Rómulo Carmona Jr. es hijo del hombre más poderoso y temido del país y ante el mundo, es el heredero devoto, y la sombra perfecta de su padre. Pero en su interior, lo odia con cada fibra de su ser, porque Carmelo Carmona, es un tirano que lo controla todo, y ha decidido su destino sin dejarle opción: un matrimonio por conveniencia con Katherine León.
Para Rómulo, casarse con ella es la única manera de proteger a la mujer que realmente ama, sin embargo, lo que comienza como una obligación, pronto se convierte en un viaje inesperado y en el camino, descubre que los sentimientos pueden surgir cuando menos te lo esperas.
¿Podrán Rómulo y Katherine encontrar la felicidad en un matrimonio marcado por el deber?, o, por el contrario, estarán condenados a vivir en las sombras de un destino que ellos nunca eligieron (Historia paralela de la saga Romance y Crisis)
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Capítulo I: Traicionar lo que mas amas para salvarla parte 1
La casa presidencial rebosaba de periodistas, luces destellaban con intensidad, y las voces mezclaban elogios ensayados con murmullos de aprobación. El motivo de la celebración era el logro académico de Natalia Carmona, sobrina del presidente, convertida en un símbolo conveniente del supuesto espíritu piadoso y familiar de Carmelo Carmona.
Con un gesto estudiado, Carmelo alzó su copa en dirección a Natalia, sonriendo con esa expresión perfectamente medida que hacía que la gente lo viera como un líder admirable.
—Me siento muy orgulloso de esta talentosa chica —pronunció con tono solemne, como si la afirmación viniera del fondo de su corazón.
Los periodistas captaron el momento de inmediato, interpretando la sonrisa que Natalia le devolvió como una prueba de admiración filial. Ninguno de ellos, sin embargo, tenía la más mínima idea de la tormenta que se desataba en el interior de la joven. Fingía como siempre, porque no había otra opción.
Carmelo, siempre el maestro de la manipulación, decidió extender la celebración hacia otro logro familiar.
—Aunque este no es el único motivo de celebración —continuó con una pausa calculada—, porque la casa presidencial está llena de chicos talentosos.
Desvió la mirada hacia su hijo Rómulo, quien, a diferencia de Natalia, no disimulaba tan bien su desagrado.
Rómulo también había obtenido su grado en Arquitectura con méritos sobresalientes. Estaba lleno de sueños y esperanzas, pero ninguno de esos sueños incluía seguir el camino que su padre quería para él. Más bien, se trataba de trazar su propio destino y llevar consigo lo que más le importaba: sus primas Natalia, de 18 años, y Verónica, de 16. Esa idea era su verdadero motivo de regocijo, no aquella celebración forzada.
—¡Felicitaciones para Natalia y Rómulo! —exclamó Carmelo, con una emoción fingida que pocos en la sala podían detectar como tal.
Acto seguido, llevó su copa a los labios con elegancia, un gesto que mezclaba clase y una leve vulnerabilidad que, como siempre, cautivaba a las masas.
—¡Siento tanto orgullo porque en mi familia hay mucho talento! —agregó con una sonrisa magnética.
Nada de aquello era cierto. A excepción de Rómulo, Natalia y Verónica, los otros hijos de Carmelo, Roberto y Mireya, eran flojos, poco aplicados en los estudios, más inclinados a los excesos y los problemas que a los logros. Pero Carmelo, aunque consciente de ello, jamás perdería la oportunidad de promocionarse como el patriarca ideal.
En medio de aquel espectáculo, Rómulo se inclinó hacia Natalia y murmuró con fastidio:
—Me duele la cara de tanto fingir y sonreír.
Natalia mantuvo la expresión impecable mientras respondía con la misma sonrisa fingida que había perfeccionado con los años.
—Descuida, Rómulo, ya está por terminar esta tortura.
Mientras los flashes seguían capturando el momento y los brindis continuaban, Rómulo y Natalia mantenían el contacto que, en secreto, siempre habían preservado a espaldas de Carmelo. Ambos sabían que, si su padre llegaba a descubrir lo que tramaban, estarían en serios problemas.
En el fondo, Rómulo solo esperaba el día en que Natalia obtuviera su grado, el momento exacto en que podrían planear su escape definitivo de la casa opresiva en la que vivían. Soñaba con sacarlas a ella y a Verónica de aquel ambiente tóxico y empezar de nuevo lejos del control férreo y abusivo de su padre.
Se inclinó levemente hacia Natalia y le susurró al oído:
—Cada vez estoy más cerca de cumplir la promesa que les hice.
Pero algo insólito ocurrió durante la cena. Natalia, ansiosa y nerviosa, deslizó su mano bajo la mesa y tomó la de Rómulo. Él, acostumbrado a estos gestos fraternos, no reaccionó de inmediato. Sin embargo, en cuestión de segundos, sintió que el toque ya no era el mismo. No era solo apoyo o conexión familiar… había cambiado y era algo más íntimo.
Un escalofrío recorrió a Rómulo, una sensación desconocida y abrumadora se alojó en su pecho. Por primera vez, su percepción de Natalia no era la de su prima a quien debía proteger, sino la de una mujer, y eso lo aterrorizó.
