SIRVIENTA EN LUGAR DE MONJA

...MARTA:...

Desperté sobre aquella cama de posada, intentando asimilar que ya me encontraba a salvo.

La posadera me había prestado un vestido y un par de botas cuando aparecí en el vestíbulo. Pagué la habitación e intenté dormir, pero todo el susto no me hizo pegar el ojo y después de mucho pensar me dormí, aunque en los sueños seguía allí, atrapada en ese horrible lugar, siendo observaba por esos asquerosos sujetos y gritando auxilio cuando se me echaban encima como salvajes.

Me levanté para enjuagar mi rostro y empezar a buscar los convento. Mi decisión tenía peso, ahora más que nunca quería estar lejos del alcance de los hombres. Todos eran malos. A excepción de uno.

Observé la chaqueta sobre las mantas y la tomé.

Olía a fragancia masculina, como corteza.

Gracias a ese caballero enmascarado estaba a salvo, él me sacó del infierno mismo y me dió libertad sin ninguna condición.

Si tan solo hubiese visto su apariencia completa. Recordaba su cabello ondulado, de un castaño oscuro y su mandíbula fuerte, con labios finos. Sus ojos, que parecían oscuros a lo lejos, pero eran verdes en la cercanía.

¿Si era un hombre bueno, por qué estaba en ese sitio? Tal vez sintió lástima por mí.

Me dolía mucho que las otras chicas no tuvieran la misma suerte, era triste. Si tan solo pudiera ayudar, aunque quisiera, era mejor mantener todo en secreto por mi seguridad.

Doblé la chaqueta y salí de la habitación con ella bajo el brazo.

Alquilé un caballo, de esa forma podría escapar del peligro más fácilmente.

Pregunté a la posadera donde quedaban los conventos de la zona y me indicó que había tres, uno en la ciudad del puerto, otro cerca de una iglesia y tercero estaba en una región más refinada, donde vivian algunos de los nobles más acaudalados.

La mujer me entregó un mapa, fue tan amable que le dí dos monedas más por su ayuda.

Partí a caballo hacia la primera iglesia, la que estaba en la ciudad, cuando llegué, me sentí muy segura porque allí había muchas personas frecuentando las calles, al menos allí pase desapercibida.

Llegué al convento, un gran edificio de techo inclinado.

El portero me abrió la puerta y entré al lugar, una novicia me recibió, indicándome esperar en un salón a la abadesa. Me senté en una de las sillas, limpiando mis palmas de la falda del vestido.

Me levanté cuando una mujer de rostro cubierto por un velo negro, con túnica del mismo color apareció.

— ¿Qué es lo que desea? Jovencita — Fue directo al grano.

— He venido porque deseo entregarme al servicio de Dios — Dije, tratando de dar con sus ojos debajo de ese velo espeso.

— ¿Está segura de esa decisión? ¿No lo hace por despecho? ¿Por obligación?

— No, lo hago de corazón, quiero ser sierva.

Se quedó un momento en silencio.

— ¿Cuál es su nombre?

— Marta...

— No — Me interrumpió.

— ¿Qué? — Fruncí el ceño.

— No voy a admitirla, así que váyase.

— Pero... ¿Por qué? — Se marchó e intenté seguirla — Espere, Sor, le juro que quiero hacerlo.

— Ya la oyó, váyase — Dijo otra Sor que entró — Pecadora.

¿Pecadora? ¿Qué rayos había sido eso? No comprendía, yo no había hecho nada y era imposible que me conocieran, nadie me conocía en Floris, a excepción de Roguina, pero ella no haría algo así.

Tenía que haber una equivocacion.

Me habían confundido con alguien más.

Tuve que marcharme, tomé mi caballo y después de comprar algo para desayunar me marché al siguiente convento, siguiendo la ruta que me indicaba el mapa, al convento cercano a una iglesia que estaba en lo alto de una colina.

