Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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Fría Jerarquía
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El sonido aumentaba y Agustín seguía cubriendo sus oídos, como si pudiera evitar la incómoda extrañeza que lo paralizaba. Balvin notó las luces que casi los alcanzaban. Con un impulso decidido, saltó sobre Agustín y, sin otra opción, lo arrastró hacia las nubes. El suelo, que antes parecía sólido y estable, los absorbió y envolvió en grandes remolinos.
Eran arrastrados muy lejos. Agustín, más consciente al alejarse del sonido, se aferró con fuerza al agarre de Balvin. Aunque la sensación era similar a la de una montaña rusa, pudo distinguir su entorno, incluso cómo se alejaban de las luces amenazantes.
De repente, un brillante lazo envolvió su tobillo, tirándolo fuera de las brumosas nubes grises y forzando su separación. Agustín, estirando la mano hacia la corriente brumosa, sintió el vacío junto a una opresión inexplicable en el pecho. En su mente resonaba el grito de su desesperación: ¿Dónde está? ¡No lo pierdas de vista! Vuelve con él.
En ese instante, vio por el rabillo del ojo una silueta luminosa. A medida que se acercaba, la forma tomó la apariencia de una mujer que le recordaba lo único bueno de su niñez. Por un momento, se quedó atrapado en un trance nostálgico, observando aquella figura familiar con ojos asombrados. Pero rápidamente, la realidad lo golpeó: esa mujer ya estaba muerta, asesinada por su padre. Aunque el ser adoptara su forma, no se sentía como ella, y la tristeza se mezcló con un profundo desasosiego.
Movía la boca, y el antes abrumador sonido ahora llegaba como susurros lejanos y armoniosos. La silueta tomó una forma humana familiar, y los asombrados ojos de Agustín se relajaron al observar aquella mano que se extendía con otro lazo luminoso hacia él.
—No eres esa persona—murmuró Agustín entre dientes, girándose en dirección a la bruma, el recuerdo doloroso aún fresco en su mente.
El golpe seco lo asustó hasta que sintió la cabeza del incubus pegada en su pecho y los brazos envolventes en su cintura. El arrebato fue tan rápido que ambos terminaron atravesando la niebla del suelo, perdiéndose bajo ella.
En el fondo de su mente, Balvin gritaba con desesperación: No puedo, no puedo perderlo. Todo lo que he hecho se esfumará. La última imagen de Agustín era un Balvin desesperado abrazado a su cuerpo. Ya no recordaba si él lo abrazó por miedo a esas lianas luminosas que casi lo atrapaban, o por los horrendos gritos de aquellas criaturas que lo hacían perderse entre susurros. No importaba, porque todo había pasado tan rápido y terminó igual. Antes de caer en la completa oscuridad, se dejó llevar por la inconsciencia.
Cuando abrió los ojos, estaba rodeado de grandes charcos de aquella agua negra. Apenas había finos caminos grises, y una neblina cubría todo a su alrededor. Se enderezó sin saber qué había pasado, si se desmayó o si ya estaba muerto. Las repentinas voces provenientes de ese líquido oscuro irritaron a Agustín, quien disipó sus pensamientos al notar la ausencia de su compañero.
Se desplazó con sumo cuidado y buscó a su alrededor, sin lograr distinguir mucho más.
“No soy un idealista; miedo y esperanza nunca tuve.”
—Bal…— murmuró Agustín, y lo volvió a intentar.
Esquivó los charcos y continuó llamando al incubus, frunciendo el ceño y apretando la mandíbula al enfocarse en los charcos. Recordó la advertencia de Bal: “¿Pero… y si cayó en una de esas lagunas?” Tras esta cuestión, la opresión en su pecho y lo débil de sus rodillas lo sorprendieron, revelándole un nuevo sentir.
Hasta que oyó suaves chapoteos no muy lejos. Algo se apoderó de él y gritó:
—¡Balvin! Se giró y corrió en esa dirección.
—¡Quédate donde estás, humano! ¡No te acerques!— Su voz no sonó lejos; Agus acomodó su postura mientras iba hasta allá. Bal se oyó cansado. Pero igual preguntó —¿Estás… bien?
—¿Dónde estás?— cuestionó Agustín, severo.
—Uff… escúchame, solo… no te muevas.
—No te oyes bien.
—Estoy bien, estoy bien… regresaremos, no te preocupes. Si te exaltas, elevarás tu magna.
