Con razón, nunca encontraban nada los investigadores de las diferentes fuerzas.
Mauricio dejó todo el instrumental que había usado para limpiarlo después, y se acercó a una mesa que tenía un intercomunicador de manos libres, como el que habían estado usando hacía un rato antes y poniéndoselo, dijo:
—Moro, tráeme un par de pantalones talle XL, un cinto de ajuste y un par de sandalias talle 44. —le ordenó, aunque sonó más como un pedido formal.
—Ok, ya me voy moviendo. —dijo Noel Luz Valsan, la Moro, por su propio intercomunicador.
— ¿tienes preparada la celda que te pedí? —Le preguntó, pensando en si estaba bien en desobedecer a la Lady.
Esto le parecía que era lo mejor, aunque iba a dolerle y no sabía a quién de los dos le haría sangrar más.
—Sí, solo falta la sabana del colchón. —dijo ella, que estaba en el depósito de blancos, ropas y trastos, buscando lo pedido por Mauricio.
—Manolo y Rafael moviéndose. Tú muévete —Le dijo a Kellian, para que se bajara de la camilla en la que lo había colocado, mientras Manolo ya había partido y Rafael preparaba su arma para custodiarlo, y volvió a hablarle a Noel —Moro, camina ya.
—Moviéndome al sector celdas —respondió y salió, cerrando con su llave magnética, el depósito perfectamente ordenado, fichado y controlado.
Noel “la Moro” Valsan, estaba en el otro sector de la guarida, y otra vez, como tantas anteriores, pensaba y se preguntaba lo mismo: ¿cómo mierda se le había ocurrido firmar ese pacto con Anahí?, por Dios estaba loca de remate. Sabía muy bien lo que habría sucedido, si no lo firmaba, y lo que sucedería a sus secretos, si ella no hubiera accedido y lo tenía bien claro; desde aquel día en que Anahí le reveló quién era, en su otro trabajo. Igualmente, eso no significaba que ella fuera indiferente a esta amargura, que le estaba corroyendo cada día más.
(Rostro creado por mí con IA)
(Cuerpo Noel, es la modelo e influencer Marissa Dubois)
¿Pero por qué su amiga había hecho eso? En realidad, ella no tenía ni la menor idea, porque solo conocía lo superficial de Lady River.
Sí; ella sabía que Anahí, era la asesina más buscada, entre otros tantos, por varios entes policiales y de seguridad nacional de demasiados gobiernos. También sabía que, lo que Anahí hacía, era ilegal a miles de estratosferas, aunque había un bien oculto; sin embargo, en casi todos estratos jurídicos del mundo era condenable, y Noel suponía que, si de no haber firmado aquellos papeles, ella la habría matado “aunque le partiera el alma en mil pedazos, por mentirle sobre sus secretos en aquella oportunidad”, según había asegurado Anahí.
Además, económicamente hablando, su sueldo era envidiable y más últimamente que ya no participaba directamente de las misiones; ya que, según Mauricio, ahora estaba tras la seguridad de bastidores. Asimismo, siempre aparecían las mismas preguntas, con una sola respuesta; ¿quién cuidaría de su madre, hermanos y a sus tesoros, si ella no estaba? ¿Quién traería algo más que una pensión por viuda que poseía su madre? Y la respuesta era la misma: ella y solo ella.
Noel, era la del medio de cinco hermanos, pero uno había muerto y el otro vivía con su mamá y los dos mayores eran casados. Sus estudios habían sido pagados por Anahí desde que la conoció en secundaria, cuando hicieran juntas la misma. Ya en la universidad se graduó con dos títulos, y eran los de Técnica Vial y Geólogo. Eso era una verdad neta, pero nunca los ejerció.
Siempre le había dicho a su madre, que, por sus trabajos, viajaba constantemente. Sin embargo, la verdad era que Anahí; la llevaba de aquí para allá, siendo su secretaria, asesora y estilista, cuando lo necesitaba. Había sido entrenada para eso y más cosas que por el alter ego de Anahí, eran necesarias y las cuales necesitaba saber para camuflar al “engendro” en cada misión, ya que Lady River controlaba cada centímetro y segundo de las misiones.
Cansada de este infierno, caminó por el pasillo y se dirigió al encuentro de los “chicos de la Lady”. Dobló a su izquierda por ese pasillo muy bien iluminado y se encontró frente a las puertas de lo que eran las celdas y con una llave tarjeta, abrió una y entró.
A los pocos minutos, mientras terminaba de colocar las sábanas y frazada en el colchón, ella sintió un silbido desde la puerta y los pasos pesados, y únicos, del hombre a quien ella consideraba su mejor amigo.
— ¡Coño…!, qué vista tienen mis ojos esta mañana, precioso “objetivo” —broma por su redondeado y altivo culo, común entre Manolo, Anahí y ella, que ya sabía el secreto de este.
—Gracias Manolito, pero vos sabés, “se mira y no se toca” —respondió la Moro haciendo un gesto negativo, con su dedo índice de la mano derecha.
—Ostias, qué manera de arruinarme la ilusión —dijo a las carcajadas que resonaron en el pasillo.
—Feo en verdad, ¿no? —dijo Noel con una mueca de sonrisa en su rostro, para luego, entre ambos, descostillarse de la risa.
Las risas se apagaron de golpe, cuando una inmensa masa muscular, acordonada y herida, hizo su entrada en la celda y fue empujada hacia adentro, cayendo en los brazos de Noel.
¡No!, este era otro mal sueño con él; sí, este era otro mal sueño. Pensó Noel. Otro en el cual ella se levantaba toda sudada y con mucho dolor en su vientre y el culpable era él… Kellian.
¡Por todas las mierdas del infierno, sus ojos lo estaban engañando, ella no podía estar aquí, esto tenía que ser la droga! Pensó Kellian.
Sin embargo, ella no era un espejismo por la droga que habían tenido las flechas, y estaba sosteniéndolo por el empujón que le dio el chileno. Noel era muy real y lo apoyó con su ayuda en la cama, tratando de no tocar las heridas, y dejándolo sobre el colchón.
Mauricio observó el pánico y el asombro de ambos, cuando se vieron los rostros. Él tomó el control de la situación rompiendo el contacto visual de Noel y un muy desconcertado Kellian, y le dijo a ella:
—Moro… gracias por todo, Manolo y yo nos encargamos del prisionero —dijo Mauricio, haciendo gala de su tonada y su cuerpo de guerrero monstruoso.
—Pero ese es mi trabajo —trató de sonar profesional, y no desesperada por tocar ese cuerpo para asegurarse que era real. Y así mismo sabía que, aunque le había dado muchísimo placer, así mismo le dio una cuota doble de dolor amargo.
—Gracias, Moro, puedes irte mi niña —la despidió Manolo, diciéndole con sus profundos y sabios ojos marrones, “sal ya de aquí”; con la mirada más que cabreada por querer quedarse al lado del Seal.
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