PREPARATIVOS

...MARTA:...

— ¿Tan pronto? — Me sentí nerviosa y emocionada, ese hombre tenía la costumbre de darme sorpresas.

Estaba vestido con una camisa blanca con pañuelo atado al cuello, pantalones negros y botas pulidas negras.

Tan guapo.

— Sí, considerando que ya la estoy cortejando y que nos hemos besado, lo más apropiado es que nos casemos y en tres días me parece bien — Dijo, manteniendo su mirada seria.

— ¿Qué hay de mi familia?

Soltó una larga respiración — He decidido que nos casemos sin el permiso de sus padres, tomando en cuenta que no lo permitirán y que están lejos, me parece la única opción, estoy dispuesto a asumir la responsabilidad de mi decisión y cuando llegue el momento, plantaré mi rostro ante ellos, como el caballero que soy. Enfrentaré sus regaños y desacuerdos con la cabeza en alto.

Los aleteos en mi estómago se hicieron presentes. No había podido estar tranquila desde que se había marchado y tampoco me dejó quieta el irme a dormir sin verlo llegar. Más cuando me dijo que quería hacerme tantas cosas, me sonrojé al pensarlo. Siendo esposos, podía hacerme todo lo que quería. Ay, no, me había vuelto una mal pensada, solo estaba imaginando como sería nuestra convivencia en el dormitorio, estaba siendo muy sucia. Es que eso que me dijo, me dejó con sensaciones de susto y curiosidad.

Lo que no comprendía aún eran sus ataques impulsivos y luego sus huidas.

— Me parece muy lindo de su parte que aún así quiera casarse conmigo — Confesé, observándolo a los ojos.

Arqueó las cejas — ¿No me diga que va a rechazarme de nuevo?

— No, no, en lo absoluto, si quiero ser su esposa — Aclaré de inmediato y sonrió.

Se alejó hacia la cómoda.

— Venga.

Asentí con la cabeza y me acerqué.

Había una caja allí y la abrió.

Mi corazón saltó cuando descubrí que habían dos anillos allí.

— Nuestros anillos de compromiso — Explicó, tomando el más pequeño y delicado, tenía una piedra celeste en forma de gota, era precioso, tomó mi mano y deslizó el anillo en el dedo anular — Tengo buen ojo, pude deducir el tamaño de su dedo con solo mirar su mano, le ha quedado perfecto.

— Es precioso — Suspiré, ante su mirada intensa.

— Como sus ojos.

— ¿Mis ojos?

— Si, desde que los ví por primera vez no pude dejar de recordarlos, son tan hermosos, como dos mares de aguas cristalinas, hay todo un mundo en sus ojos, inocente y dulce.

Me torné nerviosa ante sus palabras.

— Sabe como hacer para que una dama si sienta la más hermosa — Toqué el anillo en mi dedo.

— Una dama no, usted, es hermosa.

— Muchas gracias, mi lord — Suspiré, Santo cielo, ¡Qué hombre! ¡Y sería mío!

— Debe colocarme el mío — Me ofreció su mano y asentí con la cabeza.

Tomé el anillo de él, plateado con una línea celeste recorriendo el centro.

Lo deslicé en su dedo, tenía una muy varonil y grande.

— Ya estamos comprometidos.

Se acercó y tocó mi mejilla.

Cerré mis ojos cuando se acercó, pero solo sentí sus labios en mi frente.

— ¿Su madre está al tanto de esto? — Pregunté cuando se alejó de mí.

— Por supuesto, ella está de acuerdo, debería quitarse ese uniforme, ya no tiene que trabajar.

— Usted dijo que en tres días sería su esposa, así que trabajaré lo que me queda — Dije, acercándome a él ¿Por qué se empeñaba en huir? — Ser su prometida no me hace tener corona en ésta casa.

— Claro que sí, será la condesa y tendrá que acostumbrarse a que le sirvan.

— Hasta entonces, sigo siendo sirvienta.

— Como guste — Accedió, dando un paso atrás — Yo también tengo trabajo que hacer — Caminó hacia la puerta.

— Espere — Lo seguí y se giró.

— Si, mi lady.

¿Lady? Era otra cosa a que debía acostumbrarme.

— ¿No me dará ni un beso?

Se tensó ante mi forma directa de hablar. Tenía dos amigas así, no era de extrañar que aunque yo era más recatada, también lo era. No había tenido la oportunidad de serlo con un hombre, pero el conde sería mi esposo y no tenía porque comportarme con timidez ante él.

— Ya se lo dí — Tomó el pomo de la puerta.

Solo en la frente.

— Ese no cuenta — Hice un mohín.

Se rió de mí.

— Ya tendremos mucho tiempo de sobra para besarnos.

— Pero...

— No coma ansias.

Abrió la puerta y se marchó.

...****************...

Llegué a la cocina con una sonrisa en mis labios.

— ¿Por qué has tardado tanto? — Gruñó la ama de llaves — Se supone que debías venir pronto para informar a los cocineros lo que quiere el conde para desayunar.

— El conde no me ha dicho que prefiere.

