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Un Reloj… En Sus Sueños

Un Reloj… En Sus Sueños

Status: En proceso
Genre:Romance / Futuro / Pareja destinada / Amor eterno
Popularitas:1.9k
Nilai: 5
nombre de autor: Zoilo Fuentes

Un relato donde el tiempo se convierte en el puente entre dos almas, Horacio y Damián, jóvenes de épocas dispares, que encuentran su conexión a través de un reloj antiguo, adornado con una inscripción en un idioma desconocido. Horacio, un dedicado aprendiz de relojero, vive en el año 1984, mientras que Damián, un estudiante universitario, habita en el 2024. Sus sueños se transforman en el medio de comunicación, y el reloj, en el portal que los une. Juntos, buscarán la forma de desafiar las barreras temporales para consumar su amor eterno.

NovelToon tiene autorización de Zoilo Fuentes para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO 1: EL RELOJ ANTIGUO

— ¿Por qué siempre pospongo este trabajo? —suspiró Horacio, mirando el mecanismo desarmado.

El reloj inacabado reposaba allí, como un paciente enfermo esperando su diagnóstico. La lluvia golpeaba los cristales de la ventana, creando un ritmo monótono que parecía sincronizarse con el latir de su corazón.

— Porque eres un maestro en la procrastinación, querido Horacio —respondió una voz desde la penumbra.

Era el maestro Irvin que justo cruzaba el umbral del taller con pasos medidos, como si cada pisada resonara en el suelo de madera.

— Pero este reloj… es especial. Horacio asintió.

El reloj pertenecía a la familia del alcalde, una dinastía de poder y prestigio. Debería haberlo terminado hace semanas, pero algo en él se resistía.

— Mi abuelo me enseñó a armar un reloj en un taller como este —dijo Horacio, recordando los días de su infancia. — Decía que cada engranaje tenía su propósito, como las personas en una ciudad. El relojero es el corazón, y los relojes son sus latidos.

— ¿Y cuál es el propósito de este reloj? —preguntó Irvin, señalando el mecanismo inerte.

Horacio frunció el ceño. El alcalde quería que funcionara para la inauguración del nuevo ayuntamiento. Decía que simbolizaba la precisión y la puntualidad. Pero Horacio no podía encontrar el problema. El escape estaba desalineado, y el tic-tac era errático, como un corazón que se niega a seguir el compás.

— A veces siento que soy como este reloj —confesó Horacio. — Desalineado, con un tic-tac errático. Mi vida es un engranaje suelto.

— No digas tonterías — replicó Irvin, acercándose. — Eres un artista. Tus manos crean belleza en cada reloj que tocas.

Horacio sonrió. La lluvia seguía cayendo afuera, pero dentro del taller, el tiempo se detenía y fluía a la vez. Se levantó, ajustó el escape con manos expertas y volvió a colocar el mecanismo en su lugar.

— Aquí está el problema — anunció. — Un simple ajuste, y volverá a latir con precisión.

El taller se llenó de un suave tic-tac mientras Horacio trabajaba en el reloj. El alcalde estaría orgulloso, pero para Horacio, el verdadero logro era haber vencido a su propio reloj interno, ese que a veces se detenía en la procrastinación y otras veces aceleraba en la duda.

Horacio era un joven cuya edad se encontraba en la delicada frontera entre la adolescencia y la adultez. Apenas había dejado atrás los años de formación, pero su mirada ya contenía la profundidad de quien ha vivido más de lo que sus años indican. Era alto y delgado, con una postura que denotaba elegancia y gracia. Sus manos, siempre limpias y cuidadas, manejaban las piezas de los relojes con precisión quirúrgica. Su piel, casi translúcida, parecía absorber la luz del taller y reflejarla en destellos plateados.

Su cabello era lacio y de un rubio pálido como los rayos de la luna, de mediana longitud y caía en mechones suaves. A veces, cuando estaba absorto en su trabajo, lo recogía en una coleta improvisada para mantenerlo fuera de su rostro.

He aquí nuestro protagonista… Horacio, el ayudante del relojero.

