Cuarto libro de la saga colores.
Edward debe decidirse entre su libertad o su título de duque, mientras Daila enfrentará un destino impuesto por sus padres. Ambos se odian por un accidente del pasado, pero el destino los unirá de una manera inesperada ¿Podrán aceptar sus diferencias y asumir sus nuevos roles? Descúbrelo en esta apasionante saga.
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COMPROMETIDOS
...DAILA:...
— ¿Dónde está ese duque? — Gruñó mi padre, caminando de un lado a otro en el salón — ¿Por qué no está aquí dando la cara?
Yo estaba sentada en el sillón, sin soltar ni una palabra. Mis padres se habían enterado de las razones por las que me evitaban en las celebraciones y estaban que estallaban de la furia.
Lord Erick les había contado y ellos como tontos le pidieron disculpa casi suplicando, yo en cambio no lo hice a pesar de sus insistencias. Ese hombre me había ofendido y era el peor prejuicioso con el que había tratado hasta ahora. Estaba agradecida de no cometer el error de aceptar su propuesta.
— ¡Debías hacer una cosa bien, solo una cosa, comportarte! — Me reclamó mi madre, junto a la chimenea — ¿Cómo se te ocurre meterte a a un vestidor con un hombre? Haz llegado demasiado lejos.
— ¡Yo no me metí a ningún vestidor!
Ese hombre me obligó y no solo eso, regó ese rumor para no dejarme más salidas.
— ¿Ah, no? ¿Y entonces por qué todo el mundo se empeña en hablar sobre eso? Todo el mundo nos ignora y se aleja de nosotros — Mi padre se detuvo en seco — Si ese hombre no aparece a salvarte del repudio entonces nos tendremos que marchar a Hilaria y tendrás que casarte con Lord Flitton.
— Todavía falta una semana — Jadeé, respirando entre cortado por el pánico que esa idea proyectaba — Él aparecerá.
— Eso espero, porque Lord Erick está salpicado por tu negligencia.
Chasqueé la lengua — ¿Ahora es mi culpa qué ese don perfección tenga problemas?
— Sí, si es tu culpa — Me acusó mi madre y solté un gruñido — Ese hombre nos abrió las puertas de su casa y le has pagado de mal forma.
— Ustedes no son del todo inocentes, hicieron esto solo con un fin al igual que yo.
— Cállate, nosotros no te pedimos que te metieras con un hombre a un lugar solitario, haciendo quien sabe que cosa — Me señaló mi padre, vaya, no me sorprendía que pensaran que era capaz de actos indecorosos — Haz cavado tu propia tumba, si ese lord no viene en lo que queda de días, ya está dicho lo que pasará.
— Él vendrá — Aseguré, con una mirada firme.
Si no lo hace yo mismo lo iba a cazar para darle una buena paliza, para clavarle mil flechas más. Tal vez esa era su venganza, aplastar mi reputación en Floris y condenarme a un casamiento con un hombre que podría ser mi abuelo.
Infeliz, era un infeliz de la peor calaña.
Estaba conteniendo las lágrimas.
Alguien entró al salón y casi suspiro de alivio.
Lord Edward se detuvo frente a nosotros y me levanté de mi asiento.
Tenía una chaqueta de cuero marrón, con una camisa blanca holgada y unos pantalones negros con tirantes y botas pulidas. Llevaba el cabello despeinado y me desconcertó que trajera un ramo de flores, más al percatarme de que eran lirios.
— Vaya, Lord Edward, precisamente estábamos hablando de usted — Mi padre se cruzó de brazos ¿En serio quería tomar un papel de padre ejemplar justamente ahora? — De su cuestionable comportamiento con mi hija.
— Disculpe, mi lord — Dijo él, con una postura erguida, ese hombre si que sabía actuar — No era mi intención que todo aconteciera de ésta forma tan inadecuada.
Estreché mis ojos, por supuesto que sí lo era.
— ¿Cuál fue su intención al meterse en un vestidor con mi hija? ¿Tomar el té? — Ironizó mi padre.
Si se atrevía a espantar a mi única alternativa me iba a escuchar.
— Admito que lo hice para proponerle mis intenciones de hacerla mi esposa, creí que era mejor hablarlo en privado antes de venir aquí ha pedir su mano — Dijo, observándome y se me agitó el estómago — Quería que lo aprobara.
¿Quién aguantaría a Roguina y a Marta cuando lo supieran?
— ¿Por qué no dijiste que ya tenías una propuesta del futuro duque? — Exigió mi madre, pero no le respondí.
— Pero por su gran idea nos afectó a todos — Mi padre lo evaluó con severidad — Entienda que ahora no se trata de sus intereses, sino de su obligación como caballero, debe detener las habladurías y salvar a nuestra familia.
— Estoy en total acuerdo — Lord Edward asintió con la cabeza — Me casaré con su hija, si ella lo aprueba por supuesto — Me observó y mis padres también.
— Sí, me casaré — Dije, sin molestarme en detener el gesto de irritación.
Ví el destello de la victoria en su expresión serena.
— Es lo correcto — Mi padre ya tenía un rostro más aliviado — Entienda que debe ser lo antes posible.
