Ethan Vieira vivía en un mundo oscuro, atrapado entre el miedo y la negación de su propia sexualidad.
Al conocer a Valquíria, una mujer dulce e inteligente, surge una amistad inesperada… y un acuerdo entre ellos: un matrimonio de conveniencia para aliviar la presión de sus padres, que sueñan con ver a Ethan casado y con un nieto.
Valquíria, con su ternura, apoya a Ethan a descubrirse a sí mismo.
Entonces conoce a Sebastián, el hombre que despierta en él deseos que nunca se había atrevido a admitir.
Entre secretos y confesiones, Ethan se entrega a una pasión prohibida… hasta que Valquíria queda embarazada, y todo cambia.
Ahora, el CEO que vivía lleno de dudas debe elegir entre Sebastián, el deseo que lo liberó, y Valquíria, el amor que lo transformó.
Este libro aborda el autoconocimiento, la aceptación y el amor en todas sus formas.
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Capítulo 18
La lluvia no dio tregua en toda la noche.
Las ventanas temblaban con el viento, y el sonido de las olas se mezclaba con el ruido distante de los truenos.
Dentro de la casa, solo la luz suave de las velas rompía la oscuridad.
Sebastian estaba sentado en el sofá, mirando el fuego tembloroso.
Ethan permanecía en silencio, aún intentando procesar lo que sentía desde el accidente.
La herida en el pie ya no dolía tanto; lo que dolía ahora era el torbellino dentro de él.
Finalmente, fue Sebastian quien rompió el silencio.
— Parece que el tiempo no va a mejorar tan pronto.
— Sí — respondió Ethan, distraído. — Por lo visto, la noche va a ser larga.
Sebastian lo observó de reojo.
— A veces, las noches largas son buenas. Nos obligan a conversar, a pensar.
Ethan rió bajo.
— Yo ya pienso demasiado.
— Entonces habla un poco — dijo el muchacho, en un tono calmado. — Hablar a veces alivia.
Ethan desvió la mirada hacia la ventana, donde la lluvia rayaba el vidrio.
— No sé si quiero abrir la boca y dejar que todo salga. Puede ser peligroso.
— ¿Para quién? — preguntó Sebastian, sincero.
Ethan tardó en responder.
— Para mí mismo.
Sebastian se quedó en silencio por algunos segundos, luego murmuró:
— Yo creo que guardar demasiado lo que sientes es lo que realmente lastima.
Ethan respiró hondo y se recostó en el sofá, la mirada fija en la llama de la vela sobre la mesa.
— Eres joven, Sebastian. No tienes idea de lo que es pasar la vida intentando ser lo que los otros esperan que seas.
— Tal vez no lo sepa todo — respondió él, tranquilo. — Pero sé lo que es intentar encajar donde no pertenece.
Ethan lo miró por primera vez con atención.
— ¿Tú también te has sentido así?
Sebastian esbozó una leve sonrisa.
— Más veces de las que me gustaría.
El silencio volvió, denso, pero no incómodo.
Aquella conversación parecía abrir ventanas que Ethan mantenía cerradas con llave desde hacía años.
Él se levantó, cojeando levemente, y fue hasta el balcón.
La lluvia caía pesada, y el aire frío lo hizo estremecer.
Sebastian lo siguió, llevando una vela encendida.
La llama temblaba con el viento, reflejándose en el rostro de ambos.
— ¿Por qué eres así, Sebastian? — preguntó Ethan, en un tono casi de confesión. — ¿Tan calmado, tan seguro de ti mismo?
El muchacho pensó antes de responder.
— Porque ya viví cosas que me enseñaron a no luchar contra lo que no puedo cambiar.
Ethan bajó la mirada.
— Yo lucho contra mí mismo todos los días.
— ¿Y estás venciendo? — preguntó el muchacho, suavemente.
La pregunta golpeó a Ethan de lleno.
Se quedó en silencio por largos segundos, hasta susurrar:
— No.
Sebastian dio un paso adelante, deteniéndose al lado de él.
No dijo nada. Apenas se quedó allí, compartiendo el silencio y la lluvia.
Ethan sentía la presencia de él: el calor discreto, el olor del mar mezclado con el perfume leve de la piel mojada.
Todo en él gritaba para alejarse, pero el corazón no obedecía.
— ¿Sabes qué es extraño? — dijo Ethan, por fin. — He pasado la vida huyendo de lo que siento… y, aun así, es cuando estoy cerca de ti que me siento más en paz.
Sebastian lo miró, sorprendido, pero no dijo nada.
La llama de la vela osciló, proyectando las sombras de ambos en la pared.
Ethan continuó, la voz trémula:
— No sé qué es esto. Solo sé que me asusta.
Sebastian habló con calma, como si temiera quebrar el momento:
— El miedo es solo el primer paso antes de descubrir algo bonito.
Ethan respiró hondo, los ojos llorosos.
— Ya he lastimado a personas intentando ser quien no soy. No quiero repetir eso.
— Entonces no lo repitas — dijo el muchacho, sereno. — Solo sé verdadero, al menos contigo mismo.
Las palabras resonaron dentro de Ethan como un pedido de libertad.
Por un momento, quiso decir todo: lo que sentía, lo que reprimía, lo que lo atormentaba hacía años.
Pero el sonido de la lluvia se hizo más fuerte, sofocando el coraje que nacía en su garganta.
Sebastian se dio cuenta.
— No necesitas decir nada ahora. A veces el silencio también habla.
Ethan lo miró, y en aquel instante entendió que era exactamente eso:
el silencio de ellos lo decía todo.
Se quedaron allí por largos minutos, lado a lado, mirando el mar en furia.
Dos hombres diferentes, unidos por una tempestad: la de afuera y la de adentro.
Cuando la vela finalmente se apagó, la casa se sumió en la oscuridad.
Pero, por primera vez en mucho tiempo, Ethan no sintió miedo de aquello que no podía ver.
Estaba en paz.