Capítulo 12

Aquella noche, Helen soñó con unas flores hermosa.

Eran flores que se elevaba con una gracia majestuosa sostenida por un tallo largo, liso y sin hojas, que parecía emerger de la tierra como si desafiará la gravedad. La falta de vegetación le daba un aire majestuoso y etéreo.

En la cima del tallo, las flores se agrupaban en racimos, siendo una combinación de color. Sus pétalos, que eran de un rosa suave que se degradaba hacia el blanco en los bordes, parecía tener una textura aterciopelada que captura a la luz con delicadeza. La forma de las flores era en forma de trompeta, con los pétalos arqueándose hacia afuera en una curva elegante, casi como si estuviera bailando con el viento. En el centro, los estambres eran dorados que sobresalían, portando un polen que parecían brillar bajo el sol.

Eran flores tan hermosa e hipnótica, que Helen no pudo evitar acercarse para tocar con su mano desnuda los pétalos que parecían seducirla. Y cuando toco los pétalos, estos eran cálidos en su piel.

De pronto, algo cayó en el suelo. Algo redondo y de un color azul oscuro como en la noche. Parecía un fruto delicioso, parecido a las cerezas que Helen una vez adoro comer. Excepto que eran de otro color, que Helen no quiso recoger.

—¿No vas a comerlo? —preguntó una voz masculina, rompiendo el silencio y haciendo que Helen se sobresaltara.

Levantó la mirada con cautela y se encontró con unos ojos marrones, oscuros como la sangre, que la observaban con una intensidad perturbadora. Eran ojos que conocía bien, que había visto tantas veces en su vida cotidiana, pero que en ese instante no despertaban más que una fría indiferencia en ella

—No, no lo comeré —murmuró sin pensarlo, sorprendida de escuchar su propia voz responder.

El hombre esbozó una sonrisa, serena pero desconcertante, antes de agacharse a recoger el fruto que yacía en el suelo, uno que había caído cuando Helen tocó las hermosas flores que la habían fascinado. Sin apartar su mirada de ella, llevó el fruto a sus labios y lo mordió lentamente, saboreándolo con una expresión que mezclaba deleite y algo más oscuro.

—Delicioso —comentó con un tono bajo y casi reverente, mientras se acercaba a ella, extendiendo sus manos como si estuviera a punto de reclamar algo.

De repente, las flores a su alrededor comenzaron a brotar de forma salvaje, emergiendo como un manto vivo que cubría todo el espacio. Los tallos se alargaron, los pétalos se expandieron, formando un muro vibrante que la ocultó de la mirada del hombre. Su expresión cambió en un instante, y el aire se llenó de gritos desgarradores, un eco de dolor que la heló hasta los huesos. Todos proveniente del hombre que la había perturbado.

Helen despertó de golpe, su pecho subiendo y bajando con rapidez mientras trataba de orientarse. La primera sensación fue el tacto extraño de la tela limpia contra su piel. Al mirar su cuerpo, notó que estaba vestido con ropa nueva, su piel libre de la suciedad y el caos de antes. Una mezcla de alivio y terror la invadió, preguntándose si el sueño había sido un presagio... o algo más real de lo que podía comprender.

___

—¿Tendremos una hermana nueva? —preguntó Ivy con un aire de inocencia a su alrededor, algo que a veces hacía de forma intencional sabiendo que podía salirse con la suya con tal cara

Su pregunta hizo que Helen se sobresaltara. Era una pregunta que no esperaba en ninguna de ellas, ni siquiera de Aria, quien era la adolescente entre las hijas que le presento aquel hombre. Pero, sobre todo, no esperaba la respuesta en la chica más extrovertida que había conocido.

Sus manos temblaron un poco, casi imperceptible para el ojo humano, solo que Helen detuvo aquel temblor inconsciente, y ajusto el agarre en Susan, que dormía plácidamente en sus brazos.

—¡Ivy! —regaño Rosemary, que parecía más consciente que su hermana sobre la situación que estaba pasando Helen, más cuando ella parecía hacer todo de forma automática a su alrededor. Algo casi ya aprendido como la forma en que cambiaba el pañal de Susan, o cuando ya ni siquiera le daba vergüenza mostrar parte de su cuerpo para que Susan sea alimentada.

Así sucedía con la mayoría de las mujeres que se encontraba en las manos de su padre. Cambiaban de una manera difícil de remediar, perdiendo cualquier esperanza que abordaran, y eso asustaba a Rosemary, más que nada con el miedo constante de ser una de las víctimas de aquellas mujeres que enloquecían, que veían en toda ellas una extensión de un demonio que las había atrapado para convertirla en su propio jardín de flores.

