El hombre encargado del caso, Drew Lambert, llegó a la casa de la familia Sandoval, con el rostro serio y una carpeta bajo el brazo. La fachada de la casa, aunque impecable, parecía esconder las tensiones que habitaban dentro. Drew había entrevistado a numerosos conocidos de Helen Sandoval, pero nadie parecía saber con certeza qué había ocurrido con ella. Ahora, estaba frente a la puerta del hogar donde creció, buscando respuestas.
La puerta se abrió tras un par de toques. Claudia, la madrastra de Helen, apareció con una sonrisa superficial, aunque sus ojos denotaban una clara falta de interés. Drew no perdió tiempo en presentarse y explicar el propósito de su visita.
—Helen no está desaparecida —dijo Claudia, cruzándose de brazos—. Seguramente se escapó con algún hombre. Siempre fue algo... impulsiva.
Las palabras de Claudia cayeron como una bofetada en el aire. Desde el fondo de la sala, el padre de Helen, Fernando Sandoval, levantó la mirada, sorprendido por el comentario.
—¡¿Cómo te atreves a hablar así de mi hija?! —exclamó Fernando, avanzando hacia la entrada. Su tono era severo, una mezcla de indignación y rabia.
Claudia intentó defenderse, pero su expresión mostraba más molestia que arrepentimiento.
—No estoy diciendo nada que no sea cierto, Fernando. Quizá si le hubieras puesto más atención, no habría terminado huyendo.
El silencio que siguió fue incómodo, apenas interrumpido por el murmullo de los hermanos de Helen, quienes se habían acercado al escuchar la discusión. Drew los observó, notando las miradas de resentimiento dirigidas hacia Claudia.
Fue entonces cuando Christopher, el mayor de los hermanos, pero menor que Helen, rompió el silencio.
—Papá, ella no se fue por gusto. Se fue por ella —dijo, señalando directamente a Claudia.
Fernando frunció el ceño, confundido.
—¿Qué quieres decir, Chris?
Daniel, que hasta entonces había permanecido en silencio, dio un paso adelante.
—Es verdad. Helen siempre decía que Claudia la trataba mal, como si no fuera parte de esta familia. ¿Nunca te diste cuenta de cómo ella evitaba cenar con nosotros o pasaba tanto tiempo encerrada en su habitación?
—No digan tonterías —replicó Claudia, visiblemente incómoda.
—¡No son tonterías! —dijo Mylo alzando la voz—. ¡Tú hiciste que ella se sintiera como una extraña en su propia casa!
Fernando guardó silencio por un momento, procesando las palabras de sus hijos. Era como si una venda se hubiera caído de sus ojos. Miró a Claudia, su expresión endureciéndose.
—¿Es esto cierto? —preguntó, con un tono helado que hizo que Claudia retrocediera un paso.
—¡Yo solo intentaba imponer disciplina! Esa chica siempre fue problemática.
—¡No, no lo fue! —gritó Christopher—. Helen era la mejor hermana que podríamos haber tenido, pero tú nunca le diste una oportunidad.
Drew observaba el intercambio en silencio, tomando nota mental de cada palabra. No era la primera vez que encontraba tensiones familiares en un caso de desaparición, pero el nivel de resentimiento aquí era palpable.
—Señor Sandoval, —intervino Drew finalmente— parece que hay muchas cosas que debemos discutir. ¿Hay algo más que pueda decirme sobre Helen o su relación con su familia antes de su desaparición?
Fernando, todavía impactado, negó con la cabeza.
—No sabía que estaba pasando esto... pero si lo que dicen mis hijos es cierto, entonces es mi culpa. No protegí a Helen como debía.
Los hermanos miraron a su padre, sorprendidos por su confesión.
Drew, percibiendo la incomodidad del ambiente, cerró su libreta con calma y miró al padre de Helen con una mezcla de comprensión y profesionalismo.
—Señor Sandoval, entiendo que esto es difícil para usted —dijo Drew con voz serena—. Si necesita tiempo para hablar con su familia, puedo retirarme y regresar en otro momento.
Fernando levantó la mirada, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de cansancio y determinación.
—Sí, creo que eso será lo mejor, detective. Necesito... aclarar algunas cosas aquí antes de continuar.
Drew asintió, guardando su libreta en el bolsillo interior de su chaqueta.
—Por supuesto. Lo entiendo. ¿Le parece bien que lo contacte mañana para reprogramar nuestra conversación?
—Sí, está bien —respondió Fernando con un leve asentimiento.
Los ojos de los hijos de Fernando, Christopher y Mylo, lo seguían con una mezcla de desconfianza y esperanza.
—Gracias por su tiempo, señor Sandoval —dijo Drew, inclinando ligeramente la cabeza antes de caminar hacia la puerta.
