Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.
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Capítulo 12
-A este lo quemaron en un basural-, se extrañó el teniente Tudela luego de observar detenidamente el escenario del crimen. Todo era muy raro. Los restos del infortunado sujeto estaban casi enterrados, entre montículos de desperdicios y muchos cartones y papeles. También habían numerosos productos químicos esparcidos, haciendo el ambiente irrespirable.
-Ardió toda la noche, no ha quedado más que polvo de él. Ni los huesos pudieron salvarse, nada más hay cenizas-, le detalló fastidiado el capitán Corzo con el rostro adusto, la boca arrugada y la desilusión pintada en sus ojos.
En realidad no había cadáver, siquiera un cuerpo o algo que se le parezca. Todo era nada más que montículos de cenizas. Se amontonaban escondidos entre la basura, igual a cerros de polvo y los oficiales habían tenido que encofrarlos antes que el viento termine de esparcirlos por todos los rincones del país.
-Imagino que ni siquiera hay dientes para la identificación-, se divirtió Corzo, tratando de recuperar el buen humor pese a su enorme desilusión.
-Necesitaremos suerte para saber, al menos, si era algún sujeto o un perro o quizás no se trate de más basura de la que ya hay-, echó a reír Tudela igualmente queriendo abrirse paso en la decepción de no haber podido encontrar algo que les ayude en la investigación.
Corzo ordenó a los forenses recoger las cenizas y que le informaran, en forma detallada, de lo que podrían averiguar, aunque sea el más mínimo detalle, algo que pudiera ayudar a la identificación de ese pobre hombre chamuscado hasta casi desaparecer.
-No se quemó con un carro como otras veces, eso es lo raro ¿habrán cambiado los sicarios de método?-, se extrañó Tudela, meditabundo, ya de retorno en la oficina.
-A lo mejor, este pobre diablo no tenía auto, podría haber sido un indigente, algún vagabundo o quizás un fumón de los muchos que hay en la zona-, especuló Corzo.
Ya muy tarde, a mitad de la noche, el forense les dio, por fin, una respuesta a sus dudas que les martillaba los sesos a los oficiales de policía.
-Era un hombre de unos ochenta años. Es lo mínimo que pudimos averiguar en ese montón de cenizas, al menos es una ayuda-, les dijo en forma escueta el galeno.
Corzo hizo un gesto de fastidio. -No hemos resuelto ni un solo caso de esos bonzos. Y son varios, como si se hubiera desatado una epidemia de muertos hechos parrilla-, dijo chasqueando los dientes una y otra vez.
Tudela tiró su lapicero a su escritorio. -Y nadie reclama por ellos. Muy raro. Pareciera que ninguno de ellos tuviera familia o alguien que le interesara, como si fueran ermitaños, vagabundos o ponzoñosos-, rezongó.
El capitán se puso su saco. -Bueno pues, qué le vamos a hacer, pon en su file lo mismo, como a los otros tipos-, dijo y se fue a su domicilio, sin prisa pero con mucho sueño luego de la intensa faena en los basurales.
Tudela cerró el file y dibujó, grandote, con sus lapicero, NN.
*****
Paola no dudó en entregarse a Donato Melgarejo. Le parecía encantador, sublime, delicado y romántico, además de atractivo y muy hermoso. Un caballero dulce y misterioso, elegante y cautivante, arrollador incluso, como un general romano o un hoplita griego. Le fascinaba su mirada sombría, sus cejas pobladas y el ancho de sus pechos, igual a una pared. Lo besó con pasión y saboreó sus labios viriles, con deleite y placer, extasiándola. A ella le estremeció sentirlo tan poderoso, fuerte, dominador y subyugante. Sintió encender sus fuegos como una gran antorcha que empezó a treparle por la espalda con gozo y haciéndola hervir en deseos de ser poseída y convertirse en suya.
Ella estaba en realidad, frenética y sensual, se sentía la mujer más sexy del mundo en los brazos de aquel fornido sujeto, sobre todo porque era muy viril, muy conquistador, dueño de sí y con un carácter férreo y hasta invulnerable, tal y cual le encantaban los hombres. Y disfrutaba de sus manos callosas y ásperas recorriendo sus curvas apetecibles que se evidenciaban en ese vestido muy estrecho que apenas sujetaba sus carnes voluptuosas, desbordantes y jugosas.
Paola estallaba de placer entre las caricias de su amante. Se sentía ardiente y eufórica, disfrutando de los dedos de Tobías yendo y viniendo por su piel, igual a un errante en busca de un oasis. Así lo sentía y le gustaba demasiado, quería que él siguiera explorando todo su cuerpo, sus desiertos, sus valles sus magníficos escarpados, sus colinas empinadas, sus redondeces sensuales y , que llegase, de inmediato, a sus profundidades y la hiciera suya con pasión.
