En la aldea había dos herreros: Fausto y Alejandro. Fausto se encargaba del área de armas y equipamientos para los cazadores, y en casos raros, para aventureros. En cuanto a Alejandro, se encargaba de fabricar todo lo relacionado con la vida diaria.
Arthur había visitado el taller de Alejandro muchas veces por encargo de su madre. Se maravilló por los minerales y metales que divisó en sus idas. Pero lo que sus ojos vieron en el taller de Fausto lo dejó anonadado.
El taller de Fausto presentaba una gran gama de materiales de distintos monstruos: desde los reptiles hasta los mamíferos, vertebrados e invertebrados. Todo este tesoro le mostraba una vez más los tipos de monstruos que había enfrentado y aún no.
De esta maravillosa vista, hubo un lugar que llamó su atención: la mesa cerca de la forja. Los materiales tan raros en la mesa abrieron sus ojos a más no poder. Varios pertenecían a un armadillo gigante, una mantis decapitadora y un halcón plateado. Monstruos difíciles de cazar por su defensa, agilidad y velocidad.
—¿Quién fue el que cazó a todos esos monstruos? —señaló la mesa.—Pocos en la aldea pueden lograrlo. Más aún, tienen el grado de habilidad para cortarlos de ese modo.
El estado de Arthur era razonable. La piel del armadillo es igual de dura que un diamante y su caparazón el triple de esta. La mantis tenía la misma dureza, pero ciertas áreas eran más débiles y un error arruinaría el material. Lo contrario pasaba con el halcón, su cuerpo era muy débil y pocas áreas eran igual que una roca. Por lo cual, la precisión de los cortes debía ser exacta para preservar cada parte.
—Fueron cazados por Dominic —respondió.—Vino hace dos horas para pedirme crear un conjunto de ropa y armas para su hija, Alexa.
—¿Hablas de la misma que rompió un récord en la prueba de iniciación?
—Sí, esa misma —respondió.—Ella le envió una carta a Dominic de que regresaba por una temporada.
—¡¿En serio regresará?! —dijo con emoción. La última vez que la vio fue hace cuatro años.—Ya deseo que venga y retarla a un combate.
—No te emociones tanto —calmó.— Ella ya es una aventurera de clase C.
—¡Tan alto! Yo que recuerde, las misiones de ese rango son muy peligrosas. Sin mencionar que cuatro años para llegar ahí es difícil.
—Lo sé. Con tan solo quince años ya demostró superar a su padre. Y sus logros son tan notables que captó el interés del reino y le pidieron unirse a la orden de caballeros. Lamentablemente, ella rechazó el trabajo —mencionó para la sorpresa de Arthur.— Por eso no intentes retarla cuando venga.
—Lo siento, pero me niego —negó con su mano—. Si retrocediera por ello, no sería reconocido por mi rival.
—Tan terco como tu madre.
Fausto guió el camino dentro de su taller hasta una mesa de trabajo. En ella se hallaban varias notas de prototipos, planos de armas y un libro de alquimia y herrería antiguo. Tal parecía que trabajaba en un proyecto ultra secreto.
—Bueno, ¿qué tienes en mente para tu arma?
Arthur explicó que necesitaba una daga capaz de perforar una tortuga anciana y tuviera el efecto de envenenar. El peso debía ser lo más cercano a su daga de cuerno de venado verde. Y la empuñadura tenía que ser conductora de energía elemental.
—Ya entiendo —murmuró y dibujó un boceto—. ¿Qué parece este diseño? —preguntó y mostró su dibujo. El asentimiento de Arthur le dio su confirmación y comentó:—Tu idea del veneno es perfecta para el lugar, hiciste tu investigación. Ahora, muéstrame el colmillo.
Arthur sacó el colmillo del lobo alfa y se lo dio a Fausto. Él lo analizó y observó las propiedades del material. Para una revisión más minuciosa envió energía a sus ojos y pensó en los mejores elementos a utilizar.
—El colmillo es de excelente calidad. Es de esperarse de una criatura a punto de romper sus límites —comentó y colocó el material en su mesa—. Recomiendo veneno de medusa morada, rana arcoíris y mamba negra para el filo del arma. En cuanto a la empuñadura, la cola del lobo me servirá.
—Toma, ya tengo todo —dijo y sacó todos los materiales requeridos—. Sé que es mucho pedir, pero puedes tenerlo en la mañana. Quiero acostumbrarme antes de la prueba.
—Lo tendré listo esta noche. Mis únicos trabajos para hoy son: el pedido de Dominic, el tuyo y un proyecto personal casi terminado. Si tienes tiempo, ven cerca de la cena y te lo daré.
—Gracias —agradeció y se retiró.
—Espera, Arthur —detuvo y recogió un paquete de su gaveta. Tiró el paquete al peliblanco y pidió:—Llévale eso a Alice. Ha estado necia con que se lo cree y dé.
Arthur asintió y se despidió. Salió del taller y volvió a la entrada para tocar la puerta. No obstante, una mano cubrió sus ojos y una dulce voz susurró:
—¿Quién soy?
Arthur sonrió con cariño. No necesitaba tomar en cuenta la voz, el esfuerzo por tapar sus ojos o estar delante de la casa para darse cuenta de su identidad. La sola presencia de ella le indicaba quién era.
—Me pregunto quién será —dijo y sostuvo las manos.—Dudo que sea una niña bromista con tendencias a meterse en problemas. Oh, ya sé quién eres... Tú eres la hermosa hada del bosque que intentó besarme.
—Eres un idiota, ¿sabías?... ¡Eh! ¡¡Espera!!
La chica fue tirada y alzada por sorpresa hasta quedar cerca de la cara de Arthur. Sus ojos rojos chocaron con los ojos verdes de su interés mientras se enrojeció. La cercanía entre ambos la avergonzó.
Ella lo vio cerca de su casa y planeó sorprenderlo. Pero cuando escuchó sobre el hada besándolo, se molestó. Su disgusto por esas palabras provocó que cayera en su trampa y terminara en esta situación.
—Buenos días, Alice. Hoy estás muy alegre, ¿qué sucedió?
—...¿Eh?...¿Sobre eso?...¿Puedes bajarme?
Arthur la bajó con cuidado y sin despegar su sonrisa. Verla apenada provocaba palpitaciones en su corazón. Un sentimiento que no le disgustaba sino que le agradaba.
—Gracias —susurró con pena y se acomodó su atuendo.—Veo que estás de buen humor también.
—Sí. Aunque no tanto como la tuya. Ha pasado algo bueno.
—Solo un regalo de mi madre —respondió y lo miró a los ojos. Dudó por unos momentos, pero se decidió y preguntó:—Arthur, ¿cómo me veo?
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