Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 7 Compromiso
Aristoteles caminó con calma hacia el edificio de Holdings Crawford Tecnológic, su mirada en alto mientras sorteaba a la multitud de periodistas que esperaban en la entrada. El tumulto de cámaras y micrófonos, todos buscando una declaración sobre el intento de secuestro de Alice Crawford, era un recordatorio de la importancia de esta mujer y la intensidad que su vida despertaba en el público. Con determinación, Aristoteles avanzó sin detenerse, y los periodistas, al no reconocerlo, le permitieron pasar sin mucha dificultad.
Al cruzar el lobby, se encontró con un asistente que parecía esperarlo. El hombre lo saludó de manera formal y lo condujo rápidamente hacia los ascensores, sin decir más de lo necesario. El viaje en el ascensor fue silencioso, y Aristoteles se concentró en calmar la mezcla de emociones que le causaba volver a ver a Alice. La oferta inesperada de la reunión rondaba en su mente y le generaba una extraña inquietud. El ascensor se detuvo en uno de los pisos superiores, y el asistente lo guió hasta una gran puerta doble de cristal que se abría hacia la oficina de la señora Crawford.
La oficina de Alice Crawford era un espacio amplio y perfectamente ordenado, adaptado de manera impecable para alguien ciega. Las paredes eran lisas y minimalistas, sin detalles que pudieran distraer el tacto, mientras que el suelo tenía una textura ligeramente distinta en los lugares donde había puntos de referencia o áreas importantes. Las esquinas de los muebles estaban redondeadas, evitando bordes que pudieran representar un riesgo, y las superficies de trabajo eran de altura ajustable, lo que le permitía moverse con libertad. Todo estaba dispuesto con una precisión calculada, de manera que ella pudiera desplazarse sin esfuerzo.
Alice estaba de pie, al lado de su amplio escritorio, con su postura recta y elegante, como si su ceguera no fuera más que un detalle insignificante. Su figura irradiaba una fuerza contenida, una mezcla de autoridad y control absoluto que, una vez más, impresionó a Aristoteles. Al escuchar los pasos de alguien entrando, Alice giró la cabeza en su dirección, y una pequeña sonrisa surgió en sus labios.
—Buenos días, señor Dimitrakos —dijo, su tono firme pero cálido a la vez.
Aristoteles se acercó, manteniendo su voz tranquila pero con un respeto sincero en sus palabras.
—Buenos días, señora Crawford.
Alice asintió ligeramente y se inclinó hacia él, un gesto sutil que denotaba su aprecio.
—Debo agradecerle lo que hizo, señor Dimitrakos. —Su voz era suave, con un tono que sugería algo más que formalidad—. Ayer no tuve la oportunidad de hacerlo de la manera que me hubiera gustado, por… por la presión de todo lo que ocurrió.
Aristoteles bajó la mirada brevemente, sintiendo la intensidad de sus palabras.
—Solo hice lo que debía hacer. Espero que algo así no vuelva a ocurrir —dijo, con una sinceridad que se reflejaba en su voz.
Alice hizo una pausa, como si considerara sus palabras, y luego asintió despacio.
—Yo también lo espero, pero… —Sonrió apenas, mientras avanzaba lentamente hacia él—. En un mundo tan loco como este, uno nunca sabe.
Sus pasos eran firmes, y aunque sus ojos no podían ver, la seguridad con la que se acercaba a él hacía que Aristoteles sintiera una mezcla de respeto y algo más, algo que él mismo no podía identificar del todo. Al estar frente a él, Alice extendió una mano, haciendo un pequeño gesto hacia él, y continuó hablando, su voz adoptando un tono más íntimo.
—Quiero agradecerle de una buena manera —dijo, con un matiz de decisión en cada palabra—. He pensado en ofrecerle un empleo. No como mi chófer, sino como mi guardaespaldas personal.
La sorpresa en el rostro de Aristoteles fue evidente. Abrió la boca, pero tardó un momento en encontrar las palabras.
—¿Yo…? —empezó, aturdido por la oferta—. Le agradezco la propuesta, señora Crawford, pero… —vaciló—. No estoy seguro de poder aceptar. Tengo un compromiso con Blackwell Chauffeurs.
Alice sonrió ligeramente, casi como si hubiera anticipado esa respuesta. Su expresión se suavizó, pero sus palabras siguieron siendo firmes.
