad de su presencia. “No estoy aquí para jugar con seducción”, dijo, pero sus palabras carecían de convicción.
“Tal vez deberías reconsiderar”, respondió Alessandro, su voz suave como un susurro. Ana podía sentir su cuerpo cerca del suyo, y el mundo exterior se desvaneció.
Fue en ese momento que el crupier llamó a la siguiente mano, sacándola de su trance. La realidad regresó, y Ana se sintió dividida. ¿Era este un juego de cartas, o un juego de deseo? La tensión en el aire era abrumadora.
El juego continuó, y Ana luchó por mantener la concentración. Sin embargo, su mente seguía regresando a la mirada de Alessandro y a la cercanía de su cuerpo. La atracción que sentía era peligrosa, y sabía que debía tener cuidado.
“¿Listos para seguir jugando?” preguntó el crupier, rompiendo nuevamente el silencio. Las cartas se repartieron, y Ana se concentró en el juego, intentando olvidar la distracción que representaba Alessandro.
Mientras la ronda avanzaba, el ambiente se tornó más eléctrico. Cada mano que Ana jugaba la acercaba más a la línea de no retorno. Las miradas de los hombres a su alrededor se volvían más intensas, y ella sabía que estaba en el centro de una danza peligrosa.
Cuando se revelaron las cartas, Ana se encontró en una buena posición nuevamente. La sala se llenó de murmullos de asombro y admiración. A medida que sus oponentes se retiraban uno por uno, Ana sintió una mezcla de emoción y ansiedad. El poder estaba en sus manos, pero el riesgo también era real.
Con el final de la ronda, Alessandro se acercó más. “Has jugado bien, pero el juego no termina aquí”, dijo, su voz seductora. “Tal vez deberías considerar lo que significa ganar en este mundo”.
Ana lo miró, sintiendo que el calor aumentaba entre ellos. “No creo en las alianzas superficiales”, replicó, aunque sus palabras sonaban más vacías de lo que esperaba.
“Quizás no, pero a veces, el deseo puede ser un aliado poderoso”, insistió él, acercándose aún más. La tensión era palpable, y Ana podía sentir cómo su piel ardía bajo su mirada.
El juego seguía, pero su mente estaba dividida entre la estrategia y el deseo. Enzo, que observaba la interacción, se reía entre dientes, como si supiera que había más en juego de lo que Ana había anticipado.
“¿Te distraes con facilidad, Ana?” preguntó Enzo, burlón. “Debes concentrarte si quieres mantener tu ventaja”.
Ana lo miró, sintiendo que su desafío la empujaba a actuar. “No necesito tus consejos, Enzo”, respondió con firmeza. “Sé lo que hago”.
Pero la mirada de Alessandro la desarmaba. Ella sabía que estaba jugando con fuego, pero había algo irresistible en su aura. La atracción se transformó en un juego de seducción, y aunque trató de mantener la compostura, la química era innegable.
“¿Qué harías si tuvieras todo el poder en esta sala?” preguntó Alessandro, sus ojos fijos en ella. Ana sintió que el tiempo se detenía.
“Lo usaría sabiamente”, respondió, aunque en su interior había un torbellino de emociones. “Pero no estoy aquí para jugar juegos de poder”.
“¿Estás segura?” dijo él, acercándose aún más, la distancia entre ellos se desvanecía. Ana sintió el roce de su cuerpo contra el suyo, y la corriente de deseo se intensificó.
Fue un momento de vulnerabilidad. La tensión que había crecido entre ellos estalló como un rayo. Ana, sintiendo el calor de su cuerpo, se acercó un poco más, su voz un susurro: “Quizás, a veces, el poder se encuentra en dejarse llevar”.
Alessandro sonrió, la chispa en sus ojos reflejando el mismo deseo que ella sentía. “Entonces, ¿qué estás dispuesta a arriesgar?” preguntó, su voz baja y cargada de significado.
Ana se sentía atrapada entre el deseo y el juego, sabiendo que cada decisión tenía sus consecuencias. Pero la atracción que sentía por él era innegable, y en ese momento, la sala pareció desvanecerse.
“Estoy dispuesta a arriesgarlo todo”, murmuró Ana, sintiendo cómo la adrenalina corría por sus venas. El desafío estaba lanzado, y el deseo se convirtió en un juego en sí mismo.
A medida que las cartas se repartían de nuevo, la tensión entre ellos era electrizante. Ana sabía que el juego había tomado un giro inesperado. La seducción era tan peligrosa como el juego de cartas, y ella estaba lista para perderse en la danza de sombras que la rodeaba.
El próximo movimiento podría cambiarlo todo, y en el fondo, Ana sabía que estaba dispuesta a correr el riesgo. La partida era más que un simple juego; era una batalla de voliciones, un juego de poder y deseo donde cada jugador tenía sus propias cartas ocultas.