Capítulo 14

Helen despertó sintiendo el brazo de Demon rodeándola con firmeza. Su respiración era constante, cálida contra su cuello, pero ella no podía evitar sentir el peso invisible de lo que aquello representaba. Sabía exactamente lo que había sucedido la noche anterior, como todas las noches de ese último mes. Había perdido la cuenta de cuántas veces había pasado, y aunque al principio cada encuentro había dejado una marca en su alma, ahora se sentía extrañamente indiferente. Era como si su mente hubiera aprendido a desconectarse, a refugiarse en una rutina que la mantenía a flote.

Un mes. Helen no podía creer cuánto tiempo había pasado desde su llegada. Durante ese tiempo, nadie había muerto en ese sótano, un hecho que le provocaba una mezcla de alivio y desconcierto. La presencia de las niñas y el bebé parecía haber aplacado el caos de Demon, y aunque Helen no lo entendía del todo, agradecía esa tregua silenciosa.

Sin embargo, mientras se levantaba de la cama improvisada para comenzar su día, algo en su interior le decía que las cosas no eran normales. Había notado cómo su cuerpo se sentía diferente: más cansada, más sensible. Había ignorado esos síntomas, atribuyéndolos al estrés y la falta de sueño, pero esa mañana todo se aclaró de golpe.

De pronto, una ola de náuseas la golpeó con fuerza. Helen apenas tuvo tiempo de ponerse de pie antes de correr al baño. Se arrodilló frente al inodoro, vaciando el contenido de su estómago en violentos espasmos. Su mente estaba nublada, pero pudo escuchar los pasos pesados de Demon acercándose.

—Belladonna —murmuró su voz profunda mientras se inclinaba junto a ella, su mano descansando con suavidad en su espalda—. ¿Estás bien?

Ella no respondió de inmediato, demasiado ocupada tratando de controlar la siguiente oleada de náuseas. Cuando finalmente pudo respirar, se recostó contra la pared fría, con el sudor perlándole la frente.

—No lo sé... Esto es nuevo —susurró con voz temblorosa, evitando mirar a Demon directamente.

Él frunció el ceño, sus ojos marrones escudriñándola como si intentara leer su mente. Entonces, algo en su expresión cambió, una chispa de reconocimiento.

—Podría ser... —murmuró, más para sí mismo que para ella. Su tono tenía una mezcla de emoción y sorpresa—. Querida Bella, ¿es posible que estés...?

Helen lo miró con una mezcla de incredulidad y temor. No quería completar la frase. No quería ni siquiera considerar la posibilidad, pero su mente comenzó a conectar los puntos. Las náuseas, el cansancio, la sensibilidad... Todo encajaba.

Horas más tarde, con un test de embarazo en la mano, la respuesta fue innegable. Helen se sentó en la orilla de la bañera, el dispositivo temblando entre sus dedos. Dos líneas rosadas confirmaban lo que ella temía y, al mismo tiempo, no sabía cómo procesar.

Demon, que había estado observándola desde el umbral de la puerta, dio un paso hacia ella. Su expresión era extraña, como si mezclara alegría genuina con algo mucho más oscuro.

—Estamos teniendo un bebé —dijo con una sonrisa amplia que le iluminó el rostro.

Helen lo miró fijamente, sintiendo cómo su corazón se contraía en su pecho. No sabía cómo sentirse. El terror y la incertidumbre luchaban contra una nueva emoción que no esperaba: una necesidad abrumadora de proteger a esa pequeña vida que ahora crecía dentro de ella.

El sótano, las niñas, Demon, todo se desvaneció por un momento mientras Helen apoyaba su mano sobre su abdomen, aún plano, pero ahora lleno de significado. Podía odiar a Demon, podía odiar las circunstancias que la llevaron a esto, pero no podía odiar al bebé. Era suyo, un pequeño fragmento de inocencia en medio de tanta oscuridad.

Demon se acercó lentamente, con una expresión inusualmente contenida en su rostro. Sus ojos, que a menudo eran oscuros y amenazantes, parecían más suaves en ese momento, casi como si intentara transmitir algo que no estaba acostumbrado a mostrar. Helen lo observó en silencio, sintiendo el peso de sus movimientos y la intensidad de su mirada.

Cuando se arrodilló frente a ella, el espacio entre ambos se redujo a nada. Demon extendió una mano hacia la suya, tomándola con una delicadeza que le resultó extraña, casi desconcertante. Sus dedos ásperos rozaron los de ella, y por un momento, Helen sintió que estaba tratando de conectar con algo más allá de las palabras.

—Prometo que cuidaré de ti y de nuestro hijo —murmuró, su voz baja y cargada de una emoción que Helen no podía identificar del todo.

El tono suave de sus palabras la dejó perpleja. Era un lado de Demon que jamás había visto, un contraste absoluto con el hombre despiadado que había llegado a temer y odiar. La promesa que hacía parecía sincera, pero Helen sabía que todo lo que provenía de él tenía un doble filo, una sombra que siempre acechaba detrás.

Su corazón latía con fuerza mientras lo miraba, incapaz de responder de inmediato. No sabía si las palabras de Demon eran una amenaza velada, una muestra de posesión o un genuino intento de protegerla. Quizás era una mezcla de todo.

—No tienes que decir nada ahora —continuó Demon, apretando ligeramente su mano—. Solo quiero que sepas que haré lo que sea necesario para que ambos estén a salvo.

Helen tragó saliva, su garganta seca y pesada mientras intentaba asimilar las palabras de Demon. La contradicción en su pecho era insoportable, un torbellino de emociones que la desbordaba. Por un lado, su orgullo y su furia la impulsaban a apartarse, a rechazar lo que él le ofrecía. Quería gritarle, decirle que no necesitaba su protección, que su mera presencia la enfermaba. Pero, por otro lado, había una parte más pequeña, más vulnerable, que temía por su hijo, que sentía el peso de la inseguridad apretándole el corazón. El miedo a ser herida, a que algo le pasara a ella y a su bebé, la hacía dudar. Ella sabía que no podía permitirse hacer enojar a Demon, no sin arriesgarse a consecuencias peores.

Con un esfuerzo, Helen forzó una sonrisa, pero no era más que una máscara endeble, incapaz de ocultar el malestar que la carcomía. La sonrisa que intentó ofrecerle salió torcida, como una mueca de incomodidad.

—Está bien —murmuró, su voz temblando apenas—. Sé que nos cuidarás.

Las palabras salieron vacías, como si las pronunciara en un idioma que ya no comprendía del todo.

Demon, al ver su respuesta, sonrió satisfecho, creyendo que había conseguido lo que quería. El brillo de su satisfacción era evidente, y sin dudarlo, la atrajo hacia él, rodeándola con sus brazos de forma posesiva. Helen se tensó en su abrazo, pero no hizo ningún movimiento para rechazarlo. Con una rapidez que la tomó por sorpresa, sus labios encontraron los de ella, un beso que fue más una declaración de poder que de cariño. La presión de sus labios era fuerte, demandante, y ella no tuvo más opción que rendirse, incapaz de escapar del abrazo que la envolvía.

Sin mediar más palabras, Demon la levantó con facilidad y la llevó hacia la habitación, arrastrándola hacia el destino que ambos sabían ya de antemano. Helen, con el corazón acelerado y la mente en caos, intentó alejarse del torrente de emociones que la desbordaba, sabiendo que su lucha interna era una batalla perdida.

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