Esa noche, en un espacio que ambos sabían era un punto ciego de la cámara, ocurrió lo impensable, se dieron su primer beso y aunque ambos sabían que estaba mal no podían detenerse, esta situación continuó por las siguientes semanas.
Natalia observó a Rómulo con incredulidad. La idea de que él aceptara un puesto en el ministerio de infraestructura, un obvio acto de nepotismo, le parecía desconcertante.
—¿Por qué aceptaste el trabajo que te ofreció el tío? —preguntó, con el ceño fruncido.
Rómulo, con la mirada fija en la copa que sostenía entre las manos, suspiró antes de responder.
—Natty, si queremos huir, debemos dejar que papá crea que todo está bien y baje la guardia —aseguró con firmeza.
Natalia entrecerró los ojos, analizando cada palabra con cautela.
—Pero estás atándote más a él. A su red. A sus reglas.
Rómulo levantó la vista, su expresión endurecida por la convicción.
—Lo sé. Pero si parezco demasiado distante, si me rehúso abiertamente, papá comenzará a sospechar. Mejor que piense que finalmente acepté ser parte del juego.
Natalia tragó saliva. Nunca le había gustado ese tipo de estrategias, pero sabía que con Carmelo no había margen para errores.
—¿Estás seguro de que esta es la mejor manera? —susurró, todavía escéptica.
Rómulo deslizó una mano sobre la mesa y tocó suavemente la de Natalia, un gesto de confianza.
—No hay otra opción, Natty. Si queremos salir de aquí, debemos ser más listos que él.
Ella asintió lentamente, aunque no le gustaba mucho la idea, confiaba en Rómulo y en el fondo, los dos sabían que la farsa solo era el primer paso hacia la libertad.
—Descuida, todo va a salir bien — le aseguró Rómulo — Solo tienes que confiar en mí
Rómulo acarició su mano en un gesto muy íntimo, sabiendo que cada vez estaba más confundido cuando se trataba de Natalia.
A sus 24 años, Rómulo nunca había tenido una relación. No porque le faltaran oportunidades, sino porque el peso de su apellido era demasiado. Ser un Carmona significaba que cada mujer que se acercaba lo hacía con segundas intenciones, buscando más el poder y el prestigio de su familia que a él como persona. Esa realidad lo había llevado, inconscientemente, a cerrar su corazón y a desconfiar de cualquier emoción genuina.
—Natty esto no está bien, debemos parar — dijo Rómulo intentando mostrarse fuerte
Por eso, cuando sus sentimientos por Natalia comenzaron a cambiar, se sintió atrapado en una encrucijada que no sabía cómo resolver.
La amaba, sí, pero ¿qué clase de amor era? ¿Era el amor por la mujer que lo miraba con ternura cuando nadie más lo hacía? ¿Era el amor por la persona que lo hacía sentir menos solo en la prisión dorada de la casa presidencial?
O, más inquietante aún, ¿cuánto de ese amor provenía del hecho de que ella era la hija de Juan Carmona, el hombre al que siempre había admirado y que había sido arrebatado por culpa de su padre?
La duda lo consumía. ¿Era Natalia un reflejo de la figura paterna que perdió demasiado pronto? ¿O era ella, en esencia, la mujer que realmente despertaba su deseo?
El conflicto se volvía insoportable, porque si era lo primero, entonces aquello que sentía no era amor, sino una búsqueda desesperada por llenar un vacío en su interior, pero si, por el contrario, era lo segundo, entonces estaba aún más perdido de lo que creía.
—¿Rómulo, tú también me consideras indigna? — preguntó Natalia con los ojos enrojecidos.
Rómulo no soportó ver esa imagen de Natalia sintiéndose rechazada por la única persona en la cual confiaba así que tomó su quijada y le dio un beso lleno de pasión luego de eso cruzaron todos los límites entre un hombre y una mujer, siendo esta la primera vez de ambos, y aunque fueron muy discretos con su romance en la casa presidencial no había nada oculto y pronto lo descubrirían de la peor manera.
Rómulo estaba atrapado en una tormenta de emociones, debido a lo que acababa de ocurrir con Natalia, además de que sus sentimientos se confundían, y su razón luchaba contra su corazón, además de que la culpa se entrelazaba con el deseo de actuar como un hombre y asumir su responsabilidad y sus planes iniciales ahora no servían de nada y necesitaba un camino que le diera una salida definitiva.
Así que con voz firme y una mirada decidida, le hizo una propuesta que venía gestando desde hacía días cuando notó que la intimidad entre ellos cada vez era mayor.
—Natty, huyamos con Verónica —murmuró Rómulo, acariciando su cabello, como si el contacto pudiera disipar el miedo que veía reflejado en sus ojos.
Natalia lo miró, aterrada por la posibilidad.
—Rómulo, tengo miedo de lo que pueda hacer el tío…
Rómulo apretó la mandíbula, sosteniendo su resolución con más fuerza.
—No te preocupes porque tengo algo de dinero ahorrado, y con eso podemos irnos al país del Este los tres y empezar de nuevo, lejos de todo esto —aseguró, antes de besarla con intensidad, queriendo imprimir en ese gesto la promesa de un futuro diferente.
Cuando se separaron, Natalia todavía tenía dudas, pero Rómulo se aferró a la convicción de que esta era la única manera y solo así podría protegerlas, aunque ni el mismo estaba seguro de si esta era la mejor decisión.