A veces, la vida nos juega una mala pasada. Nos hace probar el dulce néctar del amor, para luego arrebatárnoslo como si fuera una burla. Ésta historia le pertenece a ellos, aquéllas dos almas condenadas a amarse eternamente, Ace e Isabella.
—¿Seguirás amándome en la mañana?.
—Toda la vida, mi amor...
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Capítulo 10
...Ace....
No sé que diablos está pasándome.
Siempre me he considerado un hombre racional.
No suelo dejarme llevar por supersticiones, mucho menos por el instinto.
Siempre he tenido mis metas claras.
La primera, era ir a la universidad, lo cuál ya logré.
La segunda, es graduarme. Cosa que cumpliré.
La tercera, es tener un trabajo y casa propia.
La cuarta es casarme y formar una familia.
Tenía todo eso claro, y también tenía a la persona que quería que me acompañara en cada paso que daba.
Esa persona era Angélica, mí novia.
Quería cumplir mis sueños con ella a mí lado, para así poder proponerle matrimonio en el momento adecuado, y vivir la vida que siempre he soñado.
Eso era algo de lo que estaba seguro, al menos, hasta que ella apareció.
Isabella Davinia.
Désde el primer día que la ví, no he podido dejar de pensar en ella.
Y, désde entonces, he comenzado a cuestionar todos mis deseos previos.
Estaba seguro de que quería todo lo anterior, y lo quería con Angélica.
Pero, eso cambió luego de conocer a Isabella.
Dejé de anhelar un futuro con Angélica, y comencé a soñar con Isabella.
Soñé con ella, con su cabello castaño oscuro, y en sus preciosos ojos violetas.
Soñé con su amabilidad y su hermosa sonrisa.
Creía estar enamorado de Angélica, ahora dudo de ese sentimiento.
Porque si yo estuviera enamorado de mí novia, no estaría deseando a otra mujer.
Mí deseo por Isabella va más allá de las palabras.
Ella es lo primero que pienso al despertar, y lo último que pienso al acabar el día.
Cuando Angélica me besa, me veo en la obligación de cerrar los ojos para así poder imaginar que es Isabella quien me está besando.
Cada vez que tengo intimidad con Angélica, debo tener la mayor fuerza de voluntad para no gemir el nombre de Isabella.
Las veces que Angélica me toca, abraza o sonríe, mí mente se dirige a Isabella, anhelando desesperadamente que sea ella, y no Angélica.
Isabella es la mujer con la que sueño.
La mujer que hace cuestionarme mí realidad.
La mujer que hace que cada vez que voy a dormir, sueñe una vida con ella a mí lado.
Está mal, lo sé.
Soy un patán, un gran imbécil, pero ésto es lo que siento.
Soy un cobarde por desear a otra mujer cuando tengo novia.
Soy un cabrón por haberme dejado hechizar por ella.
Soy un idiota enamorado de Isabella Davinia.
Aún no la conozco lo suficiente.
Mí cerebro me ruega que sea racional, pero mí corazón me dice que es ella.
Mí alma me dice que no la deje ir.
Y, mí instinto me dice que la persiga hasta el fin de los tiempos.
Isabella Davinia es mí perdición, mí deseo y mí tortura.
Supe eso el día que fui a su casa.
Y, luego de haberme ido, lo entendí.
Entendí que no es justo para Angélica que yo me sienta atraído hacia otra mujer.
Es por eso que he tomado la decisión de pedirle un tiempo para aclarar mí mente.
Estará devastada, lo sé.
Probablemente ella me odie, y lo merezco.
Quiero mucho a Angélica, pero ella no es Isabella.
No quiero que ella piense que soy algún tipo de infiel, porque eso es algo que no soy y que nunca seré.
Prefiero ser honesto con ella y decirle lo que está ocurriendo dentro de mí cabeza y mí corazón.
Ahora mismo estoy en camino a la casa de Angélica, necesito acabar con ésto lo antes posible.
Al llegar, bajé de mí auto y caminé hacia la entrada principal.
Toqué la puerta y esperé.
No pasó mucho tiempo cuándo la puerta se abrió, dejando ver a la linda rubia que alguna vez amé.
Ella sonrió, me abrazó y luego besó mis labios.
Una vez más, sólo pude pensar en una persona, Isabella.
—No sabía que vendrías, mí amor. –Dijo con voz dulce como la miel–.
Es la misma mujer que en el pasado hacia latir mí corazón. Y es la misma voz que lograba derretirme con una sola palabra.
Pero, ahora, no me causaba ningún efecto.
