EL CONDE Y SU DESCONTROL

...MARTA:...

Me pareció ver a un hombre parecido al Duque Dorian, pero salió tan rápido de la mansión que no tuve tiempo de asegurarme de que era él. La ama de llaves me había mandado a limpiar los adornos de uno de los pasillos, honestamente no se que tenía en mi contra, era como si me odiara.

— Ya sabía yo que no ibas a durar como sirvienta personal del conde — Gruñó, después de guiarme al pasillo — No sabes acatar órdenes y de seguro le colmaste la paciencia al lord.

— He hecho todo al pie de la letra — Dije, irritada por ella y por el trato del conde — Nunca he cometido errores.

Resopló — ¿Qué hay de la fruta mal picada, las ventanas empañadas, el desastre en las escaleras?

— Lo último no fue mi culpa y lo demás, con la práctica voy aprendiendo, no soy experta, la condesa le ordenó que me enseñara — Gruñí, elevando mi barbilla.

— No seas respondona y ponte a trabajar, a ver si sirves de algo — Se marchó muy digna, maldita amargada, no tenía porque humillarme.

Comencé a limpiar los jarrones y las mesas.

El conde me había tratado mal y tan repentinamente, su actitud hacia mí había cambiado después de verme desnuda. Esa era suficiente prueba de que la había desagradado tanto que no me quería cerca, no le gustaba en lo absoluto y yo que pensé de forma ilusa que sí.

Era una tonta, confundí amabilidad con interés.

Casi se me resbala el jarrón, mi mala suerte estuvo a punto de aumentar, tal vez con eso el conde si me terminaba de echar a la calle.

Alguien tocó la puerta, pero el mayordomo no estaba, así que dejé todo lo que estaba haciendo para abrir la puerta.

Una mujer de cabellos rojizos entró junto con un hombre muy guapo de cabello negro, él llevaba a una pequeña en los brazos, muy parecida a la señora, con un vestido muy lindo y un lazo en la cabeza.

Ella observó hacia mí.

— Por favor, avísale a mi madre que estoy aquí.

Una de las hijas de la condesa y por lo visto, la dueña de los vestidos que me obsequió la condesa.

— Como ordene.

Pero, se oyó alguien detrás de mí.

— ¡Emiliana, Sebastian! — Saludó el conde, llegando al vestíbulo.

— Lean y esa sorpresa, estás un poco risueño, más que de costumbre — Dijo el hombre llamado Sebastian.

— Yo siempre estoy risueño.

— Mentiroso — Chasqueó su hermana, muy hermosa, como la madre, aunque no se parecía en nada a Lean.

Me sentí sobrando ante los abrazos y besos que se repartieron.

— Hola, mi princesa, ven con tu tío — Dijo el conde, la niña extendió sus brazos para ir a los del tío, él la cargó y le dió una vuelta, la niña se rió, se veía muy tierno repartiendo cariño a su sobrina — Estás grande y hermosa.

Retrocedí y el conde me observó solo por un segundo, borrando su sonrisa.

— Ya puedes retirarte.

Volví inmediatamente a mis labores.

¿A caso aquel era el verdadero conde? Me sentí mal, dolida. Jamás me había sucedido, nunca sentí dolor ante el rechazo de un hombre, pero con él si.

Seguí limpiando, las voces se alejaron al salón y la condesa apareció por el pasillo.

— Escucho ruido ¿A caso a llegado visita a la casa? — Me preguntó, con una sonrisa cálida, tan diferente a su hijo.

— Su hija ha llegado.

— ¿Cuál de las dos?

— Es muy parecida a usted.

— Ah, es mi hija menor, Emiliana — Dijo, ampliando su sonrisa — La mayor es más como Lean, con el cabello un poco más claro, ambos son retratos de su padre.

— El conde está con ellos en el salón.

— Muchas gracias, sigue en lo tuyo.

Se alejó con porte elegante.

...****************...

No me ordenaron a mí llevar los bocaditos, el té y el café, al salón, sino a Jessica y a Leila, yo estuve todo el día limpiando todos los adornos.

Luego me ordenaron ir a la cocina, a tener listos los ingredientes para la cena de la familia.

Almorcé y cené allí, con la servidumbre, como siempre, escuchando las quejas del ama de llaves y las bromas de los jardineros.

Pensando en el conde, sintiendo vergüenza por tropezarme y estar desnuda ante él, si no hubiera pasado, su trato hacia mí no habría cambiado.

Jamás volvería a estar desnuda ante un hombre, sin importar si no me convertía en monja.

El conde estaba buscando esposa y obviamente yo no estaba en su lista de candidatas a considerar. Solo esperaba olvidar mi atracción antes de que consiguiera una, era terrible.

Me marché a descansar cuando la noche llegó y cuando estuve en la cama, observé la chaqueta del conde.