— Pues ve y pregúntale, cada vez más inutil — Ordenó la mujer, más amargada que de costumbre.

Leila y Jessica me observaron, una tenía una escoba en la mano y la otra estaba secando los platos.

— ¿Y esa sonrisa de felicidad? — Preguntó Leila y Jessica dejó de secar los platos.

— No me lo van a creer — Jadeé, llena de emoción.

— ¡Pónganse a trabajar! — Gruñó la jefa, no le presté atención.

— ¡Me voy a casar con el conde! — Solté y todos en la cocina dejaron sus trabajos de lado y me observaron.

— ¿En serio? No te creo — Jessica no salió de su expresión atónita.

Elevé mi palma y les mostré el anillo.

Ambas soltaron gritos de emoción y corrieron hacia mí, empezaron a hablar a la vez y me abrazaron, felicitándome.

Los cocineros también se acercaron, abrazándome y dedicándome sonrisas.

Todos parecían muy contentos.

— ¿O sea que serás nuestra patrona? — Leila se rió — Por favor, no seas una tirana.

— Claro que no, las trataré como siempre, nada cambiará mi forma de verlas, ni siquiera un título de esposa.

— Esto es un sueño, ese hombre es un encanto, te eligió a ti, a una sirvienta, esto me devuelve las esperanzas — Jessica dió saltitos, abrazando la escoba.

— ¿Cómo? ¡Eso no puede ser! — Gruñó la ama de llaves, acercándose a mí, tomando mi muñeca para observar mi anillo y fruncí el ceño, me soltó con asco — ¿Por qué el conde querría casarse con una sirvienta?

— Porque la quiere — Leila puso los ojos en blanco — Cuida tu tono, será tu jefa.

Enrojeció de la ira — ¡Esto no puede ser, tú, una sirvienta miserable, casándose con el Conde Lean!

— ¡Oiga, no me falte el respeto! — Elevé mi barbilla, harta de su maltrato — ¡No tiene derecho a tratarme así!

— ¡El conde no pudo haberte elegido a ti como esposa!

— ¿Por qué no? Soy una mujer valiosa, aunque no lo crea y si, seré la esposa del conde y más vale tratarme bien — Le advertí.

Se rió — Ya empiezas a sacar las garras.

— No, usted me ha insultado primero ¿Qué quiere, un abrazo y un beso? El respeto se gana y usted me ha tratado mal desde que llegué aquí.

Jessica y Leila asintieron con la cabeza, apoyando mis palabras.

— Porque sabía lo trepadora que eres, te le metiste por los ojos al conde — Me evaluó con desprecio — Te aprovechaste de la generosidad de la condesa para engatusar a su hijo.

— No hice tal cosa, el conde se fijó en mí y yo en él, solo veo a una envidiosa — Me crucé de brazos y resopló.

— ¿Envidiosa yo? ¿De una rastrera?

— Ay, ya cierra la boca — Enseñé mis dientes.

Me dirigió una expresión llena de suficiencia.

— Ser la esposa no te garantiza que el conde solo tenga ojos para ti — Insinuó, pero no le hice el menor caso.

— ¡Ya deje el veneno, no opaque la felicidad de Marta! — Gruñó Leila.

— ¡Todos a trabajar, por supuesto, menos la futura esposa!

...****************...

La condesa me tomó del brazo, después de encontrarme limpiando las paredes con un plumero.

— Ya deja de trabajar, Marta. Ya que el tiempo no da basto para mandar a hacerte un vestido, tendremos que ir al pueblo a comprarte uno — Dijo, tomando el plumero para dejarlo dentro de un florero.

— ¿Un vestido? Pero, no tengo suficiente dinero — Me quejé, dejándome guiar hacia mi habitación.

— Si pareces tonta — Resopló, caminando apresuradamente — Mi hijo pagará por el vestido, él será tu esposo, así que acostumbrate a que pague tus gastos — Llegamos a mi habitación y abrió la puerta — Cámbiate ese uniforme, yo te espero aquí — Me empujó adentro y cerró.

No tuve tiempo de contradecirla.

Busqué en el armario y saqué un vestido color melón de mangas largas.

Me quité el uniforme y me lo coloqué, luego peiné mi cabello y lo recogí en un rollo alto.

Abrí la puerta y la condesa ya tenía un bolso colgando de su mano.

— Ya le dije a mi hijo que saldremos, así que vámonos.

La seguí hacia la salida y subimos a un carruaje ya preparado.

En el camino comentó todo sobre los preparativos, desde el peinado hasta el ramo de flores. Me indicó que la celebración se llevaría a cabo en el jardín y que no habrían muchos invitados. Cuando llegamos al pueblo del puerto, entramos en el mercado y empezamos a recorrer las boutiques, en busca de un vestido de novia.

Le indiqué a la condesa que no quería un traje extrovertido, tampoco muy voluminoso. Quería algo sencillo, pero bonito.

Me probé unos cuantos diseños frente a la condesa y las distintas modistas que visitamos.

