"Sin Reglas"
París Miller, hija de padres ausentes, ha pasado su vida rompiendo reglas para llamar su atención. Después de ser expulsada de todas las escuelas, sus padres la envían a una escuela militar dirigida por su abuelo. París se niega, pero no tiene opción.
Allí conocerá a Maximiliano, un joven oficial obsesionado con las reglas. El choque entre ellos será inevitable, pero mientras París desafía todo, Maximiliano deberá decidir si seguir el orden... o aprender a romper las reglas por ella.
Una comedia romántica sobre rebeldes, reglas rotas y segundas oportunidades.
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capitulo 6
Capítulo narrado por París Miller
Nunca había sido de las que buscaban compañía. En este internado, donde las reglas eran más estrictas que en cualquier otro lugar, la soledad era un refugio seguro. Pero esa noche, mientras estaba sentada en la litera superior de nuestra habitación, algo cambió. Las otras tres chicas, con las que apenas había cruzado palabras, comenzaron a hablar entre ellas con un tono bajo y cómplice.
—La última vez casi nos atrapan —dijo una de ellas, una chica de cabello oscuro y ojos inquietos llamada Natalia.
—Sí, pero valió la pena —respondió Camila, rubia y risueña, mientras se acomodaba en la cama.
—¿Cuándo piensan hacerlo de nuevo? —preguntó Sofía, la más reservada, aunque sus ojos brillaban de emoción.
Yo, que había estado fingiendo desinterés mientras hojeaba un libro, levanté la vista. Las palabras "valió la pena" despertaron mi curiosidad.
—¿De qué están hablando? —pregunté con tono casual, aunque mi corazón latía más rápido de lo normal.
Las tres se miraron entre sí, como si evaluaran si podían confiar en mí. Finalmente, Natalia fue la primera en hablar.
—A veces… nos escapamos por la noche. Salimos del internado.
Mi interés se intensificó, pero traté de mantener la calma.
—¿Escapan? ¿Cómo?
Camila sonrió con aire travieso.
—Hay una parte del muro detrás del gimnasio que está un poco rota. Si sabes por dónde pasar y tienes cuidado, nadie te verá.
—¿Y a dónde van? —pregunté, tratando de sonar indiferente mientras jugaba con la esquina de mi manta.
—A un bar que está a unos veinte minutos caminando —dijo Natalia. —Tienen música en vivo, bebidas, y lo mejor de todo, no hacen muchas preguntas.
Sentí una emoción burbujeando en mi pecho. Escapar, aunque fuera por unas horas, era justo lo que necesitaba. Este lugar me estaba asfixiando, y la idea de estar en un lugar donde no había reglas ni gritos de superiores era demasiado tentadora.
—¿Cuándo será la próxima? —pregunté, mi tono aún casual, aunque mi mente ya estaba haciendo planes.
—Tal vez el viernes —dijo Sofía, encogiéndose de hombros. —Depende de cómo estén las cosas.
Asentí, tratando de no mostrar demasiado entusiasmo.
—Interesante —murmuré, volviendo la vista a mi libro.
Ellas siguieron hablando, pero mi mente ya estaba en otro lugar. No les dije que planeaba unirme a su escapada. No quería darles la satisfacción de saber que me importaba lo que hacían. Pero esa noche, mientras me acurrucaba en mi cama, no podía dejar de pensar en lo que significaría salir de este lugar, aunque solo fuera por unas horas.
Era mi oportunidad. Mi primera gran rebeldía en este internado, y no pensaba desaprovecharla.
[...]
El sonido de mi alarma silenciosa vibró bajo mi almohada, sacándome del ligero sueño en el que había estado atrapada. Eran las 4:30 de la mañana, la hora perfecta para asegurarme de que mi plan fuera viable. La mayoría de los internos estaban profundamente dormidos, y el internado estaba sumido en una calma inquietante, rota solo por el ocasional crujir de las paredes viejas.
Me levanté con cuidado, asegurándome de no hacer ruido. Mis compañeras seguían durmiendo, ajenas a mis movimientos. Me puse unos pantalones de entrenamiento, una sudadera y mis tenis más cómodos. Si alguien me veía, parecería que solo estaba saliendo a correr temprano, aunque esa nunca había sido mi costumbre.
El pasillo estaba oscuro, pero conocía el camino. Salí del edificio principal con el corazón latiendo con fuerza, más por la emoción que por el miedo. Llegar al muro detrás del gimnasio fue más fácil de lo que había imaginado. Cuando lo vi, un destello de esperanza iluminó mi pecho. Era cierto.
La parte del muro estaba rota, justo como habían dicho las chicas. No era un agujero enorme, pero lo suficiente como para que alguien de mi tamaño pudiera pasar. Me acerqué y lo inspeccioné, palpando los bordes irregulares del cemento resquebrajado. Estaba cubierta por un par de ramas y hojas que parecían haber sido colocadas a propósito para disimular el daño.
Sonreí para mis adentros. Esto era perfecto.
Me agaché, asomándome al otro lado. Más allá, había un pequeño camino que se perdía entre los árboles, probablemente el mismo que usaban Natalia y las demás para llegar al bar del que tanto hablaban. Pero mi destino no era un bar.
Cerré los ojos y respiré hondo. Mi decisión estaba tomada. No iba a usar este lugar para escaparme por unas horas. No. Me iba a ir para siempre.
Correría lejos de este internado militar y de todas sus malditas reglas. Buscaría a mi abuela, la madre de mi mamá, que vivía a unas cuantas ciudades de distancia. Ella estaría encantada de llevarme a su casa, más aún si sabía que al hacerlo le estaba llevando la contraria a mi abuelo. Sus rencillas eran legendarias, y yo planeaba aprovecharlas a mi favor.
Volví a mirar el agujero en el muro, memorizando cada detalle. No tenía tiempo para dudas ni arrepentimientos. Esa noche, cuando todos estuvieran dormidos, tomaría mi mochila con lo esencial y me iría. No sería fácil, pero tampoco podía quedarme más tiempo aquí.
De vuelta en mi habitación, mi mente seguía maquinando el plan mientras mis ojos repasaban las sombras del techo. Pensé en mi abuelo y en cómo se sentiría cuando se diera cuenta de que me había ido. ¿Le dolería? Tal vez. Pero si me hubiera entendido mejor, si me hubiera apoyado en lugar de encerrarme aquí, nada de esto habría sido necesario.
No tenía sentido darle más vueltas. Ya había tomado mi decisión, y esta vez, nadie iba a detenerme.
pero quisiera que terminase de otra forma