El maltrato que sufrió Alessandro en toda su niñez se verán opacada cuando un chico de otra ciudad, lo empieza a tratar de una manera distinta.
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Capítulo 2 El chico que reía
"Las apariencias engañan, es como una montaña rusa o cuando se juega a la rayuela, si pisas mal, pierdes o eres juzgado. El dolor te llega hasta la sangre cuando te están despreciando y mutilando tu ser sin piedad ni compasión. Todos están enfocados en juzgar a los demás por lo que hacen o no hacen, todos se creen perfectos para juzgar al 'imperfecto', pero nadie sabe qué sufre el ser 'imperfecto' ese. Todos están tan plastificados en un mundo en donde todos son iguales ya es evidente. Da tanto miedo saber que pronto seré uno más de esos plásticos frívolos sin sentimientos."
Estaba terminando de dar los últimos retoques al mural cuando escuché que un auto frenó. Miré y pude ver a una familia de cinco personas: dos adultos, dos adolescentes y una niñita. Volví a mi trabajo. Cuando estaba bajando las escaleras y juntando mis cosas, vi que el chico nuevo me miraba. Lo ignoré y me marché.
Fui a ver al señor Juan, quien me pagó por el dibujo. Me fui contento a mi casa.
"Me pagaron 10.000 pesos", reía feliz. Cuando llegué a mi casa, vi a mi papá tirado en el sofá con un olor a cerveza. Cuando entré, traté de no hacer ningún ruido, pero me vio y me agarró del brazo. Me sacó la billetera.
"Vos me tenés que dar plata, sabés", me decía mi papá con un olor nauseabundo en la boca. Me sacó todo lo que había ganado y me sentí derrotado.
Salí de ahí y me fui a trabajar a la pizzería del pueblo. Llegué y mi jefe se quejaba otra vez por todo. Me daban ganas de renunciar, pero necesitaba el dinero, aunque mi papá siempre me lo quitaba. No me di cuenta y me quemé la mano con la fuente de la pizza. Me quejé y uno de mis compañeros se rió. Salí de ahí con una bronca, tenía unas ganas de romperle la boca al pelotudo ese. Cuando salía, vi otra vez a la familia nueva y sólo seguí mi camino. Cuando llegué a mi casa me bañé y me acosté a dormir.
Al otro día en la escuela llegué temprano como de costumbre y me senté en el fondo del curso. Estaba aburrido, así que dibujé.
Cuando los demás llegaron, la profesora dio el aviso de que íbamos a tener un compañero nuevo. El chico nuevo entró y lo miré de reojo, pero después volví al papel.
La profesora le indicó su lugar y, de tanta suerte que tengo, el lugar estaba justo a mi lado. Quería que me tragara la tierra. "Qué sal que tengo", me decía. El chico se presentó como Lucas Rossi, lo saludé por educación. —Un gusto, soy Alessandro Calvi— dije y volví al dibujo.
La clase transcurrió con tranquilidad. En la salida, nos formamos, bajamos la bandera y nos fuimos a nuestras casas. Todos se iban contentos, pero yo no quería ni pisar mi casa.
"Otra vez en esta casa", dije y entré.