Los Moretti habían jurado dejar atrás la mafia. Pero una sola heredera bastó para que todo volviera a teñirse de sangre. Rechazada por su familia por ser hija del difunto Arthur Kesington, un psicopata que casi asesina a su madre. Anne Moretti aprendió desde pequeña a sobrevivir con veneno en la lengua y acero en el corazón. A los veinticinco años decide lo impensable: reactivar las rutas de narcotráfico que su abuelo y el resto de la familia enterraron. Con frialdad y estrategia, se convierte en la jefa de la mafia más joven y temida de Europa. Bella y letal, todos la conocen con un mismo nombre: La Serpiente. Al otro lado está Antonella Russo. Rescatada de un infierno en su adolescencia, una heredera marcada por un pasado trágico que oculta bajo una vida de lujos. Sus caminos se cruzan cuando las ambiciones de Anne amenazan con arrastrar al imperio que protege a Antonella. Entre las dos mujeres surge un juego peligroso de poder, desconfianza y obsesión. Entre ellas, Nathaniel Moretti deberá elegir entre la lealtad a su hermana y la atracción hacia una mujer cuya luz podría salvarlo… o condenarlo para siempre.
NovelToon tiene autorización de Yazz García para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Se repite la historia
...DOMINIK MORETTI ...
El sonido del teléfono todavía me retumbaba en la cabeza cuando entré a la oficina del director.
Lo había escuchado tantas veces en los últimos meses que ya no necesitaba explicación: Theo había vuelto a meterse en problemas.
El director hablaba con ese tono cargado de falsa paciencia, como si mi hijo fuera un caso perdido que preferiría no tener en su institución de élite.
—Señor Moretti, es la tercera vez en este trimestre. Su hijo golpeó a otro estudiante. No podemos seguir tolerando esta conducta. La matrícula de Theo queda oficialmente condicional. Una falta más y será expulsado definitivamente.
Asentí en silencio, sin darle el gusto de discutir. Lo que quería era llevármelo de allí antes de que alguien más pronunciara el nombre de Rebecca, mi difunta esposa, como si fuera una excusa para justificar todo lo que nos estaba pasando.
Theo estaba sentado afuera, encorvado en la banca, con los nudillos rojos y los ojos enrojecidos. No era rabia lo que vi en él, era dolor en carne viva. Dolor disfrazado de violencia.
—Vamos —le dije, sin levantar la voz.
Él no respondió. Caminó detrás de mí como un perro herido, en silencio hasta llegar al auto. Encendí el motor, pero no arranqué. El aire dentro del coche se volvió espeso e incómodo.
—¿Quieres explicarme qué pasó? —pregunté finalmente.
Theo se encogió de hombros, mirando por la ventana.
—Ese imbécil habló de mamá. Dijo que al menos ahora el instituto tenía una zorra menos en los eventos de beneficencia.
Sentí un nudo en el estómago. Cerré los puños contra el volante.
—Y pensaste que romperle la cara era la solución.
—No pensé. —Su voz salió quebrada, apenas un susurro—. Solo… no aguanté que insultara a mamá. Y también… —Theo tragó saliva, los puños apretados— dijo que mamá te fue infiel. Siguen con ese rumor absurdo de que ella se acostaba con el director.
El mundo de Dominik se redujo a un zumbido en los oídos. Recordar a Rebecca, a su sonrisa, a su forma de mirar con dulzura incluso cuando todo se desmoronaba, y escuchar esas palabras en boca de su propio hijo lo partió en dos.
Theo lo miraba con el pecho subiendo y bajando con violencia, como si todavía llevara la pelea clavada en la piel.
—Por eso le partí la cara —escupió al final, casi con orgullo herido—. Y lo volvería a hacer.
Dominik cerró los ojos un segundo, conteniendo la rabia y el dolor.
En Theo, el duelo había explotado en ira. En mí, se había congelado en un vacío imposible de llenar.
Apreté el volante con fuerza conteniéndome.
—Theo, no puedes seguir así. No puedes seguir hundiéndote.
Él giró la cabeza hacia mí con los ojos húmedos y esa rabia que no me dirigía a mí, sino al mundo entero.
—¿Y tú qué haces, papá? ¿Te encierras en el despacho a beber y finges que todo está bien? ¿O sigues jugando a ser el Moretti correcto mientras todos sabemos que mamá murió por culpa de esta familia y sus negocios de mierda?
La palabra me atravesó como un cuchillo. Negocios. Mafia. Esa herencia que nos había marcado desde generaciones atrás.
Respiré hondo.
—Precisamente por eso no quiero que te acerques a ese mundo. Nos quitó a tu madre. No pienso dejar que te pase algo a ti también.
Theo bajó la mirada, mordiéndose el labio. Y por un instante vi al niño que había sido, no al adolescente furioso que tenía al lado.