Sonreí levemente, poniendo mis manos sobre sus hombros, apartándola suavemente.
—Tenemos que hablar, es importante. –Anuncié con calma–.
Angélica estaba desconcertada, pero accedió.
Ambos comenzamos a caminar por su vecindario, era de noche y la brisa era cálida.
Mí corazón latía rápido y la tensión era palpable.
—¿Quieres ir a comer algo, cariño? –Preguntó Angélica, caminando a mí lado aferrándose a mí brazo–.
Suspiré y me armé de valor.
—Angélica... –Intenté hablar pero ella me interrumpió–.
—O, quizás podríamos ir por un helado. –Ella comentó–.
Podía sentir como su mano apretaba mí brazo, y también noté cómo su respiración se volvió temblorosa.
—No, Angélica, tengo algo que decirte y...-
—¿Qué piensas de ir al parque? Siempre nos gustó ir al parque. ¡O vamos a la playa! Antes amábamos ir a la playa juntos y no hemos ido en mucho tiempo. –Su voz se corta–. Q-Quizás podemos ir a cenar... P-Prepararé tu comida favorita... –Fue lo último que dijo y un sollozo involuntario se escapó de sus labios–.
Me detuve y la observé, mí corazón se hundió al ver qué ella estaba llorando.
Ella ya sabía lo que yo iba a decirle, e intentaba con todas sus fuerzas cambiar de tema para que no lo dijera.
—Angélica... –Hablé suavemente, secando sus lágrimas con cuidado–.
—¿Quién es ella, Ace? –Preguntó mientras sus lágrimas caían–. ¿Quién es la mujer que te ha hecho cambiar? –Sollozó–. Debe haber otra mujer, porque cambiaste tu actitud de la noche a la mañana, entonces, te suplico... ¿Quién es ella? –Repitió con la voz entrecortada–.
Respiré profundo, intentando controlar mis emociones y mantener la calma.
—Es... Es Isabella. –Respondí, evitando su mirada–.
—¡¿La chica de la biblioteca?! –Exclamó furiosa–. ¡¿Es tu amante?! ¡¿Por eso lloró cuándo me vió contigo?! ¡Dime! ¡¿Me fuiste infiel?! –Soltó dolida–.
—No, Angélica, no es así –La sujeté del rostro para que me mirara a la cara–. No te he sido infiel, nunca lo he sido. Pero désde que Isabella apareció yo... –Suspiré–. Me he estado cuestionando todo.
Ella me observó con dolor en los ojos mientras sus lágrimas caían sin parar.
—Lo siento... Lo siento mucho, Angélica. Juro que creí que era sólo una atracción física sin importancia, pero no puedo dejar de pensar en ella. Mañana, tarde, noche, todos los días pienso en ella. Todo momento, en todo lugar, sólo quiero estar con ella. –Confesé–. Por favor, perdóname... –Acaricié su mejilla–. Te tengo un amor inmenso, Angélica, pero creo que ya no es el amor de cuando comenzamos a salir. Siento que ambos nos hemos acostumbrado a la presencia del otro, olvidando lo que es el amor verdadero. –Le expliqué–.
Ella se burló.
Estaba molesta y no la culpo.
—¿Entonces, que? ¡¿Vas a decirme que amas a una chica que conociste hace apenas unos meses, y no amas a tu novia de hace años?! –Espetó molesta–.
—No dije eso. Lo que digo, es que te quiero, pero no te amo. Si te amara no tendría sentimientos por Isabella. Y no, no amo a Isabella, pero quiero conocerla. Es por eso que quería verte, sé que estás molesta pero quería ser honesto por respeto a ti, y al amor que alguna vez compartimos. Angélica, quiero terminar contigo. –Hablé con voz suave pero firme–.
Angélica me abofeteó.
—¡CUÁNDO TE DES CUENTA DE QUE ACABAS DE ABANDONAR A UNA MUJER QUE TE AMA, POR UNA IDIOTA A LA QUE NI SI QUIERA CONOCES, NO VENGAS A BUSCARME, PORQUE YA NO ESTARÉ! –Ella gritó y se fue–.
No la culpo, si fuera al reves, yo también estaría devastado.
Me siento un imbécil.
Acabo de romper el corazón de mí novia de toda la vida.
Y lo hice para poder estar cerca de una chica que apenas conozco.
Me duele, porque Angélica y yo compartimos muchísimas cosas. Momentos buenos y malos. Penas y alegrías.
Pero, a pesar de todo, siento que hice lo correcto.
Gracias por todo, Angélica, espero que algún día puedas perdónarme.