— En tres días — Dijo él y casi me estremecí, tan poco tiempo, en tres días estaría atada al hombre que más odiaba en mi vida — Ya conseguí la licencia, ya hablé con el obispo, solo hace falta que asistamos y listo.
Mis padres se quedaron sorprendidos, casi sin habla.
— Perfecto — Dijo mi padre — Entonces solo hace faltan pequeños detalles y éste asunto está zanjado.
— Bien hecho Lord Edward — Mi madre sonrió y casi resoplo — Esto dice mucho de usted, a mostrado ser un hombre responsable digno de mi niña.
— Es mi deber — Él inclinó su cabeza — Ahora ¿Me permitirían un momento a solas con la Señorita Daila? — Mis padres se observaron — No se preocupen, no haré nada inadecuado, solo quisiera hablar con mi futura esposa sobre pequeñeces de nuestro futuro matrimonio.
— De acuerdo, pero sea breve — Mi padre se marchó, dándole una mirada de advertencia y mi madre lo siguió, sonriéndome, después de que minutos antes me estuviera reclamando.
Me quedé callada, cruzando mis brazos cuando nos quedamos solos.
— Lady Daila, debería darme algo de mérito por lograr lo que usted aseguraba que jamás pasaría — Dejó al descubierto su expresión arrogante.
— No era necesario que destruyera mi reputación.
— Solo era para asegurar una respuesta favorable y quitar de mi camino al resto de sus pretendientes — Dijo, sonriendo con insinuación — Pero, no se preocupe, cuando nos casemos su reputación volverá a ser integra.
— Es usted un doble cara.
— Como usted — Se encogió de hombros.
— Yo no recurrí a ningún acto sucio.
— De haber actuado como el tonto de mi primo no hubiera avanzado. Los acuerdos aseguran muchas cosas, en cambio los cortejos me parecen innecesario. Usted no habría cedido si yo hubiera seguido los pasos de todos esos caballeros mediocres. Mis jugadas aseguraron el éxito.
Si, ya me quedaba claro que él solo veía nuestro matrimonio como un trato, un negocio para beneficiarnos a ambos. Él obtendría su título y yo me salvaría de mi otro matrimonio, pero más allá de eso no saldría ganando, puesto que de todas formas había sacrificado mi libertad y mi futuro.
Me dió un poco de tristeza que no pudiera tener lo que mis amigas habían conseguido.
Amor, ese hombre nunca me daría amor.
¿Yo quería que me diera amor?
No. Lo quería lejos de mí.
— Admito que fue muy hábil.
Sonrió — Gracias, mi lady.
— No es un cumplido, prefiero las conquistas.
— Eso también se me da muy bien — Me guiñó un ojo y desvié mi mirada a otra parte.
— No es eso a lo que me refiero.
Había mucha diferencia en conquistar y seducir.
Elevó el ramo, ofreciendo las flores y bajé mi mirada.
— ¿Esto es suficiente?
Vistiendo tan sencillo seguía impactando.
— ¿Por qué trajo flores? — No las tomé.
— No se haga emociones, las traje para que mi propuesta se viera más romántica. Lucir más caballeroso y galante.
— No me emociona — Tomé el ramo, conteniendo de oler, debía ser solo una mera casualidad que me trajera mis flores favoritas — Es un narcisista.
— Un seductor — Su voz me erizó los vellos.
Retrocedí.
— Antes de finiquitar éste enlace, me gustaría plantearle algunas condiciones — Aclaré mi garganta, caminando hacia una mesa para colocar las flores en un florero, me volví, tomando fuerza.
— De acuerdo, también tengo mis condiciones. Adelante, haga las suyas primero.
Elevé una ceja — ¿Dónde voy a vivir?
— Viviremos en las tierras de Slindar — Enfatizó en la primera palabra — Como esposos debemos convivir en la misma casa, para no levantar sospechas.
— Seremos un matrimonio normal ante el ojo público — Acepté, entrelazando mis manos — Pero a puerta cerrada las cosas serán muy diferentes.
Asintió con la cabeza — Concuerdo con eso.
— Quiero tener mi propia habitación, dormir a parte — Dije, observándolo a los ojos.
Se encogió de hombros — Hecho.
— También, solo conviviremos en el almuerzo y en la cena, el resto del tiempo cada uno irá por su lado.
— El palacio tiene suficiente espacio, así que no se preocupe, no tendremos la desgracia de topar uno con el otro, lo que sí debo cuestionar es que habrá momentos donde nos tendremos que ver a parte de cuando comamos, como cuando salgamos juntos a algún evento, cuando estemos en la habitación cumpliendo con nuestros deberes maritales — Su mirada se oscureció y las sensaciones me atravesaron con la idea de ser tocada, besada, poseída.
— Ya que éste matrimonio es un acuerdo, me parece innecesario tener que cumplir con esos deberes — Mi voz se tensó y él frunció el ceño.
— Eso no me parece, es su deber como esposa.
— No quiero ser tocada por un hombre que retoza con todas las damas que se le atraviesan — Lo evalué con despectiva — Así que no veo porque debería cumplir con eso, cuando usted puede ir sin ningún problema a aliviarse con una de sus amantes.