La abracé contra mi pecho, una última vez y mañana se la devolvía, aún conservaba su esencia, olía exquisito.

Una última vez.

Los días pasaron y nada cambió, ni siquiera tuve el valor de acercarme para entregarle la chaqueta.

No sabía que hacer en las mañanas, si ir a la habitación del conde o meterme de lleno a la cocina.

Siempre opté por la segunda opción, me quedé allí ayudando a preparar el desayuno y luego me ordenaron barrer la cocina y la bodega de los alimentos.

No tenía descanso, cuando terminé con eso, me marché al salón a limpiar las ventanas y cambiar las cortinas junto a Jessica.

Ella se marchó al lavandero cuando logramos bajarlas después de subirnos en las escaleras para poder llegar.

Quité las cenizas de la chimenea y desempolvé todo.

Unos pasos se escucharon cuando estaba desempañando los vidrios de las ventanas.

— Buenos días.

Me giré, no era el conde.

Era el tal Javier.

— Buenos días — Volví mi vista a mi labor.

— ¿Es usted nueva?

Eso no era de su incumbencia.

— No sabía que la mansión tenía un segundo dueño — Dije, sin poder evitarlo y se rió ante mi altanería.

— No, pero con gusto le doy trabajo en la mía, yo le pagaría mucho más — Me dió una mirada descarada y sentí la sensación de desagrado, así que tuve que girarme para no seguir dándole la espalda.

— No, gracias, aquí estoy bien.

— Soy Javier Delacroix — Se presentó, con una reverencia — Un gusto.

— ¿Usted va por ahí presentándose ante toda la servidumbre?

— No, solo las que llaman mi atención, considérese afortunada, usted tiene toda mi atención — Dijo, sin molestarse en ser modesto y me provocó resoplar.

— Disculpe, pero tengo prohibido conversar en horas de trabajo.

— ¿O sea qué nos podemos ver por ahí?

Fruncí el ceño — Yo no he dicho eso.

— No hace falta que lo diga, se que aceptará conocerme.

— ¿Cómo está tan seguro de eso? — Lo reparé con irritación.

— Porque no he fallado en mis conquistas y usted no será la primera — Se pasó una mano por el cabello.

— No estoy interesada en ningún hombre.

— Eso es porque no me ha conocido a mí, dígame su nombre.

Alguien entró, me tensé y todo mi cuerpo reaccionó en sensaciones cuando el conde apareció, vestido de forma elegante, con una chaqueta de tono café con pantalones y botas del mismo tono, un chaleco y una camisa blanca y el cabello peinado a un lado.

Tan hermoso, más que ese tal Javier, que lo que me causaba era desagrado.

Su expresión era severa cuando se encajó en mí y luego en su amigo.

— ¿Qué haces aquí? Javier.

— Conversando con la señorita — Dijo, sonriendo hacia mí — Es muy simpática.

— La servidumbre tiene prohibido conversar en horas de trabajo — Gruñó él y bajé mi mirada — ¿A qué has venido?

Cada vez era más cruel.

— Vine a mostrarte un adelanto de las pruebas que estoy haciendo, supuse que te interesaban.

— Ve al estudio y espérame allí — Ordenó él y su amigo me observó nuevamente.

— Un gusto conocerla, encantadora señorita.

El sujeto me guiñó un ojo y salió del estudio, el conde se apartó para darle espacio para pasar.

Volví mi vista a la ventana y empecé a trabajar de nuevo.

— No quiero verla cerca de ese sujeto — Dijo el conde, tan cerca que me sobresalté, pensaba que se había marchado.

Lo observé por encima del hombro. Tenía el ceño fruncido.

— ¿Qué?

— La próxima vez que la vea hablar con mi socio, se marcha — Me advirtió, apretando sus puños.

— Yo no estaba hablando... — Me interrumpí, no tenía porque darle explicaciones a un ser que no era nada de mí y que me había tratado cortante y frío — ¿Por qué no puedo hablar con ese hombre?

Se enfureció más.

— Porque solo quiere mancillarla y ya, ese es su modo operandi, deshonrar señoritas ingenuas como usted.

— Yo no soy ninguna ingenua, que este hablando con ese hombre, no quiere decir que me abriré de piernas a él — Me enojé, dándole la espalda nuevamente.

— Solo se lo digo como advertencia, no se fije en ese hombre o va sufrir, la dejará en cuanto consiga lo que quiere.

Lo decía como si yo hubiese correspondido a sus atenciones, yo estaba tratando de sacudirlo cuando llegó él.

— ¿Y eso a usted que le importa? — Me volví, con la barbilla elevada.

Apretó su mandíbula — Es mi deber como caballero, advertirle sobre los malos actos de Javier.

— Puedo parecer dócil e inocente, pero eso no significa que no sepa poner a un hombre en su lugar cuando me falte el respeto — Dije, sonrojada ante su mirada intensa y oscura.

