Diana Johnson, una mujer exitosa pero marcada por la traición, muere a los 36 años tras ser envenenada lentamente por su esposo, Rogelio Smith, un hombre frío y calculador que solo la utilizó para traer de vuelta a su verdadero amor, Maribel Miller. Sin embargo, el destino le da una segunda oportunidad: reencarna en el cuerpo de Mara Brown, una joven de 20 años sin hogar, desamparada pero con una belleza natural escondida tras la suciedad y la miseria. Con todos los recuerdos, habilidades y contactos de su vida pasada, Diana (ahora Mara) planea retomar lo que le arrebataron y vengarse de quienes la traicionaron.
Pero en su camino de venganza, conoce a Andrés García, un seductor mujeriego que parece tener más capas de las que muestra. ¿Será Mara capaz de abrir su corazón al amor otra vez, o la herida de su traición pasada será demasiado profunda?
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La máscara de la víctima
El lunes por la tarde, el ambiente en las oficinas de Vitalia Foods SA estaba tranquilo, con el bullicio habitual de teléfonos sonando, los empleados caminando por los pasillos y el sonido de teclados en cada escritorio. Mara, en su nuevo puesto como asistente personal de Rogelio, estaba organizando un informe cuando escuchó el sonido de unos tacones resonando con fuerza en el piso de mármol.
Miró hacia la entrada y vio a Maribel Miller , su mayor enemiga, caminando como un huracán hacia la oficina de Rogelio. Maribel llevaba un vestido rojo ajustado y un rostro que irradiaba furia. Antes de que Mara pudiera reaccionar, Maribel ya había cruzado la puerta de la oficina sin siquiera pedir permiso.
—¿Qué significa esto, Rogelio? gritó Maribel, cerrando de golpe la puerta detrás de ella.
Rogelio, quien estaba revisando unos documentos en su escritorio, levantó la vista sorprendida.
—¿Qué te pasa ahora, Maribel? ¿Por qué haces escándalos cada vez que vienes?
Maribel ignoró su pregunta y señaló con un dedo acusador a Mara, quien había permanecido inmóvil junto a un estante.
— ¿Qué hace esta mujer aquí? ¿Por qué estás trabajando para ti? ¿Es que acaso ya no tienes vergüenza?
Rogelio frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, Maribel se dirigió directamente a Mara.
—¡Tú! —espetó, acercándose a ella. Su voz goteaba veneno. ¿Quién te crees para estar tan cerca de mi esposo? ¿Qué clase de trepadora eres?
Mara abrió los ojos con aparente sorpresa y dio un paso atrás, como si estuviera asustada. No dijo una palabra.
—¡Responde! gritó Maribel, sujetándola del cabello y jalándola con fuerza. Mara soltó un pequeño gemido, pero no opuso resistencia.
El resto ocurrió en cuestión de segundos. Maribel levantó la mano y le dio una fuerte bofetada, lo suficientemente fuerte como para que el sonido resonara en la oficina.
—Eres una cualquiera le espetó Maribel, con los ojos llenos de ira. ¡No te atrevas a acercarte a Rogelio o haré que te arrepientas!
Mara permaneció inmóvil, con lágrimas comenzando a formarse en sus ojos, mientras Rogelio finalmente reaccionaba.
—¡Basta, Maribel! rugió, levantándose de su silla y avanzando hacia ellas. Sujetó a Maribel por el brazo y la apartó de Mara. ¿Qué demonios te pasa? ¡Te has vuelto loca!
Maribel lo miró con incredulidad.
—¿Yo? ¿Te atreves a defender a esta mujer frente a mí? ¡Soy tu esposa, Rogelio!
Rogelio presionó la mandíbula y, sin soltar el brazo de Maribel, señaló la puerta.
—Lárgate, Maribel. Ahora mismo.
—¡No puedes estar hablando en serio! gritó ella, pero Rogelio no cedió.
—Vete, antes de que llame a seguridad.
Con un bufido de indignación, Maribel se soltó de su agarre y salió de la oficina, lanzando una última mirada de desprecio hacia Mara antes de cerrar la puerta de un portazo.
La oficina quedó en un tenso silencio. Rogelio se giró hacia Mara, quien seguía de pie con la cabeza baja, una mano cubriendo su mejilla roja.
—¿Estás bien? preguntó con suavidad, acercándose a ella.
Mara levantó la mirada, y sus ojos llenos de lágrimas parecían implorar consuelo.
—Lo siento... no quería causar problemas... susurró, con la voz quebrada.
Rogelio negó con la cabeza, sus ojos llenos de una mezcla de preocupación y rabia.
—No tienes por qué disculparte. Maribel es una loca. No debía haberte tratado así.
Mara dejó caer la mano de su mejilla y dio un paso hacia él, como si buscara apoyo. La cercanía entre ambos hizo que Rogelio sintiera un extraño calor recorrer su cuerpo. Antes de que pudiera reaccionar, Mara se inclinó y presionó sus labios contra los de él.
Fue un beso breve, casi inocente, pero lo suficiente como para desatar un torbellino de emociones en Rogelio. Mara se apartó rápidamente, con el rostro lleno de culpa.
—Lo siento... dijo, con la voz ahogada. No debí...
Y antes de que Rogelio pudiera decir algo, Mara salió corriendo de la oficina, dejando detrás de sí un rastro de lágrimas y confusión.
Mara caminó por los pasillos de la empresa, con el rostro aún mojado por las lágrimas. Pero tan pronto como llegó al baño, su expresión cambió. Se miró en el espejo y dejó escapar un suspiro de alivio.
Había logrado exactamente lo que quería. Ahora, Rogelio la veía como una joven vulnerable, alguien que necesitaba ser protegida. Él ya estaba cayendo en su trampa, y era solo cuestión de tiempo antes de que quedara completamente a su merced.
Sin embargo, mientras se limpiaba las lágrimas falsas, una sensación de asco la invadió. No por el beso en sí, sino por el hecho de haber tenido que hacerlo. Cada vez que estaba cerca de Rogelio, recordaba todo lo que le había hecho: el dolor, las mentiras, el asesinato.
“Pronto pagarás por todo, Rogelio”, pensó, con los ojos llenos de determinación. “Y ni siquiera te darás cuenta de lo que se avecina”.
Mientras tanto, en su oficina, Rogelio seguía de pie, tocándose los labios donde Mara lo había besado. Sus pensamientos eran un caos, y por primera vez en años, se sintió vulnerable.