Me tomó varias horas llegar, cuando estuve frente a la puerta toqué, esperando tener mejor suerte.

Una monja abrió la puerta.

— Buenas tardes, necesito hablar con la abadesa.

— Buenas tardes, está ocupada, pero con gusto le atiendo yo — Dijo, sin dejarme pasar — Cuéntame ¿En qué puedo servirle?

— Es que deseo entregarme al servicio de Dios y...

— ¿Cuál es tu nombre? — Su expresión era desconfiada.

— Marta.

— Mejor váyase por donde vino y no se atreva a volver — Gruñó con indignación y me desconcerté.

— ¿Por qué? ¿Qué he hecho?

— Usted es una pecadora y no admitiremos alguien tan manchado de corazón.

— Disculpe, creo que me están confundiendo con otra persona, yo no soy de Floris, yo...

Empezó a cerrar la puerta — Usted no va a ensuciar nuestro templo.

— ¡Espere, oiga! — Grité cuando cerró la puerta en mis narices, golpeé la puerta, insistiendo, pero no volvieron a abrir.

Esto tenía que ser una broma.

Me marché y busqué el último convento de la región.

Entré en esa zona de aristócratas, había muchas casas impresionantes, con jardines hermosos y calles limpias.

Era hermoso.

Llegué al último monasterio, toqué la puerta y otra monja abrió. Saqué el mismo discurso, pero ésta no hizo preguntas, cerró la puerta y me quedé confundida.

¿Qué era lo que estaba sucediendo? ¿A caso era por mi acento Hilariano? No comprendía nada.

La vida parecía estar ensañada conmigo. No tenía suerte desde que había pisado Floris, primero la mujer de mi tío negándose a darme hospedaje, segundo esos mafiosos que me atraparon, tercero, casi estuve a punto de ser violada en un burdel y cuarto, no me querían en ningún convento.

Me quedé en una loma, mientras el caballo comía hierba de senté sobre un tronco y conté las monedas que me quedaban.

Necesitaba encontrar a Roguina antes de quedarme sin nada, pero no quería que se me hiciera de noche. Ella dijo que alquilaría una casa mientras los negocios prosperaban, pero no sabía donde sería. Iba enviarme una carta cuando lo hiciera, a la dirección de mis tíos, pero nunca me iba a llegar.

¿Y si preguntaba por la dirección del Duque Dorian? Él podría saberlo.

Me levanté, pero pensé mejor la situación.

No quería ser una carga para Roguina, no con tantos gastos que tenía. Ya me había ayudado suficiente, dándome hospedaje en Hilaria y pagando mi pasaje a Floris.

La buscaría, pero cuando tuviera trabajo y un techo donde dormir.

Observé una hermosa casa señorial que se encontraba en la parte baja de la loma, con un hermoso bosque rodeando la parte trasera.

Tal vez en otro lugar de Floris tendría más suerte de ser admitida como monja, pero ahora debía conseguir más piezas.

Me subí al caballo y bajé la loma, directo a aquella mansión.

...****************...

Un mayordomo abrió la puerta cuando estuve en el pórtico de la mansión.

— Buenas tardes ¿Qué desea señorita? — Su rostro era indiferente.

— He venido porque necesito trabajo ¿Sabrá si sus patrones necesitan una sirvienta?

No tenía ninguna experiencia trabajando, pero lo necesitaba con urgencia.

El mayordomo se quedó pensativo, observando mi aspecto. No lucía como una sirvienta, aunque mis ropas sugerían que era de familia humilde, un vestido gris, con unas botas desgastadas.

— Adelante, la anunciaré con la señora, tal vez ella tenga algo para usted — Ondeó su mano hacia adentro.

— Muchas gracias.

Entré en el vestíbulo.

— Espere aquí — Me ordenó y se alejó por un pasillo.

El interior era de buen gusto, paredes color caoba con escaleras amplias de madera barnizada. Alfombras color vino en el suelo y cuadros de buen gusto.

