Capítulo 10

Cuidar de un bebé era agotador.

Ella lo sabía muy bien cuando había visto a las madres tan cansadas y agotadas, que un momento de descanso era agradecido. Helen lo había hecho, en especial a aquellas mujeres que estaban sobrellevando la depresión perinatal, luchando con los pensamientos terribles que pasaban por su mente y en especial, que esos pensamientos le hacían dudar del amor que sentía por el hijo que habían traído al mundo con cierta esperanza.

Nunca se esperaban de tener esta enfermedad, de llegar a rechazar al bebé que ellas habían deseado con todo su corazón, como también pensamientos recurrentes relacionados con el término de la vida.

Para Helen, aquella práctica había marcado un antes y un después en su vida. No se extrañaba que las mujeres obligadas a tener hijos, como las víctimas del demonio, tuvieran esta enfermedad. A veces los pensamientos no eran de odiar a sus hijos, eran de amarlos demasiado que no les deseaba este sufrimiento, por lo que su método de salvación era brutal.

Ahora ella sabía que en realidad las niñas tenían una mejor vida que las mujeres que estaban en el sótano. No tenía idea si ellas conocían la realidad en la que vivían aquellas niñas, una vida normal que solo temían por su padre, temerosas que ellas fueran parte de esta poda. Era más notable en Aria, que en Rosemary, que aún tenía la inocencia en ella y el miedo de una figura paterna.

Pero en Aria, el miedo era más presente.

Relajada en aparentar frente a su padre que no tenía miedo de su presencia, solo que eran los ojos de esta que no dejaban duda que temería cualquier cosa que hiciera su padre en su contra, como la vez que llevó a Susan hacía ella en busca de ayuda.

Sin embargo, si bien Helen se encontraba reacia a que este hombre estuviera presente a sus hijas, no debió dejar a Aria a cargo de Susan. Aria solo era una adolescente, no necesitaba esas preocupaciones.

Cuidar de Susan, era una tarea difícil, incluso para ella. Entonces, una adolescente que apenas podría controlar sus emociones en lo que ocurría a su alrededor, sería peor.

Lo noto con algunas madres adolescentes que habían aceptado tener a su bebé, a pesar de las palabras en contra de sus padres por la juventud que iba a ser robada.

Estresadas y cansadas, al punto que llegaban a lastimar a sus propios bebés con tal de que se quedaran callados para tener un momento de tranquilidad.

Entendía la necesidad de querer a tu hijo en el momento de la primera concepción, pero a veces la edad no significaba madurez. Mujeres mayores tenían la misma reacción, como también algunas adolescentes aceptaban el destino que tenían y la paciencia que tenían con sus bebés eran tan inmensas que Helen a veces sonreía con ternura.

Y Helen en este momento estaba teniendo todos estos pensamientos, ya que estaba pasando por lo mismo como aquellas mujeres. Aunque claro, con la simple ventaja que no había dado a luz.

Acarició la espalda de Susan mientras dormía con la cabeza en donde estaba el corazón. Helen estaba tendida en el colchón suave y trataba de mantener los ojos abiertos, los cuales estaban marcados por las ojeras de días sin dormir correctamente.

Susan estaba a su cuidado, las veinticuatro horas del día. Por un instante pensó que solo serían determinadas horas del día, aún con la desconfianza del demonio hacía ella. Nada más que este hombre solamente sonrió y pronunció que ella era capaz de cuidar a un bebé que necesitaba su atención, con cierta ayuda cuando necesitara tomar un baño.

Y no era Aria quien bajaba a ayudarla.

Era el demonio.

Aquel hombre que cuidaba de Susan con una ternura que pudo sentir su repulsión dentro de ella, que se tragó para no llamar la atención, y que la observaba mientras se bañaba con un hambre que hacía estremecer su cuerpo.

No tenía un cuerpo fabuloso, como aquellas modelos que ella deseaba emular en su vida a pesar de que su cuerpo no era de aquella manera. Tenía más en ella que le gustaría eliminar, como aquellos rollos que se acumulaban en su vientre con fuerza a pesar de que ella trataba de eliminarlos. O su mejilla más redonda qué era por genética y que era normal tener las mejillas más abultadas.

