Alexander y Sofía. dos enemigos mortales que acaban con sus vidas al mismos tiempo. sin imaginarse que sus destinos se unirá en una época diferente, en un siglo moderno, como el XXI
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capitulo 2: Adaptarse.
Ambos, Alexander y Sofía, se encontraron de pie en una habitación que les era completamente ajena. Al principio, sus miradas se cruzaron llenas de confusión, cada uno sintiendo el eco del cambio que había tenido lugar en sus vidas. No solo se sentían extraños en un cuerpo que no les pertenecía, sino que la esencia misma de sus identidades había usurpado
a cuerpos ajenos, dejando tras de sí una serie de recuerdos complejos y desordenados.
Un súbito dolor atravesó sus cabezas, como si un rayo de nostalgia hubiera decidido instalarse en su mente. Era una jaqueca que parecía golpear con la intensidad de viejas memorias que luchaban por salir a la superficie. Sofía, en medio de sus quejas de dolor, soltó un grito desesperado, un sonido lleno de confusión que resonó en las paredes del hotel, lo que provocó que Alexander se estremeciera y se dejara llevar por la misma sensación. En esos momentos de agonía, las imágenes comenzaron a llenar sus pensamientos; los rostros, los lugares, las fechas se sucedieron uno tras otro hasta que finalmente, ambos lograron recordar quiénes eran y, de manera igualmente alarmante, se dieron cuenta de que estaban en una época que, aunque no era la suya, les resultaba vagamente familiar.
Cuando el dolor comenzó a ceder, una revelación aterradora les pasó por la mente casi de forma simultánea.
— ¡¿Estamos casados?!— gritaron al unísono, llenos de incredulidad.
Esa sola idea transformó la atmósfera en la que se encontraban, dándole un giro absurdo y surrealista a la situación. La mirada de Sofía se posó rápidamente en su dedo anular, la sorpresa y el miedo reflejados en su rostro se tornaron en horror cuando vio una brillante y ostentosa alianza.
— Por los dioses del cielo. Esto es una aberración. ¿Cómo puedo estar casada con mi enemigo? —exclamó Sofía, moviendo los brazos como si intentara deshacerse de la confusión que aún la atenazaba.
— Mierda. Esto no es posible. ¿Cómo acabamos aquí? —Alexander, ahora en el cuerpo de Iván, la miró con frustración, el enojo desbordándose en su voz. — ¡Fuiste tú! Nos enviaste a una época diferente.
— A mí no me culpes, princesita. Es cierto que tengo poder divino, pero no tengo la capacidad de llevarnos a otro tiempo. Al menos no a este... —Se detuvo un momento, sus ojos reflejaban un asombro creciente mientras comenzaba a procesar los recuerdos que volvían. — Espera, esto es un hotel...
La irrefrenable sonoridad de un timbre interrumpió sus palabras, asustándolos a ambos. El estruendo de aquel objeto moderno era un misterio, pero gracias a ese torrente de memorias que habían invadido su mente, sabían lo que era. Alexander, aún tratando de asimilar su nueva identidad, balbuceó:
— Creo que es... tú tele-... telefon?
— Se dice teléfono. —respondió Sofía con impaciencia, mientras la ansiedad comenzaba a invadirla.
Desesperada por encontrar respuesta a la realidad que la rodeaba, se deslizó entre los objetos en la habitación y finalmente encontró el teléfono que sonaba insistentemente.
— Genoveva... —pronunció, casi en un susurro.
— ¿Quién es? —le preguntó una voz en el otro extremo, su tono era práctico y profesional.
— Según estos recuerdos... —dijo Sofía con voz entrecortada— es mi asistente. Dios, ¿por qué me haces esto en esta vida?... Me llamo igual, Sofía. ¿Y tú?
— Iván Ivanovich. ¿No piensas atender? —señaló el teléfono, frunciendo el ceño a Sofía.
Ella lo miró con irritación.
— ¿Para qué?... No entiendo nada de esto. Debería estar muerta, ¡y tú también!
— Pero no lo estamos. Ahora hay que resolver esto. —Alexander dijo, intentando enfocar su mente en lo que debía hacer.
