MALDITA SUBASTA

...LEAN:...

En la tarde recibí a otro inoportuno, se trataba de Alber, el primo de Sebastian. Teníamos una amistad reciente gracias a los negocios que nos unían, pero eso no significaba que lo toleraba, de hecho últimamente no toleraba a casi nadie.

Lo hice pasar al salón, pero se negó a tomar asiento cuando se lo ofrecí.

— Vine a invitarte a una celebración — Dijo, con una sonrisa abierta.

— ¿Cuándo?

— Hoy en la noche.

— No gracias, tengo trabajo — Corté y resopló.

— Todos los días trabajas. No refutes de mi invitación tan rápido.

— Soy un hombre de negocios, estoy tratando de dejar mis arcas repletas para cuando tenga herederos, no ando de fiesta en fiesta, desperdiciando la fortuna de mis padres — Le dí una directa.

— ¡Auch! Eres muy ácido — Hice un gesto de dolor fingido — Te mereces divertirte, una noche que te distraigas no te llevará a la quiebra.

— Pero puede ser el inicio de una vida llena de vicios.

— Eso depende de ti — Se encogió de hombros — Será una fiesta de disfraces — Hizo un gesto de emoción.

— ¿Dónde es? ¿Quién es el anfitrión?

— No los conoces, es por aquí cerca, nos tomará como dos horas llegar.

Fruncí el ceño.

— No voy a ir a una celebración sin invitación.

— Las tengo justo aquí — Palmeó el bolsillo de su chaqueta, de hecho tenía una máscara de terciopelo verde colgando de su cuello.

— Enséñame — Extendí mi mano.

— No seas desconfiado, vamos, debes ir a alistarte o se te hará tarde.

— Algo me dice que esa celebración no es del todo aristócrata — Estreché mis ojos.

— Habrá una subasta — Me ignoró por completo.

— No me interesa comprar cosas que no voy a utilizar.

— Te aseguro que éstas son cosas que si vas a utilizar y de mucho valor — Me dió una palmada en el hombro — Anímate, conde.

— De acuerdo — Acepté para que dejara de fastidio.

Decidió esperarme en el vestíbulo mientras yo me dirigía a mi habitación, me cambié rápidamente, colocándome un traje de color negro, con pañuelo blanco atado al cuello y botas pulidas.

Tomé una máscara que había usado de una celebración pasada y salí de la habitación.

— ¿A dónde vas? — Preguntó mi madre, quién estaba en el pasillo.

— Alber me invitó a una celebración.

— ¿Una celebración? No he oído de que hubiera una programada para hoy — Se cruzó de brazos y me encogí de hombros.

— Iré a ver de que se trata.

— Ten cuidado, puede ser de esos eventos de baja reputación y no quiero que caigas en habladurías.

— Claro, madre, lo tomaré en cuenta, estaré precavido.

Asintió con la cabeza y bajé al vestíbulo.

— ¿Ya estás listo?

— No, me faltan las piezas.

— ¿No qué no ibas a comprar?

— Solo es por si me convenzo — Me marché al vestíbulo y saqué un saco pesado de mi cajón.

Si había una subasta entonces serían objetos de mucho valor, llevaría cien piezas de oro.

La guardé en el bolsillo oculto de mi chaqueta y salí junto a Alber hacia su carruaje.

...****************...

Tomamos un camino cerca de la parte oeste de la región, desviándonos de la costa hasta una propiedad privada.

— Ponte la máscara — Me ordenó Alber.

— ¿Por qué debo hacerlo ahora?

— Solo hazlo.

— Eso me dice todo, no quieres que nos reconozcan porque no es un evento respetable — Dije, enojado con él por ocultarlo.

— No te arrepentirás.

— Ya me arrepentí — Gruñí, ni modo ya estábamos allí y no traje ni un caballo para marcharme sin Alber, conociendo a ese bastardo, no iba a devolverse.

Me até la máscara al rostro y bajamos del carruaje.

Quedé convencido cuando observé a dos sujeto enormes con pinta de criminales, custodiando el portón que llevaba a una casa.

Uno de ellos tenía los ojos rojos, como si estuve dopado o alguien se los hubiese pinchado.