—Ya hablé con ellos —replicó sin rodeos—. Blackwell está enterado de que me necesita hoy, y han dado su autorización para que trabaje conmigo a tiempo completo. —Hizo una pausa, y un destello de desafío cruzó su rostro—. Además, le ofrezco un salario tres veces mayor al que le pagan actualmente, con prestaciones completas, estabilidad laboral… todo lo que necesite.
Aristoteles respiró hondo, intentando procesar todo lo que escuchaba.
Nunca había imaginado que una oferta como esta llegaría a él, y aunque la tentación era grande, sus dudas eran mayores. Miró a Alice, pero antes de que pudiera responder, ella continuó, acercándose un poco más.
—Y hay algo más. Como agradecimiento, me gustaría ofrecerle un beneficio adicional —dijo ella, su tono cargado de algo que Aristoteles no lograba descifrar—. Puedo hacer que su hija Elara reciba atención médica en el Centro Médico Mount Sinai, en la unidad de cardiología pediátrica. Sé que ese es un tema importante para usted, y quiero ayudarla.
Aristoteles parpadeó, incrédulo. No sabía cómo Alice se había enterado de la condición de su hija, ni tampoco qué pensar sobre su propuesta. La generosidad del gesto le conmovió, pero también despertó una sensación de vulnerabilidad.
Durante un momento, su voz se quedó atrapada en su garganta, mientras su mente intentaba asimilar la oferta.
—Señora Crawford… no sé qué decir. —Finalmente, logró hablar, aunque su voz temblaba ligeramente.
Alice asintió, percibiendo la tensión en su voz.
—Investigué su situación, y comprendí que Elara, su hija, es una parte esencial de su vida. Quiero asegurarme de que ella reciba la mejor atención posible. —Hizo una pausa, y su tono se volvió más suave—. No lo hago solo como un incentivo, sino como agradecimiento, señor Dimitrakos. Usted me salvó la vida, y esta es mi manera de devolverle el favor.
Aristoteles sintió que sus emociones se mezclaban. La oferta era demasiado generosa, demasiado personal.
La idea de que su hija pudiera recibir el tratamiento adecuado sin preocuparse por los costos o la estabilidad de su empleo era tentadora, pero, a su vez, lo hacía dudar. Finalmente, se obligó a expresar su inquietud.
—Me gustaría aceptar… pero, señora Crawford, la estabilidad de mi hija es lo que más me importa. No me gustaría poner mi vida en riego, es por mi hija. Yo soy lo único que tiene.
Alice lo escuchó en silencio, y luego asintió lentamente, comprendiendo su preocupación. Dio un paso hacia él, acercándose hasta que su presencia lo envolvía por completo, y su voz fue un susurro casi íntimo.
—Si algo le ocurriera a usted, me encargaría de que Elara esté protegida. Es lo mínimo que puedo hacer, Aristoteles. Puede confiar en mí.
Aristoteles la miró, sus ojos reflejando una mezcla de gratitud y algo más, algo que ni él mismo terminaba de comprender. Aquel ofrecimiento de seguridad era más de lo que había esperado de una mujer como Alice, tan distante y, a la vez, tan generosa en ese instante.
Finalmente, después de unos segundos de silencio, Aristoteles asintió.
—Está bien. —Una sonrisa ligera, aunque algo cauta, apareció en sus labios—. Acepto.
Alice esbozó una pequeña sonrisa, satisfecha con su respuesta.
—¿Eso quiere decir que tendremos el placer de contar con su servicio, señor Dimitrakos? —dijo, su tono mezclando formalidad con una ligera ironía que no pasó desapercibida para él.
Aristoteles rio suavemente, sintiendo una extraña cercanía entre ellos en ese momento.
—Eso parece, señora Crawford.
Alice extendió la mano hacia él, buscando su contacto, y cuando él tomó su mano en un apretón firme, ambos sintieron un leve estremecimiento, una conexión inesperada que trascendía cualquier contrato o acuerdo profesional.
El vínculo que había surgido entre ellos era más profundo de lo que cualquier palabra podía expresar.
Por otra parte está Aristóteles....wao, todo en él grita "soy Griego", hasta el nombre
sugiero que coloques imágenes de tus personajes. gracias, ánimo