El Corazón Del Dragón

En la profundidad de la oscuridad, yo soy el único testigo de mi existencia. El tiempo se dilata, y mi cuerpo parece deslizarse suavemente en sintonía con el entorno. ¿Cuánto tiempo llevo en este sitio?

Las imágenes se desvanecen y emergen, cada una reflejando una versión de mí mismo. Estoy presente en cada escenario, un espectador de mis propias vidas pasadas.

Todas tienen algo en común, pero no logro descubrir que es. ¿Qué significa todo esto?

Por esta razón, se me reveló el momento de mi muerte antes de renacer en el cuerpo de Aurora.

Sin embargo, aquello nunca sucedió. Fue una ilusión creada por mi subconsciente para protegerme de la muerte en este mundo. La verdadera Aurora de esta era estuvo al borde de la muerte debido al ataque de los magos oscuros. Para salvarse, se vio obligada a sacrificar algo invaluable: su memoria. Así, su mente forjó una existencia alternativa, un refugio para no perder su esencia. Sin recuerdos, habría sido como un recién nacido, incapaz de hablar o caminar.

Por eso, al despertar, no recordaba quién era y creía provenir de otro mundo.

“Debes recordar”, insistía la voz que resonaba en mi mente, empujándome a desenterrar los recuerdos perdidos.

Perdida en la incertidumbre, ignoraba qué debía traer a la memoria y cuánto tiempo había transcurrido en este confinamiento espiritual.

Las visiones de mis existencias anteriores desfilaban ante mí: en cada una, mi rostro y mi estatus variaban, atravesando innumerables pruebas que me situaban al filo de la vida y la muerte.

Pero las imágenes eran fragmentarias, como si una fuerza externa interfiriera, ocultando el desenlace de cada ciclo vivido. Era como si solo pudiera vislumbrar una fracción de la historia completa, dejando el resto sumido en sombras.

Era imposible recordar algo cuya existencia desconocía. Sin la noción del tiempo, me vi obligada a crear mi propia medida, contando los días uno a uno. Creía que habían transcurrido cinco meses.

Atrapada en los laberintos de mi subconsciente, incapaz de descifrar los enigmas que me rodeaban, cerré los ojos. Reviví cada una de mis vidas anteriores, cuyos detalles y secuencias conocía con precisión, tras haberlos contemplado incontables veces. Inhalé profundamente, buscando comprender la razón de mi presencia en este lugar.

Afortunadamente, no padecía de hambre ni de sueño; era como flotar en un sueño perpetuo.

Transcurrían los días, y creía que once meses habían pasado desde que me encontraba aquí. Lo más asombroso era la ausencia de sensación temporal; ¿y si en realidad solo han sido cinco minutos?

Agotada de revivir una y otra vez las mismas escenas de mis existencias anteriores, decidí manipularlas. Las aceleré, reproduciéndolas en rápida sucesión.

Y entonces, como un regalo inesperado, surgió una imagen asombrosa. Los objetos similares de cada secuencia se fusionaron en uno solo. Era el collar que había obsequiado a Margareth.

Margareth había insinuado algo sobre el corazón del dragón.

Al tocar el collar con mis manos, las escenas de mis vidas anteriores comenzaron a desvanecerse. Sin embargo, el collar permaneció, flotando junto a mí en la penumbra de mi subconsciente.

“Eso es, lo has logrado”, escuché decir a una voz. ‘Ahora es el momento de despertar.’

Despierta

¡Espera! Aún no he descubierto nada”, le dije a la voz. Mis palabras resonaron en el vacío, como un eco que se perdía en la distancia.

“Con el tiempo lo descubrirás. Pero ahora, debes despertar; hay quienes te esperan”, respondió la voz con una calma que contrastaba con mi urgencia.

Como si atravesara un túnel, una luz blanca brotó de la oscuridad, guiándome. Su fulgor era un faro en la inmensidad, prometiendo revelaciones y un nuevo despertar.

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El Duque Blackwood yacía sumido en un sueño ligero, acomodado en un sillón junto a la ventana de la habitación donde Aurora descansaba. La noche anterior, los asuntos de su región lo habían mantenido en vela.

El suave murmullo de una conversación lo sacó de su letargo. Eran los padres de Aurora, quienes entraban con la pequeña Margareth en brazos.

‘Disculpe, señor, no era nuestra intención interrumpir su descanso; veníamos a visitar a nuestra hija’, expresó la madre de Aurora, su voz impregnada de calidez.

Con un gesto despreocupado, el Duque restó importancia al leve sobresalto y se retiró discretamente, dejándolos a solas con Aurora.

Margareth, aún en su tierna infancia, rompió en llanto, provocando que sus padres intentaran consolarla con una serie de caricias y canciones de cuna. De repente, el llanto se apagó y la pequeña fijó su mirada en Aurora, quien yacía en un sueño profundo. Una sonrisa iluminó el rostro de Margareth, y extendió sus brazos hacia su hermana, gesto que sus padres observaron con ternura. La insistencia de Margareth por acercarse a Aurora era evidente.

Y entonces, en un momento de pura emoción, los padres de Aurora lucharon por contener las lágrimas al darse cuenta de que su hija había despertado.

Con un impulso, los padres se lanzaron a abrazar a Aurora, liberando las lágrimas reprimidas durante más de un mes.

Una vez recuperada la serenidad, Aurora inquirió: “¿Qué ha sucedido?”

Sus padres le narraron los acontecimientos recientes. Aurora escuchaba, atónita, mientras intentaba asimilar la información.

“Solo recuerdo el ataque de los magos oscuros en el jardín”, confesó, esforzándose por recordar mientras una punzada de dolor atravesaba su mente y los recuerdos se entrelazaban en un caos.

Los padres intercambiaron una mirada cargada de historia; una escena que ya habían presenciado. La preocupación, una vieja conocida, se colaba de nuevo en sus pensamientos.

¿Por qué nuestra hija padece estas constantes pérdidas de memoria? Se cuestionaban, mientras el temor de que a su hija le pase algo grave se tejía entre ellos.

Aurora sostenía a Margareth entre sus brazos, intentando aferrarse a los fragmentos dispersos de su memoria. Cada vez que se sumergía en el esfuerzo de recordar, una punzada aguda la asaltaba, como una advertencia de su mente para detenerse.

Había un vacío dentro de ella, un espacio donde algo valioso había sido arrancado, dejando tras de sí una herida abierta. La incertidumbre de no saber qué pieza faltaba en el rompecabezas de su existencia la atormentaba, como un eco persistente en la profundidad de su ser.