— ¿Juntos? —Sofía lo miró, desconfiada.
— No.
— Ah, gracias a los santos. Prefiero separarme de ti lo más pronto posible. —respondió ella, mientras comenzaba a buscar su ropa en un intento casi automático de recuperar algún sentido de normalidad.
Los actos de ambos se llenaron de una fricción extraña, mientras buscaban su vestimenta dispersa por la habitación. Una vez vestidos, se miraron, sintiendo la extraña realidad en la que se veían atrapados. Mientras Sofía intentaba calmar su inquietud, tomaron sus pertenencias y se dirigieron hacia la puerta, enfrentándose a un pasillo que parecía interminable y atestado de algo que no lograban definir.
El elevador al fondo del pasillo prometía una nueva oportunidad de salir de aquel espacio desconocido. Sofía, aún miedosa y con cierto toque de reticencia, presionó el botón del ascensor. Juntos, esperaron en un incómodo silencio, desviando las miradas como si todo lo que les rodeaba pudiera ser parte de una pesadilla de la cual pretendían escapar. Cuando las puertas se abrieron, la atmósfera dentro del ascensor se volvió un poco más ligera. Al entrar, se encontraron con un interés inesperado.
Un hombre, que claramente reconocía a Sofía, apareció ante ellos con un brillo de admiración en sus ojos.
— ¡Oh, Sofía Marson! ¿Podrías firmar esto? —exclamó, sacando una fotografía de ella.
El aire se volvió denso de sorpresa, y Sofía, atrapada en el único comportamiento que podía recordar, tomó el bolígrafo que se le ofrecía y comenzó a firmar con movimientos casi automáticos. La sonrisa del admirador se amplió, y cuando el ascensor se detuvo en su piso, se despidió emocionado.
— ¿Qué clase de santa eres en esta vida? —preguntó Alexander, ahora Iván, con una mezcla de burla e incredulidad.
— Se le llama actriz... Esta mujer es famosa solo por fingir ser un personaje de una historia escrita. ¿Y tú qué eres? —respondió Sofía, recobrándose lentamente de la extrañeza de ser reconocida.
— Se le denomina CEO... Aunque, por lo visto, este hombre lleva la empresa en ruina. Lo veo por estos recuerdos —contestó Alexander, frunciendo el ceño mientras intentaba aprender más y más sobre quien era.
Finalmente, al salir del hotel, ambos se encontraron con un nuevo desafío. Un asistente se acercó a Iván con prisas.
— Jefe, es hora de irnos. Seguí sus indicaciones y lo esperé aquí. Tiene que irse a la empresa. Hay problemas.
Iván luchaba en su mente, intentando recordar el nombre de su asistente.
— ¿Bonet?...
— Sí, señor. Ahora, debemos irnos.
Bonet empujó a Iván, como un acto casi instintivo de apuro, empujándolo hacia un carro moderno. La primera impresión de Iván al ver aquel vehículo metálico fue una profunda mezcla de asombro y desconcierto; ¿dónde estaban los caballos que tiraban de la carreta? En ese momento, el mundo estaba cambiando ante sus ojos, y el resto de la realidad parecía caerse a pedazos.
Mientras tanto, Sofía, sintiendo alivio por deshacerse de Iván, fue abordada por su propio chófer.
— Señora Sofía. La he venido a recoger por petición de su asistente.
Sofía, ayudándose un poco de su autocontrol, subió al carro sintiendo la misma mezcla de asombro que había atravesado a Iván momentos antes. Sin embargo, ella sabía disimular mejor su asombro. Con una postura más segura, se acomodó en el asiento, mientras recordaba a Iván ser empujado por su asistente hacia un destino misterioso.
— idiota. Lograré adaptarme a este mundo primero que tú. No importa que mundo. Te venceré, Alexander.
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— ¿Dijo algo, señora?— preguntó el chofer, muy confundido.
Sofía miró asombrada como apenada, siempre pensaba en voz alta y nadie notaba eso, ahora, es diferente y le causó vergüenza eso.
— no es nada. Siga en lo suyo.