Si, ella era bonita, pero no al punto de que la miraran como un trozo de carne.

Podría haberse sentido halagada en diferente circunstancia, excepto que este era un secuestro y ella estaba tratando de sobrevivir como también cuidar de las niñas que venían a verla.

Tampoco le gustaba el toque de ese hombre cuando ella salía del baño con solo una toalla para secarse y lamentablemente al no tener otra toalla, tuvo que dejarla en su cabello para no dejar el piso estropeado, mostrando así su cuerpo ante la mirada hambrienta del hombre.

Toques que ella soportó con una mirada indiferente mientras sus ojos solo miraban a Susan, tan tranquila y ajena a lo que sucedía a su alrededor.

Eso ocurrió hace unos días, repitiendo el patrón y ella podía ver como el demonio se relajaba ante la presencia de ella, tan sutil que ni siquiera paso por su cabeza que pudiera ser una trampa.

Dio un leve suspiro para cerrar momentáneamente los ojos, aunque los abrió cuando escuchó como alguien dejaba una bandeja al lado de su cama. Sus ojos se encontraron con los de ese hombre, tan rojos como los de un demonio, o al menos así parecían para ella.

—¿Noche difícil? —preguntó el demonio, sentándose para llevar una de sus manos a la cabeza de Helen.

—Tenía cólicos, ni siquiera un baño pudo relajarla —respondió casi en un murmullo debido a su voz cansada.

—Oh, eres tan buena madre, querida Belladona —dijo con cariño, ella estaba demasiado cansada para sentir algo y aceptó la caricia que le estaba dando—. Te traje un buen desayuno, aunque puede esperar si estás demasiada cansada.

—Gracias —respondió con los ojos cerrados, sus manos aún firmes en Susan.

No supo cuanto tiempo paso con los ojos cerrados o en que momento se quedó dormida, pero solo despertó cuando escuchó las risas provenientes de Rosemary y alguien más, tan divertida que fue sorprendente de escuchar.

—Tranquila, mis niñas, mamá está durmiendo —regaño el hombre, aunque ni siquiera sonó como tal cuando se podía escuchar un cariño en él.

—Pero quiero conocer a mamá —exigió una voz femenina de una niña, diferente a la que había escuchado.

—Yo también —se escuchó una voz más tímida, que hizo tartamudear el corazón de Helen por la voz tan insegura que pertenecía a la niña.

—Papá tiene razón, vamos a mantenernos en silencio por el momento —aseguró Aria, acepto todo lo que decía su padre.

Helen abrió lentamente los ojos, aquellos que se acostumbraron a la luz de las lámparas que iluminaban el lugar para que ninguna estuviera oculta por la oscuridad.

Su mano sostuvo a Susan cuando notó que estaba succionando la leche materna que ella generaba, y dio un suspiro, sabiendo que no era ella quien hizo eso.

¿Era extraño que ella se estuviera acostumbrando a que tocaran su cuerpo sin su consentimiento? Por supuesto que si, pero en la situación actual era algo a lo que debía acostumbrarse.

—Bienvenida al mundo de los vivos, amor —dijo el hombre para acercarse a ella y besar sus labios, algo que era un acontecimiento reciente.

Ella se dejó besar, y dio la sensación de que estaba correspondiendo con timidez.

—Eww, eso es asqueroso, mamá y papá se está besando, Aria, haz algo —dijo la voz de forma quejumbrosa.

—Eso es lo que hacen los padres, acostúmbrate Ivy —regaño Aria.

—Pero papá no hacía eso con las otras mamás —dijo Ivy con queja.

Las mejillas de Helen se volvieron rosas de la vergüenza, de ser vista de este modo por personas tan jóvenes. Pero si la edad de Aria decía algo, habían visto esto por muchos años, aunque aparentemente los besos no.

—Ustedes dos, dejen de avergonzar a su mamá, ella es tímida todavía —le dijo su padre, ayudándola a sentarse mientras aún tenía a Susan en sus brazos.

Los ojos de Helen se fijaron en las dos niñas desconocidas y eran tan idénticas que era difícil de distinguir, de no ser por las personalidades notables que podía distinguir.

