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La Sombra Del Olvido

La Sombra Del Olvido

Status: En proceso
Genre:Casos sin resolver
Popularitas:1.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Camila Vegas

En un remoto pueblo donde la niebla nunca se disipa, se encuentran vestigios de un antiguo secreto que atormenta a sus habitantes. Cuando Clara, una joven periodista, llega en busca de respuestas sobre la misteriosa desaparición de su hermana, descubre que cada residente guarda un oscuro pasado.

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Capítulo 11: El Ojo en la Niebla

El aire de San Everardo se había vuelto pesado, como si la sombra hubiera dejado una marca indeleble en la atmósfera del pueblo. Clara sentía su presencia a cada momento, como un susurro al borde de su conciencia, un peso invisible que la acechaba. Las miradas de los aldeanos se volvían más desconfiadas, y los rumores de extrañas apariciones en el bosque comenzaron a crecer. La gente aseguraba ver siluetas que se deslizaban entre los árboles al caer la noche, o escuchaban su nombre murmurado por voces que no eran humanas.

Clara sabía que debía actuar rápido. Las cartas de la anciana habían mencionado un ritual, un antiguo método para sellar a la sombra y encadenarla de nuevo al lugar de donde había escapado. Pero para llevarlo a cabo, necesitaba un lugar específico: el antiguo altar de piedra, una reliquia de tiempos en que los primeros habitantes de San Everardo realizaban sus ceremonias para mantener la oscuridad a raya. Sin embargo, nadie en el pueblo recordaba su ubicación exacta, y su existencia había quedado relegada a las leyendas.

Esa mañana, Clara fue a visitar al único que podría saber algo más sobre aquel altar olvidado: don Ismael, el anciano más longevo del pueblo, conocido por su memoria prodigiosa y su conexión con las historias de San Everardo. La casa de don Ismael estaba al borde del bosque, cubierta de enredaderas, y desde la ventana se veía el claro donde Clara había confrontado a la sombra. Tocó la puerta de madera con nerviosismo, y al cabo de unos momentos, el anciano abrió, con su rostro arrugado y su expresión alerta.

—Clara, sé por qué has venido —dijo don Ismael, sin que ella tuviera que explicar nada. Sus ojos se perdieron en la línea de los árboles—. Siempre supe que algo vendría a despertar lo que dormía en el bosque. En los últimos días, he sentido que la niebla ha traído de vuelta los murmullos que escuchaba de niño.

—Necesito encontrar el altar de piedra, don Ismael. Es la única forma de sellar a la sombra de nuevo, de encerrar lo que yo misma dejé escapar —dijo Clara, sintiendo un apremio en su voz que nunca antes había experimentado.

El anciano la miró con una mezcla de compasión y gravedad. Con un lento movimiento, le hizo una seña para que lo siguiera hacia su estudio, un cuarto oscuro lleno de libros antiguos y mapas. De un estante polvoriento, sacó un pergamino que parecía haber sido dibujado hace siglos. Desenrolló el mapa frente a Clara, revelando un bosque trazado con tinta desvaída y símbolos arcanos que indicaban antiguas rutas ahora olvidadas.

—Este mapa fue creado por los primeros colonos, aquellos que construyeron el altar para contener la oscuridad —explicó, señalando una marca en forma de círculo rodeada por un espiral—. Está en el corazón del bosque, en un lugar donde la luz del sol apenas toca. Pero cuidado, Clara... desde que el amuleto fue roto, el altar también ha cambiado. Ahora es un lugar donde la oscuridad se concentra, un portal entre nuestro mundo y el otro.

Clara asintió, memorizando cada detalle del mapa. Agradeció al anciano y, antes de salir, él le tomó la mano con fuerza, su mirada penetrante clavándose en la de ella.

—Recuerda, niña... la sombra intentará manipularte. No confíes en lo que escuches o veas en ese lugar. Mantén tus pensamientos claros y tu corazón firme. Y si sientes que la oscuridad te envuelve... no dejes que el miedo te guíe.

Esa misma noche, Clara se adentró en el bosque, con el mapa antiguo en una mano y los fragmentos del amuleto guardados en su chaqueta. La luna estaba oculta detrás de gruesas nubes, y la niebla se arremolinaba entre los árboles como un río de humo frío. Caminó durante horas, siguiendo los caminos señalados en el mapa, que la condujeron a lugares donde el aire era tan denso que apenas podía respirar.

