Arthur observó por un momento a su padre. Lo vio asar dos conejos en la fogata mientras estaba sentado en un tronco, como si lo esperara. Pero lo que llamó su atención no fue eso, era el aura que emitía.
—No, debería preguntarte por qué enviaste un clon a la intemperie. ¿Es alguna clase de nueva costumbre que estás creando?
—No. ¿Por qué crearía algo como eso en primer lugar?
—No lo sé... ¿Aburrimiento?
—No, ni siquiera el aburrimiento me llevaría a eso —contestó el clon.—Además, debería ser yo el que te pregunta por qué estás despierto en la madrugada. Necesitas descansar para la prueba.
—No cambies la pregunta. ¿Por qué enviaste un clon?
—Tal vez se deba a que mi hijo se escabulló en la madrugada hacia el bosque —contestó.—Tú no deberías estar aquí, tienes que seguir descansando para adaptarte al arco.
—Ya me adapté, creo —contestó. Materialicé a Last Breath y disparé una flecha hacia una hoja que caía.—Y debo decirte que este arco está roto. Tiene varios secretos que me emocionan por descubrir.
El clon de Finn miró a su hijo con una mirada entrecortada. Si sus palabras eran correctas, su cuerpo se adaptó en tres horas al poder bruto y destructivo de Last Breath. Esta velocidad debía ser imposible incluso para su hijo, porque sus capacidades no estaban a ese nivel.
En el pasado, su hijo tuvo un breve contacto con el arco, daga y flechas familiar. Él no lo recordaba, pero en aquel momento se conectó sin saberlo a los tres artículos. Aunque su conexión no se debió a un contrato de sangre, la intervención de Last Breath o una resonancia sanguínea, la breve conexión con la naturaleza al entrar en el estado sabio fue suficiente para crear un diminuto enlace.
Aquel día y la semana siguiente estaban vividos en la mente de Finn. Aún sentía la impotencia de ver a su hijo estar inconsciente y sufrir una terrible fiebre. Incluso con la ayuda de Last Breath, su hijo sufrió secuelas que lo traumaron en su niñez y lo volvieron una persona cerrada y tímida hasta conocer a Alice.
—Vaya, superaste mi estimación. Creí que tardarías cinco horas —comentó. Luego lo miró serio y preguntó: —¿No sucedió nada extraño mientras estabas inconsciente? Tal vez la imagen de armas o tres flechas.
—Ya que hablas de sueños, soñé algo extraño —dijo Arthur. Se sentó cerca del clon de su padre y relato todo lo que recordaba. No escatimó en detalles, incluidas las sensaciones que experimentó. Al terminar, miró la expresión desconcertada de su padre y dudó.—¿Pasa algo, padre? A ti no te sucedió algo parecido.
—No. No experimenté nada igual. Y dudo que nuestros ancestros pasaran por lo mismo, mi padre lo hubiera comentado.
—Ya veo —susurró Arthur. Miro sus manos con desconcierto y trato de asimilar la nueva información.—Entonces, ¿qué fueron esas voces? ¿Por qué fui el único en poder escucharlas?
—No te preocupes, come un poco —calmó el clon. Le dio un poco de conejo y habló:—No importa si es una pesadilla o sueño, si te sigues mortificando te dañarás.
—... Está bien.
—Además, creo que tiene que ver con que tengas el contrato a los once años —mintió a medias. Esa posibilidad existía, al igual que ese evento en su niñez—. Que yo recuerde, la persona más joven tenía trece años.
Arthur entendió la teoría dicha por el clon y comió la carne de conejo. Observó las brasas de la fogata y le contó a su padre su pequeña cacería en el bosque. Hizo especial énfasis en la aparición del gorila rojo mutado y su batalla.
—Tuviste una experiencia memorable. Tu última cacería tuvo un monstruo mutado. Ahora ya tienes una anécdota para contarle a tus hijos en el futuro.
—Sí. Esta será una de muchas —dijo mientras sacaba un lápiz y una libreta café de su sello. Recorrió las hojas hasta una página y empezó sus anotaciones—. Ya me lo imagino: toda la familia rodeando una fogata mientras relatamos este momento. E incluso tú tratarás de ser el abuelo genial y contarás tus historias de aventurero.
—Ya me conoces, tengo que ser el más genial —comentó sin mencionar a Fausto. Tenía ese deseo de molestarlo, pero no era el momento—. Tal vez deba planear el monstruo de esa fogata.
—No te adelantes tanto. Faltan varios años para eso.
Ambos se rieron por la conversación. Después guardaron silencio y subieron sus miradas a las pocas estrellas que los árboles no ocultaban. Rememoraron los días en que veían las estrellas en la aldea y platicaban sobre sus nombres y formas. Recuerdos que mostraban lo rápido que transcurrió el tiempo.
—... ¿Y te sientes más seguro?
—... La verdad, estoy bien. Mi combate con el mutado logró disipar mis temores —respondió. Guardó su libreta y lápiz en el sello y comió lo último del conejo.—En cuanto al otro problema, me quedaré con nuestras teorías. Lo resolveré más adelante.
—Entonces, no me necesitas aquí —dijo el clon y se levantó.—¿Qué vas a hacer ahora?
—Me quedaré un poco más. Quiero reflexionar un rato.
—Está bien. Solo no olvides ir a desayunar, sabes cómo es tu madre.
—Espera, ¿quiero preguntarte una última cosa? —detuvo.—La prueba empezó mucho antes de entrar a la mazmorra, ¿cierto?
—¿Por qué lo dices? —preguntó con sumo interés.—Me explicas tu razonamiento.
Arthur le explicó la conclusión a la que llegó cuando venía. Inició con la explicación de la primera regla y su importancia para las demás. Luego continuó con el factor impredecible del mundo y la presa para la caza. Y terminó con el verdadero objetivo de la prueba.
—Vaya, lograste entender por completo la prueba —felicitó con aplausos.—Como un regalo te diré una cosa: La primera regla es más que solo eso. Aprenderás a lo largo de tu vida que esa regla te hará más fuerte. Y cuando lo comprendas, tendrás la capacidad de llegar a nuevas alturas inimaginables.
Arthur asintió sin entender y miró cómo el clon se disipó. Luego terminó su comida y se recostó en el tronco. Cerró los ojos y permitió que su cuerpo recuperara todas sus energías.
Todos los cazadores han condicionado su cuerpo para recuperar sus energías en las zonas de caza. Esta técnica se llama sueño de cazador.
Esta técnica permite que el cuerpo entre en un estado semi-inconsciente con sus sentidos muy afilados. Logra restaurar las mismas fuerzas como cuando uno estaba dormido. Y como sus sentidos de peligro estaban al máximo, el individuo podía reaccionar a tiempo.
Arthur se levantó una hora más tarde y apagó la fogata. Se aseguró de limpiar todo el sitio y guardar los restos en su sello. Dio una última mirada a la fogata apagada y marchó hacia su hogar.
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