Después de unos minutos, una señora apareció.

Era hermosa, de cabellos rojizos y piel blanca, tenía un hermoso vestido rosa con guantes blancos y joyas.

Su peinado era un moño alto sujeto con peinetas, maquillada ligeramente.

— Señorita ¿Quién es usted? — Preguntó, con mirada cortes.

— Mi nombre es Marta Ladino.

— No me eres conocida — Me evaluó, tratando de recordar.

— En realidad no, vengo aquí por trabajo.

— ¿Trabajo? — Alzó sus cejas y asentí con la cabeza, detalló la chaqueta doblada que llevaba en la mano.

— Si, necesito trabajar y me preguntaba si usted tiene algo para mí.

— ¿Sabes quién soy?

— No, señora — Dije, un poco temerosa de que me acusara de pecadora y me echara de su casa — De hecho no soy de aquí, he tocado la primera puerta que he visto.

Sopesó mis palabras — Entiendo, ven conmigo, pasemos al salón para hablar, allí estaremos más cómodas.

— Está bien, con permiso, señora.

Me guió por el pasillo, hacia un agradable salón de té.

Me ordenó tomar asiento, estaban tan pulcros que dudé en hacerlo, no quería ensuciarlos, pero estaba agotada y me senté con mucho refinamiento.

La doña se sentó frente a mí y me siguió observando.

— Soy Elena Roster, Condesa.

Era una condesa, vaya, eso explicaba su forma tan elegante de vestir.

— Mucho gusto, mi lady.

— Puedo notar que eres muy fina — Dijo, ordenando a una sirvienta que apareció traer té y galletas — No tienes pinta de sirvienta.

Claro, sabía que eso iba a jugar en mi contra.

— Nunca he trabajado — Confesé, optando por la verdad— De hecho soy de Hilaria, vine a Floris con una amiga, pero tuve un percance y perdí la forma de contactarla, también mis pertenencias.

— ¿Eras de la nobleza en Hilaria?

— No, mis padres son comerciantes.

— ¿Qué sabes hacer? — Preguntó, la sirvienta volvió con una bandeja y nos sirvió té a ambas, agradecí y tomé la taza.

— Se lo que toda señorita sabe, tejido, pintura, leer, escribir, pero nada que sea útil — Mi sinceridad podría ayudar.

— La ventaja es que se puede aprender — Dijo, sosteniendo su taza — Puedo darte una oportunidad.

— ¿En serio? — Jadeé, atónita.

— Veo que lo necesitas y por eso voy a darte la oportunidad, pero tienes que poner de tu parte — Me advirtió y asentí con la cabeza.

— De acuerdo, lo haré, aprenderé rápido, pondré mucho empeño y desempeñaré mis labores sin tardanza, patrona.

— No soy la patrona, pero soy la encargada de las tareas del hogar, mi hijo es quien lleva las riendas del título y los negocios familiares, a él le gusta el orden y la eficiencia, sino puedes con ambas, no dudará en echarte de aquí — Aconsejó y apreté la boca, sonaba como un gruñón y pesado.

...****************...

La condesa me llevó hacia las habitaciones de los empleados y me asignó un cuarto pequeño, pero cómodo.

Dejé la chaqueta sobre la cama.

— Éste es el uniforme — Dijo la condesa, sacando un vestido gris muy parecido al que llevaba puesto, con un delantal, un gorro y unas zapatillas bajas — Debes usarlo en todo momento y encargarte de mantenerlo limpio, solo tienes dos, toma, úsalo — Lo dejó sobre la cama y luego observó mi ropa — ¿Eso es lo único que tienes?

— Si, como le mencioné, robaron toda mis pertenencias.

— No debiste viajar sola, la delincuencia por ésta zona está volviendo con más fuerza, han desaparecido muchas chicas en estos días... Ya vuelvo, tu vístete — Dijo, marchandose del cuarto, si supiera que yo había formado parte de ese grupo de desapariciones.