El joven ayudante del relojero era un alma solitaria, más cómoda entre los mecanismos que entre las multitudes. Sus pensamientos eran como las espirales de un reloj de bolsillo, girando sin cesar. A menudo, se perdía en sus propias reflexiones, imaginando líneas de tiempo paralelas y futuros alternativos. Horacio guardaba un secreto profundo en el rincón más íntimo de su corazón. Había un mundo oculto que solo él conocía: su verdadera identidad.

La voz de Horacio era un susurro melódico, como el eco de un antiguo reloj de péndulo. Hablaba con calma y precisión, eligiendo cada palabra con cuidado.

...🕰️🕰️🕰️...

En un día bañado por los rayos dorados del sol, un suave golpe resonó en la puerta del taller del relojero. Horacio, con sus manos manchadas de aceite y la mirada fija en los intrincados engranajes, se sobresaltó al encontrar a una joven de cabellos oscuros y ojos centelleantes frente a él. La chica, con una sonrisa que resplandecía como la luz de la luna en una noche clara, inclinó la cabeza y preguntó con voz melodiosa:

— ¿Podría pasar, buen relojero?

Horacio, aún aturdido por la presencia de la joven, apartó la lupa y se apresuró a cerrar la puerta tras ella. La chica avanzó hacia la mesa de trabajo, donde los relojes en reparación esperaban pacientemente su turno.

— Mi nombre es Isabella, dijo con su voz suave como el susurro del viento entre las hojas.

— He venido por este reloj.

Sacó un antiguo reloj de bolsillo de su bolso y lo colocó con delicadeza sobre la mesa. Horacio observó las marcas del tiempo en la carátula, las manecillas desgastadas y el cristal astillado.

— Pertenece a mi bisabuelo, continuó Isabella. — Necesito que lo restaures. Es todo lo que me queda de él.

Horacio asintió solemnemente, sintiendo la responsabilidad de preservar una historia familiar que se desvanecía con cada tic-tac.

— Lo cuidaré como si fuera mi propio legado, prometió.

Isabella miró a Horacio con ojos apremiantes.

— Tengo premura por reparar este reloj, confesó.

El reloj que llevaba en su bolso había estado en su familia durante generaciones, y ella lo consideraba un tesoro sentimental. Sin embargo, últimamente había estado funcionando de manera errática, e Isabella temía que se detuviera por completo.

Horacio, conmovido por la historia de Isabella y la importancia del reloj en su legado familiar, asintió con determinación.

— Lo tendré listo para mañana temprano, aseguró.

Sus manos expertas comenzaron a desmontar el reloj, mientras Isabella observaba con una mezcla de esperanza y ansiedad.

La joven sonrió y sus ojos brillaron con gratitud.

— Eres muy amable, dijo. — Aprecio mucho tu ayuda con la premura del reloj.

Horacio continuó con su labor meticulosa, sumergiéndose en el mundo de engranajes y muelles. Isabella se desvaneció en la distancia, pero su sonrisa persistía en la memoria de Horacio. El tiempo avanzaba implacable, mientras él se sumía en la tarea de devolver la vida al antiguo reloj.

El taller de Irvin se sumió en la penumbra mientras las horas avanzaban con la urgencia de un reloj desbocado. Horacio, con las manos aún impregnadas de aceite y los ojos fijos en el antiguo reloj de Isabella, luchaba contra el tiempo.

Irvin y Sofía, se retiraron a su dulce morada, dejando a Horacio solo entre las sombras y los suspiros de los relojes. La luz de una lámpara titilante iluminaba su rostro concentrado, mientras las manecillas del reloj en reparación parecían burlarse de su esfuerzo.

Mientras se retiraba, Irvin observó un antiguo reloj que sacó de su bolsillo y, con una sonrisa, le advirtió a Horacio que la medianoche se acercaba.

— No te trasnoches trabajando, muchacho, le dijo. — El tiempo es un aliado, pero también un maestro sabio que nos enseña a cuidar de nosotros mismos.

Horacio asintió, agradeciendo el consejo del veterano relojero y sin poder evitarlo soltó una risa señalando el antiguo reloj de bolsillo que Irvin llevaba en su chaleco.

— Don Irvin, ¿no cree que ese reloj suyo necesita una actualización? Debería cambiarlo por uno de esos modernos con luces LED y alarmas digitales. ¡Así no se quedaría dormido en el taller!

Irvin, con una sonrisa socarrona, respondió:

— Horacio, este reloj ha visto más décadas que tú y yo juntos. Es como un sabio anciano que sigue marcando el tiempo con elegancia.

