Segundo libro de- UNA MUJER EN LA MAFIA. Aclarando solo dudas del primer libro. No es que es una historia larga. Solo hice esta breve historia para aclarar algunas dudas.
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Una mujer en la mafia
—Vamos, Adeline, dime.¿A qué se debe tu visita tan repentina ? —dijo con una sonrisa burlona, como si esto fuera algún tipo de entretenimiento para él. Acaso no estaba feliz de verme.
Me obligué a mantener la compostura, aunque por dentro quería gritar. Mi voz salió más firme de lo que esperaba.
—Quiero saber por qué nuestros padres me ocultaron que existías —le solté, directo al grano. No tenía tiempo para sus juegos.
Scott arqueó una ceja, claramente disfrutando de la situación.
—¿Nuestros padres? —repitió con una risa baja y amarga, como si el término le resultara ridículo. —Adeline, corrígeme si me equivoco, pero creo que alguien te dijo un par de mentiras.
Mi pecho se tensó al escuchar sus palabras, pero él continuó sin darme tiempo para procesarlas.
—Técnicamente, solo somos hermanos de padre. —Sus ojos se clavaron en mí con algo que parecía una mezcla de burla y lástima. —Mi madre no era tu madre.
Sentí que todo el aire abandonaba mis pulmones. Mi madre. Esa palabra siempre había sido un refugio para mí, pero ahora, con una simple frase, Scott acababa de arrebatarme esa seguridad.
—¿Qué estás diciendo? —pregunté en un susurro, tratando de convencerme de que había escuchado mal.
Scott frunció el ceño, como si estuviera sorprendido de que realmente no entendiera lo que estaba diciendo.
—¿Cómo que qué estoy diciendo? Pensé que ya lo sabías. —Se encogió de hombros, claramente irritado por mi reacción. —Es bastante simple, Adeline. Tu madre no era tu madre. Supongo que alguien olvidó mencionártelo.
Las palabras golpearon como un martillo. Me sentía mareada, incapaz de encontrar sentido a lo que acababa de escuchar. Mi madre… no era mi madre.
Scott me observó atentamente, y su expresión cambió al darse cuenta de que, efectivamente, no tenía ni idea de lo que estaba hablando.
—¿En serio? —dijo, alzando ambas cejas, sorprendido. —Por Dios, no sabes nada de nada, ¿verdad? Ni siquiera sobre ti misma.
—¡Basta, Scott! —interrumpió James, su voz cortante y firme mientras daba un paso hacia adelante. —Deja de jugar con ella. Esto no es algo que debas soltar así, como si no importara.
Scott simplemente alzó las manos en señal de rendición, pero la sonrisa burlona no abandonó su rostro.
—Tranquilo, hombre, no estoy jugando. Solo estoy diciendo la verdad. No es mi culpa que sea un poco… devastadora. —Luego me miró nuevamente, con un brillo extraño en sus ojos. —Pero si quieres respuestas, Adeline, vas a tener que soportar las cosas que ni sabes. Y créeme, hay muchas cosas que aún no sabes.
Mi cabeza daba vueltas, los fragmentos de información que acababa de recibir chocaban entre sí, sin encontrar un orden lógico.
Finalmente, encontré mi voz.
—¿Qué cosas? —pregunté, mi tono apenas más alto que un susurro, pero con una firmeza que no sabía que tenía.
Scott se inclinó hacia adelante, sus ojos clavados en los míos.
—No sé mucho, si eso esperas —comenzó, mirándome con un destello de lo que parecía ser algo cercano a la incomodidad. —Pero sí sé una cosa: tu verdadera madre murió cuando naciste.
Mi corazón dio un vuelco, y por un momento me quedé en blanco. ¿Cómo procesar esa información? ¿Cómo entender que la mujer que había llamado madre toda mi vida no era, en realidad, quien me trajo al mundo?
—¿Qué… qué pasó? —pregunté, mi voz quebrándose al final.
Scott se encogió de hombros con una expresión extrañamente indiferente.
—Complicaciones en el parto, o eso me dijeron. Después de eso, mi madre fue quien se encargó de ti. Pero no porque quisiera, sino porque papá insistió.
Miré a Scott con incredulidad, y él continuó, clavando sus ojos en los míos.
—Te cuidó hasta que nací. Pero cuando llegué yo, todo cambió. Se alejó de ti y se concentró en mí. Por eso… bueno, por eso ya no hablaba contigo, ni te veía a menudo. Yo era su prioridad.
Un dolor sordo se instaló en mi pecho. Ahora entendía por qué mi relación con "mi madre" siempre había sido tan fría, tan distante. No era mi madre. Solo había cumplido con lo que mi padre le pidió, hasta que ya no tuvo que hacerlo.
—¿Y mi padre? —pregunté con un nudo en la garganta.
Scott rió con amargura, sin molestarse en suavizar el golpe.
—Ah, él sí hablaba de ti. Más de lo que hubiera querido. Me contaba cosas sobre ti, sobre cómo eras diferente, especial. Pero al mismo tiempo, me decía que no me acercara demasiado a ti, que era mejor mantenerte lejos de todo esto, de la verdad.
—¿Por qué? —insistí, sintiendo que las piezas comenzaban a encajar, pero todavía faltaban muchas.
Scott me observó por un momento, como si estuviera debatiéndose si seguir o no.
