El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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Llamas.
Una revelación crucial llega cuando Claudia, durante una sesión de terapia, recuerda un sueño recurrente que había tenido desde su llegada a la mansión: una figura oscura susurrando su nombre, llamándola hacia un pozo en el jardín. Aunque inicialmente lo descartó como un simple producto de la ansiedad, se da cuenta de que tiene más significado cuando Gabriel menciona el mismo pozo en una conversación. Al explorar juntos el lugar, descubren que este pozo es, en realidad, el sitio donde se realizaron los primeros experimentos de León Sepúlveda.
Los documentos encontrados en el laboratorio secreto revelan que Sepúlveda había estado obsesionado con la idea de borrar los traumas emocionales más dolorosos de las personas, pero en su búsqueda de controlar los recuerdos, descubrió que no podía eliminarlos sin causar un daño irreparable. La mente humana, incapaz de olvidar por completo, dejaba fragmentos de esos recuerdos atrapados en una especie de limbo, lo que explicaba las apariciones y sensaciones extrañas en la mansión. Gabriel fue uno de esos sujetos, marcado por un experimento fallido que dejó cicatrices profundas en su psique.
Gabriel, al comprender que su padre no solo fue cómplice sino que también permitió los experimentos en su propia familia, siente una mezcla de ira y dolor desgarrador. Este es el punto donde sus demonios internos, que ha luchado por mantener bajo control, comienzan a manifestarse con más fuerza. Se siente traicionado, vacío y sin una brújula emocional para enfrentarse a lo que ha descubierto. Sin embargo, Claudia, quien ha estado observando su propio proceso de sanación, lo impulsa a que no deje que el pasado lo consuma.
En un flashback poderoso, Gabriel recuerda la última conversación con su padre antes de que este muriera, donde le mencionó vagamente que había cometido errores irreparables. En ese momento, Gabriel no comprendió las implicaciones, pero ahora, con todo el contexto, siente el peso de esa revelación. Este recuerdo lo sume en un ataque de pánico; su respiración se acelera, y el miedo lo inunda. Es en este instante donde la importancia de la ayuda psicológica se vuelve más evidente que nunca. En lugar de retraerse en su sufrimiento, Gabriel busca apoyo en Claudia y en su terapeuta, reconociendo que no puede enfrentar todo solo.
La mansión toma un rol más activo en la narrativa, ya no solo como un lugar físico, sino como una manifestación de los traumas compartidos de Gabriel y Claudia. Las sombras que parecían habitar en los rincones oscuros de la casa ahora se vuelven casi palpables. En una escena particularmente intensa, ambos sienten que las paredes de la mansión comienzan a cerrarse sobre ellos, como si los recuerdos atrapados en su interior intentaran reclamarlos. Pero en lugar de sucumbir al miedo, toman esto como una señal de que deben enfrentarse al núcleo de esos traumas: el pasado que ambos han evitado por tanto tiempo.
Claudia, en un momento de profunda introspección, recuerda un fragmento de su infancia que había enterrado: el día en que, tras la muerte de su hermano, su madre le dijo que debía ser fuerte y seguir adelante, reprimiendo su dolor. Ese recuerdo es la clave que le permite entender por qué ha evitado el duelo durante tanto tiempo. Se da cuenta de que, al igual que Gabriel, ha sido prisionera de una narrativa impuesta por otros, una que la obligaba a ocultar su vulnerabilidad.
Finalmente, el secreto más oscuro de la mansión se revela cuando encuentran el diario personal de León Sepúlveda en una bóveda oculta bajo el pozo. En sus últimas entradas, Sepúlveda confiesa que, en su afán por borrar los recuerdos de los traumas, él mismo se sometió a uno de sus propios experimentos, intentando olvidar los crímenes que había cometido en nombre de la ciencia. Pero al hacerlo, creó un ciclo de horror: los recuerdos no podían ser borrados, solo disociados y atrapados en las paredes de la mansión, lo que explicaba las apariciones y la sensación de estar rodeados por fantasmas del pasado.
Este descubrimiento lleva a Gabriel y Claudia a una conclusión devastadora pero necesaria: para poder liberarse de los ciclos de trauma, deben destruir la mansión. Pero no es solo la casa lo que representa el problema; es la necesidad de confrontar sus recuerdos y aceptarlos, en lugar de intentar borrarlos o reprimirlos.
La destrucción de la mansión es el clímax final, un acto simbólico donde Gabriel y Claudia, junto con su terapeuta, deciden enfrentarse a los fantasmas que los han atormentado durante tanto tiempo. En un momento cargado de emoción, prenden fuego a la mansión, observando cómo las sombras que antes los asfixiaban se disuelven en el humo. Este acto representa su decisión de no dejar que el pasado los controle más.
Al observar las llamas consumir la mansión, Gabriel siente una mezcla de dolor y alivio. Por primera vez en mucho tiempo, se permite llorar abiertamente, no solo por su propio sufrimiento, sino por todas las vidas afectadas por los experimentos de Sepúlveda, incluyéndolo a él. Claudia lo abraza, sintiendo también que un peso se levanta de sus hombros. Aunque saben que la sanación completa llevará tiempo, ambos han dado el paso más importante: aceptar que el dolor es parte de ellos, pero no tiene que definir su futuro.