Helen, a pesar de estar en modo automático, no había perdido el brillo en ella. Era diferente, algo más oscuro que Rosemary estaba acostumbrada en ver en la mirada de su padre cuando pensaba que nadie lo miraba, esos momentos eran escasos, porque aquel padre que tenía era paranoico, que en medio de la noche revisaba que todas estuvieran durmiendo. Despertándose en cada tres horas, vigilando por las cámaras a las mujeres que él llamaba sus flores, sus esposas.

Rosemary salió de esos pensamientos. No era agradable, cuando su curiosidad infantil, aquella necesidad de explorar lo desconocido, solo le había valido un castigo que la dejo con un miedo paralizante y profundo de los lugares oscuros

Desde entonces, las luces del pasillo permanencia prendidas gracias a la consideración de su querido padre, que no quería ver sufrir a sus adoradas hijas. Pero las luces prendidas no era algo nuevo. Sus hermanas habían desarrollado el mismo miedo, por lo que no se sentía diferente a las demás y era una costumbre que ella se había adaptado desde una temprana infancia, sin saber el motivo de las luces prendidas, hasta el primer castigo.

Pero ahora tenían a su madre, que las iba a castigar de acuerdo a la trasgresión que ellas cometerían. Helen les daría límites más saludables, no como las otras madres que Rosemary había tenido, que ni siquiera habían pestañeado con castigarla de la misma manera que su padre.

—Solo tenía curiosidad —exclamó Ivy, aunque su entusiasmo se desvaneció al notar la expresión de Helen.

Helen la observó por un momento antes de responder con voz calmada, pero firme:

—No es tan sencillo, Ivy. Tener un hijo… Y, además —hizo una pausa, eligiendo con cuidado sus palabras—, si llevara una vida dentro de mí, podría ser un niño.

Ivy ladeó la cabeza, como si procesara la idea, antes de soltar una sonrisa divertida.

—Oh, como Brenzo.

Helen frunció el ceño, confundida.

—¿Brenzo?

—Su nombre es Hadrian, pero su segundo nombre es Brenzo —intervino Aria, apareciendo con una bandeja de comida entre las manos. Con la facilidad de quien ya había hecho esto antes, la dejó sobre la pequeña mesa que habían traído para que Helen comiera con comodidad.

—No le gusta su nombre —añadió Holly en voz baja, con cierta timidez.

—Es nuestro hermano —comentó Rosemary—, aunque papá lo envió a un colegio privado.

—Un internado, Rose. Es un internado —corrigió Aria, sentándose junto a sus hermanas—. Papá lo envió allí porque es para superdotados. Le ha dado esa oportunidad —añadió, mirando a Helen para asegurarse de que entendiera la ausencia de Hadrian.

—¡Ja! Hadrian puede ser un superdotado, pero tiene la capacidad emocional de una cucharita —soltó Ivy entre risas.

Helen arqueó una ceja, divertida por la comparación.

—¿Dónde aprendiste esa expresión? —preguntó Aria, tomando un par de palillos mientras revisaba la bandeja con aperitivos.

Aunque ellas ya habían almorzado, trajo un aperitivo para acompañar a Helen aún no había almorzado hoy. Hoy había comida china, y esperaba que le gustara. Sin embargo, al verla tomar los palillos con naturalidad, entendió que Helen estaba más que familiarizada con ese tipo de comida.

—Se lo escuché a una compañera. Se lo dijo a un chico que no mostró ni un poco de sensibilidad cuando otro de nuestros compañeros estaba triste porque su abuelo había fallecido —Ivy se encogió de hombros

Aria suspiró y negó con la cabeza.

—Bueno, solo espero que no lo digas delante de papá. No es un insulto ni una grosería, pero tampoco es la mejor forma de expresarse. Además… —Aria tomó un plato con brócoli y lo dejó frente a Ivy—. Sigues castigada, así que come. No te vi tocarlo en el almuerzo.

Ivy hizo una mueca de desagrado mientras Holly y Rosemary soltaban una risita, entretenidas con la situación. Con elegancia, ambas usaban sus palillos para tomar los bocadillos que Aria había traído.

Helen observó la escena con una suave sonrisa antes de llevarse a la boca un bollo relleno de carne, disfrutando del sabor y, quizás, del momento de tranquilidad que le brindaba la compañía.

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