En un mundo donde las familias toman formas diversas, León se enfrenta a los desafíos y recompensas de crecer en un hogar que rompe con las normas tradicionales. Mientras navega la relación con su novia Clara, León descubre que no solo está construyendo su propia identidad, sino también reconciliando las influencias de un padre bisexual, un padrastro con quien compartió momentos cruciales, y una madre que ha sido un pilar de fortaleza.
Las raíces de su historia no solo se hunden en su familia inmediata, sino que también se entrelazan con las de Clara y su mundo, revelando tensiones, aprendizajes y momentos de unión entre dos realidades aparentemente opuestas. León deberá balancear la autenticidad con las expectativas externas, mientras ambos jóvenes enfrentan el peso de los prejuicios y el poder del amor.
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El colapso de León
Era un lunes por la tarde cuando León se dirigía al baño de su casa tras una larga jornada. Los últimos días habían sido un torbellino de estrés: el profesor de Física, un hombre de aspecto desgarbado con lentes gruesos y ropa que parecía salida de los años 80, había advertido desde el primer día que su materia era un filtro para los estudiantes.
—"De cien alumnos, solo quince pasan. Los demás se retiran o reprueban. Así que, si no están dispuestos a dar el 110%, mejor váyanse desde ahora"— decía mientras caminaba de un lado a otro, sus palabras llenando de tensión el aula.
Sin embargo, las clases no estaban a la altura de sus advertencias. León pronto descubrió que el profesor no seguía un orden lógico en sus lecciones; divagaba constantemente, mezclando anécdotas personales con conceptos difíciles sin dar ejemplos claros. León, con una base débil en matemáticas, se sentía perdido.
Al mismo tiempo, no quería descuidar su relación con Clara. Aunque ella lo apoyaba incondicionalmente, él sentía que debía demostrar que podía equilibrar todo: su carrera, su noviazgo y las expectativas familiares. Esa presión interna comenzó a manifestarse físicamente. Las noches de insomnio y el abuso del café para mantenerse despierto pasaron factura.
Esa tarde, mientras caminaba hacia el baño para darse una ducha, sintió un dolor punzante en el estómago. Pensó que podría aguantarlo, pero al llegar al lavabo, un mareo repentino lo dejó sin fuerzas. Cayó al suelo con un golpe seco, perdiendo el conocimiento.
Rebeca, que estaba en la cocina preparando la cena, escuchó el ruido y corrió al baño.
—¡León! ¡Hijo, despierta! —gritó mientras trataba de moverlo. Pero León permanecía inmóvil, su rostro pálido y sudoroso.
Rebeca intentó levantarlo, pero el peso del cuerpo inerte de su hijo la superaba. Desesperada, tomó su teléfono y marcó a Daniel, quien no contestó.
—Maldición, siempre está metido en el trabajo. Nunca está cuando más lo necesitamos —dijo con frustración mientras marcaba el número de Alex.
—Voy para allá, dame cinco minutos —respondió Alex, cortando la llamada rápidamente.
Cuando Alex llegó, encontró a Rebeca llorando junto al cuerpo de León, quien seguía inconsciente en el suelo.
—Tranquila, Rebeca. Vamos a manejar esto juntos —le dijo, mientras arrodillado verificaba que León aún respiraba.
Con cuidado, cubrió a León con una sábana pues estaba desnudo cuando se desmayó lo levantó en sus fuertes brazos. y lo cargaró hasta su auto. Lo colocó en el asiento trasero y aceleró hacia el hospital.
En el camino, Rebeca intentaba mantenerse fuerte, pero las lágrimas seguían corriendo por su rostro.
—Alex, esto no puede seguir así. León está llevando una carga demasiado pesada. Está esforzándose tanto por cumplir con todo, y nosotros no lo estamos viendo.
Alex, con el ceño fruncido, no respondió. Estaba concentrado en llegar al hospital lo más rápido posible. Pero en su mente, las palabras de Rebeca resonaban con fuerza.
Horas después, Daniel llegó al hospital con el rostro preocupado. Al entrar a la sala de espera, vio a Alex sentado en silencio y a Rebeca con los ojos rojos de tanto llorar.
—¿Qué pasó? ¿Cómo está León? —preguntó, acercándose a ellos.
—¿Qué pasó? ¡Tú dime qué pasó, Daniel! —le gritó Rebeca, poniéndose de pie con ira.
—Nunca estás cuando te necesitamos. Estás tan metido en tu trabajo que no puedes ni contestar una llamada. ¡Fue Alex quien lo trajo al hospital, no tú!
Daniel abrió la boca para defenderse, pero no pudo decir nada. Miró a Alex, quien evitaba su mirada, claramente incómodo por la situación.
—No es momento para discutir, Rebeca. Lo importante es que León esté bien —respondió Daniel finalmente, con un tono contenido.
Cuando el médico salió para informarles, les explicó que León tenía gastritis aguda provocada por altos niveles de estrés.
—Es vital que reduzca la tensión en su vida. Si esto continúa, podría desarrollarse en algo más grave —advirtió el médico.