Lo que me dolía cada noche, era que su madre había muerto en un fuego cruzado que ni siquiera nos pertenecía. Que ese clan, esos hombres buscaba a Anne, como siempre, y que Rebecca había pagado el precio de una guerra que no era suya.
Yo llevaba el luto en silencio, rechazando todo lo que oliera a mafia. Theo lo llevaba en los puños, en la ira, y en las drogas.
Ese era mi mayor miedo: que en el intento de sobrevivir al dolor, mi hijo terminara siendo devorado por las drogas y el mismo mundo que nos lo arrebató todo.
Apreté el puente de mi nariz con los dedos, intentando ordenar los pensamientos. El tema no era nuevo. Theo y yo lo habíamos discutido mil veces, y siempre terminábamos en el mismo punto muerto.
—Ya basta de esto, Theo —dije con un tono más grave del que pretendía—. Esto dejó de ser una rabieta de adolescente hace tiempo. Es un problema serio.
Él se tensó, girando la cara hacia la ventana, sin querer mirarme. Yo continué, porque callarme me estaba matando.
—No es solo lo del instituto. Son las noches que no duermes, las veces que llegas volado, los temblores en tus manos. Yo no soy ciego.
La rabia se me acumulaba en el pecho, pero debajo de ella lo único que quedaba era miedo. Un miedo paralizante.
—Ya buscamos ayuda —seguí, con la voz quebrándoseme un poco—. Hablé con médicos, con especialistas… y mi padre me dijo algo que me taladró la cabeza. Que si tú no tienes la voluntad de dejarlo, nadie podrá ayudarte.
Las palabras salieron con dificultad, como si me desgarraran por dentro.
—¿Sabes lo que es escuchar eso siendo tu padre? Que tu vida depende de una decisión que aún no estás listo para tomar.
Por fin lo miré. Theo mantenía la mandíbula apretada, y en sus ojos había más dolor que rabia.
—¿Quieres que te diga lo que siento, hijo? —pregunté, bajando un poco la voz—. Que el miedo me carcome. Porque yo… yo vi lo que pasa cuando todo se sale de control.
Mis manos temblaban en el volante. La imagen se me clavó en la mente como un flash que nunca se apaga.
—Te vi convulsionar aquella noche por la sobredosis. Te vi palidecer, con los labios morados, mientras gritaba tu nombre y no respondías. ¿Cómo carajos se supone que viva tranquilo después de eso?
El silencio nos envolvió, espeso como humo. Theo cerró los ojos, respirando hondo, y aunque intentaba aparentar dureza, noté el temblor en sus dedos.
Yo era su padre, y sin embargo, me sentía impotente. Como si cada día lo viera más lejos, deslizándose hacia un abismo del que no sabía si tendría fuerzas para volver.
Theo no había dicho nada más después de mi desahogo, y yo tampoco insistí; el silencio era una tregua frágil, pero tregua al final.
Giré hacia la entrada de la mansión Moretti, y justo al doblar, las luces de un Maserati oscuro nos encandilaron por un segundo. Reconocí esa forma de conducir, rápida y altiva, como si el mundo entero tuviera que apartarse de su camino.
Anne.
El auto pasó a nuestro lado sin detenerse, y yo alcancé a verla tras el parabrisas: el gesto frío, impecable, como si nunca hubiera tenido que mancharse las manos para llegar hasta donde estaba.
—Perfecto… —murmuré entre dientes, apretando el volante. Theo la siguió con la mirada, pero no dijo nada.
Apenas crucé la reja principal, otro rugido nos recibió: el motor de una Ducati roja, estacionada junto a la fuente. Dante estaba allí, quitándose el casco con una sonrisa traviesa que nunca había perdido desde que éramos niños.
—¡Por fin, hermano! —exclamó, levantando la mano para saludarme mientras se acercaba—. Te estaba buscando, tenemos que hablar.
Mi mandíbula se tensó. Dante nunca aparecía sin traer problemas para solucionar bajo el brazo.
—¿Ahora qué pasó? —pregunté bajando del coche.
Él abrió la boca para responder, pero en ese instante Theo también salió del auto. Dante lo vio y sonrió de inmediato, dándole una palmada en el hombro.
—Ey, campeón —lo saludó con familiaridad—. ¿Otra vez metiéndote en problemas?
Theo soltó una risa seca, sin ganas, y se encogió de hombros. Yo me adelanté, con la paciencia colgando de un hilo.
—No es momento de bromas, Dante.
Él me miró con esa calma descarada suya, como si nada en el mundo pudiera sacarlo de quicio.
—Solo pregunto, Dom. —Se inclinó un poco hacia mí, bajando la voz—. Y créeme, lo que tengo que contarte… no es una tontería.
Me quedé mirándolo fijo, con un presentimiento en el estómago que no me gustó nada.