Arthur observó con detenimiento a su amiga y se sonrojó. Ella vestía un vestido blanco de una pieza, su cabello estaba amarrado en una coleta y sus ojos rojos lo veían con expectación. Esa vista, más la iluminación del sol y el aroma a rosas, quitó las palabras de su boca.
—¿Y bien? ¿Cómo me veo?
—... Estás preciosa —pronunció aturdido.—¡Te ves como una obra de arte!. No, eres más que eso, pero no encuentro las palabras exactas.
—Ya veo —susurró con timidez mientras jugaba con su cabello—. Quería sorprenderte más tarde. No pensé que saldrías temprano y estarías al frente de casa. Me alegra que te guste.
El peliblanco rascó su mejilla y desvió su mirada. Ahora su amiga cambiaba su jugada y él terminaba avergonzado. Un hecho que sucedía muy a menudo entre ambos. Si recordaba bien, empezó desde los seis años.
—... Arthur, sobre el beso de esa hada, ¿es verdad?
—No —respondió.—Solo era para distraerte. ¿No recuerdas que usé el mismo truco hace seis meses? ¿O acaso lo olvidaste?
—No, no, no, no, no, aún lo recuerdo —tartamudeó y desvió su mirada.—Es la emoción de verte lo que provocó mi descuido. Tú eres el responsable.
—Aja, lo que tú digas.
Los dos se vieron un momento para empezar a reír por la situación. Luego se abrazaron con cariño y se saludaron.
—Qué bueno verte tan alegre —dijo Arthur y rompió el abrazo.— ¿Estás ocupada?
—No, no lo estoy. Mis clases de costura y herrería fueron suspendidas hasta la otra semana. ¿Por qué?
—Entonces, ¿quieres pasar un rato hasta el almuerzo?
—Sí, me gustaría. Y tengo el sitio ideal.
Alice tomó la mano de Arthur y lo arrastró hacia la plaza en el centro de la aldea. Un sitio ocupado para las fiestas, actividades, clases generales y otros eventos.
En el camino, los dos hablaron de sus mañanas y se rieron por los eventos repentinos que tuvieron: Arthur con el lobo y Alice con una gema que creó. Pocas veces al año ocurrían peculiaridades, por lo que se contaban sus experiencias y daban su opinión.
En la entrada del parque, los dos divisaron a tres adultos y cinco niños de seis años. Los adultos guiaban a los niños en su práctica para usar los distintos tipos de energía. Si el sudor en la frente de los niños era una indicación, llevaban horas en ello.
En el mundo de Krysia existían distintos tipos de energía: física, espiritual, natural, etc. Los habitantes practicaban las formas de utilizarla desde los seis años, una edad ideal para desarrollar el cuerpo. A su vez, había países o continentes que se especializaban en dos o tres energías para formar una nueva como: chakra, magia y Qi.
Ambos jóvenes se sentaron en la sombra de un árbol y observaron el entrenamiento. Sus ojos llenos de nostalgia recordaron e imaginaron en el parque los momentos que tuvieron en su niñez.
Ellos iniciaron sus clases a principios de año. Como eran los únicos niños aptos, fueron entrenados por una persona: Dominic. Él llevaba a su hija para demostraciones y combates con ellos. Del producto de ello, nació la rivalidad de Alexa con Arthur y la meta de no quedar atrás de ella.
—Vaya, los años sí que volaron—comentó Arthur.—Aún recuerdo cómo practicábamos el manejo de los distintos tipos de energía y tú terminabas mojada a causa de tu afinidad por el agua.
—Sí. También recuerdo lo emocionado que estabas al manejar la magia y el chakra. Si mi memoria no me falla, te marchaste hacia Alexa y la retaste a un combate que perdiste.
—Oye, no estaba emocionado, estaba superemocionado —aclaró y rio con Alice. Paró su risa y suspiró. Miró hacia el cielo y habló:—Tengo un poco de miedo mañana, ¿sabes? Ya me preparé en todos los ámbitos, pero no puedo evitar sentir un pequeño malestar relacionado con el día de mañana.
—No eres el único, yo también lo siento —comentó y abrazó sus rodillas—Tengo miedo de que mueras mañana. Estoy consciente de los peligros de un cazador y su tasa de mortalidad. Y aunque la prueba sea en una mazmorra artificial y las criaturas estén registradas, no quiero perderte.
Arthur no comentó nada, solo abrazó con su mano a su amiga. Sus cuerpos se recostaron en el tronco y observaron las nubes, misma actividad que les gustaba hacer desde su niñez y calmaba sus mentes.
El peliblanco reflexionó sobre las palabras de su amiga. El presentimiento que sentía era distinto a si moría o no en la prueba, pero se prometió no fallar y regresar a salvo. No quería verla llorar.
Desde que se conocieron a la edad de dos años, los dos fueron inseparables. Se divertían por cualquier actividad que hacían y aprendían más de sus gustos. Alice se fascinó por el dibujo del paisaje y diseño de ropa, como Arthur con la escritura y cacería.
Media hora más tarde, ambos se levantaron del árbol y marcharon hacia la casa de Alice. El regreso fue en silencio, con los dos agarrados de la mano y caminando despacio.
Arthur dejó a Alice en la puerta de su casa y, cuando estuvo a punto de despedirse, recordó el paquete de Fausto.
—¡Espera, Alice! Tu padre me pidió darte este paquete.
—¡Oh, un paquete! Gracias —dijo. Abrió sus ojos al ver el pequeño tamaño del paquete y se alarmó. En un rápido movimiento se lo arrebató de las manos y lo ocultó en su espalda.—¿Mi padre no te dijo nada de su contenido?
—No, solo me comentó que tú lo deseabas con prisa —respondió confuso.—¿Y por qué estás tan nerviosa? Tan personal es el contenido.
—¡No es nada, olvídalo! —pidió con prisa y murmuró:—Estúpido padre, no pudiste dármelo personalmente. Casi revelaste el regalo. Parece que necesitas una plática con madre y conmigo.
Arthur negó por el murmullo de su amiga. A veces olvidaba que sus oídos estaban desarrollados y escuchaba a largas distancias. Incluso en esos momentos, escuchaba la mayoría de las conversaciones en la aldea.
Por otro lado, sintió pena por Fausto. Tener una plática con madre e hija no sería bonita. Conocía el enojo de Alice de primera mano, y si Katherine poseía parte de la mecha de su madre, el destino de Fausto era muy oscuro.
—Bueno, me tengo que ir, Alice. Casi es hora del almuerzo, y si no llego a tiempo mi madre me mata.
—... Oh, hasta luego —respondió ella.
Alice pensó un momento y corrió hacia Arthur. Saltó para sujetar su cuello por detrás y besó su mejilla. Con un polvo rosa en su rostro, volvió a su casa y se encerró.
Arthur quedó congelado e inconscientemente tocó su mejilla. Con un sonrojo notable y una sonrisa, se marchó hacia su hogar. Su estado no le permitió notar que Alice lo veía desde la ventana.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 110 Episodes
Comments