Hay mujeres que aman con fuerza, entrega y sacrificio. Rosario creyó que su matrimonio sería para siempre. Pero el que creía el amor de su vida no lo pensó así.
La historia de Rosario es la de muchas mujeres que lo dan todo en una relación y que al final comprenden que una relación es de dos.
Permítanme contarles la historia de ésta mujer común y corriente, una de nosotras.
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Tenía diecisiete años cuando lo ví por primera vez.
Mi corazón latió desenfrenadamente, nunca me habían llamado la atención los muchachos, vivía metida en mis libros. Mis objetivos eran mis estudios.
Todos los años sacaba los primeros lugares en mi curso. Había salido con quince años de mi enseñanza media. Y ahora estaba terminando mi segundo año de derecho y me iba muy bien. Tenía una buena memoria y gran capacidad para leer. Desde pequeña mamá me incentivo a leer. Me compraba como podía libros de historia de segunda mano, le leía la historia de grandes personajes y ella me escuchaba.
Mamá era la más orgullosa, seguía levantándome a las seis para compartir nuestro desayuno.
Conversábamos de todo, de sus patrones, recetas, de mis tías y yo le contaba de mis estudios.
--Has hecho nuevos amigos?
--No mami, no me pidas eso, soy mala para relacionarme.
--Quieres ser abogada. ¿Y como entablaras una conversación con esa timidez hija?
--Ya llegará el momento de que me nazca tener amigos.
--Algún chico que te guste?
--Mamá, no me molestes.
--Hija, ya eres una mujer y es normal enamorarse a tu edad, no es nada malo.
--Eres una niña responsable y quiero que sigas así, tan madura a tu edad.
--Cuando te enamores, lo sabrás, ese corazoncito que está ahí se volverá loco y tu cuerpo lo sabrá. Te dará señales.
--Y es ahí donde debes ser responsable y cuidarte.
--Hay mami, ni siquiera tengo a alguien en mente y tú ya me estás dando anticonceptivos.
--Tranquila, tú serás la primera en saberlo. Si me enamoro, te lo contaré de inmediato. Y serás tan feliz como yo.
--Ahora sígueme explicando cómo es la torta cielo.
Ana sabía que su hija era muy tímida y por eso tenía miedo, no quería que la historia se repitiera.
Venía pedaleando de la universidad cuando la cadena de mi bicicleta se rompió. Caí lejos, pero nada que solo mi orgullo se resintiera.
Vivíamos en una zona rural, dejaba la bicicleta encadenada en la estación y de ahí tomaba un tren para llegar a la ciudad. Esa era mi rutina diaria. Nunca mi vieja amiga me había fallado hasta ahora. Fue mi regalo de los quince años, aunque era usada, era perfecta para mí.
Había recorrido unos cuantos kilómetros, llevándola a cuestas, cuando una camioneta paró a mi lado.
--¿Te ayudo?
--¿Qué le pasó a tu bicicleta?
Era una camioneta vieja con un tremendo motor, manejada por un joven muy guapo, moreno. El se bajó, era muy alto.
Me puse nerviosa y no emitía palabra.
--¿Estás bien? o no tienes lengua?
--Estoy bien, muy bien gracias.
--No necesito ayuda, no me encuentro lejos de casa.
--Estoy probando el motor de esta preciosura, te puedo llevar.
--No es necesario, gracias.
Seguí tirando mi bici y lo dejé parado en el camino.
Sentí que se subió y dió vuelta, no lo vi más.
Llegué a casa con la lengua afuera, y arrepentida de no haber aceptado el ofrecimiento.
Subí directo a la ducha.
Después de bañada, fuí a alimentar a las aves y a recoger los huevos. Mamá llegaba después de las seis y yo siempre un poco antes, aunque hoy por mi accidente mucho más tarde.
Preparé la cena , algo liviano para las cuatro, hoy vendría la tía Camila y tía Odette ellas eran amigas y hermanas de la vida de mamá, se habían conocido hacía muchos años atrás. Desde ese momento no se separaron más. Éramos familia sin sangre decían las tres
Buscaban trabajo siempre cerca y puertas afuera para trasladarse juntas y cuando contrataban a mamá para algún evento, siempre eran las tres se complementaban de maravilla y yo de mesera.
Camila era la calma, Odette la alegría y mamá la fuerza. Era una buena sociedad.
Sentí las campanas de la puerta habían llegado.
Cómo siempre Tía Odette era la más bulliciosa. Todas nos reíamos de sus bromas y las celebrábamos.
--Alguien de ustedes conoce un taller de bicicletas?
--Mi bici sufrió un accidente.
--¿Qué te pasó?
--Se cortó la cadena y salí volando. Dije riendo.
--Hija no te rías esos golpes son peligrosos.
--Dejame verla. Me dijo Tía Odette
Salimos y ella la revisó.
Mañana te compro la cadena y la coloco, es fácil.
Estaba acostumbrada, en su juventud lo hacía a diario era la mayor de tres hermanos y como eran muy traviesos vivían dañando sus bicicletas.