Alber le entregó las supuestas invitaciones y me percaté de que eran pases como los que se entregaban en los clubes de caballeros. Maldije entre dientes, iba a matar a ese cabron.

Nos dejaron entrar después de revisar que no lleváramos armas.

Avanzamos por el camino de piedra hasta la entrada, donde se escuchaba la música de mal gusto y las risas masculinas junto con las femeninas.

Entramos en un gran salón y supe que estaba en un maldito burdel.

Solo los hombres llevaban máscaras y las mujeres iban semi desnudas entregando bebidas y bailando para los hombres.

Incluso había muchas desnudas, sentadas en los regazos de hombres mayores.

El olor a opio me llegó a la nariz.

Tomé a Alber del brazo y lo llevé a una esquina.

— ¡Voy a matarte! — Le gruñí.

— ¡Relájate, es un evento para hombres ricos! — Sonrió como idiota y lo tomé del pañuelo del cuello.

— ¡Te juro que si alguien me reconoce, te voy a cortar las bolas, maldito cabrón! — Lo amenacé y palideció.

— Tranquilo, nadie nos reconocerá.

— ¡No me gusta nada este maldito sitio, yo mejor me voy!

Lo solté y caminé entre la multitud para poder llegar a la salida cuando me percaté de un grupo de chicas que estaban siendo obligadas a caminar por otros matones.

Me acerqué para observar de cerca, las pobres parecían asustadas y esas prendas apenas alcanzaban a cubrir sus partes privadas.

La última era la que más se resistía, pasó tan cerca que tropezó conmigo.

Elevó su mirada para observar.

Era una criatura tan hermosa y tan aterrada. Sus ojos color celestes me hipnotizaron por unos segundos.

Tenía el cabello rubio y el rostro delicado.

Estaba aterrada.

La seguí con mirada, su cuerpo era delgado, pero con músculos firmes que le hacían verse fuerte.

El traje que llevaba puesto era negro con perlas adornando.

Me abrí paso entre la multitud se asquerosos viejos, ya que a pesar de llevar máscaras podía verse que en su mayoría eran hombres mayores.

Las colocaron en fila frente a la multitud y la música se detuvo.

Muchos se lamían los labios, viajando ojos lujuriosos por las señoritas que temblaban y contenían las lágrimas.

Maldito Alber.

— Elige una — Escuché su voz a mi lado y lo observé de reojo, con tanta furia, lo iba a estrangular, sería el primer hombre a quien le diera muerte.

— ¿Cómo te atreves a traerme aquí? Esto es un delito grave — Escupí entre dientes para que solo él me escuchara.

— Ay, siempre lo hacen, bueno es lo que he escuchado.

— Un hombre respetable como yo no debería estar aquí — Gruñí — Hay de ti si me reconocen.

— No eres el único noble, estoy seguro de que hay muchos aristócratas en éste salón — Dijo, como si fuese un consuelo.

— Mi madre ma va a matar.

— Nadie lo sabrá.

— ¡Cállate!

Un hombre de ropas finas que parecía un aristócratas se colocó al frente de la fila de chicas y supe a simple vista que era un proxeneta.

— ¡Bienvenidos, señores, como cada viernes, estamos reunidos aquí para la subasta de vírgenes! — Anunció y tragué el nudo que sentí en la garganta — ¡Los mejores postores se ganarán a éstas quince hermosas chicas y su virginidad serán suyas para hacerles lo que deseen por toda la noche! — Sonrió como un maldito demonio y apreté mis puños cuando los caballeros afirmaron exitados — ¡Demos comienzo para la subasta! — Comenzó desde la derecha, caminando hacia la primera chica, colocando su en su espalda — ¿Cuánto por la morena?

Las ofertas empezaron, los malditos invitados se peleaban por ofrecer su cifra. Era tan repugnante, tan asqueroso, el maldito contaba cuando llegaba la cantidad más alta.

— ¡Vendida!

La pobre chica soltó un grito cuando un hombre canoso salió de la multitud, pagando al proxeneta antes de echarla sobre su hombro y alejarse.