Finalmente, llegó al lugar señalado: un claro pequeño, rodeado por árboles nudosos que parecían inclinarse hacia ella, como guardianes de un secreto oscuro. En el centro del claro, encontró el altar de piedra, cubierto de musgo y enredaderas. Su superficie estaba marcada con runas talladas que brillaban débilmente con un resplandor espectral, como si la propia piedra respirara con la energía de la oscuridad.

Clara sintió un escalofrío recorriéndole la piel mientras se acercaba al altar, pero recordó las palabras de don Ismael y trató de mantener la calma. Sacó los fragmentos del amuleto y los colocó en el centro de la piedra, siguiendo las indicaciones del diario y las cartas de la anciana. Cerró los ojos, comenzó a recitar las palabras del ritual, y dejó que la energía del lugar fluyera a través de ella.

El viento se levantó de pronto, azotando los árboles a su alrededor. La niebla se concentró en el claro, volviéndose más espesa, hasta formar una figura que emergió lentamente frente al altar. Clara abrió los ojos y se encontró de nuevo con la sombra que había visto antes, pero esta vez su forma era más definida, casi humana, aunque su rostro permanecía velado por la oscuridad. La figura la observaba con una sonrisa torcida en su no-rostro, y la tensión en el aire era tan fuerte que Clara sintió que apenas podía moverse.

—Clara... ¿por qué te resistes? —dijo la sombra, su voz ahora más clara, más seductora, mezclando la de Sofía con un tono que parecía salir de los rincones más oscuros del bosque—. Esto es lo que siempre has deseado... traerla de vuelta. Todo lo que tienes que hacer es aceptar mi oferta, y ella estará a tu lado de nuevo, como si nada hubiera ocurrido.

El corazón de Clara se tambaleó ante la promesa, y por un instante, una punzada de esperanza casi la hizo ceder. Sofía, de vuelta a su lado, como si el accidente y la pesadilla de la sombra jamás hubieran sucedido. Pero entonces, un recuerdo atravesó su mente: el rostro de Sofía, pálido y atormentado, sus últimas palabras antes de que su vida se apagara. Aquello que la sombra prometía no era su hermana, sino un eco distorsionado, una mentira tejida para manipularla.

—No... —murmuró Clara, sintiendo la fuerza regresar a su voz—. No te creo. Esto no es lo que Sofía querría.

La figura de la sombra se crispó, y la niebla se arremolinó con furia a su alrededor, como una tempestad contenida.

—Entonces serás tú quien pague el precio, Clara. Serás tú quien conozca la verdadera oscuridad.

La sombra se abalanzó sobre ella, y Clara sintió un dolor profundo en su mente, como si la oscuridad se filtrara dentro de sus pensamientos, buscando corromper su voluntad. Por un momento, todo se volvió confuso, mezclando los recuerdos de su infancia con visiones de un futuro sombrío. Vio a los habitantes del pueblo de San Everardo, sus rostros distorsionados por el sufrimiento, atrapados en una eternidad de oscuridad. Vio a Sofía, extendiendo la mano hacia ella, con lágrimas negras corriendo por sus mejillas.

Pero Clara recordó el círculo de cartas y el sacrificio de la anciana. Recordó el vínculo entre los vivos y los muertos que habían tratado de proteger a San Everardo. Y, con una fuerza que no sabía que poseía, logró romper la conexión que la sombra intentaba establecer en su mente.

Con un grito que resonó en el bosque, Clara lanzó los fragmentos del amuleto al altar y los rompió de nuevo, canalizando toda su voluntad en un solo deseo: devolver a la sombra a su prisión. La luz pálida de las runas se intensificó, y el altar comenzó a vibrar, creando un campo de energía que empujó a la sombra hacia atrás. La figura se retorció, aullando de rabia, y sus gritos se mezclaron con el sonido del viento que barría el claro.

Clara vio cómo la sombra se desintegraba poco a poco, sus formas desdibujadas absorbidas por las runas del altar. Finalmente, la figura se desvaneció, dejando tras de sí solo un silencio profundo y el susurro del viento entre las hojas.

Cayó de rodillas, agotada, sintiendo que su cuerpo temblaba con el esfuerzo. Pero había una calma en el aire, una sensación de que algo había cambiado. San Everardo estaba a salvo, al menos por ahora. Sin embargo, Clara sabía que la sombra aún persistía, latente, en alguna parte. Y que su batalla, aunque ganada, era solo un paso más en una lucha mucho más larga y peligrosa.

El bosque la observaba, silencioso, mientras el primer rayo de luz del amanecer atravesaba la niebla.

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Francia Silva de Luna
Excelente
Aurora Liand
Excelente historia ❤️
karen B: Gracias 🙂
total 1 replies
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