En la vibrante y peligrosa Italia de 2014, dos familias mafiosas, los Sandoval y los Roche, viven en un tenso equilibrio gracias a un pacto inquebrantable: los Sandoval no deben cruzar el territorio de los Roche ni interferir en sus negocios. Durante años, esta tregua ha mantenido la paz entre los clanes enemigos.
Luca Roche, el hijo menor de los Roche, ha crecido bajo la sombra de este acuerdo, consciente de los límites que no debe cruzar. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando comienza a sentir una atracción prohibida por Kain Sandoval, el carismático y enigmático heredero de la familia rival.
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10
Kain se marchó a su habitación, cerrando la puerta con seguro. Se acercó a la ventana y observó cómo coches negros comenzaban a llegar uno detrás de otro. Conocía a su padre demasiado bien; nadie lo desafiaba sin enfrentar las consecuencias, y menos aun dejando pasar que alguien robara su mercancía. Hombres de traje, armados hasta los dientes, empezaron a entrar en la mansión.
Kain se dirigió rápidamente a la puerta. Tenía que encontrar a su hermano y protegerlo de lo que pudiera suceder. Al pasar por el pasillo, escuchó el estruendo de disparos de ametralladora.
—¡Javier! —gritó, con el corazón en un puño.
De repente, Javier salió aterrorizado de su habitación, sus ojos llenos de pánico. Kain corrió hacia él, lo abrazó con fuerza y lo refugió en sus brazos. Lo condujo de vuelta a su habitación y cerró la puerta con un golpe seco, su respiración agitada por la adrenalina.
—Tranquilo, Javier. Estoy aquí contigo —dijo Kain, intentando calmarlo mientras ambos se refugiaban en la penumbra de la habitación.
Javier, temblando, se aferró a su hermano como si fuera su única ancla en medio de un caos desatado. Los disparos continuaban resonando en la mansión, cada estruendo haciendo que Javier se estremeciera más.
—No entiendo, Kain. ¿Qué está pasando? —preguntó Javier con voz quebrada, sus ojos buscando respuestas en el rostro de su hermano.
—Papá... papá está lidiando con unos problemas. Pero no te preocupes, todo estará bien. Yo te protegeré —respondió Kain, aunque internamente luchaba por mantener la calma.
La habitación se llenó de un silencio tenso, roto solo por los sonidos distantes de la violencia que se desarrollaba afuera. Kain sabía que tenía que mantener a su hermano a salvo, sin importar lo que ocurriera. Miró alrededor, buscando algo con lo que pudieran defenderse si fuera necesario, pero la prioridad era mantener a Javier a salvo y oculto.
Los minutos pasaban como horas, y Kain se esforzaba por escuchar cualquier indicio de que la situación se calmara. Abrazó a Javier con más fuerza, tratando de transmitirle una seguridad que él mismo apenas sentía.
Finalmente, el ruido de los disparos comenzó a disminuir, pero la tensión en el aire era palpable. Kain sabía que esto era solo el comienzo de algo mucho más grande y peligroso. Tenía que mantenerse fuerte, no solo por él, sino por su hermano y por lo que vendría.
Luego de que la mansión se apoderara de un silencio profundo, Kain le pidió a su hermano que no saliera de la habitación por nada del mundo si él no lo venía a buscar. Javier, con el rostro aún pálido de miedo, asintió y se escondió debajo de las sábanas, su pequeño cuerpo temblando.
Kain salió de la habitación, cerrando la puerta con cuidado. Se dirigió a las escaleras, cada paso pesado con la carga de la incertidumbre. Al asomarse, su corazón dio un vuelco: el vestíbulo estaba lleno de cuerpos, apilados unos sobre otros, y el suelo cubierto de sangre. El olor a pólvora y muerte impregnaba el aire.
En medio de ese macabro escenario, su padre, Daniel, permanecía de pie. Parecía una figura de pesadilla, imponente y serena entre los restos del caos. Kain no podía comprender cómo un solo hombre había podido enfrentar a tantos y salir indemne.
Daniel levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Kain. Durante un instante que pareció eterno, padre e hijo se observaron en silencio. Kain sintió un escalofrío recorrer su espalda, consciente de la fría determinación que emanaba de su padre.
Los guardias de Daniel entraron rápidamente, y uno de sus hombres de confianza se acercó para susurrarle algo al oído. Daniel asintió, sus facciones endureciéndose aún más.
—Lo sabía —dijo con voz grave—. Kim no es tan estúpido como para meterse en mi negocio. —Giró sobre sus talones y dio órdenes con autoridad—. Limpien toda esta porquería.