—Mi deber es protegerte y quisiera evitarte, incluso este aburrimiento. – Él continuó disculpándose.
—No seas tan dramático, ya estoy mejor y en gran parte es, porque no te has separado de mí y vienes a cambiarme las vendas todos los días, así que haberme cuidado desde el accidente, y durante todos estos años, han más que saldado tu inexistente cuenta conmigo.
André tomó la mano de Odette y se miraron fijamente. Sus palabras y su mirada intensa la estremecieron por completo, y de pronto, cayó en cuenta de que su amigo se veía un poco más delgado, ojeroso y cansado, por lo que de forma delicada, la joven rompió la unión de sus manos.
—Mejor cuéntame, qué has estado haciendo estos días sin ir al palacio. – El muchacho se tensó. Se puso de pie y miró hacia el jardín a través de la ventana—. Nana me ha dicho que has comenzado a salir mucho por las noches.
—¿Eso te dijo? –Él trató de ganar tiempo, para pensar en una buena excusa que explicara su ausencias nocturnas.
André había comenzado a salir por las noches, para tomar en una cantina de París. Había hecho algunos amigos en la ciudad y se reunían para conversar y desahogar las penas. Desde su pelea, y mucho más después del accidente, André había estado especialmente inquieto, y su frustración por no tenerla a su lado como realmente deseaba, ya comenzaba a torturarlo. En ocasiones, bebía hasta quedar totalmente borracho, pero a raíz de la recuperación de Odette, se había jurado que permanecería sobrio por si ella lo necesitaba.
—¿Estás tratando de pensar en una buena justificación?
—No es así, simplemente son cosas de hombres, sin ofender claro. – Dijo él en tono de burla.
—No seas gracioso. – Odette no pudo evitar sonreír—. ¿Ya no me tienes confianza? Dime, ¿Qué tanto haces en las noches?
—Es muy personal y… —dijo él pero…
—Recuerda que no sabes mentir.
—No me vas a dejar en paz ¿verdad? —dijo él resignado.
—¿Tú qué crees? – Dijo la joven con una sonrisa triunfante.
—Me voy a tomar a una cantina de la ciudad. –dijo él finalmente.
—¿Cantina, tú? –Nuevamente lo miró de pies a cabeza y pensó:
<<¿Desde cuándo es tan alto?>> Pero, al darse cuenta de lo lo que estaba pensando, ella sacudió la cabeza y solo pudo decirle: –Lo dudo.
—Sabes que no miento.
—Entonces quiero que me lleves hoy mismo.
—¿Estás loca? – Respondió alarmado—. No es lugar para ti.
—Soy una mujer vestida de varón, cualquier lugar es para mí.
—Pero, no es un lugar fino, llamarías la atención, no te vas a sentir cómoda.
—Aunque tenga que disfrazarme, voy a ir.
—No pienso llevarte. – Se armó de valor para seguir negándose.
—Si no lo haces me voy sola a la ciudad y me meto en cualquier cantina, y si algo llega a pasarme, será tu culpa. – Advirtió ella.
—Aùn estás convaleciente.
—Llevo varios días descansando y ya me siento bien, además estoy muy aburrida, respirar otro aire me ayudará.
—No comprendes, es un…
—Ya está decidido. – Lo interrumpió rápidamente. – Salimos esta misma noche, luego de que todos estén dormidos.
—Es muy peligroso, tú sabes muy bien cómo están las cosas en la corte, créeme que en la ciudad no vas a encontrar un solo rostro amable, que reciba con los brazos abiertos a una noble como tú.
—Nadie tiene que saber de dónde provengo, y ya basta de peros. Nos vemos más tarde.
—No vendré. —dijo él decidido.
—Hasta la noche. – Se acomodó en su cama para descansar. André salió de la habitación azotando la puerta.
Durante el resto del día, el joven no se apareció en la habitación de su amiga, ni ella solicitó su presencia para nada. André limpió los caballos, cortó unas flores del jardín, ayudó a la abuela en varias labores y también a las sirvientas, quienes ante su disposición, se la pasaron pidiendo un favor tras otro, todo con el fin de tenerlo cerca por más tiempo.
André cruzaba la sala, cuando se percató de que ya no faltaba mucho para encontrarse con Odette. Se dirigió a su habitación para asearse y ponerse algo más adecuado para la noche que comenzaba a enfriar. Después de cerciorarse de que todos estaban dormidos, se fue a la habitación de su patrona. La puerta estaba entreabierta, así que supuso que ya estaría esperándolo.
—¡Querido Amelie, al fin llegaste! – Dijo ella de forma sobreactuada.
—No hables tan fuerte, si nos descubren te echaré toda la culpa.
—Ya no somos unos niños y no seas tan exagerado, dudo mucho que alguien nos descubra, la casa es enorme, mejor relájate, de lo contrario, no serás un buen acompañante esta noche. – Odette llevaba puestas las ropas más sencillas que tenía. André comenzó a observarla detenidamente, y pensó que aunque vistiera harapos, su rostro y su innata elegancia la delataban. Odette, por su parte, se sintió nerviosa a causa de la insistente mirada de su valet.
—¿Qué tanto miras?
—¿Perdón? – André había quedado completamente hipnotizado.
—¿Por qué me miras con esa cara?
—Lo siento, es la única que tengo.
—Sabes a lo que me refiero.
—Estaba pensando que aunque te tires lodo encima, algo te delata y será imposible que pases desapercibida.
—Tú no te ves precisamente como un vagabundo.
—Te duele la verdad. – Afirmó con una sonrisita traviesa.
—Ya deja de decir estupideces, nadie se va a dar cuenta, vámonos de una vez.
Ambos jóvenes se encaminaron a las caballerizas, caminaban cautelosamente en medio de la oscuridad de la casa. Las luces estaban apagadas y no querían tropezar con algo que hiciera ruido, y alertara al resto de la familia.
—Camina más despacio André, no veo nada y me cuesta seguirte el paso.
—Ya estoy caminando muy despacio. – Susurró él–. Deberíamos apurarnos, alguien podría levantarse y no tengo preparada ninguna excusa para explicar, el hecho de que me esté llevando a la señorita de la casa a estas horas, y más cuando debería estar en reposo.
La joven tropezó con un mueble de la sala, pero afortunadamente, no hizo demasiado ruido. Caminaron un poco más, pero de pronto, André se detuvo y Odette chocó con su espalda.
—Mejor toma mi mano, será más fácil si te guío. – Le tendió una mano en medio de la oscuridad. Sus manos eran muy grandes, y, ella tembló al sentir que el joven entrelazaba sus dedos con los de ella—. Vamos a bajar las escaleras despacio, yo bajo una grada y tú bajas la anterior. No puedo creer que me hayas convencido, anulas mi voluntad cuando quieres conseguir algo. De pronto se dio cuenta de que lo que dijo era casi una declaración, y también se puso muy nervioso, mucho más cuando se percató que era la primera vez en mucho tiempo, que la tenía tan cerca de su cuerpo.
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