Erick un antiguo detective retirado es una persona obsecionada con un caso de desapricion del pasado resibe una misteriosa llamada anonima que lo llevara a volver al caso, el inicio que comenzo con esta llamada lo metera a los planes de una organizacion que nos dice que el secuestro de laura no es tan simple como parece
La historia está hecha para que te preguntes si hubieras seguido las decisiones que Erick toma a lo largo de la historia
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¿Quieres saber que paso con laura?
Mientras María se adentra en la casa, tú te detienes. La puerta principal, a pesar de haber sido abierta con sigilo, te llama la atención. El roce con la madera podrida te deja una sensación desagradable en la piel. La examinas con detenimiento, pasando tus dedos por la superficie agrietada y desgastada. Observas la madera, buscando marcas, señales de forzamiento, cualquier detalle que haya podido pasar desapercibido en la entrada rápida.
La pintura descascarada revela vetas de madera oscura bajo capas de pintura descolorida, y la cerradura, aunque aparentemente intacta tras la maniobra de María, muestra indicios de manipulación previa: pequeños arañazos cerca del cilindro, y una ligera deformación en el marco de madera. Un ligero olor a polvo, mezclado con un aroma metálico casi imperceptible, te llega a las fosas nasales. El olor metálico te recuerda vagamente al olor que percibiste en la caja metálica encontrada en la casa abandonada, pero aquí es más tenue, casi indistinguible. El análisis forense, tu segundo instinto, te empuja a buscar más pistas. Encuentras un pequeño fragmento de algo pegado a la parte inferior de la puerta, casi invisible a simple vista: un hilo fino, de un color rojizo oscuro, similar al del paño manchado de sangre encontrado en la caja.
Lo recoges con cuidado, guardándolo en una pequeña bolsa de plástico que llevas siempre en el bolsillo, sintiendo un escalofrío recorrer tu espalda. La puerta, en su silencio y aparente insignificancia, ha revelado un nuevo indicio en este laberinto de secretos. El hilo rojizo te conecta a algo más grande, a una red que se extiende más allá de lo que podrías haber imaginado. María te llama desde el interior de la casa, pero tú necesitas un momento más. Este pequeño detalle, aparentemente insignificante, podría ser la clave para desentrañar la verdad que se oculta tras las sombras de esta casa.
Sacas el pequeño hilo rojizo oscuro de la bolsa de plástico, sosteniéndolo con unas pinzas para evitar contaminarlo. Es delgado, casi imperceptible, pero bajo la tenue luz del crepúsculo ves que brilla tenuemente. Se parece mucho al paño manchado de sangre de la caja metálica, pero… ¿es el mismo material? La pregunta se instala en tu mente, una duda persistente que se suma a la creciente sensación de inquietud.
"¿María, ¿has visto esto?", preguntas, tu voz apenas un susurro que se pierde en el silencio de la tarde. El hilo lo mantienes elevado, visible para María, quien permanece en el interior de la casa, su silueta apenas visible tras las ventanas polvorientas. Esperas su respuesta, observando su reacción. Tu mirada se desplaza de nuevo a la puerta, repasando cada detalle con la meticulosidad que te caracteriza. El roce de la madera seca contra la yema de tus dedos te recuerda la textura de un viejo ataúd.
La respuesta de María llega unos segundos después, su voz baja y cautelosa: "¿Qué es eso, Erick? Parece… sangre seca. ¿Lo encontraste en la puerta?". Hay una nota de preocupación en su tono, algo más que mera curiosidad profesional.
"Sí", respondes, tu mirada fija en el hilo. "Es similar al paño de la caja. Me pregunto si…", te interrumpes, la obsesión te consume, tu mente ya trabaja en diferentes posibilidades. "¿Crees que podría ser una especie de… señal? Una marca que indica algo. Algo relacionado con Laura."
Un silencio breve se instala entre ustedes dos. El aire se vuelve denso, cargado de la tensión del momento y el peso de los secretos que parecen emanar de la vieja casa. La imagen de Laura, su rostro infantil y la inocencia perdida, flota en tu memoria.
