Lisel, la perspicaz hija del Marqués Luton, enfrenta una encrucijada de vida o muerte tras el súbito coma de su padre. En medio de la vorágine, su madrastra, cuyas ambiciones desmedidas la empujan a usurpar el poder, trama despiadadamente contra ella. En un giro alarmante, Lisel se entera de un complot para casarla con el Príncipe Heredero de Castelar, un hombre cuya oscura fama lo precede por haber asesinado a sus anteriores amantes.
Desesperada, Lisel escapa a los sombríos suburbios de la ciudad, hasta el notorio Callejón del Hambre, un santuario de excesos y libertad. Allí, en un acto de audacia, se entrega a una noche de abandono con un enigmático desconocido, un hombre cuya frialdad solo es superada por su arrogancia. Lo que Lisel cree un encuentro efímero y sin ataduras se convierte en algo más cuando él reaparece, amenazando con descarrilar sus cuidadosos planes.
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Capítulo 11. Lágrimas de Selene
Carlier se retiró a su cuarto, su ánimo estaba ensombrecido por la ira y la frustración. La indiferencia de Lisel hacia él le pesaba como una losa.
En su mente retorcida, la consideraba ingrata, incapaz de apreciar lo que él creía eran sus mayores esfuerzos.
No le importaba que su madre, Margaret, fuera cruel con ella. Después de todo, Lisel no era su hija legítima. Hecho que para Carlier justificaba su desdén.
Recordaba con claridad aquel día, cuando solo tenía cinco años, en que su madre le reveló que vivirían en el Marquesado Luton y que aquel hombre, el Marqués Octavio Luton, era su padre.
Carlier lo había visto antes, merodeando por la vivienda Montclair, como a muchos otros.
Sin cuestionar, aceptó el mandato de su madre.
La ambición de Margaret lo beneficiaba, excepto cuando se trataba de Lisel.
Para Margaret, Lisel no debía sobresalir, debía permanecer invisible, como una muñeca. Y a Carlier, eso le convenía. Creía que, cuanto menos destacara Lisel, menos atención masculina recibiría, y más posibilidades tendría de que ella fuera solo suya.
Sin embargo, Carlier ahora se encontraba ante el dilema matrimonial entre Lisel y el Príncipe Heredero.
Desde que se enteró del posible enlace, no dejaba de imaginar a Lisel desnuda, entregando su cuerpo al príncipe.
En su mente, Carlier oía los jadeos de ella, veía su rostro sofocado e imaginaba los movimientos rítmicos de sus pechos en cada embestida. La mera idea, aunque producto de su imaginación, lo enfermaba en celos.
El príncipe Teodor, conocido por su naturaleza impulsiva y sus escándalos, representaba un desafío inquietante.
Carlier estaba convencido de que, aunque Teodor no llegaría al extremo de dañar a quien sería su esposa, confirmando así los rumores, no se contendría en buscar sexo con Lisel, incluso antes de la boda.
El príncipe actuaría impulsivamente en tal escenario, confiado en que no enfrentaría consecuencias por sus acciones.
La mera idea de que Teodor pudiera alcanzar el éxtasis con Lisel era algo que Carlier encontraba intolerable. No tanto por una preocupación genuina por la seguridad de su hermana, sino por la propia obsesión posesiva que le consumía.
La sola posibilidad de que otro hombre la tocara desataba en él un enojo profundo y perturbador.
Lisel se despertó con la voz de Deysi resonando en su habitación.
Una mezcla de felicidad y sorpresa llenó su corazón al ver a su criada, a quien últimamente le había sido difícil encontrar tiempo para visitarla.
—Señorita, tenemos un problema —comenzó Deysi, su expresión marcada por la preocupación.
—He conseguido casi todas las hierbas para el brebaje que le pediste a mi hermano Luc, pero hay una esencial que no he podido encontrar en ningún lugar de la capital.
Lisel se incorporó en la cama, interesada.
—¿Cuál es la hierba?
Deysi frunció el ceño, como si el solo nombre de la hierba fuera un enigma.
—Se llama Lágrimas de Selene. Según mi hermano, es el ingrediente principal y, sin ella, el brebaje no tendrá el efecto deseado.
Las palabras "Lágrimas de Selene" escaparon en un susurro de los labios de Lisel.
Era una hierba de la que había leído, conocida por sus efectos paralizantes y su potencial letal en altas dosis. No era de extrañar que su comercialización estuviera prohibida en la capital.
—No te preocupes, Deysi, la encontraré —afirmó Lisel con determinación.
—Pero señorita... —empezó Deysi, su voz teñida de frustración y preocupación. La reacción de Deysi ante los riesgos que Lisel asumía era casi entrañable.
—El Callejón del Hambre... No debería haberle permitido ir allí, y mucho menos ayudarle a escapar. ¿Cómo se atrevió a salir por la ventana?
Lisel esbozó una sonrisa tranquilizadora.
—Soy buena trepando.
—¿Y si un guardia la hubiera visto?
—Conozco sus horarios y sus rondas, sé cuándo no hay nadie.
—¡Pero es un riesgo demasiado grande! Veo adónde quiere ir y no debo permitírselo. No puedo prestaros mi yegua para que os aventuréis en algo tan peligroso. Me sentiría profundamente culpable si os ocurriera algún mal.
Deysi valoraba pocas cosas tanto como a su yegua, llamada Estrella, y la idea de poner en peligro a dos seres que amaba era insoportable. Si algo le sucediera a Lisel, Deysi nunca se lo perdonaría.
—Deysi, por favor —imploró Lisel. —Seré rápida, iré al mercado negro y volveré antes del amanecer.
—Entonces, déjeme ir con usted —propuso Deysi con firmeza.
—Seré más discreta si voy sola —mintió Lisel. No podía exponer a Deysi a tal peligro.
—Hago esto por un bien mayor. Es un fin justificado, ¿no lo crees amiga?
Deysi meditó sus palabras, comprendiendo que Lisel asumía estos riesgos para evitar un peligro aún más grande.
—Está bien —cedió Deysi, resignada.
—¿Cuándo irá?
—Esta noche.
—¿Tan pronto?
—Es urgente. Los ingredientes tardarán al menos tres días en llegar a Lucas en el sur, sin contar el tiempo de preparación. No hay tiempo que perder.
Deysi asintió sombríamente, aceptando preparar a Estrella para el viaje nocturno.
—Gracias, Deysi —dijo Lisel, sintiéndose aliviada pero cargada de responsabilidad.
—Te prometo que seré rápida y cautelosa.