Era un trabajo agotador, ya que ningún modelo parecía lo suficientemente bueno. Estaba sudando de tanto ajetreo, hasta que encontramos uno después de tres horas de búsqueda.

La condesa sonrió, encantada, cuando salí del vestidor y di un giro.

— Es hermoso ¿Qué te parece, Marta? — Me preguntó ella, dándome la última palabra.

— Me encanta.

— Entonces está decidido, lo llevaremos — Informó al modista, que miraba con sus manos entrelazadas.

— En seguida lo empaco.

Nos marchamos de la tienda e íbamos caminando por la calle, con el chófer, quien nos ayudó a cargar en empaque donde llevaba mi vestido, también unas zapatillas y medias a juego.

Me contó que en las bodas de sus hijas, ella misma había tenido que peinar y vestirlas, ya que también fueron apresuradas y al contrario de mí, ninguna estaba feliz con su casamiento. Por suerte, ahora era todo lo contrario, estaban enamorados de sus esposos.

Cruzamos hacia otra calle y me detuve en seco, saliendo del brazo entrelazado de mi suegra para entrar apresurada dentro de una tienda.

Observé hacia afuera, asustada.

Esto no podía ser verdad.

Mi padre y mi madre pasaron por la acera donde me hallaba anteriormente.

Me escondí tras una repisa cuando pasaron frente a la tienda.

No, ahora, no. Vinieron hasta acá, a buscarme. Ellos no podían encontrar, mucho menos mi madre.

La condesa entró con expresión desconcertada.

— Marta ¿Qué te sucedió? ¿Por qué saliste despavorida como si hubieses visto un fantasma? — Preguntó, acercándose.

Oculté mi expresión de pánico y tomé uno de los adornos de porcelana.

— No, nada grave, es que me encantan las esculturas y los adornos, por eso entré así, me da mucha emoción — Me excusé, aunque ella no pareció creerlo, no insistió.

— Si quieres puedes tomar uno.

Nos marchamos y no estuve tranquila hasta que estuvimos dentro del carruaje.

Volvimos a la mansión y la condesa se dedicó a escribir las cartas en el salón, invitando a sus hijas y sus esposos, también a Roguina y a O'Brian cuando se lo pedí.

Merendamos mientras ella sellaba los sobres.

El conde entró al salón.

— ¿Cómo les fue?

— Muy bien, ya tenemos listo el vestido — Dijo la condesa cuando él se dejó caer en el asiento a mi lado, me tensé ante la cercanía — Tu también deberías ir a comprarte un traje.

— No es necesario, ya tengo demasiados, me pondré uno del armario — Dijo, llevándose una galleta a la boca, extendiendo su brazo por el espaldar, detrás de mí, haciendo que mis nervios aumentaran.

Aquí estaba segura, con Lean, mis padres no me iban a encontrar.

— No deberías tomarte un evento tan importante a la ligera, uno no se casa todos los días — Lo reprendió la condesa.

— Lo importante es la ceremonia, no los atuendos, además, tengo un traje que no he usado ni una sola vez y será perfecto.

— Bueno, no quiero verte vestido como un mamarracho — Le advirtió la condesa.

— Yo no soy Dorian, mamá — Puse los ojos en blanco.

— Mira que Marta, lucirá hermosa con el vestido que escogimos.

Lean me observó y me sonrojé.

— Ella luce hermosa con cualquier cosa.

Mi madre alzó las cejas.

— Pero para una boda, no debe vestir cualquier prenda, ya tuve bastante que los vestuarios incorrectos de mis hijas, como para que tú también estés mal vestido.

— Me ofendes, siempre visto bien.

— Eso espero — Se levantó, con los sobres en las manos — Voy a mandar al mensajero a enviar éstas cartas.

Se marchó del salón y mi corazón se aceleró cuando el conde posó una mano en mi rodilla.

— ¿Está bien?

— Si, lo estoy. Un poco nerviosa y emocionada, pero supongo que a todas las novias les sucede.

— Yo también estoy nervioso — Frotó mi rodilla y apreté mis muslos.

Se percató de lo que estaba haciendo y alejó su mano de golpe, luego me observó.

Aprovechando que su brazo seguía posado en el espaldar, se acercó y cerró la distancia.

Me besó y me rendí, obteniendo lo que tanto quería.

Deslizó sus labios con lentitud y profundidad.

Enterré una mano en su cabello sedoso.

Rompió el beso y me observó detenidamente.

— Falta poco.

— ¿Para qué?

— Para que sea mi mujer.

— ¿Y eso significaba que podrá hacerme lo que quiera? — Se me escapó en voz alta y sus ojos se tornaron oscuros.

— Así es — Me besó otra vez.

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Comments

Paulina Ruiz

Paulina Ruiz

pobre de Lean, /Facepalm/ antes no podía hacer nada con su espada y ahora que ya puede, tiene que esperar la boda

2024-05-19

0

Ale M.

Ale M.

Jajajaja la condesa es genial!!

2024-05-15

0

Ale M.

Ale M.

Espero que no encuentren a su familia 😬😬😬

2024-05-15

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