"¿Qué piensas hacer?", pregunta María, su voz más firme ahora, con un dejo de impaciencia. Ella sabe que tu obsesión puede ser un arma de doble filo, que puede conducirte a la verdad, o a tu propia perdición.
El hilo rojizo, tan pequeño, se ha convertido en el foco de tu atención, el punto de partida para una nueva línea de investigación. La intuición, esa guía poco fiable pero en ocasiones infalible, te dice que este hilo es la llave. Te sientes atraído por él, como una polilla a una llama, y sabes que no puedes resistir el impulso de seguirlo.
"¿Entras?", preguntas, tu mirada fijada en la puerta, y no en María. La respuesta es obvia, pero la pregunta es una manera de manifestar tu determinación. La investigación no termina aquí. Este hilo, este pequeño fragmento de un todo desconocido, te está llamando.
Un escalofrío, ajeno al frío nocturno, te recorre la espalda. Te encuentras doblando el hilo rojizo, examinándolo bajo la luz tenue de tu linterna, cuando un agudo chillido, fino y desgarrador, resuena desde el sótano de la casa. El sonido corta el silencio sepulcral, llenando el espacio con una tensión palpable que te hace tensar cada músculo. El hilo se te escapa de los dedos, cayendo olvidado al suelo.
El chillido se corta bruscamente, dejando tras de sí un silencio aún más inquietante, más pesado. María, que hasta ese momento se encontraba dentro, aparece en la puerta, su rostro pálido, los ojos ensanchados por el terror. Ella te mira, buscando respuestas en tu rostro, pero sólo encuentra la misma confusión e inquietud que la embarga a ella. El olor a humedad y moho del sótano se mezcla con un nuevo aroma, metálico y acre, más intenso que el que percibiste en la puerta.
Es un olor que te recuerda al de la sangre, pero con un matiz diferente, más… químico. El silencio se prolonga, tenso, expectante. La vieja casa parece contener la respiración, esperando. El chillido, aunque breve, ha roto la monotonía de la investigación, inyectando una nueva dosis de adrenalina en la situación.
El descenso al sótano es lento, cada escalón cruje bajo tu peso, amplificando el silencio que te envuelve. El aire es denso, cargado de humedad y un olor acre que te irrita las fosas nasales. Al llegar al fondo, una escena inesperada se presenta ante ti: el sótano está dividido en dos secciones claramente diferenciadas. A tu izquierda, una puerta de metal pesado, con una pequeña ventana de observación circular y una cerradura compleja, sugiere un laboratorio o una zona de contención. A tu derecha, una puerta de madera maciza, reforzada con barrotes metálicos, evoca la imagen de una celda o una prisión improvisada. La división es tan nítida que parece intencionada, casi teatral.
Sin dudarlo, te diriges al laboratorio. La puerta cede con un chirrido metálico que resuena en el silencio del sótano, revelando un espacio reducido, ordenado de manera inquietantemente precisa. Mesas de acero inoxidable ocupan la mayor parte del espacio, llenas de instrumentos y archivos. Unas pocas sillas metálicas se encuentran dispersas, como esperando a sus ocupantes. Comienzas a revisar los archivos, un trabajo meticuloso que requiere tiempo y paciencia. Son carpetas gruesas, numeradas y con un sistema de codificación que, a primera vista, te resulta indescifrable. La letra es pulcra, impersonal. Cada archivo contiene una historia, la historia de un niño. Los nombres, fechas de nacimiento y, en algunos casos, fotografías borrosas, se repiten una y otra vez. Son once en total. Y ahí, entre nombres que desconoces, entre fotografías que sólo muestran fragmentos de rostros infantiles, reconoces el nombre que durante años te ha perseguido: Laura Miller. Su nombre, escrito con la misma impasible caligrafía, te golpea como un puñetazo en el estómago. La información es escasa, concisa, casi brutal en su austeridad. Pero basta para confirmar tus peores sospechas. La investigación, creías, era un rompecabezas de piezas sueltas. Pero ahora, en este sótano húmedo y lúgubre, te encuentras ante un mapa, una hoja de ruta que te guía hacia la verdad. La verdad sobre Laura, y sobre lo que ha ocurrido en este lugar.