Agustín no veía bien entre nubes; escuchar se le dificultaba aún más con los susurros que parecían rebotar en las lagunas. Ráfagas y posibles Sonares iban y venían. Sin embargo, continuó caminando hacia el incubus.
Por su parte, Balvin mantenía la calma al intentar salir por la orilla del charco. Levantó el brazo, logrando despegarse de la ahora brea, volviéndose cada vez más espesa. Mientras se sacudía, los pensamientos punzantes de cada escena volvían a atormentarlo; el propio dolor de sus miedos más oscuros lo arrastraba más al fondo.
El néctar abismal hacía contacto con su contraparte, su alimento. Se volvía espeso ante los miedos más oscuros, sin interés en soltar a su víctima.
Balvin apretó los ojos, confuso, y empezó a ceder, pero no recordaba por qué. Existía ahora la idea de relajarse. Por un lado, escuchaba los pasos de Agustín, y por otro, las imágenes y voces eran incluso más claras. Balbin sostenía la mano de una silueta hermosa e imponente; en comparación a él, que yacía en su forma infantil. Aquella silueta no sonrió, pero los incubus que ahora los rodeaban sí lo hicieron.
Los incubus, sin duda, eran los más importantes entre todos. Balvin saludaba con el respeto que aprendió de su hermano mayor; las voces lo elogiaban por su apariencia, porte y esencia distintivos. Pero cuando alzó la cabeza para agradecer con una sonrisa, esos ojos jamás lo miraban. Más bien, se fijaron en la silueta parada detrás de Bal. Al voltear con horror, esa figura se oscurecía y estiraba, haciéndose más grande. La mano se dirigió hacia su garganta, y Bal retrocedió de un sobresalto, volviendo a ser consciente de su posición. Fueron solo segundos, porque Agustín, que no estaba lejos, lo alcanzó.
Bal apretó los dientes y hundió los dedos en el nuboso suelo gris, logrando engancharse, pero nada más, porque ya no podía moverse.
—Balvin, ¡tú puedes! Tenemos que volver, todavía tengo que— se animó a sí mismo y, de pronto, notó los pies de Agustín frente a él, a menos de metro y medio. El pánico lo hizo reaccionar. Se sacudía, y la brea en su abdomen se volvió más pesada, hundiendo más su cuerpo. Bal se quejó, pero rápidamente se controló.
—Tss… te advertí, humano— enterró sus dedos ya adormecidos. —No se te ocurra— gruñó al verlo agacharse.
—¡Estira la mano!
—¡Quita tu mano de enfrente!— maldijo entre dientes y sacudió su cabeza al volver a escuchar aquellas voces en su mente.
—¿Vas a esperar a hundirte?— Bal abrió los ojos y cruzó mirada con Agustín, quien se veía radiante, pero nada relajado. Recordó aquella noche.
—Que no te acerques, humano.
—Bal, dame la mano.
—¡Retrocede! ¡Puedo salir por mi cuenta!
—¡Déjate de bromas y dame la mano!
—Retrocede; si esta agua… si apenas te toca—
Su mente solo gritaba: su alma, su alma se hará añicos. marcas el alma, destruirán toda la mente y esencia…su magna’. Negó en pánico.
Agustín se enderezó, y Bal estaba decepcionado pero agradecido.
—Está bien, no me des la mano— retrocedió, y Balvin lo vió intentando quitarse la bata. —Voy a saltar.
—¿Estás fuera de tu mente? ¿Te volviste demente?— trató de hacerlo reaccionar, sin éxito.
—Lo estoy— dijo Agustín al retroceder para tomar impulso. Fue cuando la energía en el cuerpo de Bal pareció dejar de circular. —¡Está bien, está bien!
Agustín se detuvo y volvió a agacharse, estirando el brazo.
—La mano, ahora.
Bal maldijo la insistencia; no quería arriesgarse a lastimar el alma de Agustín y no poder revertir el vínculo. Pero a ese punto, estaba seguro de que no podría convencer a este hombre. A regañadientes, se sacudió el agua de la mano lo más que pudo. Agustín se aferró a la mano, y la corriente recorrió el cuerpo de Bal. Sus ojos estaban irritados y llenos de lágrimas, su piel espectral parecía irritarse por el roce.
—¡Hag! Tus pies, cuidado con los pies— advirtió al verlo. Apretó los ojos; estaba muy cerca de la orilla.
—¡Ya casi!— dijo Agustín al tirar del cuerpo hacia él lo más que pudo. Balvin, con mucho esfuerzo, se abalanzó, pero se soltaron.