Las demás chicas lloraban en silencio ante los salvajes.

Alber dejaría de ser mi amigo, eso era seguro.

No podía soportar aquella situación tan degradante.

Todas las chicas gritaban cuando le mejor postor las arrastraban hacia las habitaciones.

Hasta que solo faltaban dos chicas.

La más aterrada era la última, sin duda la más hermosa a mi parecer. Trataba de cubrir su cuerpo ante las miradas de los asquerosos.

No, no podía permitir que siguieran los abusos, no podía salvarlas a todas, pero no iba quedarme de brazos cruzados viendo como le arruinaban la existencia.

Era claro que las habían tomado a la fuerza de alguna parte.

La pelirroja fue vendida y solo quedaba esa chica.

— ¡La más hermosa de la noche! — Gritó el desgraciado, tocándole la mejilla y ella se sacudió, soltando un gruñido — ¡Espero que suelten cifras más grandes, ella es sin duda la virgen más deseada de todas, es toda una fiera!

Empezaron las cifras, esperé hasta la tercera y levanté mi brazo.

— ¡Sesenta piezas de oro! — Grité y el anfitrión alzó sus cejas.

Todos los demás postores se callaron.

— ¡Sesenta piezas a la una, sesenta piezas a la dos y sesenta piezas a la tres! — Contó cuando nadie aumentó la cifra — ¡Vendida!

— ¡Aumento mi cifra a cien si me dejas llevarla conmigo! — Ofrecí y todos se callaron.

El hombre me observó con el ceño fruncido.

— Ninguna mujer sale de aquí, solo una noche, no más.

— ¿Qué rayos haces? Te cortarán la cabeza — Susurró Alber.

— Cien piezas de oro, me parecen suficiente para comprar más que su virginidad — Me odié por hablar de aquella forma y el hombre tensó sus hombros.

— No me conviene, se puede estropear mi negocio por una maldita zorra que salga de mi recinto.

— No, ella será mía y si lo delata yo mismo la mataré — Dije, interpretando mi papel de desquiciado.

Saqué mi saco con piezas y se lo aventé, lo atajó. Sus ojos brillaron cuando sintió el peso.

— Si se llega a saber algo, morirás con ella, llévatela y no vuelvas a pisar mi recinto.

La música volvió cuando el proxeneta cerró la subasta.

Salí de la multitud y me acerqué a la chica asustadiza.

Me lanzó un puñetazo al rostro, pero lo bloqueé a tiempo.

— No voy hacerle nada — Susurre.

— La última vez que decidí confiar en un hombre terminé aquí — Dijo, con un tono de lleno de impotencia, zafando mi agarre.

— Eso es porque no se había topado conmigo.

— No le creo, su presencia en éste horrible lugar me dice lo contrario y más cuando a pagado por mí.

— Lo hice para salvarla.

No dijo más y la tomé con sutileza del brazo, su piel era suave y cálida.

Se dejó guiar hacia la salida y Alber me siguió con rostro atónito.

No dijimos nada hasta llegar la fila de carruajes.

La solté, sorpresivamente no huyó, no era muy inteligente correr con esa ropa tan escasa en medio de la noche.

Mis ojos se desviaron sin querer a su abdomen plano y marchado con dos líneas, pero aparté mi vista.

Estaba temblando del frío.

— ¿A dónde se dirige? — Le pregunté, quitándome la chaqueta para colocarla sobre sus hombros, se encogió ante el gesto, pero metió sus brazos dentro de la chaqueta.

No respondió.

— La dejaremos en donde quiera.

Parecía dudar de confiar en mí y no la culpaba.

— Déjenme en alguna posada cercana.

Había pensado en llevarla a la mansión, pero allí estaba mi madre y empezarían las preguntas.

— De acuerdo.

Alber le ordenó al chófer abrir la puerta.

Entramos en el carruaje y me senté junto a mi supuesto amiga para dejarle todo el asiento a la señorita.

La puerta se cerró y el carruaje empezó a moverse.

Mis ojos se posaban a cada segundos en ella, cuando tenía su mirada perdida en la ventana.

Se aferraba a la tela para poder cubrir su desnudes.