—Porque quería protegerte. Pero también porque sabía que, tarde o temprano, te darías cuenta de que no todo era como parecía. —Se inclinó hacia adelante, su mirada oscura y cargada de resentimiento. —Y porque sabía que nunca me caíste bien.
La confesión fue como una bofetada inesperada. Me quedé mirándolo, atónita.
—¿Qué? —logré decir.
—Es simple, Adeline. —Scott se levantó, caminando lentamente por la habitación como un depredador acechando a su presa. —Desde que tengo memoria, tú eras la niña perfecta. La querida de papá, la protegida. Él siempre hablaba de ti, y yo… bueno, yo era solo el que tenía que ganarme su respeto. ¿Y para qué? —Se detuvo frente a mí, mirándome con frialdad. —Para que él te dejara una pequeña fortuna y a mí prácticamente nada.
Mi confusión aumentó, y negué con la cabeza.
—Lo siento, yo tampoco había sabido de eso, fue una sorpresa —dije con sinceridad.
Scott soltó una risa seca, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
—Claro que no lo sabías. Ni siquiera sabías de mí, mucho menos de eso. Pero, querida hermana, déjame decirte algo: tú tienes cosas que yo nunca tuve. Cosas que ni siquiera sabías que tenías.
El resentimiento en su voz era innegable, y me di cuenta de que, aunque no lo dijera directamente, me culpaba por todo lo que sentía que le había faltado.
—No entiendo —admití, sintiéndome cada vez más perdida.
—No tienes que entenderlo ahora —respondió Scott, cruzándose de brazos. —Solo debes saber que, mientras tú vivías tu vida tranquila, yo tenía que sobrevivir aquí, con las sobras. Así que, no esperes que sea un hermano cariñoso y agradecido por este inesperado reencuentro.
—¡Basta, Scott! —la voz de James rompió la tensión como un látigo. Dio un paso adelante, colocándose entre nosotros. —No vinimos aquí para que te desquites con ella. Si vas a contarle la verdad, hazlo, pero no la ataques.
—¿Qué te crees? —gruñó, apretando la mandíbula mientras sus ojos brillaban con una ira contenida. —¿Porque eres el hermano de mi novia piensas que puedes hablarme con ese maldito tono?
James, con su temple habitual, no se dejó intimidar. Sus ojos permanecieron fijos en Scott, desafiantes, incluso cuando sus manos intentaban aflojar el agarre alrededor de su cuello.
—Scott, déjalo —advertí, mi voz firme pero tensa. Sabía que interceder directamente no era buena idea, pero tampoco podía quedarme de brazos cruzados.
Amelia, en cambio, parecía disfrutar la escena, observando con una sonrisa torcida, como si todo esto fuera un espectáculo montado solo para su diversión.
Antes de que pudiera intervenir, Scott hizo un movimiento rápido, intentando derribar a James. Pero en un giro inesperado, James le devolvió el favor, bloqueándolo y contrayéndolo en el suelo con una llave bien ejecutada. Scott gruñó de dolor, pero la burla en su expresión no desapareció ni por un instante.
Fue suficiente para que perdiera la paciencia. Me acerqué con pasos firmes y me agaché frente a mi hermano, quien seguía atrapado bajo el peso de James.
—Óyeme, maldita alimaña arrogante, —dije con voz fría, cada palabra cargada de veneno. —No pensé conocerte en esta circunstancia, pero te diré algo muy claro.
Me incliné más cerca, mirándolo directamente a los ojos, dejando que mi furia se mostrara sin restricciones.
—Ya no soy la niña mimada de antes, ¿me oyes? Esa versión de mí está muerta y enterrada. Ahora soy alguien que no tiene nada que perder. Y te juro, Scott, que aunque seas la única familia cercana que me queda, si tengo que matarte para mantener el orden, lo haré sin pensarlo dos veces.
El silencio cayó como un martillo. Ni Amelia ni James dijeron nada, pero sentía sus miradas fijas en mí. Scott, por su parte, dejó escapar una risa corta y amarga, aunque el brillo en sus ojos mostraba algo más que desprecio: un atisbo de respeto, quizás, o tal vez reconocimiento.
—¿Así que tienes agallas, eh? —dijo, finalmente, mientras James lo soltaba con un empujón brusco y se apartaba. Scott se frotó el cuello y se levantó lentamente, limpiándose las rodillas. —De acuerdo, hermanita. Me gusta esa actitud. Pero no te preocupes, haré lo que dices… esta vez.
El desafío seguía ahí, pero al menos la tensión había disminuido, aunque no desaparecido por completo. Miré a Amelia, quien simplemente se encogió de hombros, su sonrisa burlona intacta, como si nada de lo que acababa de pasar fuera digno de su preocupación.
Scott dio un paso atrás, acomodándose la ropa con calma, y luego me dirigió una última mirada.
—Sabes, me caes un poco mejor ahora —dijo con sarcasmo. —Tal vez esto funcione después de todo.
—Solo no me pongas a prueba —respondí con firmeza.
James se colocó a mi lado, su mirada aún fija en Scott, como si esperara el menor indicio de otra provocación. Pero Scott solo levantó las manos en un gesto de rendición burlona y caminó hacia la sala, dejando el aire lleno de electricidad tras de sí.
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