Siempre nos hablan del tiempo como algo lineal, primero el pasado, luego el presente y por último el futuro y también nos hablan de que el único tiempo real es el presente, porque el pasado ya pasó y el futuro no está hasta que llega, pero ¿Qué tal si no fuera así? ¿Qué pensarías si te digo que el tiempo, paradójicamente, es y no es línea a la vez? ¿Y que vivimos varios momentos al mismo tiempo y esto no se limita para nada al presente?
Te invito a descubrir poco a poco la complejidad de esta historia y a sumergirte en un océano de emoción a medida que leas su trama.
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Capítulo I, Andrew
Me encontraba caminando por las calles desiertas de ciudad Black Dragon —la ciudad donde nací y en donde he vivido siempre—. Me preguntaba seriamente cómo era posible que en pleno mediodía las calles de la zona central estuvieran sin una sola persona a la vista, que incluso no hubiera perros o palomas y, de pronto, se hizo de noche.
No me había terminado de recuperar de la sorpresa cuando el suelo empezó a temblar, se abrió una enorme grieta justo en medio de la avenida que pronto se convirtió en un ancho y sumamente profundo cráter y segundos después este cráter se llenó de agua que fluía hacia el oeste con mucha fuerza.
«¿Así que de pronto hay un río salido de la nada que atraviesa la ciudad? Menuda ridiculez.»
Pero, mi sorpresa fue mayor cuando el agua se tornó roja y mi nariz fue invadida por un olor semejante al del hierro oxidado.
—¡Sangre, esto es sangre!
Me desperté justo en ese momento y miré la hora en mi celular, eran exactamente las tres de la madrugada.
Mi nombre es Andrew Gallardo Torres, tengo quince años de edad, estoy estudiando mi último año de secundaria o, como le dicen en otros países, último año de preparatoria, y desde hace cuatro años tengo sueños y pesadillas demasiado reales, que más que soñar es como sumergirse en otra realidad que puede ser maravillosa o escalofriante.
—Esta pesadilla se sintió incluso más real que las anteriores, además, dicen que es de muy mala suerte despertarse a esta hora tras una pesadilla.
Me levanté, y, luego de una rápida parada en el baño, fui a la cocina y bebí un vaso de agua. Regresé caminando al cuarto, me limpié los pies con las manos, me acosté y arropé.
Por fortuna para mí, el resto de la noche el único sueño que se presentó fue uno acerca de estar corriendo en medio de un campo de maíz, cuyos detalles se me olvidaron a los pocos segundos de despertarme con la alarma de las seis de la mañana.
Me bañé y me vestí rápidamente, bajé las escaleras del primer piso y llegué hasta el comedor, donde ya me esperaban mi hermana menor, Andrea, y madre, Elizabeth, para desayunar juntos.
—¡Hola, mami, hola hermanita, buenos días a las dos! —exclamé lleno de alegría.
—¡Hola, hijo! —Mi madre se apartó del ojo izquierdo uno de sus mechones dorados.
—Buenos días, Andrew. —El tono de mi hermana sonaba frio y distante, como solía hacer la mayor parte del tiempo con casi todas las personas desde hace un año cuando cumplió doce.
Me comí rápidamente la tocineta frita, los huevos revueltos y el puré de papa y luego me bebí de un trago el jugo de naranja.
—Bueno, estoy un poco sobre la hora, hasta luego.
—¡Cuídate, hijo!
Fui al baño de la planta baja de la casa a lavarme las manos, la cara y cepillarme los dientes. Y tras terminar con eso salí caminando rápido, agarré mi bolso y seguí caminando hasta detenerme brevemente en la puerta de entrada de la casa.
—¡Ahora sí, hasta luego! —grité.
—¡Hasta luego, hijo!
Salí, cerré la puerta detrás de mí y empecé a correr rumbo hacia la parada de autobús. Me tomó quince minutos llegar hasta la parada de autobús. Afortunadamente sólo tuve que esperar un par de minutos antes de subirme al transporte y llegué a la entrada del liceo pocos minutos antes de que tuviéramos que hacer la formación para cantar el himno nacional y luego subir a nuestros respectivos salones de clase. Lo que realmente fue un golpe de suerte, puesto que, si llegaba más de cinco minutos tarde, entonces no me dejarían entrar.
Fue entonces que sucedió, justo antes de entrar al liceo, vi como un autobús colisionaba contra una camioneta pequeña y dos hombres salían volando desde la entrada del autobús y su sangre comenzaba a teñir el suelo tras la caída. Toda la escena me resultó muy familiar, demasiado, hasta que recordé que había soñado exactamente con eso hace dos años.
Entré al liceo sintiendo una tremenda sensación de deja vu.