— Seré directa, ¿quieres casarte conmigo? — fue la primera vez que vi sorpresa en su rostro. Bastian Chevalier no era cualquier hombre; era el archiduque de Terra Nova, un hombre sin escrúpulos que había sido viudo hacía años y no había vuelto a contraer nupcias, aunque gozaba de una mala reputación debido a que varias nobles intentaron ostentar el título de archiduquesa entrando a su cama, y ni así lo lograron, dejando al duque Chevalier con una terrible fama entre las jóvenes y damas de la alta sociedad.
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Mi pasado
En el pasado, yo estaba enamorada del conde Agustín Derby y cuando mi padre murió a causa de su terrible enfermedad, contraje matrimonio con este hombre.
El día de mi después de mi debut en sociedad, rechace al segundo príncipe. La emperatriz me ofreció un matrimonio ventajoso con su hijo, podría tener más participación política y el respaldo de la realeza, pero el emperador también me propuso un matrimonio, aunque con su hermano, el archiduque Bastian Chevalier, quien no gozaba de muy buena reputación entre las damas. Él sentía que yo era la mujer perfecta para su preciado hermano, pero, de igual manera, lo rechacé educadamente, alegando que mi padre aún necesitaba mi ayuda, aunque consideraría su propuesta. Esto sucedió a mis quince años; actualmente tengo dieciocho, pero en mi otra vida morí a los veinticinco.
El casarme con el conde fue mi condena. Mi padre había establecido que aparte de su hija, el único con derecho al título sería mi primogénito, pero yo no lo sabía, y eso desencadenó mi desgracia. A los pocos meses, quedé embarazada, pero lo perdí después de un accidente en mi carruaje, cuando iba a una fiesta de té con la reina. Ese día, en medio de mi desgracia, conocí al archiduque Chevalier, un hombre totalmente diferente a lo que decían los rumores, quien me brindó su apoyo incondicional.
Cada vez que quedaba en cinta, volvía a perder a mi bebé. Eso me tenía destrozada y a mi esposo furioso, acusándome de ser la única culpable de cada una de mis pérdidas. El que siempre estuvo ahí para mí fue Bastian. Con el pasar de los meses, Agustín me amenazó con traer una concubina si no lograba tener un bebé, pero como él no tenía el título, era yo quien tomaba las decisiones en el ducado y, sin mi autorización, no podía entrar ni una sola concubina. Y claro que no permitiría eso, pero volvió a suceder; ya con esta, eran siete pérdidas en nuestros dos primeros año de matrimonio.
Después de mi última pérdida, descubrí a Agustín teniendo un amorío con una de las empleadas, una plebeya de extrema belleza que había entrado a trabajar como mi doncella desde los quince. Comencé a sospechar; Agustín no podía obtener el título, solo nuestro hijo. Eso me hizo dudar de su idea de ser padre, además de que, sin mí, él seguía teniendo un título de conde. Guardé mis sospechas para mí.
Recuerdo.
— Margaret, no puedo seguir escondiendo esto que siento por ti. No te imaginas lo que me duele haber llegado tarde a tu vida. Cómo se quema mi alma y se desvanece mi espíritu cada vez que te veo con él. Sé que socialmente no aceptarán un divorcio, por eso te pido también, osadamente, que escapes conmigo. Vivamos nuestra vida lejos de este imperio, solo tú y yo. Tengo el apoyo del emperador para aprobar tu divorcio y llevarte conmigo lejos. Te iré a buscar esta noche; tienes hasta la noche para tomar una decisión.
Ese día sentí mi corazón acelerar. No podría dejar el patrimonio que tanto le costó a mi padre, pero al no poder tener hijos y estar enferma de gravedad, no podría disfrutar de nada. Sé que el emperador no le permitiría a Agustín tomar el ducado en su poder. Pocos meses me quedaban, así que viviría mis días como si fueran los últimos. Al llegar a casa, me encerré en mi habitación, tomando las cosas más importantes, que eran las joyas de la familia. Las guardé en un estuche y esperé pacientemente a que llegara Bastian por mí. La ansiedad me ganó y decidí bajar, pero cuando iba por las escaleras, alguien me empujó.
Estando ensangrentada y a pocos minutos de perder la vida por el fuerte sangrado, vi cómo Agustín y la plebeya se besaban como si nada. Esto había sido planeado por los dos, miserables. ¿Cómo había sido tan ingenua al casarme con un ser tan ruin y despreciable? Ambos se retiraron a seguir con su asquerosidad, mientras yo me desangraba sin ayuda de nadie. Misteriosamente, no había nadie en la mansión. Cada vez me sentía más débil, hasta que vi una figura. Mayor fue mi sorpresa al ver que era Bastián.
— Margaret, ¡oh, santos cielos! Margaret, resiste, te llevaré a donde el mejor doctor. Solo resiste un poco.
— Bastián, ya no hay tiempo. Mi lindo Bastián, si pudiera regresar el tiempo, correría a tus brazos a pedirte matrimonio.
— Margaret, no hables, estarás bien.
— No, Bastian, quiero que cumplas mi último deseo: dame un beso. No quiero morir sin sentir tus labios. — Él estaba llorando, al igual que yo. Fue un beso dulce, pero melancólico; di mi último aliento en ese beso. Después de morir, no sentí nada más; estaba en completa oscuridad. No tengo idea de cuánto estuve así, hasta que vi una luz y, al seguirla, desperté cuando tenía dieciocho años. ¿Cómo lo supe? Por mi habitación, que cada año remodelaba los colores y, justamente, la decoración era dorada.
Cuando el carruaje llegó al ducado, respiré profundo; era hora de poner a esa arpía en su lugar e investigar la enfermedad de mi padre.
Margaret Vitaly
Bastian Chevalier