Capítulo 2 – Los Pactos dolorosos – Parte III

La lady había recorrido, durante estos días, todo el exterior, sin ser vista por los guardias que controlaban el perímetro; y sufría la incertidumbre porque no sabía cómo era el interior y en dónde se encontraban los niños. Todavía no había recibido la imagen satelital que Mercury le prometió que enviaría y eso la ofuscaba porque estaba retrasando todo su itinerario.

A simple vista, y era lo único que tenía gracias a esos recorridos; la disposición de la casa, era de dos pisos y en el piso superior, al exterior de una de las habitaciones, que al parecer era de las más grandes; había un pequeño balcón terraza, con sillones afuera para el verano y en ese lugar, él solía salir a fumar o beber con uno de sus “esclavitos”. Siempre que sacaba a sus “deseos de compañía” al balcón, los hacía estar desnudos, ya sea al calor o al frío de la cordillera, siendo este un “jovencito o jovencita”, según los estándares de la Legión. Sin embargo, para cualquier persona normal, sería un niño de no más de trece años. Este estaba atado a un collarín dentado, con los ganchos parcialmente hacia adentro, como si fuera un perro de pelea, y este “elegido”, era uno de sus juguetitos de felación o sexuales, que disponía para sus “necesidades”. Si se les ocurría llorar por el frío o calor, los pateaba o flagelaba, para que lloraran más fuerte, y si lograba que sangren, él era más feliz; ya que era un sádico de mierda.

Junto a él, “La Madame French”, una rubia de siliconas abundantes, de tendencia hedonista y gustos muy caros, y era otra maldita puta tan perversa, e incluso un poco más, que esa bestia inmunda, la que era su pareja del momento; disfrutaba de ver como la sangre de los inocentes caía a sus pies, ya que ataban las manos de los niños a dos argollas que se encontraban en el piso, para que quedaran en cuatro patas. Luego ponía la cabeza de estos entre sus pantorrillas de sus piernas cruzadas, aprisionándoles el cuello, mientras que su cara quedaba aprisionada entre sus rodillas, la que sostenía con una de sus manos, para ella poder ver el rostro lloroso de sus víctimas, y así disfrutar del sufrimiento ajeno.

La Lady, hoy, les daría un final rápido que no tenían derecho a recibir, pero no había de otra manera, estaba muy retrasada. La secuencia de vigilancia, se repitió como en estos tres últimos días, y justo cuando estaba por dar el tiro de gracia, su laptop vibró gracias al sistema que le había colocado Mercury el cual le avisaba, en una de sus muñecas, de las llegadas de los mensajes importantes.

Lentamente, bajó su fusil de la posición de tiro tendido (1) y colocó la capota térmica sobre su cabeza y abrió la mini computadora, le dio clic al mensaje entrante y vio las imágenes satelitales del interior de la casa, que envió su hacker favorito … Gracias por todo Tío Sam. Ahora sí era tiempo de la acción, se dijo la Lady y, dándole la orden a los otros que tenían de respaldo junto a Ricardo, comenzó el fin de estas inmundicias humanas. Cerró la mini laptop y le avisó por radio a su partenaire que el plan, al fin, tenía su acción y final. Luego de revisar los pisos y las demás dependencias, acomodó todo su equipamiento, sin hacer falsos o bruscos movimientos, y preparó todo para salir rápido y sin dejar huellas de allí.

Lentamente como se cubrió, se destapó y volviendo a tomar el fusil, comenzó su concentración, y volviendo a centrarse en su objetivo, respiró hondo y exhaló lento, una, dos, tres veces, mientras repetía una y otra vez esta frase:

—Soy el viento en mi cara, entrando por mi nariz, dando energía y calma a mi cuerpo, poniendo el frío a mi disposición para que la calma guíe mi disparo, y este sea la paz de los inocentes.

De esta manera, se mentalizaba para calmar su pulso y olvidarse del resto del mundo, mientras su mente, además de esas palabras, recordaba el primer minuto del solo de violín de Vittorio Monti, llamado Csárdás; interpretado por Sarah Nemtanu, quien era su ídolo actual en el violín. Así lo hizo hasta lograr que su cuerpo quedara laxo y su mente en blanco. Cuando lo obtuvo, su vista solo captó un fondo blanco y una diadema en su víctima y no la que marcaba su mira telescópica. Esta era una que marcaba el fin del mal; el cual estaba encarnizado en dos adultos que se creían omnipotentes, frente a niños y jóvenes; y que, a su vez, marcaba también el principio de la libertad de los mismos allí retenidos.

Un solo disparo transversal inferior, con dirección superior a favor del viento, pero con complicidad de un manto de nieve, que partió desde la posición en donde estaba escondida; fue lo que necesitó, para que la muy porquería de bestia, estuviera tirada y perdiendo sus sesos en el piso. Junto a él, y víctima del mismo proyectil; de la misma manera, su segunda al mando y amante, la que siempre traían consecuencias muy nefastas de sus caprichos sexuales, por ser la hija de un político francés, que residía en Argentina.

Joyce Thierry, era un muy estimado y respetado representante en el mundo de la política francesa y mundial, ya que era secretario de los últimos tres embajadores de ese país en Argentina, y fue un representante en la ONU y en la OTAN. Sin embargo, la historia con su hija lo avergonzará infinitamente, pues nunca imaginó que se convertiría en esta cosa al fallecer su abuelo materno; quien era el que más le cumplía sus caprichos; y que, según la investigación de la Lady, demostraba que su hija tenía un desorden mental llamado Complejo de Electra.

(Joyce Thierry)

Dicho complejo, lo manifestó hacia su abuelo y no hacia él, su padre; durando hasta su adolescencia, en donde, por enojo por la muerte de este, se dedicó a hundirse en vicios de la carne, drogas y otras cosas, todas pagados por sus insanos amantes, que poco tenían que ver con la figura de su abuelo. Solo se les parecían en edad y facialmente a Armand Thierry, quien también fue un prestigioso político.

(Armand Thierry)

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