León despertó unas horas después, sintiendo una punzada en el brazo por el catéter que le suministraba medicamentos. Al abrir los ojos, vio a su madre, su padre y Alex en la habitación.
—¿Qué… qué pasó? —preguntó con voz débil.
—Tu cuerpo te dio una advertencia, hijo —respondió Rebeca, con una mezcla de ternura y seriedad mientras le acariciaba el cabello.
—Me desmayé, ¿verdad? —dijo León, recordando vagamente los eventos previos.
—Sí, pero estás aquí, y eso es lo que importa ahora —agregó Daniel, con un tono más suave de lo habitual.
León estaba demasiado débil para decir algo. Lo único que sabía era que no podía seguir viviendo de esa manera. Su cuerpo le estaba mostrando los límites que su mente había ignorado.
¡Gracias por la aclaración! Ajustemos la narrativa para que Alex sea correctamente reconocido como la ex pareja de Daniel. Aquí está la versión actualizada de la segunda parte:
Esa noche, tras regresar del hospital, Daniel decidió enfrentar los errores que por años había evadido. Se encontraba en la sala con Rebeca, Alex, y León. Clara había ido a su casa para descansar, aunque León seguía recordando su presencia reconfortante.
Con un semblante serio, Daniel miró primero a León y luego a Alex. Respiró profundo antes de hablar:
—Quiero pedir perdón, a los dos —comenzó. Su voz, usualmente autoritaria, sonaba más baja y pausada.
Alex, sentado con los brazos cruzados y una expresión escéptica
—¿Perdón? ¿Por qué ahora, Daniel? ¿Por qué después de todo lo que pasó?
Daniel asintió, reconociendo la incredulidad en las palabras de Alex.
—Porque he sido egoísta. Siempre he pensado que mi forma de hacer las cosas era la única correcta. Me equivoqué contigo, Alex, cuando no valoré lo que aportabas a mi vida. Mi incapacidad para manejar mis emociones nos alejaron, y lamento profundamente cómo te traté.
Alex entrecerró los ojos, su ceño fruncido lentamente relajándose. Aunque seguía dolido, algo en la sinceridad de Daniel lo hizo mantenerse en silencio, escuchando.
Daniel luego se volvió hacia León.
—Hijo, tú mereces un padre que esté ahí para ti, no solo físicamente, sino emocionalmente. Sé que he estado ausente en los momentos importantes, y eso no tiene justificación. Lo único que puedo decirte es que estoy dispuesto a cambiar, si me dejas intentarlo.
León bajó la mirada, jugando nerviosamente con los bordes de su camiseta. Finalmente, respondió con honestidad:
—No sé si puedo creerte ahora, papá. Pero supongo que reconocerlo es un comienzo.
Rebeca, que había permanecido callada hasta ese momento, intervino suavemente:
—Daniel, si realmente quieres reparar las cosas, tendrás que demostrarlo con acciones. Palabras bonitas no bastan.
Daniel asintió solemnemente.
—Lo sé.
Esa misma noche, mientras paseaban por un parque cercano, León no pudo evitar compartir sus pensamientos con Clara. La luz tenue de las farolas les envolvía en una atmósfera tranquila, mientras caminaban tomados de la mano.
—Mi papá pidió perdón hoy —dijo León, rompiendo el silencio.
Clara levantó las cejas, sorprendida.
—¿En serio? ¿Y qué sientes al respecto?
León suspiró, su mirada fija en el suelo.
—No lo sé. Por un lado, es algo que nunca esperé. Pero por otro, no puedo olvidar todo lo que ha hecho, o mejor dicho, lo que no ha hecho. Siempre siento que tengo que demostrarle algo, y eso me consume.
Clara se detuvo y le tomó ambas manos, obligándolo a mirarla.
—León, es válido que te sientas así. Nadie espera que perdones de inmediato. Pero también recuerda que no tienes que cargar con todo tú solo. Deja que tu papá demuestre que realmente quiere cambiar. Y mientras tanto, yo estoy aquí para ti, ¿está bien?
León asintió lentamente, sintiendo un peso menos sobre sus hombros.
—Gracias, Clara.
Ella sonrió y, con un tono juguetón, añadió:
—Además, siempre puedes contarme todo lo que sientas. Soy muy buena para escuchar... y para recordarte que no todo en la vida es drama.
León rió suavemente, sabiendo que ella siempre sabía cómo animarlo.
En los días que siguieron, Daniel hizo esfuerzos visibles para ayudar a León, le explicó que existen bueno videos en Youtube de profesores altamente capacitados que suben sus clases en la plataforma.
Por su parte, León decidió dar pequeños pasos para mejorar su bienestar. Con la ayuda de Clara, comenzó a establecer horarios de estudio más equilibrados y a buscar ayuda en las asignaturas que más le costaban, especialmente física. Aunque aún luchaba con el perfeccionismo y el miedo al fracaso, poco a poco empezaba a sentir que podía superar los desafíos sin llevarse al límite.
Alex, mientras tanto, seguía siendo un apoyo constante. Aunque aún había tensiones entre él y Daniel, ambos parecían estar dispuestos a dejar atrás las viejas heridas por el bien de León.