Sofía, intervino:

— ¡Horacio, deja de tentar a Irvin! Los relojes antiguos tienen alma. No necesitan pantallas brillantes para decirnos qué hora es.

Las risas de Irvin y Sofía resonaron en las paredes del pequeño taller de relojería, como ecos de complicidad. Se retiraron juntos, sus sombras se fundieron con la penumbra de la noche. Horacio, sin embargo, permaneció allí, rodeado de engranajes y susurros de tiempo.

El reloj de Isabella yacía sobre la mesa, sus piezas dispersas eran como constelaciones en el firmamento. Horacio se inclinó y sus dedos hábiles ensamblaron los fragmentos con paciencia y devoción. La luz de una lámpara antigua iluminaba su rostro concentrado.

La medianoche se acercaba, y el taller parecía sumido en un hechizo. Horacio ajustó una minúscula rueda dentada y así, el reloj de Isabella cobraría vida nuevamente, y su tic-tac resonó una vez más como un latido compartido con el universo.

Horacio, con el corazón latiendo al ritmo de los engranajes que había ensamblado, imaginó el momento en que Isabella recibiría su reloj reparado. La sonrisa de ella y la chispa de alegría en sus ojos al ver el tic-tac constante, sería su recompensa, por lo que se permitió un suspiro de satisfacción.

Llegada la media noche, los relojes que adornaban el taller, como coros antiguos, entonaron su sinfonía de tic-tac. El taller de relojería, envuelto en la cadencia de los relojes, se vio interrumpido por un sonido inusual. Desde el viejo desván, un crujido ancestral descendió como un suspiro. Horacio, entre el asombro y el temor, alzó la mirada, ascendió con cautela por los escalones con el corazón latiendo en un compás ansioso. Ante él, la antigua puerta del desván yacía como un enigma. Sus dedos se aferraron al pomo, pero el temor lo hizo retroceder. Una extraña urgencia lo impulsaba a abrir esa puerta, aunque el miedo lo paralizaba.

La puerta del desván cedió ante la presión de Horacio, revelando un mundo olvidado. El aire, denso y cargado de polvo, se filtró en la habitación. Ante él se extendía un espacio oscuro, lleno de sombras y misterios. El suelo crujía bajo sus pies mientras avanzaba, y el eco de sus pasos parecía resonar en el tiempo.

En un rincón, una vieja caja de madera yacía cubierta por una sábana raída. Horacio se acercó con cautela y retiró la tela. Dentro de la caja, encontró un conjunto de objetos antiguos: entre ellos un reloj de bolsillo con las manecillas detenidas, precisamente fue lo que llamó su atención.

El reloj antiguo era una maravilla de artesanía y nostalgia. Sus detalles meticulosos hablaban de una época pasada, cuando el tiempo se medía con precisión y elegancia. La caja del reloj estaba hecha de un metal envejecido, posiblemente latón o plata, con un brillo apagado por los años. En su tapa frontal, un grabado intrincado representaba un jardín de rosas en plena floración. Las espinas de las rosas parecían casi reales al tacto, y las hojas se curvaban con gracia alrededor del borde.

El cristal que protegía la esfera del reloj estaba ligeramente empañado, pero aún permitía ver las manecillas doradas. Estas manecillas, finas como hilos, apuntaban a números romanos desgastados. El segundero, más pequeño y discreto, no avanzaba. El reloj tenía una corona en su lateral, que Horacio giró con cuidado pero el mismo seguía sin funcionar

En la parte posterior del reloj, yacía una inscripción grabada como un enigma, un mensaje cifrado en una lengua desconocida que Horacio no podía descifrar. Los caracteres se entrelazaban como raíces de árboles antiguos, y su significado permanecía oculto en las sombras del pasado.

El reloj, con su historia entrelazada en los recuerdos de su abuelo, emergió como un fantasma del pasado. Horacio contempló la esfera desgastada, las manecillas inmóviles como testigos silenciosos. ¿Casualidad o designio?

El eco de sus pasos resonó en las paredes mientras Horacio descendía las escaleras del desván. La luz del taller lo recibió como un abrazo cálido, y el reloj en su mano parecía palpitar en sintonía con su corazón. El taller, con sus herramientas y sus sombras le aguardaban.