Fernando lo acompañó en silencio hasta el vestíbulo. Cuando la puerta principal se cerró tras el detective, Fernando se quedó unos segundos en el umbral, respirando profundamente, como si intentara reunir fuerzas para lo que venía.
Regresó a la sala, donde sus hijos lo observaban con expectativa y su esposa con una mezcla de incomodidad y enojo contenido. Fernando se quedó de pie, mirando a cada uno de ellos.
—Ahora vamos a hablar —declaró con firmeza, su voz resonando en el espacio silencioso—. Y quiero la verdad, toda la verdad, de lo que ha estado pasando en esta casa.
...****************...
Helen levantó la vista cuando escuchó el sonido de la puerta del sótano abrirse. Esperaba ver a Aria, como de costumbre, con la bandeja de comida, pero en su lugar apareció una joven que nunca había visto antes. La chica era alta para su edad, delgada, con el cabello rubio cuidadosamente recogido en una trenza y unos ojos grises que parecían ver más de lo que deberían. Tenía una postura elegante, casi antinatural para alguien de su edad.
—Buenos días, señorita Helen —dijo la joven con una sonrisa educada mientras colocaba la bandeja sobre la pequeña mesa junto a la cama—. Mi nombre es Magnolia.
Helen parpadeó, desconcertada. Hasta ahora, solo había tratado con Aria, Ivy, Holly y Rosemary, y esta chica no se parecía en nada a ellas.
—¿Dónde está Aria? —preguntó Helen, observando a Magnolia con cautela.
—Ocupada —respondió Magnolia con serenidad mientras se sentaba en una silla cercana, cruzando las piernas con una gracia que Helen no esperaba de una adolescente—. Hoy he venido yo porque quería conocerte.
El comentario la tomó por sorpresa. Helen frunció el ceño, preguntándose qué podría querer esta joven. A diferencia de las demás, Magnolia no parecía tener miedo ni reservas al estar allí. Al contrario, había algo en su actitud que resultaba inquietantemente tranquilo.
—¿Y por qué querrías conocerme? —preguntó Helen, intentando no sonar demasiado brusca.
Magnolia inclinó la cabeza, como si considerara la pregunta con cuidado.
—Supongo que soy curiosa —respondió finalmente—. Aria y las demás hablan mucho de ti. Dicen que eres distinta.
Helen soltó una risa sorprendida.
—¿Distinta? Eso dicen.
Magnolia no pareció inmutarse ante el tono de Helen. En cambio, tomó un pequeño jarrón de cristal que llevaba consigo y lo colocó en la mesa junto a la bandeja. Dentro había una única flor blanca de pétalos grandes y aterciopelados.
—Es una magnolia —dijo, señalando la flor con un dedo—. Me pareció apropiado traer una, considerando que compartimos nombre de plantas y flores.
Helen arqueó una ceja, desconcertada por la acción.
—¿Eres fanática de las flores? —preguntó con un dejo de curiosidad.
—Sí, me gustan mucho. Las flores tienen personalidades, ¿sabes? Algunas son delicadas, otras resistentes. Algunas son peligrosas, como la belladona, y otras son símbolo de pureza, como esta magnolia.
Helen se cruzó de brazos, observando a la chica con detenimiento. Había algo inquietante en su compostura, en cómo hablaba como si tuviera muchos más años de los que aparentaba.
—¿Y qué personalidad crees que tiene esta magnolia? —preguntó finalmente, señalando la flor.
Magnolia esbozó una sonrisa leve, casi melancólica.
—Es fuerte, aunque parece frágil. Es elegante, pero su belleza no necesita gritar para ser notada. Está ahí, firme, incluso en los peores climas.
Helen guardó silencio por un momento, sin saber exactamente cómo responder.
La conversación continuó durante un rato más, girando en torno a flores y sus significados. A pesar de lo extraño que le resultaba hablar de algo tan ajeno en ese contexto, Helen encontró cierto alivio en la charla. Magnolia no era como Aria, Ivy, ni ninguna de las demás niñas que había conocido. Ella era tranquila, educada y completamente enigmática, una señorita en todos los sentidos de la palabra.
Cuando Magnolia finalmente se levantó para irse, Helen se sorprendió al darse cuenta de que no había sentido la misma tensión que solía tener con las demás. Algo en Magnolia la desconcertaba, pero al mismo tiempo le inspiraba una curiosidad inquietante.
Mientras la joven subía las escaleras, Helen se quedó mirando la flor en el jarrón, preguntándose qué había detrás de la educación impecable y los modales refinados de esa extraña chica.
Miró a la cuna donde dormía Susan, quien se había mantenido con los ojos cerrado todo ese tiempo, preguntandose que personalidad tendría aquella pequeña.
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Comments
Ruth Bustamante
cuando puedo leer los otros capitulos
2025-02-19
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