Agustín miró su mano y sacudió el líquido negro para volver a intentarlo. Otra vez intentó, y se tocaron los dedos, pero fácilmente se resbaló.
—¡De nuevo!— gruñó Agustín.
—¡Tus pies, tus pies!— advirtió el incubus, muy desesperado al notar el casi contacto.
—¡Mierda, dame la mano!— exclamó sin paciencia, y Bal se impuso para por fin agarrar la mano. Agustín rápidamente tiró todo su cuerpo hacia atrás y logró arrastrar a Balvin fuera de la brea.
Ambos estaban agitados, y mientras Agustín abrazó al empapado incubus, Balvin tardó en reaccionar. Los pensamientos y aquellas horribles voces internas se detuvieron. Suspiró aliviado, hasta que recordó que yacía encima del cuerpo espectral de Agustín.
De un salto, salió de encima en pánico, solo para darse cuenta de que la brea no hacía más que resbalarse de Agustín. Bal volvió a suspirar con los ojos cerrados.
Agustín lanzó una pequeña risa de victoria.
—Eso estuvo cerca— ¡Paff! La bofetada en su nuca lo calló, pero Bal no se detuvo allí. Lo agarró del cabello y tiró hacia todas las direcciones. Mientras Agustín se quejaba e intentaba apartarlo.
—¡Suéltame ahora mismo!— gruñó Agustín al sostenerle las muñecas. Pero Bal no lo soltó y seguía moviendo la cabeza de Agustín hacia todas partes.
—¡Estás loco, humano desquiciado! ¡No vuelvas a hacer algo así! ¡¿Sabes qué pasará si tu alma se desfragmenta?! ¡No podría liberarme de… de…! ¡Estaríamos así por siempre!
—No sucedió— Bal aflojó el agarre. Y pese a querer matarlo, se reprimió, lo soltó sin antes darle una mirada para asegurarse de que nada le pasó al alma.
Se pusieron de pie, y Bal, controlando su ira descomunal, juntó las manos, y una fuerte luz despegó aquel rastro de agua. Agus notó que al parecer, al incubus le dolía.
—Dijiste que si te tocaba, no reencarnaras…
—Tss, arrogante. Esas advertencias son para humanos como tú.
Agustín se miró la mano con las que había tocado aquel líquido, el recuerdo fugaz de una oscura habitación desolada lo hizo perderse en sus adentros, el suspiro que dio Balvin lo devolvió al presente.
Balvin estiró la mano y agarró a Agustín, no estás dispuesto, ni a perderlo de vista, otra vez. Pero quedó sorprendido porque Agustin lo atrapó incluso antes de que llegará. Se miraron unos segundos y Bal notó lo brillante que eran sus ojos azules, la suave luz tenue que lo envolvía, lo rojo de sus labios.
Desvió la vista y trago sin necesidad de hacerlo, tiró de él.
— salgamos de una vez, o le haré un favor a todos los mundos y te mataré aquí mismo.
Balvin señaló una ubicación a pocos metros de distancia, el lugar donde darían el salto para regresar de una vez por todas. Aunque el viaje se había extendido más de lo planeado, Agustín no pudo evitar notar el cansancio en Balvín. Lo observó fijamente, su expresión una mezcla de preocupación y desafío.
—No me mires como si necesitara que me cargaras, humano —replicó Balbín, tratando de mantener su orgullo intacto.
Agustín, ignorando la provocación, observó los alrededores.
—¿Esas cosas de antes eran Sonares? —preguntó, su voz grave y seria—. Y llámame por mi nombre.
Balbín se detuvo en seco, chocando ligeramente con Agustín. Sus ojos, abiertos de par en par, se fijaron en su brazo, un súbito miedo recorriéndolo. Su ser entero rogaba que el mapa no apareciera. Sin embargo, al notar la intensidad de la mirada de Agustín, se recompuso y siguió avanzando.
Agustín rompió el silencio que se había formado entre ambos.
—No fue una orden.
Balbín, sintiéndose ridículo, levantó el mentón y giró para enfrentarlo. La proximidad de sus rostros lo incomodó, pero no se apartó. Agustín lo miraba con desafío, entrecerrando los ojos. Para Balbín, aquello era una prueba; para Agustín, una inexplicable necesidad de entenderse a sí mismo. ¿Por qué le molestaba tanto la actitud del incubus?
—No me provoques, humano —dijo Balbín, aunque su voz carecía de la seguridad habitual.