Una extraña sensación de disgusto me envolvió al imaginar a ese infeliz yendo con sus amantes.
Se tensó, apretando su mandíbula.
— ¿Quiere ser una cornuda? Seré un duque y si atiendo mis necesidades con mis amantes en lugar que con mi esposa, la gente empezará a hablar...
— La gente jamás habla cuando es el hombre quien hace esas cosas, pero si fuese yo quien iría a buscar amantes.
— Ya va a empezar con las diferencias entre hombres y mujeres — Me interrumpió, despeinando su cabello — Nos estamos desviando.
— Yo no tengo ese tipo de necesidades, puedo morir virgen sin ningún problema.
Se rió y se acercó — ¿Está segura de eso?
Puse distancia — Lo escucho muy bien de aquí.
Sonrió y me observó de pies a cabeza, maldito, no podía esconderle lo que me provocaba, no a un experto en mujeres.
— Quiero tener herederos y deben ser hijos legítimos, osea que debemos tener relaciones — Dijo, su voz volvio a ese tono ronco — Es nuestro deber, independientemente de que esto sea un mero trato para nuestro beneficio. No puede negarse a mí.
No había pensado en eso, pero si me tocaba, estaba casi segura de que me iba a volver loca y que no iba a soportar ver como se iba con otras. Ese hombre jamás cambiaría su forma de ser, estaría casado, pero eso no significaba que me sería fiel.
¿Por qué me importaba tanto que me hiciera fiel? Solo había una forma de asegurar que no se fuera con otras después de que me entregara a él.
— Si me toca a mí entonces no puede tener amantes.
— ¿Cómo? — Se sobresaltó.
— Así como lo oye, no voy a acostarme con un hombre que se acuesta con otras... Si quiere que yo corresponda como esposa, entonces tendrá que renunciar a su vida de mujeriego, sino puede cumplir con eso entonces olvídese de ponerme un solo dedo encima. Tendrá que ser a la fuerza porque me negaré firmemente.
Se quedó callado, observándome detenidamente.
— Es tan lista.
— Elija, a mí, o a sus amantes.
— A usted — No pensé que aceptaría, lo observé sorprendida, con el corazón dando martillazos en mi pecho.
— ¿Lo dice en serio?
— Lo juro — Dijo, sosteniendo mi mirada — Tiene mi palabra.
— Si rompe su palabra no me tocará jamás.
— Ya quiero que pasen los tres días.
— No, aún no he terminado — Levanté mi mano y frunció el ceño — Será cuando yo quiera.
— Con una condición — Se apresuró, sin dejarme ganar otra ventaja — Tendrá un límite de tiempo — Levantó su dedo — Si me hace esperar más de un mes, entonces acudiré a mis amantes y nunca la tocaré.
— Acaba de jurar — Me indigné — Ya veo hasta donde llega su palabra.
— Juramento que no romperé, a menos que usted me niegue mi derecho por más de un mes.
Su viveza no tenía límites, quería salir ganando siempre.
— Hecho.
— Entonces tenemos un trato, mi lady.
Lord Erick entró.
— ¿Qué haces aquí?
Lord Edward se alejó, observando hacia su primo.
— También es un gusto verte.
— Escucha, no me agrada nada que andes por aquí sin mi autorización, no eres bienvenido.
— No te preocupes, ésta es la última vez que piso tu casa, al fin y al cabo no es nada acogedora — Gruñó, irritado ¿Por qué se odiaban tanto?
— Eso espero.
— Aprovecharé que estás aquí para informarte que Lady Daila y yo nos casaremos en tres días — Informó y Lord Erick se tensó — Estás invitado por si deseas presenciar la ceremonia.
— Es inconcebible que un sujeto como tú...
— Aseguraste que no iba a lograrlo, pues te equivocaste ¿Qué se siente no tener la razón, primito.
— No vas a aguantar tantos deberes y responsabilidades, ya que siempre fuiste el perdedor de los Delacroix, ni el ducado podrá borrar tu naturaleza — Gruñó ese idiota y noté como Lord Edward parecía estremecerse.
— No eres mejor que yo. Me retiro, antes de que no pueda controlar las ganas de romperte el hocico. Nos vemos en tres días, Señorita Daila — Hizo una reverencia y se marchó.
Lord Erick se apartó para dejarle pasar y luego me observó.
— Ha cometido un error fatal a aceptar ser esposa de mi primo.
— Eso a usted no le concierne y menos cuando estoy lo suficientemente manchada para su digno talante — Gruñí, observándolo con desprecio — Usted no es más integro que Lord Edward.
— No sabe lo que dice. Lord Edward es el peor sujeto, ni su padre podía tolerar todas sus faltas, decepcionó con sus actos a su familia.
— Él hizo lo correcto, se casará conmigo para limpiar mi nombre.
— Se casará con usted para tener el ducado, solo la usa.
Eso lo sabía, pero yo también lo usé para escapar de mi matrimonio y eso nos ponía en igualdad de condiciones.
— Señorita Daila, la destruirá como destruyó a su padre.
Lord Erick se marchó del salón.