Me quité el vestido y las botas, tomé el uniforme y me coloqué, lo que más me costó fue el gorro, tuve que enrollar mi cabello, pero al fin lo logré.

Observé mi reflejo en el espejo de la cómoda, me veía diferente, casi no parecía yo. Con él delantal y el gorro cubriendo mi cabello parecía una verdadera sirvienta.

La condesa volvió y me apresuré con la ropa que estaba cargando.

— Colócala en el armario — Me ordenó.

— ¿Y toda ésta ropa tan bonita? — Pregunté, observando un lindo vestido de tela floreada.

— Son para ti — Había como sies vestidos, los colgó todos dentro del armario.

— ¿Para mí? No, no se hubiese molestado, yo no puedo aceptar estos regalos — Dije, apenada.

— Tómalo como un préstamo, necesitas esa ropa para cuando tengas que salir a acompañar a las otras sirvientas al mercado — Gruñó, terminando de llenar el armario, incluso había abrigos, zapatillas, medias y camisones — Eran de mi hija menor.

— Más razón para no aceptar algo así mi señora, su hija se enojará mucho y...

Movió su mano con desdén.

— Mi hija ya no vive aquí, está casada, es como tú, así que ésta ropa te quedará.... La mayor también se casó, pero esa es más robusta.

— Muchas gracias, mi lady.

Era una señora muy agradable y amable, muy buena. Estaba tan agradecida de haberme encontrado con personas tan caritativas como ella.

— No agradezcas por ese préstamo — Me guiñó un ojo — Ahora ven, te presentaré a los demás empleados y la que se será la encargada de asignar tus labores y enseñarte como llevarlas a cabo.

Salimos del la habitación.

La condesa ordenó al mayordomo reunir todo el personal en la cocina.

Habían como seis doncellas, una ama de llaves, el mayordomo, cuatro cocineros y dos jardineros.

Me presentó ante ellos y ordenó a la ama de llaves enseñarme todo.

Yo formaría parte del grupo de las doncellas, las saludé amablemente con las manos y me respondieron cortésmente, al igual que los demás.

La única gruñona era la ama de llaves.

Empecé ese mismo día, aprendiendo a usar la escoba y el plumero, aunque aquella mujer no dejaba de regañarme por mis torpezas, mientras que las otras doncellas se reían, más cuando sacudí el plumero y el polvo terminó en su rostro.

Así anocheció, comí en la cocina junto a los demás empleados.

Aún no memorizaba sus nombres, pero eran personas agradables y muy chistosas, sobre todo los dos jardineros, dos jóvenes que se burlaban del viejo mayordomo por su forma de comer la sopa, haciendo ruido.

— Nada de risas — Gruñó la ama de llaves cuando solté una carcajada — Aquí se trabaja, hoy te quedarás conmigo a pelar las papas para mañana.

Estaba cansada, pero hice lo que me pidió, cuando todos se marcharon a dormir me quedé con la gruñona, aprendiendo a pelar.

Me corté varias veces y me hice ampollas, la mujer no tuvo piedad y me obligó a terminar la mitad de un saco. No me quejaba, pues así era el trabajo y sabía que esto me serviría para valerme por mi misma.

Cuando terminé me dolían las manos y las tenía muy hinchadas.

Salí de la cocina, directo a mi cuarto.

Un hombre cruzó el pasillo para entrar a la cocina, yo iba distraída observando las ampollas que ardían que ni siquiera me percaté hasta que chocó su hombro con el mío.

Siguió de largo, sin siquiera disculparse y observé hacia atrás, pero ya se había marchado, dejando un olor demasiado familiar en el pasillo.

Olía a él, al caballero enmascarado.

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Comments

Ale M.

Ale M.

🤩🤩🤩🤩

2024-05-14

0

Ale M.

Ale M.

Se repite la escena!!!

2024-05-14

0

Ale M.

Ale M.

Ya le cobrará después jejeje

2024-05-14

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