Mi chaqueta le quedaba grande, cubriéndola por completo. La imagen me hizo sentir algo que nunca había experimentado, una punzada en el estómago.

— Dame dinero — Le ordené a Alber y frunció el ceño.

— ¿Qué? ¿Por qué?

— Maldita sea, hazlo o voy a contarle todo a tu tío — Susurré y puso los ojos como platos.

— Yo no compré una chica.

— Fuiste tu quién me guió a ese lugar, te a puesto a que al marqués le encantaría escuchar a cuantos eventos ilícitos has asistido.

Hurgó dentro de su bolsillo, sacando un monedero, intentó abrirlo, Pero se lo arrebaté.

— Señorita, supongo que necesitará piezas para hospedarse y comprar algo de ropa, tenga — Dije, observó el monedero, un poco dudosa — Descuide, no es un préstamo, de hecho no nos volverá a ver nunca, lo que si le recomiendo es que guarde el secreto de lo que le sucedió, por su seguridad.

Suspiró pesadamente y tomó el monedero, evitando tocar mis manos.

—No diré nada.

El carruaje se detuvo en una posada de camino y la chica abrió la puerta.

Nos observó, pero a mí me observó por más tiempo.

Esos ojos celestes volvieron a dejarme sin aliento.

— Muchas gracias por lo que hizo por mí.

Incliné mi cabeza.

Bajó y cerró la puerta.

Observé por la ventana como caminaba hacia la posada.

Aquella señorita desconocida entró sin mirar atrás.

Tal vez nunca volvería a verla y si lo hacía, no iba a reconocerme, ya que llevaba máscaras.

Después de la experiencia horrible, supuse que tal vez se marcharía lejos.

Un extraño peso en mi pecho se asentó en mí.

Mi chaqueta se había quedado con ella, al menos ese sería el único recuerdo grato de la horrible noche que tuvo.

El carruaje empezó a andar.

— ¿Por qué la dejaste ir? — Se quejó Alber.

— Era lo correcto.

— Es tuya, pagaste por ella, yo hubiese entrado con ella a esa posada para...

— ¡Es una mujer, no un maldito objeto! — Perdí la paciencia — ¡No se puede poseer a un ser humano solo porque paguen por ello, es horrible lo que les hicieron a esas chicas!

— Siempre sucede.

— ¡Eso no quiere decir que sea lo correcto, jugar con las vidas de esas chicas es un delito! ¿Apoyas las violaciones? — Estaba por darle un puñetazo.

— No, no lo hago... Es primera vez que asisto algo así... Lo siento, no pensé que fuese...

— ¡No sé quién es peor, tu o el maldito que te invitó a ese lugar!

— Me estás haciendo sentir como una cucaracha — Se alteró, pasándose al asiento del frente.

— ¡Pues eso es lo que eres y me alegro tanto de que no tuvieses ninguna oportunidad con Eleana, prefiero a mi cuñado que a ti y más te vale no volver a aparecerte en mi casa!

...****************...

— ¿Cómo te fue? — Preguntó mi madre cuando entré en el vestíbulo.

— Pésimo — Gruñí, subiendo los escalones sin detenerme — Voy a dormir.

Llegué a mi habitación y me encerré.

Quité la máscara de mi rostro, resoplando mientras me despeinaba el cabello con los dedos.

— Maldito Alber — Aventé la máscara al suelo, terminó perdiéndose debajo de la cómoda.

Salté sobre la cama y cerré mis ojos.

Lo primero que vino a mi mente fue esa chica misteriosa.

No sabía ni su nombre y nunca lo iba a saber.

Lo único que sabía, es que sus ojos eran los más bellos que había visto en mi vida.

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Comments

Ceci del Castillo

Ceci del Castillo

osea q solo se quedo viendo como vendían a las mujeres,no hizo nada,pobre cobarde solo pensando qud dira la Mami,que estúpido personaje

2024-05-18

0

Mari Cuevas

Mari Cuevas

😍😍

2024-04-10

2

Andre

Andre

si es un desgraciado poco Hombre pero afortunadamente decidiste acompañarlo o si no otro sería el destino de la bella chica

2024-04-01

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