El padre narró que hace doce años fue con su antiguo grupo de aventureros a una misión de grado S en el extremo noroeste del continente, una zona propensa a dar origen a mazmorras de alto grado. También, era un lugar donde en el pasado varios grupos de aventureros formaron una ciudad con el fin de regular el área.
Ellos nunca entendieron cómo pasaron de enfrentar un trent gigantesco en una mazmorra a pelear con un dragón caido y evolucionado. No solo eso, el dragón era capaz de hablar fluidamente sus idiomas y se autodenomina, Fáfnir.
La batalla duró una hora, tiempo que sintieron eterno. Su destrucción llamó a varios aventureros que fueron a ayudar. Y el costo fue la vida de casi todos, excepto su cuñado, un caballero real del reino y él. Sin contar que, al ser un objetivo a eliminar del dragón, sufrió la mayor parte del daño.
Las consecuencias de la lucha dejaron cicatrices: el cuñado dejó las aventuras y se volvió un maestro de gremio, el caballero ascendió a líder de los caballeros y entrenó con remordimiento por no proteger a su prometida, él sufrió daños graves que no le permitían utilizar más del uno por ciento de su poder y habilidad, y la parte noroeste fue cortada y se formó una isla de amenaza SSS.
Arthur escuchó con sorpresa y miedo el relato de su padre. Aún recordaba los gritos de su padre cuando sufría un percance a causa de sus heridas y su madre lo trataba. Incluso tenía impreso en sus recuerdos la mirada de tristeza y angustia de su madre en aquellos momentos.
—... Siento hacerte recordar eso, padre —dijo con arrepentimiento.—Me emocioné por descubrir sobre el corrupto y no te tomé en cuenta.
—Lo que hiciste estuvo mal. Si fuera una persona cercana a ti, pudiste arruinar sus lazos —mencionó y lo miró. Vio sus ojos llenos de tristeza y sonrió al reflejarse en él.—Aunque estuvo bien que te dieras cuenta de ello y te disculparas, pocos se dan cuenta e intentan mejorar. Que te quede como lección: La vida está llena de errores, nosotros debemos aprender de ellas y llegar a ser mejores.
—... Entiendo.
—Además, no estoy herido ni nada por el estilo —comentó con su mirada en el cielo.—Yo también fui como tú, hijo. Por aquella época, mi padre me enseñó que un maestro transmite sus experiencias a sus alumnos. Sean buenas o malas, permiten que ellos no sufran y comentan los mismos errores.
—El abuelo era muy sabio.
—Sí. No había nadie como él.
Ambos, padre e hijo, guardaron silencio y continuaron con su labor. Estas pocas veces que ellos hablaban así, fortalecían sus vínculos. Tal vez era porque al cazar se trataban como estudiante y maestro; o podía ser que al cazar se sentían libres de expresar sus preocupaciones, sin que nadie los escuche.
Después de terminar, saltaron hacia una rama y tomaron rumbo hacia el norte, donde estaba su aldea. El viaje solo les tomó seis minutos con su velocidad normal.
Al llegar, brincaron de la rama y vieron la aldea. En la entrada había un letrero: draugasíða. Desde su posición se veían las casas de dos pisos hechas de madera natural, un tipo de madera resistente y llena de energía. Alrededor de la aldea, un domo traslúcido lo cubría y protegía de los monstruos.
Arthur sonrió por volver. Removió su capucha y reveló su cabello blanco, ojos verdes, una cara redonda y piel blanca. Al igual que su hijo, el padre removió su capucha y mostró una apariencia similar, excepto que su cara era más robusta.
—Regresamos más temprano. Diría una hora antes del mediodía —dijo el padre al ver el sol. —¿Vas a ir alguna parte o vendrás conmigo?
—Voy donde Fausto. Quiero tener todos los suministros para mañana.
–Está bien, solo intenta llegar para el almuerzo. No quieres que tu madre se enoje.
—No preguntes lo evidente, padre —dijo con un escalofrío. Aún sentía el dolor provocado por su madre cuando se escapó con su amiga.—Tú más que nadie debe entender qué pasa cuando la molestamos.
—Cierto —afirmó con el mismo escalofrío.—Bueno, nos vemos más tarde.
Arthur observó cómo su padre desapareció y entró con tranquilidad rumbo a la zona central. En el camino, recibió saludos de los residentes y les devolvió el gesto.
Para el niño, recibir este tipo de atención no era raro. No es porque sea el hijo del jefe de la aldea, es porque al ser una comunidad con menos de doscientos habitantes, ellos se ayudaban mutuamente. La relación de todos era como una gran familia, la cual se plasmaba bien en las fiestas y celebraciones llevadas a cabo en el centro de la aldea.
—Parece que terminaron temprano, Arthur —dijo la voz de un hombre.
Arthur dirigió su mirada hacia la voz y miró a un hombre con cabello, barba y ojos rojos. Caminó hacia el pelirrojo y lo saludó.
—Oh, hola Fausto. Sí, logramos cazar más de nuestra cuota —contestó.—Hablando de la caza, necesito que me prepares una daga.
—¿Una daga? Pensé que pedirías un arco. Según recuerdo, no hace más de seis meses te creé uno.
—Mi arco actual sigue siendo eficiente. En cuanto a la daga, siempre es necesario tener extras —comentó.—Además, el material que obtuve sirve más para una daga.
—Interesante. Cuéntame todo mientras vamos a mi taller.
Los dos caminaron hacia el taller mientras Arthur relataba su batalla con el lobo alfa casi evolucionado. La historia sorprendió a Fausto, que imaginó los distintos cuchillos que podía crear.
Cuando llegaron, fueron recibidos por una mujer de cabello dorado y ojos avellanas. Ella saludó con un beso a Fausto y luego notó al peliblanco.
—Vaya, qué sorpresa verte tan temprano, Arthur. ¿Vienes a jugar con Alice?
—Hola, Katherine —saludó con cortesía.—Todavía no puedo jugar con Alice. Cuando termine de hablar con Fausto iré donde ella.
—Ya veo, estás en modo trabajo.
—Incluso tú. —suspiró Arthur. Recordó cómo Alice llamó a su comportamiento cuando hablaba con seriedad.—No estoy en modo trabajo o algo parecido, solo me comporto como me enseñó padre al tratar temas serios o de cacería.
—¿Y eso no es estar en modo trabajo?
—También opino lo mismo —dijo Fausto.—Debo informarte que tu madre le decía igual a tu padre.
—¿En serio? Me lo esperaba de Katherine, no de ti, Fausto.
—Qué puedo decir, me gusta molestarte a ti y a tu padre.
Arthur negó con un suspiro y un dolor de cabeza. Tenía que pensar en un modo de vengarse de su amiga. Cada vez que venía a visitarla, madre e hija lo molestaban con ese y otros temas.
—Dejemos de molestarlo, querida. Tienes muchos años para continuar.
—Tienes razón —afirmó—. Dentro de cinco años se pondrá mejor.
Los dos se despidieron de Katherine y caminaron hacia la parte trasera. Fausto tocó una puerta tres veces y volteó hacia Arthur con la puerta extendiéndose.
—Bienvenido a mi taller.
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