Estuvimos hasta tarde, generalmente ellas venían seguido. Lo pasábamos muy bien.
Yo las veía como si fueran mis tías verdaderas. Mamá era huérfana, Camila era de ascendencia árabe, había tenido problemas con su familia y se separaron y Odette escapó de un ambiente de delincuencia y alcoholismo que había en su familia, cortó esos lazos cuando huyó de ellos.
Mamá era la mayor de las tres. Por lo que pasábamos todas las fiestas juntas, navidades, cumpleaños. Éramos las cuatro de la suerte, ja, ja, ja así nos nombramos.
No sé por qué decidí no contarles del chico guapo que ofreció traerme.
Creí que me interrogarían y sería el objeto de burla de ellas, siempre bromeábamos de quién sería la primera en encontrar un galán. Ninguna tenía una relación seria.
Se quedaron a alojar, yo me acosté y no supe más de la vida.
Al otro día me vine caminando, cuando llevaba como cinco minutos de caminata, se detuvo un auto a mi lado yo ni siquiera miré. Era tímida y desconfiada de los extraños.
--Y tu bicicleta? ¿La reparaste?
Era el mismo muchacho de ayer.
--La están arreglando. Yo seguía caminando sin detenerme.
--Quieres que te lleve?
--No, muchas gracias, mi casa no queda lejos.
--Que muchachita tan rara eres.
-Sabes que muchas se pelearían por subirse a mi auto?
--Genial, no me gusta pelear.
--Como te llamas muchacha rara?
--No crees que te estás demorando mucho, no pierdas tu tiempo.
Jamás me detuve a conversar, pero mi corazón latía a mil por hora.
Sentí que se dió vuelta y se fue.
Pensé, demasiado guapo para mí. Aunque lo veía de reojo, era un hombre hermoso.
--Llegue a casa con la lengua afuera. Y pensando en el joven. Mientras estudiaba no lo podía sacar de mi cabeza. Que problema tenía en mi cabeza.
Pero no quería pensar en el.
Cómo nunca hubo hombres a mi alrededor no sabía nada de ellos. Era totalmente ignorante, no tuve padre, hermanos y estudié en un colegio de mujeres. Por lo que mi experiencia era nula.
Tía Odette me llamó para contarme que la cadena de mi vieja bicicleta no estaba en la ciudad y que mañana seguramente llegaría. Que tuviera paciencia, porque ya estaba encargada.
Al otro día volví a la misma hora y empecé mi caminata eran alrededor de una hora caminando a paso rápido. Habían pocas casas era un camino rural donde aún se veían muchas vacas y caballos en los campos. Pasó un auto muy rápido, escuchaban música a todo volumen, me alejé del camino para que no me salpicaran las piedras. A lo lejos había un viejo roble y ví que había alguien.
La polvareda del auto se detuvo más adelante, se dieron vuelta y regresaron, algo me avisó, no sé un sexto sentido, pero me pasé por los alambres y entré a una pradera. Cuando ví que se bajaban en un lugar sin casas me asusté, me saqué un calcetín y lo llené de piedras grandes.
El auto frenó cerca de donde me metí, se bajaron cuatro hombres. Y empezaron a caminar rápido detrás de mí.
Pensé no saco nada con seguir corriendo, es mejor enfrentarlos.
Solté mi mochila y sujeté con fuerza mi calcetín o mejor dicho mi arma, años atrás tía Odette me había enseñado.
--Cuando se vive en barrios muy malos hay que saber cuidar la cartera y otras cosas, en esos años no entendí lo segundo, ahora sí.
--Que quieren? Dije con la voz más dura.
--Vamos bonita, solo pasar un buen rato los cuatro.
--Vamos a una fiestecita, acompáñanos
No me había percatado que alguien se acercaba corriendo.
Escuché que gritaba algo, pero por mis nervios no lograba comprender lo que decía. No quería quitarles la vista.
Los hombres se dieron vuelta a mirarlos aunque eran macizos el hombre que se acercaba era un gigante.
Sentí su respiración agitada cuando llegó a mi lado, cuál no sería mi sorpresa, era el joven que me ofreció llevarme.
Él miró mi mano y vió mi arma hechiza.
--No erres golpe, balancea tu brazo para que agarre más fuerza.
--Que esperan?
--Vengan!!
--No son tan valientes los cuatro ahora verdad?
--Vamos!!
Si pudiera describirlo, se veía como un luchador de la Grecia antigua. Miraba a los hombres y los veía dudosos. Las miradas de lascivia habían cambiado ya no eran tal.
Se miraban entre ellos, se preguntaban si serían capaces contra el grandote y la muchacha que daba vueltas el calcetín con las piedras.
Finalmente, desistieron, se dieron vuelta y se fueron discutiendo entre ellos.
Mantuve la respiración durante muchos minutos, hasta que él me habló.
--Ves, al final igual te ayudé. Aunque no querías.
Lo miré a la cara, de cerca era más guapo, tenía una tez mate hermosa.
Sentí que mi corazón latía a mil por hora y me di cuenta que mi cabeza y corazón habían hecho un clic.
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