Ágata no comprendía qué deseaba aquella zorrita con su hermana, pero, al parecer, Lilith se había vuelto extrañamente popular sin siquiera abandonar la casa.
—¿Puedo saber qué exactamente quieres con mi hermana? —preguntó con tono seco.
—Solo quería saber cómo era —respondió la zorrita, aún atrapada entre sombras.
—Entonces no la has visto en persona…
—Así es. Pero cuando escuché que Cerbero estaba interesado en ella, quise verla con mis propios ojos.
—¿Cerbero? ¿Y ese quién es? —Ágata frunció el ceño.
—¿No sabes quién es? —la zorra la miró con sorpresa genuina—. Es el cazador más fuerte e intimidante del pueblo.
—¿Y ese sería…?
—Jonathan. Jonathan Monroe —exclamó con enfado—. ¿Acaso no lo conoces?
—Ah, él… —respondió Ágata con indiferencia—. Entonces el lobo arrogante resulta ser también un pervertido. —Se burló mientras caminaba junto a la zorra.
—Vaya que tienes agallas para hablar así de Cerbero —le dijo la joven, observándola de reojo.
—Como si me importara. —Ágata desapareció en su propia sombra con un suspiro.
Lilith, sin proponérselo, se había convertido en tema de conversación entre las clases media y alta. Su belleza inusual, su silencio y la elegancia misteriosa que irradiaba generaban rumores constantes. Los cazadores que la habían visto apenas decían nada, intimidados por las órdenes estrictas de Jonathan y Gael de guardar silencio absoluto.
Mientras tanto, en el sótano, Ziel observaba cómo el experimento número seis se quitaba la vida lentamente.
—Pobre bestia —comentó con voz apagada.
—Algo me falta… —Lilith revisaba sus apuntes con frustración—. ¿Pero qué?
—La vida no es algo con lo que deberías jugar. —Ziel tomó el cuerpo con delicadeza—. Creo que así se decía.
Colocó el recipiente sobre la mesa y abrió su pecho. Los órganos estaban dañados, negros, hinchados de forma antinatural.
—Me dijeron que las quimeras tienen un tiempo de vida corto… pero estas ni siquiera duran dos horas. —Lilith se dejó caer en la silla, hundida en su cansancio—. ¿Qué estoy haciendo mal?
—Los órganos están deteriorados desde su creación. —Ziel sacó el corazón y lo colocó sobre una bandeja metálica—. Deberías comenzar por eso.
Lilith lo observó con detalle. Era pequeño, malformado, y una mancha negra cubría gran parte de su superficie.
—¿Qué es esto?
La respuesta llegó al colocar el órgano bajo el microscopio. Células cancerígenas recorrían el tejido, formando redes de mutación acelerada. El recipiente, modificado con ADN incompatible, había generado un proceso de degeneración irreversible.
—Si pudiera aislar el gen que provoca esta mutación…
—¿No deberías esperar a entrar a la universidad para hacer eso?
—Mnn… —Lilith suspiró—. Tal vez allí encuentre lo que me falta, aunque es molesto tener que esperar.
—Además, ya se te acabaron los ingredientes —Ziel señaló el estante vacío.
—Sí… —cerró los ojos. Luego frunció el ceño al comprender lo que acababa de escuchar—. Espera… ¿qué?
Al mirar los estantes, lo confirmó: todos los frascos estaban vacíos. Había agotado sus reservas con los últimos experimentos fallidos.
—¡¿Eh?! —exclamó con tristeza—. ¿Por qué? —Se dejó caer de rodillas, incapaz de contener la frustración.
Todavía quedaban días para que terminara su castigo, y Ziel, aunque presente, no ofrecía soluciones. La única opción era pedir ayuda, pero Lilith no era precisamente sociable. Su familia estaba ocupada, y no tenía amigos con quienes contar.
—¿Y ahora qué hago? —preguntó entre lágrimas.
—Pídele ayuda al lobo —respondió Ziel, cruzado de brazos, sin inmutarse.
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