Eran de cabello rubio, pero de ojos marrones como los de su padre, sin ese toque de rojo que perturbaba a Helen.

La llamada Ivy le dio una sonrisa que mostró todos sus dientes, incluso aquellos que faltaban. Una personalidad tan salvaje que era increíble bajo las manos de este hombre, aunque debe ser porque le daba márgenes menos estrictos al ser sus hijas.

La otra chica, aparentemente la gemela, tenía una cara decaída y bajo la mirada cuando los ojos de Helen se fijaron en ella. Trataba de hacerse lo más pequeña posible, incluso lentamente caminando detrás de Aria, que estaba un poco fastidiada por sus hermanas.

—Holly, tranquila, mamá no hará nada, ella es muy buena, no hará lo mismo que las otras mamás —aseguro Rosemary tomando la mano de su hermana.

—Oh, eso es verdad, lo puedo ver en la cara —pronuncio Ivy con sorpresa, y esta se acercó rápidamente.

Helen esperaba el impacto en cualquier momento, preocupada de ambas chicas que tendría en su brazo, más cuando Susan podría ser perturbada por su hermana. Sin embargo, viendo el movimiento de su hija, el hombre la detuvo con sus brazos.

—Ivy —alzó la voz, algo que hizo encoger a la mencionada—. Debes tener cuidado, tu hermana menor está en los brazos de tu mamá, imagínate el daño que harías.

—Disculpa —murmuró la mencionada, aunque hubo un tono tenso.

—Una disculpa no resolverá nada, serás castigada de acuerdo a las reglas de la casa —anunció el hombre.

Aria miró rápidamente a Helen, esperando algo de ella, más cuando había esta mirada asustada, no solo de ella, sino de todas las chicas, como si el castigo que obtuvieran fuera lo peor.

—¿Cuál es el castigo que se les da por esto? —preguntó rápidamente Helen, haciendo que el demonio la mire con sorpresa.

Los ojos de este la miraron con cierta sospecha, aunque había algo que Helen no identifico.

—Encerrada dos días en el armario con lo mínimo de comida —dijo con calma, pero Helen no pudo evitar estremecerse con aquello.

A sus ojos pasaron escenas similares, donde ella era la protagonista. Castigada sin razón aparente, donde su vida fue un infierno a manos de su madrastra. Su corazón latía con fuerza, tal así que no pudo evitar soltar lágrimas haciendo que el hombre se alarmara.

—Mi bella flor, dime que pasa —exigió con suavidad, teniendo sus manos en la cara de Helen.

—Por favor, no hagas eso —imploró aún con lágrimas en su cara.

La cara del hombre se suavizó, tal al ver que su amor estaba siendo lastimada por lo que había mencionado.

—No la castigaré de esa manera, solo por ti, amor, pero aún debe de entender que no debe ser imprudente —contesto con firmeza—. Tal vez, deberías dar el castigo, algo que crees que este de acuerdo a su impulsividad.

—Creo que debería de comer la verdura que no le guste por dos semanas —murmuró. Sabía que no podía quedarse sin castigo, así lo quería este hombre y como tal, sabiendo lo que odiaba los niños, lo utilizó.

Si la cara de horror de Ivy era una demostración que acertó, entonces había elegido correctamente.

—Vas a tener que comer brócoli por dos semanas —se burló Aria, aunque más ligera que antes.

—No me gusta eso, es tan asqueroso —mencionó sacando la lengua.

—Tu mamá eligió ese castigo, tendrás que aceptarlo —indico su padre—. Ahora todas vayan arriba, quiero hablar en privado con su madre.

—¿Nos llevamos a Susan? —preguntó Aria, aunque había un deje de ansiedad.

Los ojos del hombre miraron a Helen y sonrió con todos sus dientes.

—Si, cuídenla bien, no creo que a su madre le guste ver que tiene problemas de ir al baño de nuevo.

Helen no tuvo de otra que soltar a Susan que se quejó al ser alejada de su madre, pero el arrullo de Aria la calmó lo suficiente como para alejarla.

Sintió sus brazos vacios, queriendo tener en sus brazos a Susan o a cualquiera de las niñas.

Y se quedó sola con el demonio.

Su cuerpo tembló en estremecimiento.

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