— No lo dudo — Fue lo único que dijo y me quedé quieta, observándolo — Recuerde que no puede conversar mientras trabaja.

— No estaba hablando con él, vino por su cuenta, yo no he dejado de trabajar en ningún momento.

— Eso espero.

— Pensé que ya no era de su incumbencia mi trabajo, ya que ya no soy su sirvienta personal.

— ¿Quién dijo que no? — Sus hombros se tensaron.

— Nadie, pero usted ya no quiso que le sirviera...

— Sigue siendo mi sirvienta — Su voz se volvió, extrañamente gutural — Mañana volverá al horario acordado.

No comprendía al conde ¿Qué rayos le sucedía? Me trató con desagrado y ahora me quería devuelta para servirle únicamente a él.

— ¿Me echará si vuelvo a hablar con él?

Se tensó, un poco incómodo por la pregunta.

— No fue lo que quise decir, lo siento, jamás la echaría por una razón tan absurda — Se apenó.

Decidí no interrogar más a mi patrón y me pasé la mano por el cuello, para apartar el sudor.

Sus ojos siguieron mi mano y me tensé cuando se acercó abruptamente, tan rápido que no pude detenerlo cuando posó su boca en la mía.

Abrí mis ojos como platos.

Solo duró un segundo, porque en seguida se alejó y salió como alma que lleva el diablo del salón.

Mi corazón bombeo tan rápido que me costó respirar, ante aquel acto tan extraño.

Me quedé inmóvil y jadeé, con los labios semi abiertos, con la sensación de su toque efímero en la boca.

Solo fue un toque pequeño, pero me dejó descolocada, sin comprender aquella acción del conde, sin entender como me había estado manteniendo lejos de él y ahora me besaba.

¡Me besó! Mi primer beso.

El calor me subió por todo el cuerpo.

Mi primer beso con un hombre.

Con el conde.

¿Ahora qué iba a pasar? No podría verlo a los ojos, me sentiría muy incómoda.

Su boca era tan suave y cálida.

Me sorprendí cuando quise más, no fue mucho y la sensación se me escapaba de las manos.

Traté de volver al trabajo, pero no me concentré, repitiendo lo que había hecho.

Necesitaba preguntarle porque lo hizo.

Estuve atenta al estudio después de terminar mi trabajo.

El socio del conde salió y me acerqué, nerviosa, con las manos sudadas cuando toqué la puerta.

— ¿Quién es?

Tragué con fuerza.

— Soy yo, Marta — Dije, no respondió por mucho tiempo — Necesito hablar con usted.

— Ahora no puedo — Cortó.

— Seré breve.

— ¿Tiene que ver con el trabajo?

— No.

— No puedo — Gruñó y fruncí el ceño.

¿Qué rayos le sucedía?

Abrí la puerta sin poder contenerme y entré.

El conde elevó su rostro del escritorio.

— ¿Qué parte no comprendió de que no puedo?

— ¿Por qué me besó? — Pregunté, tan rápido y con el rostro ardiendo.

Se tensó y abrió mucho sus ojos.

— De donde yo vengo, no se va por ahí besando a la gente sin explicación — Gruñí cuando no respondió — Primero tiene que haber muchas cosas de por medio — Estaba hablando muy rápida, demasiado nerviosa ante esa mirada intensa — ¿Lo hace siempre? ¿Roba besos a las damas y luego se va? Eso a mi parecer no es adecuado... Es demasiado vergonzoso e incómodo, no tiene sentido y...

Se levantó tan rápido que me callé de golpe.

Rodeó el escritorio y se acercó rápidamente.

Me tomó del cuello y posó su boca en la mía.

Movió sus labios, rápidamente, sobre los míos, mordiendo y succionando, sin control.

Mi respiración se agitó, al no poder moverme, ni reaccionar.

La necesidad aumentó de golpe, el beso hizo eco entre mis piernas y provocó que me sintiera débil.

Su boca sabía dulce y era extremadamente suave, tan exquisita.

No sabía como reaccionar, tampoco podía respirar.

Lo empujé, cuando la cordura tomó el control.

Mi mano voló a su mejilla y le dí una bofetada.

Me observó avergonzado.

Me giré y abrí la puerta, huyendo rápidamente.

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Comments

Edith Villamizar

Edith Villamizar

Condecito haz las cosas bien enamora a la chica poco a poco pero con detalles

2024-05-02

2

Diana Aray Nunca

Diana Aray Nunca

conchale vale ! pobre conde

2024-04-04

0

Yuhaly Hernandez

Yuhaly Hernandez

Muy bien Martha así por lo menos busca un poco de control. Lean por favor ve despacio que estés urgido no quiere decir que ella también esté, aunque se está descontrolando un poco

2024-03-21

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