Agustín dio un paso al frente, pero Balbín lo detuvo, tirando de su mano, que aún sostenía la suya.
—¿A dónde crees que vas? —gruñó Balbín, la inquietud coloreando su tono.
—Parece que estamos perdidos.
—¡Absurdo! He recorrido este pasaje durante décadas. Conozco cada rincón. Incluso podría decirte el nombre del Sonar que casi te atrapó.
—Sin embargo, nos guiaste directamente hacia esos monstruos —replicó Agustín, cruzando los brazos con un gesto de desdén.
Balbín frunció el ceño, intrigado.
—A veces… suele suceder y..—se aclaró la garganta — solo vagan por ahí.
Agustín, divertido por la conversación, no respondió. Balbín decidió interrogarlo:
—¿Por qué los llamas monstruos?
—Eso es—
—Sé más claro, humano.
—Empiezo a creer que lo dices solo para molestarme.
Balbín se tomó un momento para reflexionar, luego sonrió, disfrutando del reto.
—Te lo diré si me respondes primero: ¿por qué te parecieron monstruos?
—¿No fue suficiente que me pidieras evitarlos?
—No finjas ser ingenuo, es repulsivo —espetó Balbín, cruzando los brazos.
La sonrisa irónica de Agustín se esfumó.
—Tomaron la forma de alguien que ya está muerto.
—mm… ¿Una amante? ¿Madre? ¿Hermana, quizás? —preguntó Balbín, acercándose con más interés. Incluso apretó la mano de Agustín, quien intentó zafarse.
Agustín lo miró directamente a los ojos.
—¿Te sientes en tanta desventaja?
—¿De qué hablas? —respondió Balbín, confuso por la actitud defensiva del joven.
—Olvídalo. Era mi niñera. Esa cosa imitó su voz y su apariencia para atraparme —dijo Agustín, desviando la mirada como si el recuerdo lo acechara.
Balbín suspiró, tomándose un momento para procesar la revelación. Los Sonares jamás revelarían algo que produjera malestar, pero tampoco algo de lo que uno pueda escapar... su linaje queda claro, meditó antes de responder lo prometido.
—Los nombres no son algo trivial para nosotros.
—Bueno, para nosotros tampoco —replicó Agustín, desafiando su afirmación.
—Me refiero a que es sagrado. No cualquiera debería… —Balbín vaciló, pero al notar la ceja levantada de Agustín, se corrigió de inmediato—. Tienes razón, lo diré cuando quiera.
Balbín retomó su marcha, tirando suavemente de Agustín. Este se mantuvo en silencio, sorprendido de cómo Balbín se contradecía al negarse a llamarlo por su nombre, pero al mismo tiempo mostraba respeto por su identidad.
—¿Y la persona que ese viejo nombró? —preguntó Agustín, su tono ahora más suave. Intentaba disimular la ansiedad por saber quién era esa figura que volvía tan rígido al incubus, con solo escuchar su nombre.
Sin darse cuenta, Bal apretó la mano de Agustín con más fuerza. Guardó silencio por un momento, y justo cuando Agustín pensaba que no obtendría respuesta, Balbín habló.
—Nephil... es mi hermano mayor. —Balbín titubeó antes de continuar—. El Maestre Armero mencionó su nombre porque teme que haya repercusiones.
—¿Es así de poderoso? —preguntó Agustín, visiblemente intrigado.
—Es candidato selecto a príncipe demonio.
—Suena a poder político.
—No somos bestias. Debe haber un orden, y la jerarquía es lo que mantiene el equilibrio en todos los mundos.
—¿En qué nivel jerárquico te encuentras? —preguntó Agustín, esbozando una sonrisa de desdén. Sin embargo, Balvin se giró bruscamente con una seriedad aplastante. Agustín, sorprendido, separó los labios como si quisiera decir algo, pero al encontrarse con la mirada de Balvin, el aire a su alrededor pareció volverse pesado. La atmósfera cambió tanto que por un momento creyó que iban a ser atacados de nuevo.
Sin previo aviso, Balvin apretó la mano de Agustín y saltó, arrastrándolo consigo. Cuando cruzaron de regreso al departamento del CEO en Las Vegas, el impacto fue inmediato. El empujón de Balvin lo hizo caer con fuerza, dejándolo sin aliento. Agustín se sentó de golpe en la cama, jadeando mientras un frío inexplicable le oprimía el pecho.
Balvin se materializó de pie junto a la cama, mirándolo desde arriba con una aura despiadada y distante, sus ojos brillando con una intensidad peligrosa.
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