Pero Melgarejo jugueteaba con ella. Sabía que ella ardía como un fuego, y eso le gustaba más a él, le encantaba y además le seducía sus gemidos, su ansiedad y por eso el tipo solo restregaba su cuerpo en el de ella para que disfrutase y sintiese, en su máxima dimensión, sus vellos y su piel tosca, estremeciéndola y convirtiéndola en juguete de sus ansias.
Donato palpaba los pechos de ella con deleite y bebía el dulce vino de sus labios o pasaba la lengua con ímpetu por sus pezones excitados, empinados en el vestido igual a una gran cordillera. Así, vencido, entonces, por la sensualidad de ella, finalmente le arranchó el vestido, el sostén y el calzón, con la furia de un alazán desbocado.
Ella se volvió, también un huracán de placer que él intentó domar con su besos y caricias, pero Paola gritaba embelesada y sacudía sus curvas como poseída por un sismo, hirviendo en su absoluta sensualidad.
Donato mordía el cuello, el busto de ella y sobaba los muslos de la mujer hambriento de ese fuego excelso, deseoso de domarla, de conquistarla hasta el último de sus rincones sexys y cautivantes.
Paola era un caldero cuando Melgarejo invadió sus entrañas como un tórrido río caudaloso y sin dirección y eso la hizo estallar en frenesí. Ella explotó extasiada, maravillada y clavó las uñas en la espalda de él, aullando como una loba hambrienta.
Dominada por la virilidad de Donato, ella fue un juguete en la desenfrenada pasión de él que aprovechó para disfrutar de todos sus maravillosos secretos, llegando a los más recónditos límites de sus profundidades, disfrutando de su maravillosa feminidad.
Más tarde, Paola, aún tambaleante, ebria de pasión, borracha de placer, soplando fuego por sus narices, rebuscó en su mochila una inyección, perforó un frasco sellado y luego le clavó la aguja en el cuello de Melgarejo que dormía apaciblemente, extenuado, rendido, exánime ante tanta emoción que disfrutó en los brazos de la mujer. No sintió nada. Solo un escozor que lo hizo dormir aún más profundamente... para siempre.
Luego de exhalar sus últimas balotas de sensualidad, Paola sacó de la mochila un sostén y una tanga, también un diminuto short y una camiseta que estaba bien doblada. Después abrió la puerta a tres sujetos que entraron en forma solemne y empezaron a limpiar huellas y recoger sábanas y las fundas de las almohadas. Además borraron huellas con acetona y vinagre y metieron el cuerpo del infortunado sujeto en una enorme bolsa negra la que forraron con cintas adhesivas haciéndolo una momia.
Paola se puso guantes y envolvió igualmente sus zapatos con bolsas y salió del cuarto, caminando de prisa, sin mirar el cuerpo de Donato, amontonado como un vulgar fardo, en un rincón, rodeado de telas de araña.
*****
A Corzo le pareció extraño que nadie supiera de ese incendio que dejó la casa de palos y cartón reducido a cenizas.
-¿No vieron el humo? ¿No hubo fuego? ¿Nadie se asfixió?-, fue preguntando una y otra vez a los otros oficiales que habían llegado al escenario del crimen, pero era cierto, nadie vio ni supo nada.
Los bomberos dijeron que la casa había sido rociada de gasolina, petróleo y que vaciaron anfo para que estallara en mil pedazos. Por eso ardió como una tea hasta quedar reducida a la nada.
-No hallamos más que cenizas-, renegó Corzo, cuando justo sonó su celular.
-Encontraron un auto achicharrado, capitán-, dijo la oficial Galarreta.
Corzo se dirigió junto a Tudela a observar los restos de aquel carro pero tampoco había gran cosa. Era pura chatarra hecha polvo y fierros chamuscados.
-Ardió toda la noche, no quedó nada, solo lata quemada-, detalló Galarreta.
A Corzo le llamó la atención las cenizas. -¿El piloto?-, preguntó.
- Posiblemente\, pero no queda nada de él\, solamente polvo. Tardaremos mucho en descifrar quién es-\, dijo la oficial.
-Pobre diablo-, fue lo único que se le ocurrió decir a Corzo.
*****
Fueron buenos tiempos para la organización criminal. Melgarejo tenía mucho dinero, joyas y el contrato de matrimonio que firmó permitía a Paola vender las tierras que tenía el sujeto en provincias. Lo hicieron de inmediato. Una vez vendidos, Telma Ruiz se encargó de desaparecer todo vestigio del tal Donato de los registros de identificación.
Telma y sus secuaces entonces se daban la gran vida, viviendo en hoteles carísimos, despilfarrando el dinero, disfrutando de muchos placeres.
-Hemos encontrado el paraíso-, dijo Telma brindando con champán con sus esbirros.
Y ebria por el éxito, se entregó a los tres, encendida como una antorcha, en una orgía de mucho placer, fuego y pasión.