La mesa de madera crujía bajo la presión de sus manos, y las herramientas, desgastadas por el tiempo, se convirtieron en extensiones de su voluntad. El reloj yacía frente a él como un rompecabezas de engranajes y misterios. Horacio se adentró en el corazón del mecanismo, como un alquimista que busca la piedra filosofal. Cada tic-tac resonaba en su mente, y las manecillas inmóviles parecían burlarse de su esfuerzo. Las horas se desvanecieron en un torbellino de concentración. Horacio ajustó, giró, examinó. El tiempo se volvió elástico, estirándose y encogiéndose según su voluntad.

Y entonces, cuando los primeros rayos del Sol se filtraron por las ventanas polvorientas, ocurrió. El reloj cobró vida. Las agujas se movieron con una gracia ancestral, como si recordaran su propósito. Horacio contuvo el aliento mientras el tic-tac resonaba en su pecho.

La felicidad lo inundó, una marea cálida que borró el cansancio y la incertidumbre. Había regresado el movimiento a las agujas de ese viejo reloj, y en ese instante, Horacio sintió que había tocado algo más allá de la materia. El taller, con su polvo y sus sombras, se convirtió en un santuario de maravillas.

Entonces, el eco de sus palabras resonó en el taller, como si el propio espacio celebrara su logro.

— ¡Voilà, lo he conseguido!, pronunció Horacio con una mezcla de asombro y satisfacción.

La voz de Irvin, resonó en el taller como un eco del pasado.

— ¿Qué has conseguido? — preguntó el anciano con sus ojos centelleando con curiosidad y asombro.

Horacio mostró a Irvin el antiguo reloj restaurado.

— Este reloj, que parecía irremediablemente perdido, ahora funciona — dijo con orgullo. Aunque había dudado de sus habilidades, finalmente había logrado la hazaña.

Las lágrimas brotaron en los ojos de Irvin al contemplar el reloj restaurado. Con voz temblorosa, se volvió hacia Horacio y le preguntó:

— ¿Cómo lograste revivirlo?

El asombro de Horacio ante las lágrimas de Irvin lo llevó a disculparse por haber entrado al desván sin permiso. Sin embargo, se justificó al mencionar el extraño ruido que había escuchado.

A pesar del atrevimiento de Horacio, Irvin solo ansiaba conocer el secreto detrás de la restauración del reloj. Con voz firme, le pidió:

— Por favor, dime en detalle cómo lograste este milagro. A pesar de toda mi experiencia como relojero, nunca pude alcanzar tal hazaña.

Horacio, aún aturdido, confió a Irvin:

— Don Irvin, la verdad es que ni yo mismo comprendo cómo sucedió. Cuando desarmé el reloj, no tenía una idea clara de lo que debía hacer. Sin embargo, fue como si una voz externa me guiara paso a paso en la reparación. Ahora, si me lo pregunta, no podría explicar lo que hice.

Irvin, con asombro en sus ojos, declaró:

— Es inaudito, muchacho. Casi parece que estabas destinado a revivirlo.

Horacio, con una mezcla de perplejidad y humildad, respondió:

— Don Irvin, sinceramente, no encuentro palabras. Mi asombro es tan grande como el suyo.

Irvin, con una mezcla de fatalismo y ternura, pronunció:

— Bueno muchacho, parece que el destino ha decidido que seas el nuevo custodio de este reloj. El mismo ha traído tanto gozo como desdicha a mi vida. Tal vez algún día te revele la historia detrás de él y el por qué quedó olvidado en el rincón donde lo hallaste. Pero por ahora, considera que es tuyo.

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FERM
Horacio tenía un padrastro homofóbico por sus propios traumas
Merilyn Shelby
que poeta /Drool/
FERM
Me encanta el espíritu de Damián 🤭. No tiene miedo a nada
Niko F.: Corrijo… enamorado 😅
Niko F.: Está enamora y eso borra todos los miedos!!
total 2 replies
FERM
Qué es el internet? 😅
FERM
Espero el próximo capítulo con ansias 😱
FERM
Me encanta la creatividad con los que se han creado cada uno de los personajes🤭🤭
Enoch
Enganchada totalmente
Niko F.: Gracias, es muy importante para mí tu comentario!!
total 1 replies
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